Por Mariella Balbi– Diario EXPRESO.
Caso 1: Antonio Ramírez, periodista. Hace ocho años fue condenado a dos años de prisión suspendida y al pago de 25,000 soles de reparación civil tras denunciar por corrupción al alcalde de San Juan de Lurigancho. Siete años después sentenciaron al burgomaestre a 19 años de prisión por ese caso. Ramírez tenía razón. Tarde.
Caso 2: Ante un reportaje tendencioso de ‘Cuarto Poder’ contra Keiko Fujimori, vinculándola al narcotráfico antes de la segunda vuelta electoral del 2016, el periodista Hugo Guerra tuiteó: “Poder de cuarta” y opinó sobre la infamia. América Televisión lo denunció. Su caso se verá pronto. Hoy se sabe, por un periodista, que ese reportaje buscaba afectar a Keiko. Perdió la elección.
Caso 3: El exfiscal Chávarry tuvo miles de carátulas en contra. Fue denigrado, difamado por una supuesta vinculación con el caso ‘Los Cuellos Blancos’ y por ejercer su autoridad, destituyendo a dos fiscales parcializados. Se demostró que Chávarry no tiene vinculación con el caso. Fue destituido parcializadamente y su familia está muy afectada.
Hay otras ocurrencias similares. La última es la denuncia del político César Acuña contra el periodista Christopher Acosta, autor del libro “Plata como cancha”. El texto presenta siete situaciones contenciosas para este personaje público, recogidas de lo publicado en la prensa sobre él, entre ellas un tema de violación a menor y el asistir al Servicio de Inteligencia en la época de Montesinos.
El político y excandidato a la presidencia sostiene que ha sido agraviado por la publicación. También declara que no tiene “una sola denuncia judicial”, algo 97% cierto. Sobre violación no hay ninguna. La menor en cuestión tuvo un hijo de Acuña a los 17 años. Fue reconocido. La madre declaró públicamente que no hubo violación. No hay peor delito que el estupro, quien lo comete es un ser despreciable.
Acosta no afirma que Acuña es violador. Pero presenta una declaración del abogado del político indicando que la denuncia se retiró. No cuenta con el documento. El periodista cita también a una política aprista que alegremente afirma categóricamente que Acuña es un violador. También menciona la declaración de la madre que niega el forzamiento. El político protesta por tal difamación. Tiene razón.
Pero también es cierto que el periodista no lo acusa. ¿Para qué toca el tema? Juzgue usted. Algunos piensan que el libro es ‘de mala leche’, que muestra a un Acuña delictivo, que lo arregla todo con plata como cancha. El político es un personaje expuesto a la crítica. Y todo ha sido publicado anteriormente. Acosta presenta tres testimonios que dicen que acudió al SIN. Acuña sostiene que nunca fue. No tiene ninguna acusación al respecto.
Cuando alguien se considera difamado por la prensa, esta responde: denuncie al Poder Judicial. Acuña lo hizo y el PJ falló a su favor. Denigrar a la institución que imparte justicia solo provoca la anomia social y vivir en el arbitrario mundo de la sospecha. También valida una inexistente superioridad moral del periodista: siempre poseedor de la verdad.
Si condenan definitivamente a Acosta, se violentará la libertad de expresión. No se podrá escribir más libros ni denunciar a nadie. Ese es el principio y la delgada línea. Lo dijo el gran periodista Ryszard Kapuscinski: “Para ser buen periodista hay que ser buena persona”.
La delgada línea entre difamación y periodismo
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