Padre Michel-Marie Zanotti-Sorkine

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Una sotana en Marsella

Vida, obra y milagros de un párroco de una ciudad de Francia, quien ha hecho reflorecer la fe allí donde ésta se había marchitado.
Por Sandro Magister- http://chiesa.espresso.repubblica.it/
El título de este servicio es el mismo que le ha dado “Avvenire” en un reportaje efectuado en Marsella por su enviada Marina Corradi, respecto al camino recorrido por el párroco de distrito situado detrás del viejo puerto.
Un párroco cuyas misas están colmadas de gente; que confiesa todas las tardes hasta altas horas de la noche; que ha bautizado a numerosos convertidos; que utiliza siempre la vestimenta talar, para que todos lo reconozcan como sacerdote también desde lejos.
Michel-Marie Zanotti-Sorkine nació en 1959 en Niza, en el seno de una familia algo rusa y algo corsa. Cantó desde joven en locales nocturnos de París, pero además con los años irrumpió en él la vocación al sacerdocio, que tenía desde que era un niño. Fueron sus guías el padre Joseph-Marie Perrin, quien fue director espiritual de Simone Weil, y el padre Marie-Dominique Philippe, fundador de la Congregación de San Juan. Estudió en Roma en el Angelicum, la facultad teológica de los dominicos. Fue ordenado sacerdote en el 2004 por el cardenal Bernard Panafieu, en ese entonces arzobispo de Marsella. Escribió libros, el último de los cuales tiene por título “Au diable la tiédeur“, al diablo con la tibieza, dedicado a los sacerdotes. Es párroco en San Vicente de Paul.
En esta parroquia, situada sobre la calle Canabière, la cual nace en el viejo puerto entre casas y negocios cerrados, con muchas personas sin hogar, inmigrantes, gitanos, allí donde los turistas no se aventuran, en una Marsella y en una Francia donde la práctica religiosa está casi en todas partes reducida a su mínima expresión, el padre Michel-Marie ha hecho reflorecer la fe católica.
¿Cómo? Marina Corradi lo ha descubierto y lo cuenta.
El reportaje fue publicado el 29 de noviembre en “Avvenire“, el diario de la Conferencia Episcopal Italiana. Es el primero de una serie que quiere presentar testigos de la fe conocidos y menos conocidos, capaces de generar asombro evangélico en quien los encuentra.
EL PAPA TIENE RAZÓN: TODO DEBE RECOMENZAR DESDE CRISTO
por Marina Corradi- Diario Avvenire
Esa sotana negra desplegada en la calle Canabière, en medio de una multitud más del Magreb que francesa, te hace girar. Oh, un sacerdote, vestido como en otra época, recorriendo las calles de Marsella. Un hombre moreno, sonriente, aunque con algo de reservado, de monacal. Y qué historia carga sobre sus espaldas: cantaba en los locales nocturnos de París, hace sólo ocho años ha sido ordenado sacerdote y desde entonces es párroco aquí, en San Vicente de Paul.
Pero en realidad la historia es también más complicada: Michel-Marie Zanotti-Sorkine tiene 53 años de edad, desciende de un abuelo judío ruso, quien emigró a Francia, y que antes de la guerra hizo bautizar a sus hijas. Una de ellas, escapada del Holocausto, trajo al mundo al padre Michel-Marie, que por parte paterna es a su vez medio corso y medio italiano (que entrecruzamiento extraño, pensé: y miré asombrada su rostro, buscando entender como es un hombre con ese nudo de raíces detrás de sí). Pero si un domingo se entra en su iglesia llena de fieles, y se escucha cómo habla de Cristo con palabras simples y cotidianas, y se observa la religiosa lentitud de la elevación de la hostia, en medio de un silencio absoluto, uno se pregunta quién es este sacerdote y qué es lo que fascina en él que hace volver a quien está alejado.
Finalmente lo tenemos enfrente, con su sotana blanca, de claustro. Parece más joven; no tiene esas arrugas de amargura que marcan con el tiempo el rostro de un hombre. Irradia una paz y una alegría sorprendente. ¿Pero quién es usted?, se querría preguntarle inmediatamente.
Está frente a una comida frugal, compendio de toda una vida. Dos espléndidos progenitores. La madre, bautizada pero no sólo formalmente católica, deja que el hijo frecuente la Iglesia. La fe le es contagiada “por un viejo sacerdote, un salesiano con sotana negra, hombre de una fe generosa y enorme“. El deseo, a los ocho años, de ser sacerdote. A los trece años pierde a la madre: “El dolor me devastó. Pero jamás dudé de Dios“. La adolescencia, la música y esa bella voz. Los pianos-bar de París podrán parecer poco adecuados para discernir una vocación religiosa. Y sin embargo, en tanto que la decisión madura lentamente, los padres espirituales de Michel-Marie le dicen que siga recorriendo las noches parisinas, porque allí también hay necesidad de un signo. La vocación finalmente se impone. En 1999, a los 40 años de edad, se hará realidad el deseo infantil: sacerdote y con sotana, como ese viejo salesiano.
¿Por qué la sotana? “Para mí –sonríe– es un uniforme de trabajo. Quiere ser un signo para quien me encuentra, y sobre todo para quien no cree. Así soy reconocible como sacerdote, siempre. De este modo, recorriendo las calles aprovecho cada ocasión para hacer amistades. Padre, me pregunta alguien, ¿dónde está el correo? Venga, lo acompaño, respondo yo, y en el ínterin me habla, y me enteró así que los hijos de ese hombre no están bautizados. Me los llevo, digo al final; y muchas veces, después, bautizo a esos niños. En todo modo de proceder busco mostrar con mi rostro una humanidad buena. Inclusive el otro día -ríe- en un bar un anciano me preguntó sobre a cuáles caballos apostar. Le di los nombres de los caballos. Le pido perdón a la Virgen, entre mí: pero sabes, se lo he dicho para hacer amistad con este hombre. Tal como decía un sacerdote que fue mi maestro, a quien le preguntaba cómo convertir a los marxistas. El me respondía diciendo que ‘es necesario ser amigo’ de ellos“.
Luego, en la iglesia, la Misa es solemne y bella. El sacerdote afable de la Canabière es un sacerdote riguroso. ¿Por qué le da tanta importancia a la liturgia? “Quiero que todo sea esplendoroso alrededor de la Eucaristía. Quiero que al elevarse la hostia los fieles comprendan que Él está verdaderamente aquí. No es teatro, no es una pompa superflua: es vivir el Misterio. También el corazón tiene necesidad de sentir“.
Él insiste mucho sobre la responsabilidad del sacerdote, inclusive en uno de sus libros –ha escrito numerosos libros, y también escribe, a veces, canciones– afirma que un sacerdote que tiene la iglesia vacía se debe preguntar y decir: “Es a nosotros que nos falta el fuego“. Lo explica de este modo: “El sacerdote es ‘alter Christus’, está llamado a reflejar en sí a Cristo. Esto no significa pedirnos a nosotros mismos la perfección, sino ser conscientes de nuestros pecados, de nuestra miseria, para poder comprender y perdonar a todo el que se presenta en el confesionario“.
El padre Michel-Marie va todas las tardes al confesionario, con absoluta puntualidad, siempre a las cinco (él dice que la gente debe saber que el sacerdote está siempre). Luego se queda en la sacristía hasta las once, para atender a todo el que quiera verlo allí: “quiero dar el signo de una disponibilidad ilimitada“. A juzgar por el continuo peregrinar de fieles por la tarde, se diría que eso funciona. Como una pregunta profunda que emerge de esta ciudad, aparentemente lejana. ¿Qué quieren? “Lo primero es sentir que les dicen: tú eres amado. La segunda, que Dios tiene un proyecto para ti. No es necesario hacerles sentir que son juzgados, sino escuchados. Es necesario hacer entender que lo único que puede cambiar sus vidas es Cristo. Y María. Son dos las cosas que me parece que permiten un retorno a la fe: el abrazo mariano y la apologética apasionada que llega al corazón“.
El que me busca –sigue diciendo– antes que nada pide una ayuda humana, y yo intento dar toda la ayuda posible, sin olvidar que el que mendiga tiene necesidad de alimentarse, pero también tiene alma. A la mujer ofendida le digo: mándame a tu marido, yo le hablo. Pero además a todos los que vienen a decir que están tristes, que viven mal… Siempre les pregunto: ¿hace cuánto que no se confiesa? Porque yo sé que el pecado pesa y que la tristeza del pecado atormenta. Estoy convencido que lo que hace sufrir a tantas personas es la falta de los sacramentos. El sacramento es lo divino al alcance del hombre, y sin este alimento no podemos vivir. Veo obrar a la gracia, y que las personas cambian“.
Jornadas totalmente entregadas, por las calles, o en el confesionario, hasta la noche. ¿Dónde pone las fuerzas? Él -casi púdicamente, tal como se habla de un amor– habla de una relación profunda con María, de una confianza absoluta con ella: “María es el acto de fe total, en el abandono bajo la Cruz. María es compasión absoluta. Es belleza pura ofrecida al hombre“. El sacerdote de la Canabière ama el Rosario, la humildad del Rosario: “cuando confieso, muchas veces recito el Rosario, lo cual no me impide escuchar; cuando doy la Comunión, rezo“. Lo escucho intimidada. ¿Pero entonces todos los sacerdotes deberían tener una dedicación absoluta, casi como santos? “Yo no soy un santo, y no creo que todos los sacerdotes deban ser santos. Pero pueden ser hombres buenos. La gente será atraída a partir de sus rostros buenos“.
¿Problemas, en calles con tan fuerte presencia de musulmanes inmigrantes? No, dice simplemente: “Me respetan y también a esta investidura“. En la iglesia recibe a todos con alegría: “También a las prostitutas. Les doy la Comunión. Qué debería decirles? ¿Sean honestas, antes de entrar aquí? Cristo ha venido para los pecadores y yo me angustio al pensar que, al negar un sacramento, él me pueda pedir cuentas. ¿Pero conocemos también nosotros la fuerza de los sacramentos? Me embarga la deuda respecto a si no hemos burocratizado demasiado la admisión al Bautismo. Pienso en el Bautismo de mi madre judía, que en cuanto a pedido de mi abuelo fue solamente un acto formal: y bien, también de ese Bautismo ha salido un sacerdote“.
¿Y la nueva evangelización? “Vea –dice al despedirse, en la casa parroquial– más envejezco y más comprendo lo que nos dice Benedicto XVI: todo recomienza verdaderamente a partir de Cristo. Podemos volver solamente a la fuente“.
Más tarde lo vi desde lejos, por la calle, con esa vestimenta negra que se despliega a causa de su paso veloz. “La llevo -te ha dicho- para que me reconozca alguien que quizás de otro modo no encontraría jamás. Ese desconocido, que me es extremadamente querido“.

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