Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Abundando en el evangelio (Lc 20, 27-38), hoy quiero hablarles de la Resurrección de los muertos, de nuestra propia resurrección un día. Admitamos que nos cuesta creer lo que no vemos ni imaginamos, pero que aún así, sí creemos lo que nos parece verosímil, como, por ejemplo, la existencia de extraterrestres inteligentes. O lo que nos parece históricamente comprobado, como la resurrección de Jesucristo. Es por todo esto que, cuando rezamos el Credo, los cristianos decimos creer en la Resurrección de los Muertos… No los hemos visto -(salvo algunos privilegiados que como Santa Catalina Labouré vio a la Santísima Virgen María)-, ni nos imaginamos cómo son ahora, pero lo creemos, porque nos parece posible, dado el poder de Dios, y razonable, dada nuestra insaciable ansia de vida y la necesidad de que se haga justicia, cosas que no son satisfechas en esta vida.
Acabo de señalar algunas de las razones que tornan creíble la resurrección de los muertos. Para nosotros, los creyentes, la más poderosa es que Jesús resucitó. Y si Él resucitó, la resurrección es un hecho, incluso histórico, que anticipa y garantiza la resurrección de cuantos hayamos muerto en Cristo (1 Cor 15,11-23). Todo lo cual es más que consolador y debe llenarnos de esperanza y optimismo y hacernos llevar la cruz (enfermedades, trabajos, deberes…) con la seguridad de nuestra exaltación algún día (Jn 3, 14-15). Decididamente, así como en la vida de Jesús su resurrección fue lo más importante que le pasó, así también en nuestras vidas nuestra resurrección será lo más importante que nos pase. Los filósofos nos dicen que nacemos para morir y que empezamos a morir desde que nacemos. La fe nos dice mucho más: que empezamos a vivir en plenitud cuando morimos, según la parábola del grano de trigo (Jn 12, 24) y lo que Pablo nos dice sobre cómo será la resurrección de los muertos (1 Cor 15, 35-49)
En relación con la resurrección de los muertos (o de la carne, como llamaban los judíos a nuestro cuerpo), digamos, por si acaso, que no tiene nada que ver con la “vuelta a la vida” de los llamados “muertos clínicos” (revivir). Ustedes habrán leído/escuchado de muertos (sic), que relatan su regreso y sus experiencias del más allá, pero la resurrección de los muertos no tiene nada que ver con esto. Ni siquiera con los personajes que la Biblia presenta como revividos (Elías y Eliseo o las 3 resurrecciones que hizo Jesús). La resurrección es más que una vuelta a la vida humana terrenal. Es un renacer al más allá (Ap 21, 1-4) y a otro modo de vida (como la de ángeles) por la acción del Espíritu de Dios, que transformará toda nuestra persona.
No más funciones biológicas (comer, dormir, copular, etc.) ni más pasiones psicológicas (desear, emular, etc.). Pero sí cuanto tiene que ver con nuestro espíritu que contemplará a Dios y las cosas de Dios, incluido el gozo del reencuentro con los seres queridos. Desde luego que la Resurrección de los muertos no tiene nada que ver con la llamada reencarnación, según la cual el alma va pasando de encarnación en encarnación en cosas, animales y personas, purificándose, y cuyo concepto del hombre y de Dios, del premio y del castigo, es incompatible con el de los cristianos. ¡Vivamos ya como resucitados!
Dios de la vida
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