Masud Pezeshkian

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Un ultraconservador y un moderado se disputarán la presidencia de Irán en segunda vuelta

Las elecciones presidenciales registraron un récord de abstención, con una participación del 40%, la más baja en los 45 años del régimen islámico

Por MAJID ASGARIPOUR- Agencia REUTERS.
Un ultraconservador de línea dura, Saeed Jalili, y un moderado o “reformista”, Masud Pezeshkian se disputarán el próximo 5 de julio la presidencia de Irán en segunda vuelta, tras unas elecciones presidenciales celebradas este viernes en las que se registró un récord absoluto de abstención desde la fundación de la República Islámica en 1979. Solo depositó su papeleta un 40.2% o 24’535,185 personas de un electorado que supera los 61 millones, según la Comisión Electoral del país. Estos datos muestran de nuevo el descontento popular por la mala situación económica, la falta de libertades y un profundo desapego al sistema político iraní, especialmente entre los jóvenes y las mujeres. Los reiterados llamamientos del líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Jamenei, a participar “por la continuación, la fortaleza, dignidad y el honor de la República Islámica” no han dado resultado.
Cuatro candidatos, tres conservadores y un reformista, habían concurrido a las urnas como aspirantes a la presidencia, un puesto que el fallecimiento del presidente Ebrahim Raisí en un accidente de helicóptero el 19 de mayo había dejado vacante. De ellos, los dos más votados, que pasan a segunda vuelta al no haber superado el umbral del 50% de los sufragios, son el ultraconservador Saeed Jalili y el reformista Masud Pezeshkian. “Ninguno de los candidatos ha obtenido la mayoría absoluta de los votos”, ha informado el portavoz de la Comisión Electoral, Mohsen Eslami, en una rueda de prensa televisada por la cadena estatal IRIB.
Según esos últimos datos oficiales, Pezeshkian ha obtenido 10.4 millones de votos, algo más del 42% del total, mientras que el ultraconservador Jalili ha recabado 9.4 millones, aproximadamente el 39% de los sufragios. En tercer lugar, ha terminado el también conservador presidente del Parlamento de Irán, Mohamad Bagher Qalibaf, con 3.3 millones de papeletas. En cuarta posición, figura el clérigo Mostafá Pourmohammadi, que apenas ha rebasado los 200,000 votos.
La participación ha bajado ocho puntos desde el 48.4% de las presidenciales de 2021, que terminaron con la victoria en primera vuelta del fallecido Raisí, pero ya desde 2020, cuando el organismo encargado de aprobar o vetar a los candidatos, -el Consejo de Guardianes- prohibió de forma masiva las candidaturas reformistas a las legislativas, la participación electoral en Irán no había hecho sino descender. Estas elecciones fueron además las primeras presidenciales tras la represión que siguió a las manifestaciones masivas suscitadas por la muerte bajo custodia policial de una joven kurdo iraní, Mahsa Amini, tres días después de ser detenida por llevar mal puesto el velo. En esas protestas, las fuerzas de seguridad y los paramilitares mataron al menos a 550 personas, según la ONU.
El presidente iraní tiene capacidad de decisión en cuestiones nacionales y en menor medida en política exterior y de seguridad en Irán, donde Jamenei tiene la última palabra. La única ocasión en la que los candidatos a la presidencia habían tenido que medirse en segunda vuelta fue en 2005, cuando el populista Mahmud Ahmadineyad derrotó en segunda ronda al entonces presidente Ajbar Hashemi Rafsanyani.

Reformismo

El cirujano cardíaco Masud Pezeshkian, exministro de Sanidad de 69 años, comenzó la campaña electoral con bajas expectativas, pero ha ido ganando peso con un mensaje de acercamiento a Occidente y críticas a la imposición del velo islámico mediante la represión y las detenciones callejeras de la impopular policía de la moralidad, el cuerpo bajo custodia pereció Amini, probablemente por una brutal paliza, según un informe de expertos de Naciones Unidas.
Pezeshkian, un candidato de perfil bajo, pero amable -educó solo a sus hijas tras enviudar, no esconde su religiosidad y tiene reputación de hombre íntegro, sin escándalos de corrupción- ha contado con el apoyo de los expresidentes Mohamed Jatamí (1997-2005) y Hasan Rohaní (2013-2021) ambos del bloque reformista -que busca cierta apertura del régimen islámico-. Pezeshkian, de hecho, ha presentado su hipotético Gobierno como un “tercer mandato” de Jatamí, el primer presidente reformista, carismático y aún ampliamente respetado, que insufló a Irán ciertos aires de moderación, y con quien entró en política en el año 2000 como ministro de Sanidad. Pezeshkian pertenece además a la minoría azerí, el segundo grupo étnico después de los persas en un país en el que la identidad étnica desempeña un papel importante en el voto, sobre todo en las zonas rurales.
Su lema electoral es “Para Irán”, que evoca el título de la canción Baraye (por o porque) que se convirtió en el himno de las protestas desatadas por la muerte de Amini y cuyo autor, Shervin Hajipour, fue condenado a casi cuatro años por ello. La utilización de ese tema le ha valido críticas de muchos opositores.
En el polo opuesto se encuentra Saeed Jalili, ex jefe negociador nuclear iraní de 58 años, que ha sido descrito como un “verdadero producto de la Revolución Islámica”, ha ejercido de asesor de Jamenei, y que hace gala de una oposición acérrima a cualquier entendimiento con Occidente, sobre todo en materia nuclear. Jalili es considerado el candidato del statu quo, que seguirá o incluso endurecerá las políticas de Raisí. A él se atribuyen en parte las órdenes para reprimir otras manifestaciones, aquellas en 2019, provocadas por el aumento del precio de la gasolina, en las que murieron a manos de los cuerpos de seguridad y paramilitares cientos de personas, al menos 300, según Amnistía Internacional, o incluso 1,500, confirmaron entonces a la agencia Reuters tres funcionarios del Gobierno iraní.
No hay un pronóstico claro para la segunda ronda, especialmente debido a la alta abstención. En Irán, una participación elevada ha beneficiado tradicionalmente a los candidatos reformistas, toda vez que el voto conservador ha demostrado ser más ideológico -es un electorado religioso- y depender menos del desempeño de quienes ocupan los puestos políticos en Irán. Los conservadores votan en bloque y lo hacen siempre, tal y como les indica el ayatolá Jamenei, máximo líder político y religioso del país. Es probable que quienes votaron al candidato conservador descartado, Qalibaf, den en segunda vuelta su apoyo a Jalili para evitar una victoria de su rival reformista.
El equipo de Pezeshkian previsiblemente tratará, por su parte, de movilizar a los reformistas, que podrían verse incentivados a votar para cerrar el paso a Jalili, un ultraconservador de línea dura opuesto a revivir el acuerdo nuclear con Occidente. De esa reactivación depende el alivio de las sanciones occidentales que estrangulan la economía de Irán, un país cuya inflación ronda el 40% y que tiene a más de un tercio de su población bajo el umbral de pobreza extrema. Jalili ha defendido también la represión contra las mujeres que han adoptado el gesto de desobediencia civil de quitarse el velo obligatorio, por lo que algunas iraníes podrían apoyar a Pezeshkian solo para evitar que el ultraconservador alcance la presidencia.
En el bando reformista preocupa, sobre todo la bajísima participación, que revela un fracaso de ese propósito de reactivar a su electorado. Muchos iraníes que durante un tiempo apoyaron con su voto a los reformistas han perdido la esperanza de que la República Islámica de Irán pueda reformarse desde dentro y su fe en los políticos que como Pezeshkian se presentan como “reformistas”, una etiqueta que en ningún caso equivale a la de opositor. Durante las manifestaciones desencadenadas por la muerte bajo custodia policial de Mahsa Amini, numerosos manifestantes pidieron la caída del régimen islámico.

El cirujano cardíaco, de 69 años, logró llegar a la población con un mensaje de cambio y esperanza en un país donde abunda el descontento. Ahora tiene la misión de cumplir sus promesas en un momento de grandes tensiones

Por Jaime León- Infobae.com
Pocos esperaban que el cirujano cardíaco Masoud Pezeshkian se convirtiese en el jefe de Estado de Irán. Lo ha logrado con un mensaje de cambio y esperanza en un país donde abunda el descontento y ahora tiene la misión de cumplir sus promesas en un momento de grandes tensiones.
Cuando el ex ministro de Sanidad y parlamentario de 69 años anunció su candidatura nadie le daba demasiadas opciones y de hecho en su primer acto decepcionó a muchos con su promesa de lealtad al líder supremo de Irán, Ali Khamenei.
Su elevada edad, poco conocido, un electorado cansado de los pocos avances logrados por los reformistas en sus años de gobierno, todo estaba en su contra.
Y, sin embargo, ha ido ganando peso y adeptos con un mensaje moderado de acercamiento a Occidente, críticas al velo y miedo a los ultraconservadores.
El reformista -bloque político que busca cierta apertura- logró un 53.6% de los votos frente al ultraconservador Saeed Jalili con un 44.3%, en unas elecciones con una baja participación, muestra del desencanto popular en el país.
Sucederá al ultraconservador Ebrahim Raisi, quien murió en un accidente en mayo, bajo cuyo mandato aumentó la represión política y social.
Le ha ayudado que no tiene escándalos de corrupción en su contra y se ha labrado una imagen de honestidad, algo que remarcaron a EFE docenas de entrevistados durante la campaña.
Ha admitido que el presidente tiene poderes limitados por lo que hay políticas que no podría cambiar, aunque quisiera.
Su lema electoral es ‘Para Irán’, que evoca el título del himno de las protestas desatadas por Masha Amini tras ser detenida por no llevar el velo islámico en 2022, y cuyo autor Shervin Hajipour fue condenado a casi cuatro años por ello.
En sus mítines hombres y mujeres han compartido espacios, muchas chicas no usaban velo y se ha entonado “mujer, vida, libertad”, el lema de las protestas.
Se trata de una causa que el médico abrazó en su momento: “Es inaceptable que la república Islámica arreste una joven por el hiyab y devuelva su cadáver a su familia”, dijo en 2022.
Poco después, sin embargo, alertó contra protestar contra Khamenei. Es decir, no es un opositor.
Durante la campaña ha reconocido una y otra vez el hartazgo de los iraníes y ha culpado a la clase política. “La población está descontenta por nuestro comportamiento”, ha dicho, un mensaje que ha calado en cierta parte de la población.
Acercamiento a Occidente
El reformista ha insistido en que es necesario que Irán se acerque a Occidente por su propio bien, para sanar la economía y desactivar las fuertes tensiones regionales.
Una postura que ha subrayado con la participación en su campaña del ex ministro de Exteriores Mohamed Yavad Zarif, quien goza de un estatus de estrella del rock entre muchos iraníes y que negoció el acuerdo de 2015, que limitaba el programa nuclear a cambio del levantamiento de sanciones.
Todo el bloque reformista le ha apoyado con los ex presidentes Mohamed Jatamí (1997-2005) y Hasan Rohaní (2013-2021) a la cabeza, grupo político que fue vetado en las presidenciales de 2021.
Y de hecho ha presentado su hipotético gobierno como un “tercer mandato” de Jatamí, el primer presidente reformista que insufló a Irán ciertos aires de apertura, y con quien entró en política en el año 2000 como ministro de Sanidad.
Nacido en la ciudad de Mahabad, en Azerbaiyán Oriental, de padre azerí y madre kurda, no estuvo implicado en la Revolución Islámica de 1979 más allá de cierto activismo estudiantil.
En 1980 abandonó la Universidad de Medicina de Tabriz para unirse como voluntario al Ejército iraní en la guerra contra Irak, un sangriento conflicto que se extendió hasta 1988, año en que regresó a los estudios y se especializó en cirugía cardíaca.
Devoto religioso, se dedicó también a la enseñanza del Corán, además de como profesor de medicina una vez que se licenció.
Tras ejercer de ministro de Sanidad con Jatamí, regresó a la política en 2008 como parlamentario y ejerció como vicepresidente del Parlamento desde 2016 hasta 2021.
Tras sorprender en las elecciones se enfrentará como presidente a un Parlamento ultraconservador, lo que le dificultará cumplir con sus promesas electorales.

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