Hace unos días encontré en mi biblioteca “Nunca me engañarás”, un libro del español Alexander Lester, que leí en mi época universitaria para entender el lenguaje corporal y averiguar la verdad a través de gestos y movimientos del cuerpo, que lo dice todo sin pronunciar palabra alguna.
Volver a revisar este libro me hizo pensar en la barbaridad de cosas que expresamos con señales y ademanes, por ejemplo, en la forma de caminar. “Para hacer un buen estudio, podemos dividir el cuerpo de la persona a observar en cuatro partes principales: cabeza en general, ojos en particular, brazos y piernas. Practique la observación como un juego”, releí en una de las páginas del libro.
Recuerdo haber visto a personas que van tambaleándose mirando a los costados, algunos con pasos veloces atropellando a la gente como si el tiempo fuera su enemigo, otros que caminan a paso lento como si las extremidades les pesaran y los que creen transitar ‘normalmente’.
Me propuse averiguar realmente qué reflejan estos comportamientos. Y como “Nunca me engañarás” me sugirió practicar la observación, no le di muchas vueltas al asunto y decidí investigar. En el centro histórico de Lima van y vienen muchas personas libres y ocupadas, de aquí para allá, así que cual psicóloga fui a descifrar sus andadas.
Llegué hasta la Plaza de Armas y caminé por Jirón De la Unión. Allí se encuentra de todo: limeños, provincianos y extranjeros, cada uno con su peculiar estilo de caminar. Mientras que varios transitan con la cabeza erguida y derecha, me percaté de que un gran número suele caminar mirando hacia abajo.
Para descifrar el misterio de estos gestos busqué a algunos expertos como la doctora Carmen Gonzales, la psicoterapeuta que con una ‘cachetada’ puede levantar a muchos. Ella afirma que el ser humano se expresa multisensorialmente, es decir, a través de muchos sentidos, solo a veces lo hace con la palabra. Por lo tanto, habla la forma de mirar, cómo ladeamos la cabeza, cómo nos sentamos. Es decir, en términos de cantidad, el lenguaje corporal es mucho más grande que lo que se dice con la palabra.
Para la doctora Gonzales, un sentido que influye mucho en nuestro comportamiento es la mirada. “Sigmund Freud decía que solo con ver caminar al hombre podíamos deducir si había sido mirado con amor y admiración por su madre, porque las miradas de admiración y de amor de la madre se quedaban en él y entonces este hombre iba a caminar firme y derecho como si la madre siguiera mirándolo”.
Una de las razones por las que el hombre camina con la mirada hacia abajo, según la especialista, es porque vivimos en una sociedad donde hay maltrato (migrantes que sufren demasiado por parte de la ciudad), marginación y exclusión. Entonces, la persona expresa a través del cuerpo todo ese dolor, no solo individual sino social.
“Hay mucha gente que camina con rabia, deprimida, no mira de frente”. Carmen Gonzales refiere que es porque traen ese maltrato desde la primera infancia. “No hay que olvidar que todas las emociones se estructuran de 0 a 5 años y después el ser humano sin darse cuenta, de manera inconsciente, va a repetir aquello que vivió en esa etapa”, expresa. En conclusión, la cabeza agachada refleja que una persona siente temor, quizá que no tiene esperanzas y siente miedo.
Aunque muy acertado ese punto de vista no me quise quedar con una sola opinión, así que ubiqué al sociólogo, historiador y docente universitario Víctor Nomberto Bazán, quien considera que las personas que caminan con la cabeza hacia abajo, de manera inconsciente expresan que están preparados para no caer en un agujero o tropezar con un obstáculo en el camino. Para Nomberto Bazán, el estilo de vida que ha tenido el hombre a lo largo de la historia influye en su lenguaje corporal. “El hombre antiguo se movilizaba ya sea en la costa, la sierra o en la selva por caminos peatonales donde no habían vehículos, entonces su mirada era distinta a la de nosotros que caminamos mirando a los lados, por ejemplo, al cruzar la pista.
Además, indica que no estaban acostumbrados a ver edificaciones altas, ni tampoco se movilizaban en vehículos motorizados. Por eso, Nomberto considera que predominó una visión hacia el frente, y que esos comportamientos cambian de acuerdo al estilo de vida o del hábitat donde la gente se desenvuelve.
“En la actualidad hay un mayor desarrollo de las ciudades y de la vida en los medios urbanos, en esa medida hay personas que ven riesgos en la parte superficial o inferior por eso dirigen su mirada a esos lados”, dice el antropólogo.
Luego de escuchar a dos especialistas y sus explicaciones concretas. No dudé en debatir el tema con tres amigos, comunicadores de profesión. Dos de ellos coinciden con la Doctora Gonzales y su explicación psicológica, el otro relaciona este tipo de comportamientos corporales con la tendencia cultural de cada persona y de acuerdo a su lugar de origen.
Un ejemplo sencillo de esta postura es el saludo. Los estadounidenses y los canadienses, hombres y mujeres, lo hacen con un apretón de manos. En los países asiáticos, la forma de saludar es hacer una reverencia y cuanto más te inclines, más profundo es el respeto que tienes por esa persona.
Es cierto, el lenguaje corporal en las culturas no es el mismo. En países de Oriente Medio, una intensa y prolongada mirada es la norma, mientras que los japoneses lo consideran una invasión a la privacidad y rara vez miran a otra persona a los ojos. Y si volvemos a la forma de caminar, otro amigo que ha tenido la oportunidad de viajar al exterior, me contó que en Ecuador la gente camina mirando al cielo. Algo muy distinto pasa en Colombia: aquí todos parecen asustados, caminan mirando a todos lados. Habrá que ir hasta allá para practicar la observación.
Fuente: Revista Nexos.
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