La reacción de un sector ante la Ley Mulder
Por Víctor Andrés Ponce- El Montonero.pe
El suscrito siempre sostuvo que en el Perú, en los últimos 18 años, se había organizado un establishment envuelto con el antifujimorismo y el antiaprismo. Era una aproximación atrevida y provocadora que, sin embargo, se ha confirmado con mayúsculas y minúsculas luego de la promulgación de la ley que prohíbe la publicidad estatal en los medios privados (la llamada “Ley Mulder”). Y una de las columnas vertebrales de ese establishment fue una coalición mediática -liderada por el diario La República- que sustentó al nadinismo, al villanarismo, al pepekausismo, que demolió al alanismo con el cuento de los narcoindultos, y que hoy libra una guerra abierta con el keikismo. Semejantes afirmaciones son hechos. Facts dirían los anglosajones. ¿ O no?
Si las cosas no aparecen tan evidentes es que la señalada coalición mediática tiene una resiliencia única: cuando cae algún ismo suele encabezar la crítica frontal. Un ejemplo: al nadinismo -que inventó la publicidad estatal con subsidio- le llovió fuego y azufre cuando entró en desgracia. Ahora bien, para ser esclavos de la verdad es incuestionable que ese establishment, desde el toledismo hasta antes del nadinismo, cumplió un papel progresivo: se compró el pleito de la defensa del modelo económico y social y la defensa de las libertades en una democracia sin partidos.
Sin embargo, desde el nadinismo el uso político de la publicidad estatal produjo cambios en las redacciones. Los directivos de los medios comenzaron a ser asiduos visitantes de Palacio y algunos columnistas se preciaban de sus quilates periodísticos por su capacidad de influir en la Casa de Pizarro. La demolición de García fue parte de esas circunstancias, así como la polarización de los medios en la pasada segunda vuelta electoral y durante el pepekausismo, las guerritas de flores, televisores, Ipads y los “resurgimientos de aparatos montesinescos” en el Congreso. Todo ello forma parte de estas circunstancias.
¿Cómo explicar que una de las prensas más independientes del continente, luego de la caída del fujimorato, evolucionara a una de las más palaciegas, más allá de los sentidos pronunciamientos sobre la libertad de prensa de hoy? La respuesta es simple: el Estado comenzó a subsidiar a los medios.
En este contexto es verdad lo que dicen algunos periodistas supuestamente anti estatistas: la Ley Mulder es una venganza. Claro que es una reacción exagerada frente al software que creó el nadinismo. Claro que es un exceso, porque el Estado no puede dejar de contratar publicidad. Eso es verdad y debe corregirse estableciendo porcentajes, pero que se elimine cualquier posibilidad de subsidio.
Lo que al suscrito le impresiona es que periodistas hayekianos, opinólogos promercado y otros actores de la media hoy solo señalen el lado punitivo de la ley y olviden casi toda la historia que está detrás de la decisión del Congreso: una reacción política ante una poderosa y permanente acción política. Impresiona más que algunos dirigentes empresariales que combaten el estatismo y el estatismo tributario hoy se alineen con facilidad con esta coalición mediática que defiende el subsidio estatal sin anestesia.
El suscrito no tiene la menor duda de que la Ley Mulder será corregida. Los excesos no existen en una sociedad democrática, con evidentes contrapesos. Pero tampoco tiene duda de que el subsidio estatal se ha acabado. Es imposible que continúe luego de este capítulo tan polarizado.
Los medios ahora deberán volver a sus redacciones, tornar a contratar a los mejores periodistas, olvidarse de las cenas en Palacio y, sobre todo, volver a mirar con extremada fuerza al mercado publicitario. El Perú habrá ganado: ya no habrá un establishment que considere siquiera la posibilidad de apoyar a Verónika Mendoza; disminuirán los elogios a Máxima Acuña, el emblema del antisistema minero; se reducirán las campañas contra la inversión y el empresariado, y el Perú tendrá mayores equilibrios en su opinión pública. ¿Saben por qué? Por qué la libertad de prensa -junto a la democracia- es una de las hijas más preciadas del capitalismo. ¿O no?