José Han Zhi-hai, Obispo de Lanzhou

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Obispo chino

Entrevista con José Han Zhi-hai, pastor sin el reconocimiento de Pekín: no podemos renunciar a la comunión con el Papa. En cuanto a la selección de los obispos, se pueden tener presentes las consideraciones del gobierno.
Por Gianni Valente- Vatican Insider
José Han Zhi-hai es obispo de Lanzhou desde hace 12 años, pero los funcionarios políticos chinos no han reconocido oficialmente su ordenación episcopal. Desde su ciudad, capital de la provincia del Gansou (al noroeste del país), reflexiona sobre el futuro de las relaciones entre China y la Santa Sede con las esperanzas del pastor y del sucesor de los apóstoles, pero sin poseer una «certificación» gubernamental. Y gracias a su mirada es posible apreciar la interesante complejidad de la cuestión, y con mayores matices con respecto a las cuatro fórmulas estereotipadas con las que se resume normalmente en los medios de comunicación occidental. «Si somos católicos», sugiere Han, «vemos todo lo que sucede con una mirada iluminada por la fe. Si la Iglesia y China se reconcilian, para nosotros no sería solamente un acercamiento político y diplomático entre dos estados o dos aparatos. Hay mucho más en juego». En diciembre del año pasado, en una entrevista, también el cardenal Secretario de Estado Pietro Parolin dijo que había que «adoptar una visión teológica» en relación con China.
Usted, durante la “Revolución cultural” era un niño. Las Iglesias estaban cerradas y había muchos sacerdotes en las cárceles. ¿Cómo decidió volverse sacerdote?
Al final de esos difíciles años conocí al padre Felipe, que en 1981 se habría convertido en el obispo de Lanzhou. Lo habían liberado en 1978, después de treinta años de encarcelamiento y de aislamiento; desde ese día, sin quejarse del pasado, volvió a anunciar el Evangelio en las aldeas y repicando campanas. Iba de casa en casa a celebrar la misa y rezar con los cristianos, consolaba a todos. Al verlo, también nació en mí el deseo de convertirme en sacerdote. Después el gobierno concedió la reconstrucción de las Iglesias. Y entonces las familias tuvieron que trabajar juntas para levantar sus capillas y las propias parroquias. Vi florecer todo gracias a la fe».
Algunos años después de la muerte de Felipe, usted se habría convertido en obispo de Lanzhou. Pero fue ordenado sin la aprobación del gobierno…
Yo me había dado cuenta tiempo antes de que la división que existe en China entre los obispos y comunidades “oficiales” y “clandestinas” no tenía sentido. La mayor parte de los obispos elegidos según los procedimientos creados por el gobierno contaban con la legitimación de la Santa Sede y estaban en comunión con el Papa. Así, después de mi ordenación, escribí una carta abierta para invitar a todos los obispos a superar las laceraciones y a confesar con serenidad y valentía la propia comunión con el Papa. Si no hay unidad, quiere decir que no hay camino de fe. La división de los hermanos siempre es obra del diablo, de “aquel que divide”. Perdemos tiempo y energías peleándonos entre nosotros, en lugar de dedicarnos al anuncio del Evangelio. Y nuestras peleas alejan a la gente. Todos piensan: “Eso no es para mí. No me interesa. No me gusta”. Y huyen.
Hubo una época en la que se llegó a poner en duda la validez de los sacramentos administrados por los «otros»…
Todavía hay algunos casos así. Pero van disminuyendo. Ahora nos está ayudando lo que dice todos los días Papa Francisco. Él sugiere que nos libremos del vicio de atacar y condenar siempre a los demás para exaltarnos a nosotros mismos. Y nosotros sentimos que también habla sobre nosotros y sobre lo que ha sucedido durante tanto tiempo entre los católicos chinos.
¿Cómo siguen lo que dice el Papa cotidianamente?
Seguimos todo, a través de internet: las homilías de Santa Marta, los discursos, los viajes… y todo nos es muy útil, ilumina nuestras situaciones. Leímos con mucha atención el discurso a la Curia romana sobre las quince enfermedades, que también existen entre nosotros. Y luego, hay muchos que resultaron heridos, y las heridas a veces no son curadas. El Papa nos repite que la misericordia de Dios puede curar las heridas y de esta manera permite salir adelante, sin permanecer encarcelados en los sufrimientos del pasado. Sus palabras nos apelan, y nos ayudan a abrirnos a una realidad más grande.
Las divisiones entre los católicos continúan frente a las políticas religiosas del gobierno. Si la Santa Sede comienza a dialogar con Pekín, ¿cómo reaccionarán los católicos chinos?
La gran mayoría, diría el 90%, e incluso en las comunidades llamadas “clandestinas”, estaría contenta. Papa Francisco ya comenzó a mandar signos claros de acercamiento. Nosotros tenemos confianza y esperanza en lo que hace el Papa. Sabemos que no todo depende de nosotros, pero nosotros tenemos que hacer lo que nos toca.
¿No hay opiniones contrarias? ¿Hay quien considere una decisión errónea cualquier apertura para llegar a un acuerdo?
Están los que al principio no lo entenderían, pero son pocos. Y creo que, como sea, nadie se negaría a seguir al Papa. El carácter chino prefiere la armonía y la unidad frente a la contraposición y el conflicto. Y luego, si somos católicos, vemos todo lo que sucede con una mirada iluminada por la fe. Si la Iglesia y China se rconcilian, para nosotros no sería solamente un acercamiento político y diplomático entre dos estados o dos aparatos. Hay mucho más en juego.
¿Qué quiere decir?
Sería algo como un don que viene desde lo alto, por el bien de la Iglesia y por el bien del mundo. Si somos católicos, percibimos esto y por esto podemos continuar con confianza y esperanza al Sucesor de Pedro en esta aventura, aunque no todo esté claro. Sabemos que los problemas no desaparecerán de golpe. Podría comenzar un camino de obstáculos y peligros. Pero justamente por este motivo, el tiempo que estamos viviendo es un momento revelador, una ocasión para ofrecer un verdadero testimonio del sentido católico, de la catolicidad de la Iglesia en China. En cambio, si se siguen otras vías, será solamente con base en cálculos puramente humanos, que no se alimentan de la fe y que pueden llevar a concepciones sectarias.
Las cuestiones más polémicas son dos: los órganos “patrióticos” y los nombramientos de los obispos…
En cuanto al primer punto, creo que hay que evitar la rigidez excesiva. Hay que comenzar a dialogar, sin pretender antes eliminar a la Asociación patriótica y demás aparatos sobre los que hasta ahora se ha apoyado la política religiosa del gobierno. Lo importante es que haya libertad para hablar al respecto, porque si hablas, puedes aclarar cuáles son los aspectos de ciertos procedimientos son incompatibles con la naturaleza de la Iglesia.
¿Se podrían introducir cambios para modificar tales aspectos?
Esa podría ser una de las vías. Como sea, en estos momentos la relación entre la Asociación patriótica y la Iglesia no es uniforme. En algunas situaciones no hay problemas. Si se da un diálogo, el gobierno podría evaluar la situación, discutir sobre las propuestas, y luego, con la voluntad del gobierno, las cosas podrían cambiar. Además, con el tiempo podrían incluso atenuarse estos problemas con la Asociación patriótica, debido a la evolución de la sociedad. Las cosas cambian y ciertos instrumentos y mecanismos del pasado podrían ser superados, en una situación nueva.
¿Y sobre los nombramientos de los obispos? ¿Es posible llegar a un acuerdo?
A lo que no se puede renunciar es a la comunión con el obispo de Roma. Por lo que, el nombramiento de cada obispo debe provenir del Papa y no puede darse sin el consentimiento claro y público del Papa. Pero, en relación con los criterios y los procesos de selección, está claro que hay que tener en cuenta las consideraciones del gobierno. No se debe reducir todo a una competencia para establecer quién manda: el criterio principal debe ser la voluntad de tener buenos obispos, que estén al servicio del bien de todos. Obispos con un perfil adecuado a la situación en la que tendrán que ejercer su misión pastoral. Y por ello, para superar los problemas, será útil escuchar en todo momento las voces de la iglesia que vive en China.
¿Puede llegar ayuda de las demás Iglesias?
Hay que comenzar reconociendo que aquí en China la Iglesia de Cristo ya existe. En China ya existe, la Iglesia una, santa, católica y apostólica, nutrida por los sacramentos, custodiada en la fe de los apóstoles. Y forma parte de esta fe el hecho de que los obispos estén en plena comunión con el Sucesor de Pedro y que sigan su ministerio, según la enseñanza de Jesús. Todos los que están fuera de China deberían plantearse una pregunta: “¿Cómo podemos ayudar a estos hermanos nuestros a caminar, a crecer, a no perderse, a no dejarse arrollar por los propios errores y las propias miserias humanas, en la condición en la que se encuentran?”. En cambio, me parece advertir que prevalece la actitud de quienes desde fuera pretenden solo dar órdenes, mandatos, medir la fe de los demás e imponer desde fuera lo que los católicos chinos deberían hacer o no.
En 2010 usted había anunciado que el gobierno estaba por reconocerlo oficialmente como obispo de Lanzhou. ¿Por qué no ha llegado todavía este reconocimiento?
Yo me muevo en mi diócesis con libertad. Celebro la misa con los paramentos episcopales. Creo que el gobierno estaría dispuesto a reconocerme como obispo sin problemas. Y, de hecho, en Lanzhou no ha sido nombrado otro obispo “oficial”. Para decir la verdad, soy yo quien desde entonces ha evitado pedir el reconocimiento.
¿Por qué?
En los últimos años, algunos personajes fuera de China han ejercido presiones y han criticado a los obispos que buscaban la legitimación oficial del gobierno mediante los organismos patrióticos. Difundieron la idea de que no tiene valentía quien mantenga relaciones con estos organismos patrióticos, como si fuera un oportunista, por lo que su fidelidad al Papa podría ser puesta en tela de juicio. Y esto ha creado confusión en el pueblo. Entonces, reflexioné con los sacerdotes de la diócesis y decidimos juntos que, para evitar problemas, no me convenía, por el momento pedir el reconocimiento del gobierno. Los del gobierno, por el momento, han sido comprensivos. Y nosotros esperamos que se aclaren las cosas.

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