Doris Reisinger, sobreviviente de abuso y ex monja, habla en una conferencia de prensa en Roma el 19 de febrero de 2019. (CNS/Paul Haring)
Por Doris Wagner Reisinger- National Catholic Reporter.
Mientras los jesuitas y el Dicasterio para la Doctrina de la Fe del Vaticano evitaron hacer comentarios sobre el caso, algunos blogs italianos informaron que Marko Rupnik, una estrella carismática en ciertos círculos, había sido acusado de abusar espiritual y sexualmente de mujeres consagradas de la Comunidad de Loyola, una comunidad religiosa que había cofundado en Eslovenia a principios de la década de 1980.
Muchos más casos que involucran a mujeres jóvenes, en particular a mujeres religiosas, y a las fundadoras de sus comunidades. Desde este ángulo, Marko Rupnik aparece como uno más en una larga y ignominiosa línea de fundadores que resultaron ser abusadores en serie, incluidos Josef Kentenich, Marie-Dominique Philippe, Gérard Croissant y Jean Vanier, por nombrar solo algunos de los casos más destacados.
Hay muchos más casos que involucran a fundadores de comunidades menos conocidas como Thierry de Roucy, sacerdotes como Robert Meffan, o miembros de comunidades religiosas más pequeñas.
¿Cómo definiría el abuso espiritual?
Doris Wagner Reisinger: Defino el abuso espiritual como una violación de la libertad espiritual de una persona, en términos de Gaudium et Spes: Una violación del “núcleo y santuario más secreto” donde una persona “está a solas con Dios, cuya voz resuena en sus profundidades“. Por su misma definición, cualquier acto de fe debe ser libre. Si un acto no se origina del libre albedrío de una persona, sino simplemente de su falta de alternativas, o peor aún, de la manipulación, la coerción o la violencia, es evidente que no es un acto de fe. Para que sea un acto de fe, debe realizarse libremente, en primer lugar.
Por “gratuito” quiero decir: La persona que lo realiza realmente lo quiere, sabe lo que está haciendo y podría igualmente abstenerse de hacerlo, sin tener que temer ninguna forma de presión o vergüenza. Desafortunadamente, este principio teológico fundamental no siempre se respeta, ni siquiera en las órdenes religiosas. En cambio, las personas, incluidos hombres y mujeres religiosos, son presionadas o presionadas más o menos sutilmente para realizar ciertos actos de fe. Eso no solo es absurdo, es abuso espiritual. Y puede tener graves consecuencias, no solo para las personas que experimentan ese tipo de abuso, sino también para las comunidades en las que el abuso espiritual es rampante, y para la iglesia, si lo tolera.
¿Cuáles son los signos clásicos de abuso espiritual? ¿Cómo sabría una persona?
Doris Wagner Reisinger: Un signo clásico es la mezcla del área externa (forum externum) y la interna (forum internum). Si la misma persona ocupa una posición de liderazgo en el área externa y tiene autoridad espiritual sobre los miembros de su comunidad, esto es una bandera muy roja: frente a un director espiritual que es al mismo tiempo su superior, la libertad interior de una hermana se ve seriamente limitada. Por lo general, esto va de la mano con la prescripción de directores espirituales o confesores y la compulsión de revelar regularmente su conciencia a sus superiores.
Otros signos de abuso espiritual incluyen una atmósfera espiritual extremadamente emocional o una especie de uniformidad espiritual, en la que muchas personas parecen tener exactamente las mismas experiencias espirituales y usan literalmente las mismas frases para describirlas, mientras que las personas que no tienen estas mismas experiencias parecen tener ser deficientes y están siendo avergonzados. Otro signo alarmante es la dependencia que desarrollan las personas cuando sufren abuso espiritual: bajo la influencia de su abusador, cambian radical y rápidamente y se vuelven completamente dependientes de él o ella y de las “cosas espirituales” que reciben de esta persona. Mientras que toda espiritualidad sana y nutritiva lleva a las personas a una mayor libertad y estabilidad interior, las personas que sufren abusos espirituales se vuelven dependientes, a veces ansiosas y escrupulosas.
Sospechas de la investigadora Alexandra von Teuffenbach
En el transcurso de sus investigaciones sobre el jesuita neerlandés Sebastián Tromp (1889-1975), que fue entre otros cargos secretario de la Comisión Teológica del Concilio Vaticano II, la historiadora Alexandra von Teuffenbach se encontró con un dossier concerniente a una visita canónica efectuada en 1951 por Roma a la sede del movimiento de Schönstatt. Una de las consecuencias de esta inspección fue un decreto del Santo Oficio que ordenaba al padre Kentenich separarse del movimiento que él había fundado y sobre todo de sus religiosas. En 1965, el papa Pablo VI levantó la sanción que pesara sobre el fundador, permitiéndole retornar a Alemania donde murió tres años después, en 1968.
El motivo de este alejamiento no figuraba en el decreto de la Santa Sede, pero el dossier del padre Tromp, puesto al día por la historiadora, hace referencia explícitamente a un caso de abuso sexual y abuso de poder cometidos sobre religiosas del movimiento.
Las autoridades de la obra Schönstatt niegan dichas acusaciones y han expresado apertura y compromiso en el proceso de aclarar las afirmaciones de la historiadora. La diócesis de Tréveris, en la cual se encuentra la causa de beatificación, informó en julio del 2020 que una comisión de historiadores avanzará en este proceso ahora que el archivo del Santo Oficio ha sido puesto a disposición.
Fuente: Wikipedia.
La diócesis de Tréveris suspende el proceso de beatificación del padre Kentenich, fundador de Schoenstatt
Por JOSÉ IGNACIO RIVARÉS- www.cope.es
La diócesis alemana de Tréveris ha decidido suspender el proceso de beatificación del alemán Josef Kentenich (1885-1968), fundador del movimiento internacional Schoenstatt, presente hoy en más de 110 países. Así lo anunció la propia sede germana el 3 de mayo en una nota que confirma que la decisión tiene como trasfondo «las denuncias de abusos que se hicieron públicas en 2020». Estas fueron plasmadas por la historiadora de la Iglesia Alexandra von Teuffenbach en un libro titulado Vater darf das (El Padre puede), de octubre de ese año. En él, y gracias a la documentación recopilada, Von Teuffenbach acusaba a Kentenich de manipulación sistemática, abuso de poder y agresión sexual.
La decisión ha sido adoptada por el obispo Stephan Ackermann, responsable del proceso en su fase diocesana, toda vez que el fundador falleció el 15 de septiembre de 1968 en el santuario de Schoenstatt, ubicado en su jurisdicción. La causa había sido abierta en 1975.
La decisión -adoptada tras consultar con la Congregación para las Causas de los Santos- supone la suspensión de los trabajos, no el cierre definitivo de la misma. Si más adelante se respondiera satisfactoriamente a todas las preguntas abiertas, «no se excluye que se pueda reanudar el procedimiento», ha explicado el prelado.
La diócesis indica que las acusaciones que recoge el proceso se investigaron con los medios que había disponibles en ese momento. «Las publicaciones de 2020 dejaron claro que los enfoques anteriores no eran suficientes. Después de la apertura de los archivos del Vaticano (hasta el final del pontificado del Papa Pío XII en 1958), se dispone de documentos que antes no podían ser incluidos en la investigación diocesana», aclara.
También desvela que, tras las revelaciones de 2020, el obispo Ackermann ordenó que un exfiscal general revisara una acusación de abusos formulada contra Kentenich por un ciudadano estadounidense en los años noventa, aunque esta ya había sido investigada por la Iglesia de aquel país. La persona en cuestión denunció que el fundador de Schoenstatt había abusado sexualmente de él entre los años 1958 y 1962.
Las explicaciones del obispo
«Las discusiones de los dos últimos años -afirma Ackermann- han demostrado que existe la necesidad de una investigación profunda sobre la persona y la obra de Josef Kentenich». Y esa investigación ha de hacerse desde fuera. Ahora mismo, todo es «un rompecabezas» que no se puede armar en el marco de una causa de beatificación. Se necesita «una investigación libre y transparente» y efectuada «de forma independiente», pues «hay preguntas sin respuestas», cuestiones que no se pueden aclarar en este marco.
El obispo dice ser consciente de que la suspensión del procedimiento «es un paso doloroso para la familia de Schoenstatt». Pero subraya que ello no significa que se haya emitido un juicio sobre la vida y la obra del fundador, ni mucho menos que se cuestione el movimiento internacional. «Es importante que diga -aclara en una entrevista en el portal katholisch.de– que la suspensión del proceso de beatificación no es un veredicto negativo sobre el trabajo global de todos los involucrados en los diversos grupos e institutos del movimiento Schoenstatt. Las familias, los jóvenes, las muchas mujeres y hombres viajan en nombre del Evangelio y dan testimonio del Señor de la Iglesia».
Comunicado de Schoenstatt
Tras serle notificada, la Presidencia General de la Obra Internacional de Schoenstatt ha recibido la decisión del obispo Ackermann como «un impulso» para seguir trabajando.
«Nuestra búsqueda de una auténtica vida cristiana contemporánea que ayude a dar forma a la Iglesia y a la sociedad es la mejor manera de mantener vivo al Padre Kentenich en su significado para hoy. Cuando antes se requería moderación y discreción por consideración al proceso de beatificación en curso, las preguntas y conclusiones ahora se pueden tratar y comunicar con la apertura necesaria. Las consideraciones sobre el alcance de la investigación continuarán en curso», dice en un comunicado.
Críticas de Von Teuffenbach
Alexandra von Teuffenbach, por su parte, ha dicho que, en su opinión, el padre Kenterich «no es una persona venerable en el sentido católico», y que el obispo Ackermann debería hacer adoptado esta medida hace ya dos años. «Las deficiencias son demasiado graves y no deben ocultarse. Como historiadora y católica, es mi deber llamar la atención sobre esto. Sin duda creó algo grande, pero también lo hizo el fundador de Apple, Steve Jobs. Y yo tampoco lo beatificaría», ha declarado a la agencia KNA.
Von Teuffenbach señala asimismo que tiene previsto escribir un segundo libro que tratará específicamente sobre el exilio de Kentenich en Milwaukee (Estados Unidos), pues «todavía no se sabe todo». Y lamenta que nadie de la diócesis ni de la presidencia de Schoenstatt se haya puesto en contacto con ella en todo este tiempo para recabar más información.
Carta del Cardenal Ratzinger
Por Sandro Magister- Settimo Cielo Diario L’Espresso.
Para nada rehabilitado, como sostienen sus seguidores y partidarios. La Santa Sede no revocó en absoluto, en 1965, las penas infligidas en 1951 al padre Joseph Kentenich, el religioso alemán fundador del Movimiento internacional de Schönstatt, de quien está en curso la causa de beatificación.
El Santo Oficio le permitió solamente volver a Alemania desde el exilio en Estados Unidos, pero continuó prohibiendole que retomara contacto con el Movimiento de Schönstatt y mucho menos que asumiera la dirección.
Es lo que se encuentra confirmado inequívocamente en la carta –traducida en esta página del original alemán– que el cardenal Joseph Ratzinger escribió en 1982 al superior general de los Palotinos, la congregación religiosa a la que Kentenich perteneció originalmente.
Quien republica hoy en Settimo Cielo este documento clave es Alexandra von Teuffenbach, la historiadora de la Iglesia que el pasado 2 de julio anticipó en este mismo blog sus investigaciones en los archivos vaticanos respecto a la visita apostólica al padre Kentenich, ordenada en 1951 por la Santa Sede y que constató sus graves abusos de poder y sexuales, y lo castigó severamente.
Es la misma Alexandra von Teuffenbach quien confronta hoy, en la carta que sigue, la carta decisiva de Ratzinger con las frágiles disculpas que los superiores de Schönstatt continúan haciendo de su fundador:
Estimado doctor Magister,
cuando leí en silencio en varios archivos esos actos que narran abusos de poder, abusos y humillaciones infligidas por el padre Joseph Kentenich a algunas religiosas de su movimiento y decidí anticipar el estudio científico y publicar estos hechos, jamás habría imaginado la reacción de la obra de Schönstatt fundada por él.
De hecho, los superiores del movimiento no sólo niegan los hechos publicados, sino que ni siquiera están doloridos, más aún, ni siquiera se plantean algún problema respecto a su fundador y al dolor que ha causado. Simplemente sostienen, desde el primer comunicado de prensa oficial de la presidencia, que están en conocimiento de todo. Y que al igual que ellos, la diócesis de Tréveris sabe todo. De hecho, en su comunicado del 1 de julio se sostiene que “esas cuestiones han sido también afrontadas y clarificadas en el proceso de beatificación llevado a cabo en 1975”.
Por supuesto, se puede encontrar una justificación para todo y las noticias están llenas de tales casos. ¿Pero realmente la obra de Schönstatt y la diócesis de Tréveris piensan que se puede elevar al honor de los altares, y que se puede tomar como ejemplo para todos los católicos, a un hombre que, aunque con cualidades indudables, ha ido mucho más allá de lo lícito, haciendo sentir disgusto y asco y provocar la fuga de esas monjas desesperadas que tuvieron que someterse a sus métodos?
Por supuesto, se puede encontrar una justificación para todo y la crónica está llenas de tales casos. ¿Pero realmente la obra de Schönstatt y la diócesis de Tréveris piensan que se puede elevar al honor de los altares, que se puede poner como ejemplo para todos los católicos a un hombre que –si bien con cualidades indudables– sin embargo fue mucho más allá de lo lícito, provocando disgusto y asco y causando la fuga de esas religiosas desesperadas que tuvieron que someterse a sus métodos? El que se consideraba un padre teniendo al Padre celestial como modelo, ¿jamás se planteó el problema? ¿Jamás tuvo alguna duda que quizás el obispo y el visitador diocesano, el visitador apostólico, los consultores del Santo Oficio y los cardenales de esa Congregación y, por último, el Papa, podrían haber visto bien? La respuesta es un seco “no”. Con gran soberbia él defiende hasta el final cada una de sus acciones y con el mismo orgullo los miembros del Movimiento no han tenido ninguna duda sobre lo hecho por el fundador ni sobre sí mismos, justificando los abusos con frases que pertenecen francamente a otras épocas en las que se culpabilizaba a la víctima.
Quizás todo se puede resumir con esa respuesta dada por el padre Angelo Strada, postulador de la causa de Kentenich hasta el 2016, cuando justifica al fundador, sosteniendo que también otros santos pecaron. Él dice que la santidad no significa estar exento de errores. “San Pedro renegó de Jesús. San Pablo persiguió a los cristianos. Francisco de Asís tuvo una juventud para nada santa […]. Sólo los ángeles pueden ser sin errores”. Evidentemente, al comparar a estos santos con el padre Kentenich no ve la diferencia: ellos tomaron nota de sus errores y, con la gracia de Dios, cambiaron de vida. Pero el padre Kentenich jamás dio –así lo consignan las biografías– alguna señal de arrepentimiento, a pesar de que la Iglesia, oficialmente, se lo haya pedido muchas veces. ¡Al contrario! Pero san Pedro no es un santo y un ejemplo para nosotros porque ignoró su traición hasta el momento que cantó el gallo: es santo porque reconoció su error, lloró lágrimas amargas y recibió finalmente el perdón de Dios. Y es precisamente la misericordia divina lo que nosotros celebramos también en la vida de Pedro.
En el caso de Kentenich –de acuerdo con los responsables de Schönstatt– los que deberían arrepentirse y llorar amargamente serían, por el contrario, tanto el primer visitador –acusado de mantener relaciones ilícitas con las religiosas que colaboraron con él–, como el segundo visitador, el jesuita Sebastiaan Tromp, acusado de haber tratado con poca sensibilidad a las religiosas que mintieron al primer visitador y que –como quería el fundador– no habían hablado de los “secretos de familia”. Para ellos y hasta hoy el padre Tromp fue incapaz de comprender el verdadero sentido de la pedagogía de Schönstatt, al estar prevenido, incapaz de distinguir las religiosas con mentes enfermas, es decir, a las que tenían algo que decir contra el padre Kentenich, e incapaz de comprender las cartas ampulosas del fundador. Hoy se llega a sostener que el padre Tromp –que era jesuita y vivía en la comunidad de la Pontificia Universidad Gregoriana– no conocía la vida comunitaria y sus dinámicas internas y que, en consecuencia, no podía comprender la relación de las religiosas con el padre Kentenich. Esto puede hacernos sonreír, pero quizás es necesario pensar también en el sufrimiento que el continuo mantenerse en el propio error –denigrando todo y a todos– inflige al prójimo.
El colmo de la defensa del fundador es probablemente esa narración ligada a su retorno a Europa, después de un exilio de 14 años. Si antes del Concilio Vaticano II él –considerado por Schönstatt un precursor incomprendido de esa asamblea– fue exiliado, al final del mismo, cuando finalmente lo que hizo fue considerado lícito (!), fue rehabilitado. Más aún, leemos en las últimas entrevistas que el cardenal Alfredo Ottaviani, alto dignatario del Santo Oficio, entonces totalmente ciego y retirado a una vida privada, habría pedido disculpas por las penas que había infligido a Kentenich. Similares arrepentimientos postconciliares se ponen en boca de personas más conocidas. Quizás es necesario recordar que en la ciencia histórica las fuentes “por haber escuchado” no tienen ningún valor y poco valor tienen también las fuentes privadas, cuando se trata de comprender los hechos. Hay una jerarquía también para todo lo que se refiere a las fuentes.
Una vez más la mitología conciliar golpea. ¿El Concilio habría permitido todo, también el abuso de las religiosas? ¿El Concilio habría considerado lícito que un fundador pudiese presentarse como un Dios-Padre, libre de hacer todo lo que quiere y aplicar cada “método” a sus sometidas, humillándolas a su gusto? El comunicado oficial de Schönstatt del 2 de julio de 2020 habla de un decreto de rehabilitación de 1965 y la existencia de este decreto es afirmado enérgicamente por el actual postulador de la causa de beatificación, el padre Eduardo Aguirre. Su predecesor, el padre Strada, últimamente ha sido más cauto y, contradiciendo el comunicado oficial y al actual postulador, sostiene que no existe tal decreto de rehabilitación, porque en esa época no era costumbre del Santo Oficio promulgarlos. Pero hubo, según él, una rehabilitación “de hecho”, porque el padre Kentenich pudo volver del exilio en Estados Unidos y pudo, con el beneplácito de Roma, reasumir todas las funciones directivas como antes de su primer exilio, en consecuencia, como si jamás hubiese habido alguna medida disciplinaria contra él.
Dudé durante mucho tiempo antes de enviarle hoy una carta del cardenal Joseph Ratzinger, datada en 1982. No es una carta personal, sino una toma de posición oficial, en nombre del dicasterio del que era el jefe, el de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el antiguo Santo Oficio. Y leemos en ella la refutación de muchas declaraciones de Schönstatt, llevadas a cabo durante muchas décadas.
El entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe sostiene que no hubo ningún error en la visita apostólica, no hubo ninguna rehabilitación del padre Kentenich y no hubo ningún permiso para retomar las funciones de jefe de la obra después de su regreso a Alemania. Para decirlo con los términos de la disputa sobre el Vaticano II: ¡aquí está la continuidad absoluta en la Iglesia antes y después del Concilio!
Sin embargo, la carta no es secreta. Fue publicada ya en 1982 en las “Acta Societatis Apostolatus Catholici”, publicadas en Roma, vol. X, p. 601. Le he enviado una fotocopia del original, para no dar lugar a dudas.
Espero que la carta del cardenal que os envío sirva precisamente para lo que fue escrita: para la verdad histórica. Si después se la quiere ignorar deliberadamente, si se quiere insistir en que se trata sólo de malentendidos o si se quiere –quizás a causa del sentimiento antirromano y sin tener en cuenta a las víctimas de la época– continuar en Tréveris con la causa de beatificación, sólo puedo confiar en que en la Congregación para las Causas de los Santos se tendrá en cuenta la verdad histórica como la resumió Joseph Ratzinger en esta carta.
Alexandra von Teuffenbach
SACRA CONGREGATIO PRO DOCTRINA FIDEI
00193 Roma
Piazza del S. Uffizio, 11
2 abril de 1982
Prot. N. 217/50
(In responsione fiat mentio huius numeri)
Rev.mo P. Ludwig Münz, SAC
Rector Generale
Piazza S. Vincenzo Pallotti, 204
00186 Roma
Rev.mo Padre General,
Después de nuestro encuentro personal del 26 de marzo, en el que hablamos del caso del ex palotino Padre Kentenich, así como también de la relación de este caso con el anterior Santo Oficio y con la actual Congregación para la Doctrina de la Fe, nuestro dicasterio, siguiendo nuestras afirmaciones en la carta del 25-5-1981, quiere establecer explícitamente los siguientes puntos para aclarar eventuales inexactitudes históricas:
1. La Congregación no es de la opinión que las contestaciones que el visitador hizo entonces a la doctrina y a la actividad del padre Kentenich, han sido un desagradable error y se han basado en informaciones erróneas.
2. En la sesión del Santo Oficio del 29 de octubre de 1965 no se anuló ninguna de las anteriores decisiones del Santo Oficio que se referían a la doctrina, la actividad y la persona del padre Kentenich; simplemente no se insistió para que el padre Kentenich, al haber regresado a Roma desde Estados Unidos sin el permiso de la Congregación, sino sólo sobre la base de un telegrama interpretado en forma errónea, tuviera que retornar.
3. La Congregación dio su permiso cuando la Congregación de los Religiosos dispensó al padre Kentenich de sus promesas hechas en la Sociedad de Vida Apostólica de los palotinos y le dio el permiso de incardinarse en la diócesis de Münster, pero con la condición de que el padre Kentenich no ingresara al instituto secular de los sacerdotes de Schönstatt y no asumiera la dirección de la obra de Schönstatt.
Con estas aclaraciones, que gustosamente ponemos a disposición, esperamos servir al juicio objetivo de la verdad histórica.
Con cordiales saludos permanezco suyo en Cristo
Joseph Card. Ratzinger
Padre patrón: el fundador del Movimiento Apostólico de Schönstatt abusaba de sus religiosas
La noticia bomba de hoy es que el sacerdote alemán Josef Kentenich, fundador del Movimiento Apostólico de Schönstatt, muerto a los 83 años en 1968 y de quien está en curso la causa de beatificación, en los años ’50 fue reconocido como culpable por la Santa Sede de abusos sexuales contra las religiosas de su movimiento
Quien nos da la noticia con sus detalles, en la carta que transcribimos a continuación, es la investigadora que la ha descubierto, Alexandra von Teuffenbach, ex docente de teología e historia de la Iglesia en la Pontificia Universidad Lateranense y en el Ateneo “Regina Apostolorum”, especialista en historia de los Concilios y editora, entre otras, de la publicación en varios volúmenes de los diarios el Concilio Vaticano II, del teólogo jesuita Sebastiaan Tromp.
Fue precisamente Tromp el visitador apostólico enviado en 1951 por la Santa Sede a Alemania, a la localidad de Schönstatt, para corroborar lo que se temía que sucedía en el naciente movimiento. Con el inmediato efecto que desde Roma un decreto del Santo Oficio ordenó al padre Kentenich separarse de la obra por él fundada y sobre todo de sus religiosas.
Pero en ese decreto no se decían todos los motivos. Pero que Alexandra von Teuffenbach ha encontrado ampliamente documentados en los informes redactados por Tromp en el transcurso de su inspección, conservados en los archivos de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Abiertos hace poco para que los eruditos los consulten, junto a todas las cartas del pontificado de Pío XII, estos informes han sido la mina en la que ha excavado la investigadora.
En 1965 Pablo VI condonó la pena al entonces anciano fundador y le permitió volver a Alemania, donde murió tres años después.
El Movimiento Apostólico de Schönstatt es todavía uno de los más renombrados y difundidos a escala planetaria. Uno de sus últimos superiores generales fue Francisco Javier Errázuriz Ossa, arzobispo de Santiago de Chile desde 1998 al 2010, llamado por el papa Francisco en el 2013 al estrecho círculo de sus cardenales consejeros en el gobierno de la Curia romana y de la Iglesia mundial.
En Wikipedia, la biografía del padre Kentenich tiene el estilo de una hagiografía, en apoyo de su causa de beatificación. Pero naturalmente, después de este descubrimiento, deberá ser reescrita totalmente desde el comienzo:
Muy estimado doctor Magister,
en el transcurso de mis investigaciones llevadas a cabo en varios archivos sobre el jesuita holandés Sebastiaan Tromp (1889-1975), profesor en la Gregoriana, consejero del Santo Oficio y secretario de la Comisión Teológica del Concilio Vaticano II, recientemente me encontré con algunos documentos referidos a una gran obra religiosa.
En los años 1951-1953 Tromp fue efectivamente encargado para llevar a cabo una visita apostólica a Schönstatt, en la diócesis de Tréveris en Alemania, donde se encuentra todavía la sede principal de un amplio y ramificado movimiento, compuesto también por religiosas marianas. Cuando fue fundado por el padre palotino alemán en los años inmediatamente anteriores a la primera guerra mundial, no existía todavía la forma canónica del instituto secular, que la obra asumiría después.
Esta obra pionera, que encontró inmediatamente un alto número de seguidores, fue entonces objeto de una visita apostólica de Roma. ¿Por qué?
Las actas –accesibles ahora gracias a la apertura de los archivos hasta cubrir el pontificado de Pío XII– relatan una anterior visita a las religiosas de Schönstatt ordenada por el obispo de Tréveris, que envió al lugar a su auxiliar Bernhard Stein, desde el 19 al 28 de febrero de 1949. En líneas generales, éste apreció la obra, aunque poniendo en evidencia algunos defectos e irregularidades.
En particular él escribió: “A pesar de la clara visión del gran objetivo educativo y a pesar del alto nivel de cuidado espiritual, parece haber sólo pocas personalidades seguras, con un pensamiento verdaderamente y una verdadera libertad interior, entre los jefes masculinos y las religiosas marianas”.
Y poco después agrego haber encontrado una “insatisfacción interior tan característica de las religiosas marianas, así como también inseguridad y falta de autonomía”.
Basándose en el informe de su auxiliar, el obispo de Tréveris escribió al padre Kentenich, quien contestó, distorsionó y manipuló las disposiciones del obispo, cosa que a este último no le agradó en absoluto.
En este punto la cuestión llegó a Roma y se dispuso una nueva visita apostólica, con el encargo esta vez confiado al padre Tromp.
En el curso de tres años este jesuita fue muchas veces a Alemania y profundizó varios aspectos de la obra, como se deduce del centenar de páginas en alemán y en latín conservados en los archivos.
Pero lo que atrajo mi atención no son los estatutos de la obra, que deben ser reelaborados, sino el grave abuso de poder por parte del fundador en perjuicio de las religiosas, claramente determinado y puesto en evidencia por el visitador romano, como por otra parte ya lo había hecho el visitador local.
La obligación impuesta a las religiosas de confesarse con el fundador –al menos en algunas circunstancias– es sólo un aspecto. Lo que Tromp recoge de los testimonios, de las cartas, de tantos coloquios celebrados, también con el fundador mismo, es indicativo de una situación de dependencia de las religiosas, en alguna manera ocultada por una especie de estructura familiar aplicada a la obra.
Kentenich era el “padre”, el fundador del poder absoluto, con frecuencia equiparado a Dios, tanto que en muchas expresiones y oraciones no se comprende con claridad si éstas están dirigidas a Dios Padre o al fundador mismo. Pero en esta “familia” la “madre” general no tiene ningún poder y todavía menos lo tienen las “hijas”, es decir, las religiosas. Un “padre-patrón” entonces, un ejemplo deslumbrante de lo que probablemente pretende el papa Francisco cuando habla de clericalismo, con el padre y fundador de la obra que se levanta como propietario del alma y del cuerpo de las hermanas.
Esta condición suya se explicitaba también en actos concretos. Las religiosas, mensualmente, debían arrodillarse frente al “padre”, extender sus manos hacia él y darse totalmente a él. El diálogo que se desarrollaba, frecuentemente con la religiosa a solas y a puertas cerradas, era el siguiente:
“¿De quién es la hija?”. Respuesta: “¡Del padre!”
“¿Qué es la hija?”. Respuesta: “¡Nada!”
“¿Qué es el padre para la hija?”. Respuesta: “¡Todo!”
“¿A quién pertenecen los ojos?”. Respuesta: “¡Al padre!”
“¿A quién pertenecen las orejas?”. Respuesta: “¡Al padre!”
“¿A quién pertenece la boca?”. Respuesta: “¡Al padre!”
Algunas religiosas se refirieron también a esta continuación del rito:
“¿A quién pertenece el seno?”. Respuesta: “¡Al padre!”
“¿A quién pertenecen los órganos sexuales?”. Respuesta: “¡Al padre!”.
De este rito se llega al relato hecho en una carta de 1948, transcrita por el padre Tromp, de una religiosa alemana, que en la época de los hechos se encontraba en Chile. El tema de la carta es un abuso sexual. La religiosa cuenta que después de lo que le había sucedido en ocasión de uno de estos ritos no había podido ver más en el “padre” al fundador, sino solamente a un “varón”, diciendo que se había rebelado y sufrido durante un año antes de poder hablar con su confesor al respecto.
Éste no reaccionó, como se habría podido temer, reprochando a la religiosa por su “impureza”. Por el contrario, le dijo que no le daría la absolución hasta que ella no le diera el permiso de denunciar en Roma el comportamiento del padre Kentenich, “porque no comprendía cómo religiosas inteligentes podían participar en estas cosas, pero menos todavía podía comprender al padre”.
La religiosa, en su evidente conflicto interior, llena de vergüenza y miedo, escribió a la madre general en Alemania una carta que ésta última envió con una copia a Kentenich, y tuvo por toda respuesta de la madre la acusación de estar poseída por el demonio. Cuando después el visitador apostólico preguntó a la madre general, ya destituida, si había recibido otras cartas de ese tipo, la madre generala dijo que seis-ocho cartas, que le parecieron menos graves, pero dijo que las había arrojado a la basura.
Todo el clima, todo el ambiente descrito por el visitador es muy sexualizado. Ballets de religiosas en torno al padre fundador, encuentros nocturnos y expresiones ambiguas no son ciertamente lo que se espera en una casa religiosa. Pero después de haber negado inicialmente los hechos, los partidarios de la obra –en primer lugar el general de los palotinos, Woicjech Turowski, porque Kentenich todavía era palotino– consideraron poder justificar todo: el fundador sólo habría ayudado a las religiosas a liberarse de las tensiones sexuales con un “remedio pastoral psicoterapéutico”.
En agosto de 1951 un decreto del Santo Oficio –con confirmación pontificia– alejó al padre Kentenich de su obra, exiliándolo y prohibiéndole todo contacto ulterior con las religiosas. La Iglesia había actuado velozmente y sin fomentar un escándalo público, porque no quería dañar la obra, sino sólo ayudar a las religiosas. Pero centenares de páginas de actas, en los años siguientes, relatan cómo el fundador, que se encontraba en una casa de los palotinos en Milwaukee (Estados Unidos), no se atuvo en absoluto a las disposiciones vaticanas, manteniendo contactos con las religiosas, las cuales –ésta es quizás la cosa más elocuente– no lograron encontrar esa libertad y autonomía que los visitadores habían esperado.
No hubo ningún nuevo comienzo para Schönstatt, porque muchas hermanas prefirieron la fascinación del fundador a las directivas de la Iglesia. Esas religiosas no dejaron jamás de escribir, de denigrar y calumniar no sólo a los visitadores, sino también a las hermanas que habían colaborado con ellos y a los sacerdotes que habían testimoniado contra el padre Kentenich. El Santo Oficio debió intervenir durante muchos años más, al menos durante todo el período cuya documentación es accesible ahora.
Esta es la parte oscura de la historia, pero hay también una parte edificante. Es la curia romana que actuaba bajo Pío XII y que –ciertamente en este caso– llegó a dar lo mejor de sí.
Las actas narran una investigación asidua y meticulosa de la verdad. Son escuchados todos, también los amigos del padre Kentenich, quienes ponen de relieve los méritos de la obra, pero mucho menos la persona misma del fundador. Pío XII, que sigue y aprueba cada paso, considera con mucha atención todo escrito dirigido a él por parte de las religiosas.
Más allá del trabajo realizado como visitador, que parece impecable también a sesenta años de distancia, golpea mucho el modo en el que el padre Tromp se refiere al encuentro con la religiosa abusada, cuando ésta pudo finalmente volver a Alemania. De un jesuita holandés anticuado jamás nos habríamos esperado probablemente este lúcido apunte en latín, que se puede traducir así:
“Dijo casi las mismas cosas que se encuentran en la carta. Agréguese a ello que después no fue molestada jamás por el padre Kentenich. Está siempre ansiosa, por temor a haber obrado mal al manifestar la cosa. Le dije que actuó correctamente y le prohibí tener contacto con el padre Kentenich en persona o por escrito sobre este asunto”.
Esa Iglesia de hoy es tan a menudo culpada por no saber cómo tratar los abusos sexuales, aquí en cambio tiene anticipado los tiempos. Estamos en los primeros años de los ’50, muy lejos de las leyes estatales que protegen a las víctimas de abusos o de una conciencia en la sociedad respeto a la cuestión. Pero la Iglesia Católica procede en el sentido más justo por esas mujeres, pero sin degradarlas publicitando los hechos. En el decreto del Santo Oficio no hay nada escrito respecto a los abusos, pero los hechos cuestionados se los comunica por escrito a las madres superioras, para que puedan aceptar más fácilmente el alejamiento del fundador. Lamentablemente las religiosas no estuvieron en condiciones de acoger esa mano que se había extendido hacia ellos; no lograron –así se deduce de las actas– separarse de ese hombre, así como muchas mujeres no llegan a alejarse de marido que la maltrata y que con frecuencia excusan y defienden.
La historia es mucho más terrible porque, después de tantos años del inicio en 1975, la fase diocesana de la causa de beatificación del padre Kentenich está por cerrarse y ser enviada a Roma. Es por esto que le escribo hoy, muy amable doctor Magister, para hacer pública esta historia, para que cese la veneración de este “padre” y se puedan demoler las numerosas reconstrucciones de verdades alternativas propuestas, como si se tratara solamente de debilidades psicológicas frente a un hombre al mismo tiempo tan carismático, hábil y terrible.
No tenía ganas de guardar silencio, porque como mujer me han brotado las lágrimas al leer esas cartas y como cristiana pienso que sólo la verdad nos hace libres.
Alexandra von Teuffenbach