Salmo Responsorial:
Evangelio según San Lucas 1,46b-48.49-50.53-54.
María dijo entonces: “Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz“.
Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.
Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia.
Evangelio según San Juan 1,6-8.19-28.
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.
Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz, sino el testigo de la luz.
Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: “¿Quién eres tú?“.
El confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: “Yo no soy el Mesías“.
“¿Quién eres, entonces?“, le preguntaron: “¿Eres Elías?“. Juan dijo: “No“. “¿Eres el Profeta?“. “Tampoco”, respondió.
Ellos insistieron: “¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?”.
Y él les dijo: “Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”.
Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: “¿Por qué bautizas, entonces, si tu no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?“.
Juan respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia“.
Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.
Homilía del Padre Paul Voisin CR de la Congregación de la Resurrección:
En la clase de Física en el instituto recuerdo que hicimos experimentos con prismas. Fue fascinante ver el rayo blanco de luz entrar en el prisma y la luz ser refractada en todas las paredes del aula en todos los colores del arco iris. Incluso a la edad de dieciséis años, recuerdo que era una fuente de asombro y asombro para mí. Tal vez muchos han visto el mismo resultado manifestado en cristales de candelabros, proyectando los colores del arco iris.
Pensé en este fenómeno cuando leí el evangelio de este tercer domingo de la temporada de Adviento (Juan 1:6-8, 19-28). Juan el Bautista nos dice que él no es la luz, sino que “testifica a la luz”. No deja duda de que alguien más es la luz, y ese alguien es Jesús. Juan no es el Cristo, ni la reencarnación de Elías el profeta que se esperaba que viniera y anunciara la venida del Mesías. Jesús es el Cristo, el Mesías, el tan esperado, el ungido. Una vez más, como en el evangelio de la semana pasada de Lucas, Juan expresa su indigno en relación con el Mesías. Él es la “voz… clamando en el desierto, haz recto el camino del Señor“. John anunció esto con alegría. No estaba celoso de Jesús, pero estaba feliz de hacer su parte preparando el camino para Jesús. Él conocía su misión, y era ser esa “voz” la que testigo “a la luz“.
Nosotros, al igual que Juan el Bautista, reconocemos que no somos la luz, sino que estamos llamados a “testificar a la luz“. Hemos sido iluminados por Cristo. Caminamos bajo su luz. Mientras compartimos esa luz, debemos compartirla con otros. ¡Esa luz refractada a través del prisma -en un arco iris de colores- nos representa! Ese amor y verdad de Dios, revelados en su plenitud a través de Jesús nos llena, y cada uno hacemos que el amor y la verdad se manifieste en nuestra propia manera única e individual. Así como cada uno de los colores son distintos, también lo es nuestra respuesta y nuestra vida fuera de esa luz. Nuestro color del arco iris, cualquiera que sea, complementa y completa el de los otros colores. ¡Sería un triste arco iris de un solo color! Nuestra distinta manera de vivir nuestra vida cristiana y dar testimonio de Jesús no sólo refleja la majestuosidad y el esplendor de Dios, sino que es una fuente de inspiración y aliento para otros. Necesitamos y dependemos el uno del otro. Como seguidores de Jesús necesitamos y dependemos unos de otros. No hacemos justicia al mensaje de Jesús si pensamos que nuestra vida en Cristo es sólo ‘yo y el Señor’ (pon las manos arriba junto a los ojos, como las anteojeras de un caballo). Engañamos al Señor, a otros y a nosotros mismos si pensamos que nuestro testimonio no hace una diferencia, que nuestras palabras y acciones realmente no importan, que pasan desapercibidas. Juan el Bautista no creyó eso, ¡y nosotros tampoco deberíamos!
Este domingo, el tercer domingo de la temporada de Adviento, se llama tradicionalmente Domingo ‘Gaudate’: el domingo de la alegría. Encontramos esa alegría reflejada en la primera lectura del libro del Profeta Isaías (61:1-2, 10-11). Estas famosas palabras de Isaías escuchamos a Jesús hacer eco en los evangelios. ¡Son buenas noticias! Dios está con su pueblo, y nos ha “untado” y nos “enviado” para “traer buenas noticias a los pobres, para sanar a los quebrantados de corazón, para proclamar la libertad a los cautivos y liberar a los prisioneros, para anunciar un año de favor del Señor”. Una vez más, al igual que la luz refractada, todos lo hacemos a nuestra manera única e individual. Los “pobres,… con el corazón roto,… los cautivos” están entre nosotros. Los encontramos de muchas maneras y muchas veces. Les traemos la luz de Cristo cuando compartimos con ellos nuestra victoria sobre el pecado y la muerte, nuestra nueva vida en Jesús. Compartimos la luz de Cristo con ellos cuando nos permitimos ser lo suficientemente vulnerables como para admitir y compartir que éramos “pobres,… con el corazón roto,… y cautivos” – ¡pero ya no están por la gracia de Dios en Jesucristo el Señor!
Nuestro Salmo (Lucas 1:46-50) captura esa alegría, “regocijándonos en nuestro Dios”.
En la Segunda Lectura de la Primera Carta de Pablo a los Tesalonicenses (5:16-24) San Pablo nos dice “Regocíjense siempre. Ora sin cesar. Dad gracias en toda circunstancia”. Él nos asegura que Dios está con nosotros, que hemos recibido el Espíritu Santo, y que debemos ser fieles como Dios es fiel. De hecho, somos gente de alegría.
Esta alegría crece dentro de nosotros mientras anticipamos la celebración del nacimiento de nuestro Salvador, Jesucristo. A medida que la luz de nuestra corona de Adviento crece – esta semana esa alegría simbolizada por la vela rosa – no sólo reconocemos la luz de Cristo creciendo dentro de nosotros, sino nuestra responsabilidad de “testificar a la luz”, y compartir esa luz con el mundo. Nuestra familia y amigos necesitan recibir la luz de Cristo a través de nosotros. Nuestros compañeros de trabajo y compañeros de clase experimentarán la luz de Cristo con nuestras palabras y ejemplo. Debemos ser testigos de la luz, como lo fue Juan el Bautista. ¡Vamos a ser la luz de Cristo! ¡Seamos esa luz con alegría esta temporada de Adviento, y hagamos grandes cosas por Dios!
Democracia, Constitución y superación de la crisis
El documento, fruto del diálogo de los Obispos reunidos en su 128ª Asamblea Plenaria la semana pasada, enfatiza el valor de la democracia y la necesidad de una participación informada de todos en el proceso constitucional. En el texto, los pastores abogan por superar la crisis política y social a través del diálogo, acuerdos y renuncias legítimas en vistas a lograr el bien común. “Resulta evidente que un texto constitucional no resolverá de inmediato las dificultades que hoy padecemos, pero sea cual sea el resultado del próximo plebiscito, es necesario que nos dispongamos con más decisión a avanzar juntos, abordando con premura los urgentes desafíos sociales y políticos que Chile tiene, más allá de nuestras legitimas diferencias y pluralidad de miradas”, recalcan.
Valores esenciales y pluralidad de opciones
Los obispos ofrecen su palabra para iluminar el discernimiento de cada ciudadano, no desde una opinión técnico-jurídica o político-partidista, sino desde los principios y valores de la Doctrina Social de la Iglesia, fundada en la Palabra de Dios: “Sus principios esenciales son: el respeto de la dignidad de la persona humana, la primacía del bien común, la subsidiariedad y la solidaridad; mientras que sus valores fundamentales son: la verdad, la libertad, la justicia, la paz y la caridad”.
Desde allí, los Obispos señalan que “desde estos principios y valores, no observamos objeciones éticas determinantes en la propuesta constitucional, lo que significa que es legítimo que ante las soluciones y normas que ella contiene, pueda haber en la ciudadanía posturas diversas y plurales”.
Vida, familia, educación y libertad religiosa
Entre algunos aspectos esenciales, se refieren al derecho a la vida, en el que la propuesta constitucional expresa que “la ley protege la vida de quien está por nacer” (en vez “del que está por nacer”). Los Obispos señalan que con el “quien” se hace un reconocimiento más explícito de la persona humana desde el momento de su concepción y se establece “un resguardo más riguroso ante eventuales proyectos de leyes que pretendan promover el aborto libre”.
Destacan los principios que buscan un fortalecimiento de la familia y las normas sobre el derecho a la educación, recordando que la propuesta adopta un sistema de provisión mixta de educación “siguiendo criterios de razonabilidad y sin discriminaciones arbitrarias, todo lo cual fortalece el principio de la libertad de enseñanza”, sin “que el Estado renuncie a las funciones que le son propias, pues se le impone la obligación de fortalecer el sistema público en todos los niveles”.
Respecto de la libertad religiosa, los obispos consideran que las normas de la propuesta “son un aporte a la vigencia de este derecho fundamental, ahora explicitado constitucionalmente”.
Estado social y democrático de derecho
El mensaje episcopal aborda el amplio tema de los derechos sociales, señalando que la Constitución debe referirse a la salvaguardia de los mismos y que “es legítimo que surjan inquietudes sobre cómo la propuesta que será plebiscitada custodia el acceso a ellos”. Por lo mismo, invita a hacer un discernimiento: “Un aspecto fundamental para el país y también para la vivencia de la fe cristiana, es preguntarse cómo la propuesta constitucional orienta y da un marco jurídico para la construcción de una sociedad más justa, a través del ejercicio de los derechos sociales reconocidos constitucionalmente, preocupación ciudadana que ha estado en el origen del proceso constitucional”.
Los Obispos exponen el texto de la propuesta: “el Estado de Chile es social y democrático de derecho” y le corresponde promover “el desarrollo progresivo de los derechos sociales, con sujeción al principio de responsabilidad fiscal y a través de instituciones estatales y privadas”, destacando la importancia que tienen para la Iglesia los principios de la solidaridad y la subsidiariedad, explicitados en el proyecto. Asimismo, destacan el verdadero sentido que ha de tener el desarrollo, a la luz de palabras del Papa Francisco en su Encíclica Fratelli Tutti: “el desarrollo no debe orientarse a la acumulación creciente de unos pocos, sino que tiene que asegurar los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos. El derecho de algunos a la libertad de empresa o de mercado no puede estar por encima de los derechos de los pueblos, ni de la dignidad de los pobres, ni tampoco del respeto del medio ambiente, puesto que quien se apropia algo es sólo para administrarlo en bien de todos”.
Derecho a la salud y a la seguridad social
Entre los diversos derechos sociales, el Episcopado se refiere en particular a lo propuesto en materia de salud y seguridad social, instando a los ciudadanos a evaluar cómo la propuesta aborda estos aspectos desde la libertad individual y el principio de solidaridad.
Sobre el sistema de salud se señala que: “el discernimiento de cada ciudadano buscará apreciar la verdadera capacidad de lo propuesto, para integrar, a la vez, el respeto a la libertad individual y el principio de solidaridad, y llegar así a un sistema de salud que permita a todos, pero especialmente a los más pobres y vulnerables, acceder realmente a las atenciones necesarias, tanto en la salud primaria como en la de mayor complejidad”.
Respecto de la seguridad social se dice que “cada uno buscará apreciar de modo informado, si las normas propuestas integran suficientemente el principio de la solidaridad y pueden hacer posible acceder a pensiones suficientes, especialmente respecto de las personas que hasta ahora han tenido pensiones muy bajas y muchas veces verdaderamente indignas”.
El desafío de una mejor política
El documento episcopal se refiere al desafío que tenemos como país de mejorar la política como un servicio al prójimo y la necesidad de recuperar valores democráticos fundamentales: “A todos nos compete mejorar la política, para que sea un verdadero oficio de amor y servicio al prójimo, que es la esencia de la persona humana. Necesitamos recuperar los valores más altos de nuestra vida democrática, que son los que han orientados a nuestra nación en su desarrollo institucional, y que tienen su centro en el reconocimiento de una verdadera diversidad y pluralidad, y en la búsqueda del bien común”.
Finalmente, se hace un llamado a cuidar y amar la patria, recordando la importancia de abandonar individualismos para trabajar por el bien común: “La Patria no se le inventa, se la cuida y se la ama. El momento presente es un fuerte llamado a abandonar los individualismos, para ponernos al servicio de los demás, especialmente los más abandonados de nuestra sociedad”.
Al concluir su mensaje, los pastores invocan a Dios y a la Virgen del Carmen para guiar la construcción de una nación basada en la fraternidad, la solidaridad y las enseñanzas de Jesucristo.
Fuente: Comunicaciones CECh.