Fiesta de la Sagrada Familia 2024

[Visto: 255 veces]

Evangelio según San Lucas 2,41-52.
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua.
Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.
Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos.
Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.
Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: “Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados“.
Jesús les respondió: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?”.
Ellos no entendieron lo que les decía.
El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.
Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.

Homilía del Padre Paul Voisin CR de la Congregación de la Resurrección:

Durante la temporada navideña, las películas “Solo en Casa 1” y “Solo en Casa 2” se transmiten con frecuencia por televisión. Nos brindan buenas historias sobre un niño que se quedó solo en casa. Sus padres lo habían “abandonado” sin saberlo y las historias se desarrollan sobre cómo afrontó, por su cuenta, las amenazas y los problemas que surgieron.
El evangelio de hoy (Lucas 2:41-52) es quizás una variación del tema. María y José no “abandonaron” al joven Jesús, sino que cada uno asumió que el otro estaba seguro de que él estaba en algún lugar entre las muchas personas de la caravana que se dirigía de Jerusalén a Nazaret, un viaje de aproximadamente tres o cuatro días. En realidad, esa es también la situación de los padres en “Solo en Casa 1” y “Solo en Casa 2”.
Como bien sabemos, regresaron a Jerusalén y lo encontraron en el templo conversando con los maestros de las Escrituras. No estaba “perdido”, sino que estaba allí entre los hombres eruditos que daban un paso adelante en su misión como el Hijo de Dios. Estoy seguro de que los funcionarios del templo estaban asombrados por la sabiduría y comprensión de este joven en relación con la revelación divina. Después de todo, Jesús, Dios hecho hombre, comprendería el plan de Dios por encima de todos los demás. ¡Él era la Palabra hecha carne! Él era el cumplimiento de las promesas del Padre. Su vida, y su posterior sufrimiento, muerte y resurrección, se convertirían en el punto de inflexión en la revelación de Dios. Dios ya no trataba solo con profetas, humanos inspirados por Él. Aquí estaba Su propio Hijo, la Palabra encarnada.
Este pasaje del evangelio refleja la santidad de Jesús, Su vida estaba destinada a hacer la voluntad del Padre. Esta no es una situación de aparente “desobediencia” de Jesús al quedarse atrás. Estaba respondiendo a un “poder superior”, Su Padre celestial.
La Primera Lectura de hoy del Primer Libro de Samuel (1:20-22, 24-28) también habla de un niño destinado a un propósito superior. Ana agradeció a Dios por el regalo de su hijo, Samuel, y se lo ofreció a Dios. Samuel sirvió a Dios fielmente. Una vez más, reconoció que tenía una misión, que Dios le había dado, y que esa era siempre el foco de su atención. Sabía que Dios lo usaría como su instrumento, y él quería ser el mejor instrumento posible. Y por eso hizo todo lo que pudo para unirse a Dios y ser fiel a Dios y a la alianza.
Estas dos lecturas, en esta Fiesta de la Sagrada Familia, me llevaron a reflexionar sobre el importante papel que tienen los padres para ayudar a sus hijos a alcanzar su potencial espiritual. La mayoría de los padres, porque aman profundamente a sus hijos, se esfuerzan por que sus hijos estén bien educados para una profesión significativa, que sean saludables y felices. Sin embargo, más que nunca los padres deberían ser conscientes del papel que desempeñan en la “formación” de sus hijos para que sean santos. Creo que la mejor manera de que los padres hagan esto es vivir vidas “santas”. Recuerden un dicho sabio que compartí con ustedes en otra ocasión: “Padres, no se preocupen tanto si parece que sus hijos no los escuchan. Preocúpense más por que los estén observando”. Ahora bien, cuando digo vivir una vida santa no me refiero a andar por ahí con las manos juntas y siempre diciendo “Dios te bendiga”, sino a que los padres también tienen la intención de hacer la voluntad de Dios, de vivir una vida que refleje su unión con Dios, su reconocimiento de que todo lo que tienen y son viene de Dios, y que tratan de ser buenos administradores. Esta misión de crear una “familia sagrada” implica oración, adoración y un testimonio de vida que ayude a los hijos a aprender a tomar decisiones en unión con Cristo, a esforzarse por hacer lo que es la voluntad de Dios (no lo que es popular o fácil), a ser responsables de sí mismos y a servir a los demás.
Como niños – ya tengamos seis, dieciséis o sesenta años – tal vez podamos reconocer las maneras en que nuestros padres nos mostraron estos valores espirituales, estas actividades y actitudes que nos formaron para ser discípulos fieles y administradores de los abundantes dones de Dios. Deberíamos expresarles nuestra gratitud, no sólo con nuestras palabras, sino siguiendo fielmente su buen ejemplo. Si no hemos cooperado con la formación que han tratado de darnos, siempre podemos pedir perdón y, con suerte, transmitir a las próximas generaciones la misma sabiduría y comprensión que nuestros propios padres, santos y humanos, han tratado de transmitirnos. Incluso si nuestros padres han recurrido a Dios, como lo hicieron los míos, todavía podemos agradecerles en nuestras oraciones y también pedir perdón por las veces que fuimos desobedientes.
Como cualquier otra cosa de valor –especialmente el valor espiritual o “interior”–, adquirirlo significa trabajo. Significa sacrificio. Significa mantener la vista puesta en la meta –la santidad– y hacer y ser lo que nos hace santos. Las claves de la santidad –en realidad, son sencillas– : la oración, el culto, el estudio, el servicio y la comunión.
Dios nos llama a relacionarnos con él, a comunicarnos con él, a orar, no sólo a hablar con Dios, sino a escucharlo. Esto no sucede por accidente, sino que se logra sólo cuando tomamos la decisión de orar y reservamos tiempo para orar.
Estamos llamados a celebrar (la liturgia). La vida con Dios no es sólo Dios y yo, sino que implica unirnos en comunidad para escuchar la Palabra de Dios y nutrirnos de la Eucaristía. Una hora a la semana, de las 168 horas, no es mucho para reservar para el culto.
Aunque vivimos en un mundo donde la lectura está desapareciendo, podemos aprender mucho estudiando y leyendo, incluso en el área de la fe. Es importante que crezcamos y nos desarrollemos en nuestra fe, y el estudio es clave para abrirnos a la belleza y la verdad de nuestra fe.
Una fuente de santidad para nosotros puede ser el servicio mutuo. Esto no sólo produce frutos para la persona a la que se sirve –ya sea en el hogar, la escuela o el trabajo–, sino que también nos ayuda a descubrir más profundamente nuestros dones y talentos, y nos ayuda a perfeccionarnos cada vez más a través del servicio. Dios nos llama a ser buenos administradores del tiempo, los talentos y el tesoro que nos ha confiado.
Y, por último, nuestra comunión en comunidad – en la comunidad parroquial – puede ser una fuente de santidad, reconociendo el testimonio de nuestros hermanos y hermanas, aprendiendo de su buena administración del tiempo, los talentos y el tesoro.
Como cualquier vida familiar, la vida de una santa familia hoy requiere tener una visión y un propósito compartidos. Que nuestra oración, adoración, estudio, servicio y comunión profesen esa visión y propósito, y ayuden a crear de nuestra familia una “sagrada familia”.

Puntuación: 5 / Votos: 6

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *