Por Arturo Esteban Martínez– www.lisanews.org
El alto el fuego es constantemente violado por ambas partes, creando un entorno hostil que incita a nuevos episodios violentos. El conflicto se muestra reticente y con pocos indicios de terminar en el corto plazo.
Los actores implicados cuentan con diversos intereses, pero casi ninguno pasa por terminar las hostilidades. Se ve probable el comienzo de una nueva guerra en el medio plazo para enlazar Azerbaiyán con el enclave de Najicheván.
En la mañana del 13 de febrero de 2024 se produjo un tiroteo que se saldó con la muerte de cuatro soldados armenios. Esto ocurrió un día después de otra escaramuza en la que el Ministerio de Defensa de Azerbaiyán reportó que un soldado propio fue herido. Esta situación se lleva repitiendo meses desde que terminó la última campaña azerí del 19 de septiembre, en lo que parece una espiral de conflictos encadenados sin vistas a un final y con la posibilidad de una nueva campaña con el objetivo de invadir parte del territorio armenio.
Los orígenes del conflicto se remontan al desmembramiento de la Unión Soviética, cuando la República de Artsaj quedó bajo el control efectivo de Armenia, a pesar de estar situada geográficamente dentro de Azerbaiyán, contando además con una mayoría étnica descontenta. En 1988 comenzó la Primera Guerra del Alto Karabaj, donde Armenia se aseguró el control de los territorios circundantes de la República de Artsaj, estableciendo un corredor entre Armenia y la República. Ambos bandos llevaron a cabo entonces limpiezas étnicas en sendos territorios, resultando en un gran éxodo demográfico.
En 2007 se alcanzaron los Acuerdos de Madrid, que buscaban devolver las tierras circundantes a Azerbaiyán, aunque Armenia no llegó a cumplir nunca estos acuerdos alegando que sería difícil defender un territorio sin frontera contigua.
Desde entonces, la estrategia de Armenia consistió en mantener el conflicto estancado, ya que su posición empeoraba progresivamente en comparación con Azerbaiyán. La disminución demográfica, el envejecimiento de la población, bajo PIB y capacidades militares debilitadas la colocaron en una posición desfavorable. Armenia pasó de tener unas fuerzas armadas profesionales con medios de origen soviéticos modernos a finales del siglo pasado, a no ser capaz de llenar los cupos de tropa en los últimos años. Rusia también tenía motivos para evitar un nuevo conflicto por la amenaza de la expansión de la esfera de poder de Turquía hacia los países túrquicos del Cáucaso y de Asia Central.
En respuesta al incumplimiento de los acuerdos, Azerbaiyán lanzó un ataque en 2016 contra una serie de posiciones, empleando nuevos y disruptivos recursos como drones armados y artillería de cohetes guiados de largo alcance.
Tras esta escaramuza, Azerbaiyán aumentó la diferencia armamentística con su vecino, siendo remarcable la compra de sistemas de última generación a Turquía, que comenzó a apoyar asiduamente a su aliado túrquico con el objetivo estratégico de reducir su dependencia energética de Rusia, además de expandir su propia esfera de influencia.
Segunda Guerra del Alto Karabaj
Cuatro años después, en medio de crecientes tensiones, ambos Estados realizaron una serie de grandes ejercicios con sus Estados «patrocinadores». Armenia los realizó con Rusia y Azerbaiyán hizo lo propio con Turquía.
Fue entonces cuando, a finales de septiembre de 2020, Azerbaiyán inició la Segunda Guerra del Alto Karabaj atacando sobre las posiciones ocupadas por Armenia, destacándose el uso extendido de drones armados como el Bayraktar TB2, junto con las municiones merodeadoras que permitieron un rápido avance terrestre mientras que la artillería de cohetes batía las posiciones armenias más alejadas sin preocuparse del fuego contrabatería. Turquía apoyó a Azerbaiyán en su esfuerzo de guerra, proveyéndole del asesoramiento necesario para que ellos mismos consiguieran una fácil victoria. Parte de la ayuda más significativa fue el envío de mercenarios sirios pertenecientes al Ejército Nacional Sirio. También es relevante la postura de Israel, que le vendía armamento a Azerbaiyán.
Rusia adoptó una posición de neutralidad activa, buscando mantener el statu quo y marcando líneas rojas para proteger sus propios intereses. Tras llamamientos al cese de hostilidades, la guerra concluyó sorpresivamente en noviembre de 2020, en un momento en el que Azerbaiyán podría haber proseguido su campaña sin grandes dificultades. Es una posibilidad que prefirieran sentarse a negociar antes de llamar demasiado la atención en el panorama internacional, evitando así posibles sanciones. Por su parte, Armenia y Artsaj acogieron gratamente la finalización de la guerra por el miedo de perder más territorio, sumado a la presión de Rusia e Irán por finalizarla.
El acuerdo de paz se firmó el 9 de noviembre de 2020, con Rusia desempeñando el papel de intermediario y obteniendo una notable victoria diplomática. Entre las cláusulas acordadas, se destacaba el fortalecimiento de la misión de mantenimiento de la paz en la región, asegurando así la presencia y la influencia continuada de Rusia en la zona. Sin embargo, el logro más significativo para Rusia fue limitar, hasta cierto punto, la creciente influencia de Turquía en la región.
Tras este acuerdo, se sucedieron múltiples combates de pequeña intensidad en puestos fronterizos, donde cada cierto tiempo ambos bandos iban sufriendo bajas. Además, Azerbaiyán efectuó un bloqueo a la República de Artsaj que duraría unos 10 meses, cortando el corredor de Lachin. Esta situación creó una emergencia humanitaria, ya que negaba el acceso a recursos básicos como la comida, el agua o la electricidad, forzando así a los armenios que allí vivían a huir progresivamente a Armenia, en lo que se podría calificar como un «genocidio silencioso».
Ofensiva del 19 de septiembre de 2023
Tras tres años repitiéndose esta situación, el 19 de septiembre de 2023 Azerbaiyán lanzó una ofensiva a gran escala sobre el territorio de la República de Artsaj, violando el alto el fuego firmado el 9 de noviembre de 2020.
Según un comunicado del Ministerio de Defensa Azerí publicado el 19 de septiembre, Bakú alegó que se inició esta ofensiva tras múltiples provocaciones por parte de las fuerzas armadas armenias, tales como el minado del territorio del Karabaj, el establecimiento de puestos defensivos y la movilización de medios y vehículos de combate. Aunque se le da más énfasis a las múltiples intrusiones dentro del territorio azerí para realizar acciones de subversión y terroristas. En el comunicado se expresa además que el contingente de la misión de mantenimiento de la paz rusa y el centro de monitoreo turco-ruso fueron debidamente informados sobre las medidas, aunque el ministerio de defensa ruso negó la veracidad de esta última afirmación, alegando que se les notificó unos minutos después de empezar la operación.
Esta vertiginosa ofensiva duró solo dos días, aunque se saldó con unas 200 bajas en cada bando, así como cinco militares rusos de la operación de paz, que fueron abatidos por accidente por parte de Azerbaiyán.
Más tarde, se anunció el acuerdo de alto el fuego. En este acuerdo se preveía desarmar completamente a la República de Artsaj, obligar a las fuerzas armadas armenias a retirarse del territorio y a desmantelar a las distintas milicias pro armenias. También se acordó el desmantelamiento de la República de Artsaj para el día 1 de enero de 2024, otorgando todo el territorio a Azerbaiyán, lo que provocó un éxodo masivo de los armenios que aún vivían ahí.
Desde entonces se han seguido viendo rupturas del alto el fuego por parte de ambos bandos, llegándose a contabilizar varias víctimas.
Intereses de los actores
En este conflicto hay muchos actores y alianzas involucrados con intereses muy distintos entre sí.
Azerbaiyán es el Estado que está propiciando esta situación de pequeños conflictos intermitentes. Sus intereses han pasado de unos mínimos en 2016, que era arrebatar a Armenia el territorio circundante de la República de Artsaj, a invadir parte de la República en 2020, a acabar con su existencia en 2023. Esta estrategia que se basa en la consecución de pequeños objetivos a lo largo del tiempo, se conoce como «tácticas salami».
Esta faceta de los conflictos híbridos trata de evitar los efectos negativos que traería emprender una guerra a gran escala en un momento determinado, consiguiendo así que ni la comunidad internacional ni terceros Estados se vean obligados a intervenir, ya sea directamente o mediante sanciones. Además, Azerbaiyán es consciente de que Europa no se puede permitir perder otro proveedor de gas natural. Al no haber cesado las hostilidades, es esperable que Azerbaiyán tenga aún una serie de objetivos por cumplir, siendo uno de los más esperados la creación de un corredor terrestre que atraviese el territorio soberano de Armenia para unir el territorio principal azerí con el enclave del Najichevan.
Armenia, por su parte, es el gran perdedor. Aunque el territorio de la República de Artsaj fuera reconocido internacionalmente como azerí, su pérdida ha resultado ser un gran golpe para el país, sucediéndose grandes revueltas por la pérdida de cada conflicto y suponiendo la asimilación de todos los armenios del territorio perdido, un coste difícil de cubrir.
Por lo tanto, el objetivo de Armenia ha sido siempre el de mantener su territorio. Eso ha sido imposible tras la pérdida de población y decrecimiento económico en comparación con su vecino. Además, las fuerzas armadas fueron descuidadas, por lo que en cuanto el enemigo vio que podía ganar más de lo que podía perder, empezó a emprender las ofensivas. En cuanto a su relación con Rusia, cada vez va a peor. Armenia ha descubierto que Rusia es un aliado poco fiable al sentirse traicionados por su inactividad, llegando a congelar su participación en la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (CSTO), el equivalente del espacio post-soviético de la OTAN. Para sustituirlo, Armenia se ha estado acercando a Occidente, siendo notables la visita de Nancy Pelosi y el acercamiento a Francia.
El tercer actor con más importancia en este conflicto es Rusia. Hasta antes de la invasión de Ucrania en 2022 se sobreentendía que Rusia sería siempre el regidor del espacio post-soviético. Sin embargo, no ha tenido un papel más que el de mediador, así como de vendedor de armamento a ambos bandos. Hasta 2020, Rusia siempre mantuvo que la línea roja estaba en el caso de que Azerbaiyán invadiera territorio armenio, ya que se podría activar el artículo 4 de la CSTO, por el que si uno de los miembros sufre una agresión, los demás deben acudir en su defensa. Aunque con ciertas excepciones, esto se respetó hasta 2022.
Tras la invasión de Ucrania, Rusia se vio incapaz de hacer frente a sus obligaciones en su área de responsabilidad. Es por esto que Azerbaiyán, calculando que Rusia no tiene capacidad ni interés en involucrarse en una guerra por Armenia, lanzó la ofensiva de 2023, incluso permitiéndose el error de abatir a soldados rusos. También hay que tener en cuenta que la inacción rusa puede deberse a un castigo hacia Armenia por su acercamiento a Occidente, aunque teniendo en cuenta otros casos como la inactividad respecto a las hostilidades entre Kirguistán y Tayikistán da a entender que, en efecto, Rusia no quiere abrir más frentes.
El actor disruptivo es Turquía. En los últimos años, han desarrollado una visión de la política exterior singular, que está caracterizada por el Neo-Otomanismo, que trata de expandir la esfera de influencia, extendiéndose en todas las direcciones. En este caso, es relevante su expansión por Asia central, con el objetivo de aglutinar a los países de herencia túrquica y conseguir arrebatar este espacio a las potencias que tradicionalmente han tenido más poder, como Rusia e Irán. A Turquía le ha salido bien la jugada, ha conseguido que Azerbaiyán consiga más poder en la región y además está ganándose el favor de Rusia, ya que las negociaciones entre estos dos países están siendo esenciales para la consecución de la guerra en Ucrania.
Irán, por su parte, en un principio parecía que sería un actor de gran relevancia en el conflicto, aunque según han ido pasando los años su papel ha ido disminuyendo. Su apoyo a Armenia resulta comprensible para poder limitar la influencia turca e israelí en la región, aunque se ha limitado a pequeñas ventas de armamento y es esperable que también hayan compartido inteligencia. También han tratado de provocar en reiteradas ocasiones mediante diversas publicaciones en redes sociales.
Occidente se vio apartado en un principio del conflicto, debido a que a ningún actor le convenía la irrupción de nuevos contendientes en una región ya saturada, aunque según ha ido pasando el tiempo, Armenia ha ido buscando apoyos externos y ha encontrado a Francia.
Francia se caracteriza por ser uno de los países de la Unión Europea que se toma más en serio la política exterior, y siempre busca tener un rol importante en cada conflicto, como lo fue la disputa entre Grecia y Turquía o la antesala de la invasión de Ucrania.
En un principio, Armenia se ha acercado a Francia para adquirir armamento y comenzar a cerrar la gran brecha que tiene con Azerbaiyán. Por ahora, Armenia ha adquirido misiles antiaéreos a la empresa MBDA, municiones de artillería y sistemas antidron. En una visita del 21 de febrero por parte del primer ministro armenio se reiteró la intención de seguir estrechando vínculos, además de proseguir con el programa de entrenamiento que tiene Francia con los oficiales armenios. Con esta alianza, Francia consigue vengarse de Rusia, que le ha echado de África mediante la construcción de narrativas revisionistas y el empleo de PMCs en sus antiguas colonias.
CONCLUSIONES
Este conflicto es uno más de tantos que dejó la disolución de la Unión Soviética. La situación entre Armenia y Azerbaiyán es un desastre humanitario cuya solución no está a la vista. Los diversos actores implicados tienen sus propios intereses y casi ninguno tiene intención de terminar con esta situación.
Analizando todos estos sucesos, se puede deducir que Azerbaiyán está saliendo victoriosa de cada objetivo que se propone. La consecución de pequeños logros disipa la posibilidad de que la comunidad internacional responda de forma contundente, por lo que se puede concluir que se ve probable que Azerbaiyán emprenda una nueva campaña para establecer un corredor terrestre con la provincia de Najicheván.
Sin embargo, resulta confuso establecer cuando se podría dar. No se espera que sea en el futuro cercano porque no hay indicios de que se esté constituyendo una fuerza para comenzar el asalto.
Además, normalmente las ofensivas se han dado siempre en septiembre. También es entendible la elección de esta fecha, debido a que suele coincidir con un momento en el que el invierno está próximo, por lo que dificulta el rango de acción de posibles sanciones y además no solía haber grandes competiciones deportivas, por lo que el país no estaba en el punto de mira. Este último punto es realmente importante, teniéndose como precedente que Rusia esperó al penúltimo día de los Juegos Olímpicos de Invierno para comenzar la invasión de Crimea de 2014. Este año el Gran Premio de Fórmula 1 de Bakú es el 15 de septiembre, por lo que se ve improbable que la ofensiva se dé antes de esa fecha. Además, lo común sería esperar mínimo un año más, igual que han hecho hasta ahora. No obstante, si Azerbaiyán tiene luz verde para actuar con libertad es en gran medida por la guerra de Ucrania, por lo que deben asegurarse de emprender el ataque antes de que termine, que sería el cisne negro que incapacitaría la ofensiva.