Evangelio según San Marcos 7,31-37.
Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.
Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos.
Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua.
Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá“, que significa: “Ábrete“.
Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.
Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban
y, en el colmo de la admiración, decían: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
Homilía del Padre Paul Voisin CR de la Congregación de la Resurrección:
La gente que me conoce bien, sabe que me gusta burlarme. Vengo de una larga línea de graciosos: mi abuelo, padre y hermano. Para mí no es una falta de respeto de la otra persona, sino un signo de confianza y amistad. Por ejemplo, una de las cosas que hago a menudo cuando la gente me dice algo, es decir “Ja”. Si no lo hubiera escuchado bien hubiera dicho: “Te pido perdón“, pero la mayoría lo interpreta como que no los escuché bien y lo repito, a lo que digo “Ja”. Entonces la mayoría de la gente se da cuenta de que les estoy tomando el pelo. No sólo los estoy escuchando, sino que los estoy escuchando y reconozco por mi “Ja”.
Hay una diferencia entre “audición” y “escuchar“. Usamos las palabras intercambiablemente. Somos bombardeados por los sonidos: todo tipo de fuentes de ruidos y voces, bienvenidos e inoportunos. “Escuchamos” mucho, pero lo que “escuchemos” es una elección. Puede que “oigamos” a alguien hablando con nosotros -en casa, en la escuela o en el trabajo- pero no siempre podemos decir que estamos “escuchando”. La persona que nos pregunta “¿Qué acabo de decir?” puede estar decepcionado de que no escuchamos bien. Vimos sus labios moverse, ‘escuchamos’ las palabras, pero no ‘escuchábamos’. ‘Escuchar’ es un acto de la voluntad.
Hoy Jesús (Marcos 7:31-37) restaura el oído de un hombre sordo. Él dice “¡Sé abierto! y la vida del hombre cambió para siempre. ¡Podía oír!
Todos podemos “oir”, tal vez algunos mejores que otros, pero nuestro desafío es escuchar. A nosotros, Jesús también dice “¡Abreos!” Tiene un mensaje para nosotros –un mensaje vital– pero a veces no estamos escuchando.
¿Por qué no escuchamos? A veces pensamos que serán “malas noticias“; críticas o desafíos. ¿Quién mejor que Dios -que nos conoce a través de la y a través de nuestros pensamientos y sentimientos más íntimos, y quién ve cada acción- para esperar escuchar “malas noticias“?
Antes que nada, cuando ‘escuchamos’ a Jesús -realmente ‘escucha’- descubriremos que lo primero que Él quiere decirnos es que somos amados, que Él está con nosotros, y que somos preciosos para él y su Padre.
En la primera lectura del Profeta Isaías (35:4-7a), esto es obvio. Dios dice a través de Isaías “¡Sé fuerte, no temas! Aquí está tu Dios”. Sería una pena si no escucháramos eso, y lo bloqueáramos pensando que eran “malas noticias“. Si queremos escuchar a Dios nos dice que Él nos ama, debemos escuchar. Cuando expresa su deleite en nosotros, nos ayuda a reconocer sus bendiciones. Nos estamos perdiendo las “buenas noticias” cuando no “escuchamos” al Señor.
En nuestra Segunda Lectura de la Carta de Santiago (2:1-5) el Apóstol pasa palabras importantes, si “escuchamos“. Está hablando de cómo nos relacionamos unos con otros en la Comunidad, especialmente cómo tratamos a los más pobres y vulnerables entre nosotros. Si no “escuchamos” podemos continuar en nuestra ignorancia y dejar de responder a la plenitud del mensaje de Jesucristo.
Desafortunadamente también hay “malas noticias“. Aparte de las “buenas noticias” que recibimos de Dios, también hay “malas noticias“: nos llaman a la conversión, a ser transformados en su amor, para usar mejor nuestro tiempo, talentos y tesoros como sus seguidores. Cuando Él nos ha dado tanto, también nos pide que usemos bien lo que Él nos ha dado. Al igual que cualquier padre, Jesús -por amor- nos corrige y nos guía para hacernos más responsables y -“mirando el camino“- para hacernos más felices, más seguros y cumplidos. Es como si nos estuviera lanzando un salvavidas –para preservar nuestra vida– pero no estamos escuchando. Como cualquier buen padre, Jesús nos llamará una y otra vez, y otra vez. Las “malas noticias” se convierten en “buenas noticias” cuando nos damos cuenta de que están a nuestro alcance: que podemos cambiar, que podemos elegir otras formas de pensar, sentir, hablar y vivir. No “escuchar” nos aleja de oportunidades de crecimiento y transformación.
En el evangelio también escuchamos que el hombre que tuvo su oído restaurado ahora también podía hablar más claro. Los dos están definitivamente relacionados. Cuando “escuchamos” con más cuidado al Señor, más usaremos esa sabiduría y experiencia para compartir con otros las “buenas noticias” y las “malas noticias“. Con una visión más clara de quiénes somos delante de Dios y los unos de los otros podemos expresarlo más fácilmente (verbalmente) y vivirlo. Puede que fallemos en guiar y guiar si no escuchamos.
Así que hoy Jesús nos invita a ‘escuchar’ y no sólo ‘escuchar’, a estar atentos a sus impulsos para que vivamos en unión con Él y respondamos a todas las ocasiones de gracia que se nos acerquen. Si continuamos en nuestra sordera, nunca conoceremos la vida –la vida en Cristo– en su plenitud. Oremos que verdaderamente ‘escuchar’ con nuestros oídos, nuestros corazones y nuestras vidas y seamos aquellas personas de Dios que dan testimonio de Él cada día, y que nuestra escucha a las ‘malas noticias’ (esas cosas difíciles que Dios tiene que decirnos en nuestra peregrina viaje) nos llevará a “buenas noticias” para nosotros y aquellos que siguen nuestro ejemplo y se abren al amor y la misericordia de Dios.