Por Antonio Spadaro SJ*
Dialogar con Francisco ha sido para mí una enorme experiencia humana y espiritual. El Papa es «indisciplinado», como él mismo se define. Y así es también su discurso, que procede con un ritmo de oleadas progresivas. El Papa es un caos en calma, un volcán que con el magma de sus palabras abre pistas, sin intentar cerrarlas jamás. Precisamente ése es uno de los rasgos más interesantes de su Pontificado: el haber puesto encima de la mesa temas como la transformación misionera entendida como un hospital de campaña, el papel de la mujer allí donde se toman las decisiones importantes, la apertura a los sacramentos, la conversión del Papado…
Puertas abiertas para colocar a la Iglesia en actitud de discernimiento. El estilo de Francisco anima al debate, algo muy saludable para la Iglesia en este momento histórico. Bergoglio está convencido de que éste es un tiempo en el que el Espíritu sopla con fuerza, y es necesario encontrar nuevos caminos. Caminos que ni él conoce. A su juicio, sólo caminando se hace camino y, por lo tanto, hay que caminar sin mapas preparados. La gente lo escucha, lo sigue y lo ama. Y creo firmemente que no es popular porque tenga las clásicas dotes de gran líder, sino porque se convierte en un instrumento sencillo para expresar y dar forma, incluso por medio de gestos, a lo que la gente desea en lo más profundo de su ser.
Es interesante comprobar que, en un momento en que la autoridad está en crisis a todos los niveles, Francisco haya sido capaz de encarnar una autoridad auténtica y reconocida por muchísima gente, creyente o no. ¿Cómo lo hace? Si la autoridad tiene en la distancia una de sus expresiones simbólicas más significativas, con Francisco es al contrario, la cercanía –a través de cartas o llamadas y abrazos– es la que le confieren la autoridad. El Papa ama el diálogo, pero no le basta una simple confrontación de ideas. Para él dialogar significa «hacer» juntos. De ahí que, por ejemplo, crea en la laicidad del Estado, porque así todas las fuerzas vivas de un pueblo, incluidas las religiosas, pueden colaborar para construir juntas la sociedad. El próximo año va a ser un tiempo de sacudida más que de cambios drásticos. Un tiempo de movimiento ondulatorio que ya está incidiendo sobre los equilibrios consolidados y las visiones habituales, preparando a la Iglesia para dejarse sorprender por Dios.
*Antonio Spadaro SJ es director de la revista Civiltà Cattolica.