Por Laura Fernández- Diario El Mundo
Tiene 22 años y cree que “la escena más bella“, la mejor, de la historia del cine es aquella en la que Agrado, el personaje que interpreta Antonia San Juan en ‘Todo sobre mi madre‘, la prostituta travestida, habla de sus operaciones, de sus muchos implantes, y tras enumerarlos afirma algo parecido a: “Todo este plástico soy yo“. Pues bien, dice Édouard Louis, todo esto soy yo. Y con todo esto se refiere a todo lo que contiene su primer libro, un artefacto autobiográfico, construido en torno a capítulos temáticos (‘En el cobertizo‘, ‘Retrato de mi madre por las mañanas‘, ‘En el colegio‘, ‘Los modales‘) que son como disparos contra la pretendidamente tolerante Francia contemporánea y, sobre todo, contra aquellos que la habitan, y han crecido, dice Édouard, “rodeados de violencia“. ¿Su título? ‘Para acabar con Eddy Bellegueule‘ (Salamandra).
Eddy Bellegueule es, por supuesto, Édouard. O el chico que fue Édouard antes de Édouard.
“Para mí ese nombre, Bellegueule, era sinónimo de marica. Un insulto. Escuchar que me llamaban así era volver al colegio y oír a todos aquellos niños llamarme maricón. Me costó, pero conseguí cambiarme el nombre y desde entonces me siento más yo. Cuando al final salí de allí, escapé de ese ambiente, andaba buscándome a mí mismo. Y al final me encontré. Empecé a ser quien había sido siempre y no aquel que los demás pretendían que fuera“, explica Louis.
Se sonroja cuando habla. Gesticula. Aunque es alérgico a las fotografías porque, cree, pueden hacerle parecer poco serio, “demasiado niño“, sostiene la mirada cuando contesta. Y cuando se le pregunta si el de escribir fue un ejercicio catártico, una especie de exorcismo, niega con la cabeza. “No“, dice. “Yo lo que pretendía era usar mi historia para hablar de la violencia, de cómo la violencia nos transforma, nos convierte en víctimas o verdugos“.
Eddy, su primer yo, fue una víctima. Víctima de la violencia de su padre, que engendró violencia en su hermano, que se convirtió en maltratador prácticamente en su primera cita, y víctima del silencio y la incomprensión de su madre, que consintió y trató de hacerle encajar en un mundo que no era el suyo. “El tema de la dominación es algo universal. Me estoy refiriendo a esa clase de dominación que ni siquiera advertimos, que damos por supuesta, que aceptamos. Uno de los principios de ese tipo de violencia es la invisibilidad. Cuando un niño dice que no quiere ir al colegio, está escondiendo algo, una situación de violencia, aunque finja que es cosa suya, que quiere dejar la escuela porque está harto y porque no tiene ningún interés en estudiar. Algo así le ocurrió a mi madre. Ella hablaba todo el tiempo de cuando dejó el colegio, a ratos orgullosa, sin admitirse a sí misma que había sido una situación de violencia la que la había obligado a dejarlo“, relata el escritor.
Con una crudeza por momentos escalofriante, Louis reconstruye incluso su primer episodio de violencia sexual. Una sodomización cuando apenas tenía nueve años. El agresor era su primo, de 15. Su intención era la de demostrar lo macho que era, imitando lo que habían visto hacer por televisión. “Si no he hablado antes de todo esto es porque uno nunca es capaz de admitir que está siendo sometido, dominado, porque hacerlo sería como mostrar una debilidad. Y no considero que ahora, al contarlo, me esté vengando de todos ellos, al contrario, intento entenderlo. Intento entender por qué mi primo hizo lo que hizo. Mi intención es la de hacer una arqueología de la violencia. Porque la violencia engendra violencia. Y el que la ejerce la ha sufrido en algún momento. La literatura no sirve para perdonar, sino para remover el pasado. Para buscar. En mi caso, las causas de toda esa violencia“, asegura Louis, que ya trabaja en un segundo volumen que sigue en la misma línea.
Lo más sorprendente de su historia no es lo que cuenta, sino el hecho de que hubo un momento en el que “si hubiera sido capaz de adaptarme, de salir con chicas, de ser normal, no hubiera huido, seguiría ahí, como han seguido mis hermanos y mis padres“. “No veo lo que hice como una huida, lo veo como un fracaso de la persona que podía haber sido si no me hubieran gustado los chicos. Si hubiera logrado ser un tío duro, me habría quedado. Pensar eso me hizo reflexionar sobre cómo se construye nuestra voluntad y llegué a la conclusión de que no es inherente a la persona sino un producto de algo, algo que los demás, ni mi padre, ni mis hermanos, tuvieron“, dice.
Odio, orgullo e ignorancia
¿Qué ocurrió cuando el libro llegó a las librerías? ¿Qué ocurrió con sus padres? “Tuvieron una reacción sorprendente, que yo jamás hubiera esperado. Mi madre, por un lado, lo negó todo. Dijo que todo era mentira, cuando ella sabe que cada línea de este libro es cierta“, contesta. ¿Y su padre? “Mi padre compró ejemplares del libro para todos sus amigos, estaba realmente orgulloso de mí, hacía fotocopias de los artículos que hablaban de mí y las colgaba en la pared. Era la primera vez que mi padre compraba un libro y que compraba un periódico. Estoy orgulloso de él por eso. Aunque sé que ninguno de los dos ha leído el libro porque no saben leer. Quiero decir, no podrían entender lo que leen“, explica. Si lo hubieran hecho, dice, “se habrían encontrado con una mirada distinta sobre la realidad que ellos vivieron, porque eso es lo que hace la literatura, darnos otro punto de vista sobre aquello que damos por supuesto“.
Chico raro cuenta su vida
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