Buen samaritano

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Buen samaritano

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
“Haz tú lo mismo” es el final de la parábola del Buen Samaritano que nos habla del amor al prójimo (Lc 10,25-37). Una hermosa y significativa parábola, ciertamente, tan buena como la parábola del Hijo Pródigo, que nos habla del amor de Dios (Lc 15, 11-32). Ambas son del médico y evangelista Lucas, que nos ejemplariza así cómo tienen que ser el amor de Dios y el amor al prójimo. Desde entonces ser “un buen samaritano” es sinónimo de alguien que se compadece del prójimo caído y lo atiende y lo cuida, sin importarle su raza, credo o condición. Lo hace simplemente porque es un ser humano en necesidad, es decir, un hijo de Dios como él.
La parábola del Buen Samaritano, que es tan directa en mostrarnos lo que no hay que hacer (actitudes del levita y sacerdote) y lo que hay que hacer (actitud del samaritano), tiene muchos y muy buenos puntos de reflexión y de aplicación. Por ejemplo, el de la primacía de la caridad. Como se dijo antes, frente al prójimo en necesidad no valen excusas de ningún tipo, ni de raza ni de religión ni de cultura ni de seguridad, etc. Lo que prima es la caridad. Como prima el mandato del Señor: haz tú lo mismo, que ordena hacer a otros lo bueno que tú quieres que te hagan a ti.
No sé si se han fijado en un detalle de la parábola que habla por sí solo y que los comentaristas siempre destacan. Es el siguiente: el maestro de la ley le pregunta a Jesús “quién es mi prójimo”, pero Jesús, dando eso por sabido, no responde a esa pregunta sino a otra, que nadie ha hecho, pero que es mucho más práctica: quién es el prójimo al que debo ayudar… Para Jesús el prójimo es ante todo el que está en necesidad. Pero es también el que acude a remediar esa necesidad.
Prójimos en necesidad son incontables, de un modo o de otro, en un momento u otro, lo somos todos, también ustedes y yo. Prójimos que acudan a remediar la necesidad, son muy pocos, ¿lo somos ustedes y yo? Y sin embargo son lo que más necesitamos. Es por ello que Jesús le voltea la pregunta al letrado de la parábola, para que, desde nuestras posibilidades, nos preocupemos y nos ocupemos más de los necesitados. No sólo los victimados por la delincuencia, como en el caso del judío de la parábola, sino también y quizás hoy en mayor necesidad por el emigrante, el hombre sin trabajo, el enfermo o el anciano solos, el niño explotado, la mujer violentada…
La parábola del Buen Samaritano nos invita a un examen sincero de nuestro compromiso con la caridad: qué estamos haciendo por los demás y en especial por los necesitados. Teniendo muy en cuenta que esta caridad práctica al prójimo necesitado, es parte constitutiva de nuestro ser de cristianos, como lo es de la Iglesia de Cristo. Al respecto, les remito a la 2ª Parte de la Encíclica del Papa Benedicto XVI “sobre el amor cristiano” (Deus caritas est), que presenta a la Iglesia como el Buen Samaritano del mundo.

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