Archivo por meses: agosto 2020

Amor que da vida

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Evangelio según San Mateo 14,13-21.
Al enterarse de eso, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie.
Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos.
Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: “Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos”.
Pero Jesús les dijo: “No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos”.
Ellos respondieron: “Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados”.
“Tráiganmelos aquí”, les dijo.
Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud.
Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas.
Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Hace algunos años mi tío, Alvin, celebraba su quincuagésimo aniversario como hermano jesuita. Mi tía y algunos de mis primos fueron a la celebración en Pickering, Ontario, para la misa y un almuerzo. Uno de los jesuitas nos dijo que años antes en la celebración del aniversario solo cuarenta y nueve personas habían confirmado que estarían asistiendo al almuerzo, pero alrededor de cien asistieron. Le pregunté si ordenaron pizza para ayudar a alimentar a la multitud, y dijo que todo lo que hicieron fue cortar en mitades todas las porciones que planeaban servir a los cuarenta y nueve.
Pensaba en eso cuando leí por primera vez el evangelio de hoy (Mateo 14:13-21) como Jesús hizo lo imposible, proporcionar comida a más de cinco mil personas con sólo cinco panes y dos peces. ¡Obviamente, los jesuitas se perdieron esa lección en el seminario!
Jesús hizo lo imposible, tomando esos cinco panes y dos peces ′′dijo la bendición, lo partió, y se los dio”. ¿Te suena? Escuchamos la misma palabra en la Eucaristía que Jesús celebró la última cena. Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió, y se lo dio a los discípulos. Muchos eruditos de las Escrituras creen que esta multiplicación de los panes y peces es un pre-cursor de la institución de la Eucaristía. Para poner a prueba a los discípulos les pidió que proporcionaran comida a la multitud, y se dieron cuenta de que era imposible. No sólo estaban en un lugar desierto, sino que no tenían recursos financieros para comprar comida para más de cinco mil personas. Esto se convirtió para ellos otra experiencia concreta del poder de Jesús, multiplicando los panes y los peces ante sus propios ojos. ¡E, incluso había sobras!
Como reflexioné sobre las lecturas de esta semana pensé en el tema del hambre y la sed. En la primera lectura, del Libro del Profeta Isaías (55:1-3), Dios dice al pueblo: ′′¡Todos los que tienen sed, vengan al agua! … Escúchame y comerás bien”. Aquellos que escuchan a Dios y responden a él compartirán su vida. Dios quiere satisfacer todas nuestras necesidades, sin embargo parte del dilema humano es que muy a menudo no tenemos hambre y sed de las cosas de Dios.
En la segunda lectura, de la Carta de San Pablo a los romanos (8:35, 37-39): Pablo da testimonio del poder de Jesús. Nada puede ′′separarnos del amor de Cristo”. Jesús ha conquistado el pecado y la muerte, y a través de nuestro bautismo compartimos en la vida de la gracia.
La gente en la ladera, ese día que escuchó a Jesús predicar, tenía hambre. Jesús se dio cuenta del hambre y respondió a ello. ¿Por qué tenemos hambre? ¿Para qué tenemos sed? ¿Por amor, verdad, aceptación, paz, justicia, perdón? Es esa nuestra ′′perla de gran precio”, nuestro ′′tesoro”, o ¿es éxito, prestigio, placer y riquezas? Como dije la semana pasada, lo que pedimos y lo que buscamos determinará lo que recibimos. Nuestro hambre y sed determinarán lo que nos satisfacerá y nos llenará.
Cuando nos damos cuenta de nuestra necesidad espiritual buscaremos comida espiritual y bebida. Ese será nuestro ′′ tesoro “. Entonces nos damos cuenta de que sólo Dios puede satisfacer esa necesidad. Él lo cumple buscándolo en oración, su palabra, la Eucaristía, y compartiendo en la vida de su comunidad.
En nuestra oración recurrimos a Dios para iluminarnos y nutrirnos con la verdad de su revelación, como individuos y como comunidad.
En la Palabra de Dios, él nos habla, revelando su verdad y amor. En la Liturgia de la Palabra en la Misa escuchamos la Palabra en el Antiguo Testamento, las Letras del Nuevo Testamento, y en el Santo Evangelio. Las lecturas están en un ciclo de tres años. Este es el decimoctavo domingo del tiempo ordinario del año ‘A’, y no hemos escuchado estas lecturas desde el dieciocho domingo del tiempo ordinario en 2017, y no volveremos a escucharlas hasta el decimoctavo domingo del tiempo ordinario en 2023. Estamos constantemente expuestos a la Palabra de Dios durante todas las Escrituras en este ciclo de tres años.
En la Eucaristía Jesús nos alimenta literalmente y figuradamente con su cuerpo y sangre. Es comida para el viaje. Este pan es bendecido, partido y dado: al igual que en la multiplicación milagrosa de los panes y peces. Este alimento espiritual tiene la gracia y el poder de transformarnos en el ‘Cuerpo de Cristo’, mientras recibimos el ‘Cuerpo’ de Cristo. El término ‘Cuerpo de Cristo’ ha sido en la historia un término para referirse a la Iglesia. Por nuestra recepción del cuerpo y la sangre de Cristo estamos más unidos a Dios, y a su ‘cuerpo’ la Iglesia.
En este ‘Cuerpo de Cristo’, la comunidad cristiana, compartimos y somos testigos de la vida de Cristo dentro de nosotros. Cada uno de nosotros a nuestra manera única contribuye a ese ‘cuerpo’. Nuestros distintivos y diferentes dones se unen para formar un “cuerpo” que da testimonio de Cristo en el mundo. No somos islas aisladas, sin conexión con los demás, sino un “cuerpo”. Tenemos un poder de influencia en la vida de los demás. Nos necesitamos unos a otros.
Hoy tenemos la oportunidad, a través de estas lecturas, de reflexionar sobre nuestro hambre y sed, y de darnos cuenta de que Dios es abundante en sus gracias y bendiciones. Él está preparado para todos los que vienen a la mesa de la Palabra y el Sacramento. No se quedará corto, ni se acabará, como lo hicieron en ese almuerzo de aniversario. Él nos espera para llenarnos, y para cumplirnos.

Perú COVID-19: El cura que murió un día después que su madre

Por Pablo Cesio/Aleteia Perú.
El caso del padre Miguel Ángel Simón, distinguido por su labor social en Perú, otra víctima, al igual que su madre, del coronavirus en América Latina
La embestida de la pandemia del coronavirus no da tregua y en algunos países de América Latina se siente con mucha fuerza. En este caso Perú, país que hasta el momento, desde que estalló la pandemia, ha confirmado más de 430,000 casos positivos y un número de fallecidos que se acerca a los 20,000.
En este contexto, en medio de tanto dolor, es donde surgen diversas situaciones. Algunas que sorprenden, como la del primer cura con COVID-19 de América Latina que salió triunfante del hospital Edgardo Rebagliati o como Jorgito, el héroe de 580 gramos que también venció a la pandemia, todas historias que has conocido en Aleteia.
Sin embargo, también hay de las otras. De esas que motivan a la oración, pero también al agradecimiento por vidas que dan todo de sí hasta su último aliento (todavía está latente el recuerdo de “El Ángel del Oxígeno” y que incluso han sido llamados «mártires» de la pandemia durante la celebración de las Fiestas Patrias (28 de julio).
Es aquí donde perfectamente se podría mencionar también el caso de Miguel Ángel Simón Manrique, un sacerdote de la Parroquia Natividad de María (Rímac), fallecido en las últimas horas a causa del coronavirus.
La muerte de este cura -también vicario episcopal Territorial de la Vicaría I y excapellán del obispo Castrense, recientemente nombrado coordinador adjunto de la Comisión de la Pastoral Arquidiocesana- en Perú llenó de congoja a su comunidad, que diariamente se unía en oración por él. Es que su labor social ha sido destacada, en particular por la entrega de su vida al servicio de los más pobres y compromiso con las necesidades más apremiantes.
Pero detrás de esta historia también hay otra situación que ha generado atención, pues lo que sucedió con este cura también puede ser reflejo de cómo la pandemia está afectando a familias enteras a lo largo y ancho del continente. El padre Miguel Ángel falleció un día después que su madre, también con coronavirus, ya pocos días también de la muerte de su padre.
Desde la comunidad en Lima también hubo oraciones para los padres de este sacerdote tan apreciado.

Despedida y agradecimiento

“En medio de un clima de tristeza y nostalgia, pero con la esperanza en Jesús Resucitado, la Iglesia de Lima se despidió del Padre Miguel Ángel Simón Manrique”, señala una nota publicada por el Arzobispado de Lima para hacer referencia a cómo ha sido el último adiós a Miguel Ángel: «Unidos en oración con toda la comunidad de la Parroquia Natividad de la Santísima Virgen María, familiares y amigos, encomendamos a Dios Padre la vida plena de nuestro hermano Miguel Ángel Simón, junto a sus padres, quienes fallecieron en estos mismos días y junto a quienes será enterrado».
Debido a las restricciones del confinamiento que rigen en Perú, el funeral se realizó con un número reducido de personas y fue difundido por las redes de una parroquia vecina.
En las redes, las personas que lo conocieron y destacaron su labor, también se siguieron expresando su dolor, enviando condolencias y oraciones.
“Descanse en paz Padre Miguel, siempre se le recordará por el inmenso amor al prójimo y las enseñanzas que dejó”, dijo una usaria de Facebook sobre la muerte de este cura, ejemplo del alcance de esta pandemia (que puede tomarse la vida de padre, madre e hijo), pero también de eso de dar esperanza a los demás y amor al prójimo.

De negro en Arequipa

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Por José Lucas Zegarra Granda- Diario El Pueblo de Arequipa
Ayer enterré a un ciudadano que se sabía que tenía COVID-19, y digo que se sabía por la confirmación de la familia, reflejado también en algunos miembros presentes “en el último adiós”, que habían contraído el virus. Lo extraño es que la realidad no coincidía con el papel, su certificado de defunción decía que murió por pulmonía, se sabe que este certificado lo da el médico tratante o el medico que constata la muerte, según el Sistema Nacional de Defunciones (SINADEF), el sentido de esta reflexión inicial no es encontrar culpables o mucho menos buscar responsables, esta es una práctica populista imprimida en los noventa que debe ser descartada, donde solo habla la indignación nublando nuestro sentido analítico y propositivo para seguir sumando.
Hay razones lógicas, porque las interpretaciones pueden ser varias a raíz de lo sucedido, una versión de ellas es que familia allá pedido que sea así, en un sentido reservado, por miedo al rechazo de la población al tener COVID-19, convirtiéndose a todas aquellas personas que son familiares, amigos o han estado en vinculación a un caso positivo, quedan marginadas y ejercen sobre ellas una discriminación social, convirtiéndose en un grupo vulnerable no reconocido para el Estado ni para la opinión pública. En lo cotidiano se le niega las compras en los mercados o centros de abasto, no pueden entrar a algunos lugares que frecuentaban y es violada su intimidad personal al hacerse público su estado de salud, empeorando la salud mental de las personas que luchan contra la COVID-19. Sin considerar la variable socioeconómica de cada persona, recordemos que ya teníamos problemas estructurales como la pobreza, la informalidad, el desempleo, las brechas en agua y saneamiento, entre otras variables que son transversales al tema de la salud. Por ejemplo una mujer quechua-hablante, adulta mayor, pobre, desempleada, viviendo en una casa alquilada en Atalaya (Pueblo Joven en el Distrito de Mariano Melgar), mujer y con COVID-19, tiene una séptima duplicada vulnerabilidad. Es cierto que el virus no discrimina a nadie, pero si hay diferencias en los medios e instrumentos que tienen las personas para combatir, reflejado en la manera de cómo se atienden, en hospitales y en clínicas.
Otra explicación es el colapso del sistema de salud de nuestros establecimientos de atención primaria. El ciudadano no se siente seguro cuando tiene una gripe, esto no es debido a que no sabe cómo tratarla, sino porque no sabe dónde atenderse. No hay defensa que valga en un sistema de salud que no está disponible, porque carece de medicamentos, la ivermectina, no hay médicos especializados sino generales, atienden en horarios de oficina de 8:00 a.m. a 4:00 p.m., y se curan a las enfermedades pero no se tratan personas. En la accesibilidad, hay anexos o pueblos jóvenes que no tienen posta médica, hay que caminar dos horas y media para llegar al centro de salud más cercano (anexos del distrito de Livitaca, provincia de Chumbivilcas, departamento de Cusco). En la aceptabilidad del servicio por parte de población es reticente, tenemos antecedentes, como las esterilizaciones forzadas a las mujeres campesinas, obligando a tomar la opción de la automedicación o buscar medicina natural, valgan verdades las y los abuelos han sido médicos de primera línea en casa por sus conocimiento culturales y ancestrales. Y en la efectividad del servicio de salud, siempre es un dolor de cabeza ir a hacerse atender, por las colas, el maltrato a las gestantes jóvenes, la poca consideración a los adultos mayores, concluyendo que el servicio se puede brindar, puede llegar a ser accesible, pero no es humano, no es de calidad.
Y una última explicación al certificado de defunción en el dilema del fallecimiento por COVID-19 o por pulmonía. Está se puede dar por tos persistente y fiebre, agravándose en el tiempo si no se trata medicamente. El problema es la identificación de las muertes en pandemia, recordando que no todas las personas que están falleciendo se sabe que tienen COVID-19, mucho menos se están realizando pruebas rápidas a los cadáveres, sino depende de la sintomatología que tiene el paciente antes de morir, es así como se otorga los certificados de defunciones, haciendo hincapié que nadie estaba preparado para la crisis, pero todavía podemos hacer algo más.
En el 2019 en el mes de junio en el departamento de Arequipa fallecieron 280 personas según el Repositorio Único Nacional de Información en Salud (REUNIS), siendo el 17% de las muertes por infecciones respiratorias como neumonía, neumonía bacteriana, bronco neumonía, neumonitis, enfermedades pulmonares e infecciones agudas, sumando 48 personas aproximadamente. Ahora en junio del 2020 han fallecido 1192 personas, a comparación de 596 y 489 personas en los años 2019 y 2018 respectivamente, y en el mismo mes, lo que quiere decir que han aumentado en 48.5% las muertes de arequipeñas y arequipeños, casi duplicado la cifra de muertes de años anteriores. Sigamos.
Entonces para ver la cifra soterrada de muertes reales por COVID-19 o al menos aproximarnos en el departamento de Arequipa, aplicamos el mismo 17% como referencia, 203 personas murieron por infecciones respiratorias en junio del 2020, y por causa general de fallecimiento suman en total 653 personas. Este último número, es sí el COVID no hubiera llegado al departamento de Arequipa y no estuviéramos en cuarentena o aislamiento social obligatorio.
Por el coronavirus según el Ministerio de Salud (MINSA) han fallecido en el departamento de Arequipa 215 personas en junio del 2020, sumando al total de fallecidos promedio en Arequipa para este año 868 personas. Entonces las muertes que no se han registrado y son posible COVID-19 son 324 personas, abarcando el 27.2% de los fallecimientos en Arequipa que no registra nuestro Sistema de Salud. Es una tercera parte de los fallecimientos en Arequipa que no son registrados y son posibles casos de COVID-19. Muchos familiares, amigos, hermanas, tías y demás que mueren en casa, que mueren en provincias.
Así como comenzamos enterrando a alguien ayer, teniendo COVID-19 pero con certificado de defunción por pulmonía, por razones subjetivas u objetivas, de colapso del sistema de salud o a causa de una tardía acción, está sucediendo hoy en el departamento de Arequipa. Las cifras solo son referenciales, porque solo bastaría ir al Hospital Goyeneche o al Hospital Honorio Delgado, tal vez entrevistar a Cecilia Capira para entender que nuestras calles se tiñen de rojo, y el blanco de la paz regresara con la vacuna, será una espera en el quirófano de un pueblo que aclama salud para seguir respirando.