Por Antonio Elduayen Jiménez CM
La resurrección del hijo único de una viuda de Naím, se titula el evangelio de hoy, que nos trae Lucas (7,11-17). Nos presenta el lado humano y divino de Jesús y el drama muerte-vida de nuestra existencia. Ante todo el lado humano de Jesús, que Lucas, médico y humanista griego, tanto pone de relieve en su evangelio. Movido a compasión, en Cafarnaún acababa de hacer un “milagro a distancia” al servidor de un capitán romano y se había puesto en camino hacia Naím. Fue a las afueras del pueblo donde Jesús que va acompañado de los discípulos y de una gran muchedumbre de cafarnaunitas, se encontró con el penoso y triste cortejo fúnebre. A la viuda le acompañaba también una gran muchedumbre, sin duda la casi totalidad del pueblo, conmovido por su desgracia.
Debió ser emocionante cuando Jesús miró a la viuda con ternura y compasión y debió ser escalofriante cuando con gesto y voz firmes tocó el féretro, deteniendo el cortejó, y ordenando levantarse al joven. ¿¡Qué iría a pasar!? El muerto se incorporó y Jesús se le entregó a su madre, dice sobriamente Lucas. Y añade: un santo temor se apoderó de todos y alababan a Dios. Había entrado en acción el lado divino de Jesús, al que sólo acudía cuando quería dar algún signo (milagro o profecía) sobre quién era Él y el mensaje que traía. Significativamente es la primera vez que, en su Evangelio, Lucas llama a Jesús: Kirios (Señor), como sinónimo de Dios, de Salvador divino, vencedor de la muerte y dador de vida (Fil 2,9 +).
¿Fue casual el encuentro de Jesús con el cortejo fúnebre? ¿O fue intencionalmente buscado por el Señor? En este caso, Jesús que habría sabido de la muerte del joven y de la abrumadora desgracia de la pobre viuda, se conmovió y partió hacia Naím, pueblo cercano a Nazareth y que sin duda Jesús conocía. Iba decido a resucitar al muerto y a entregarlo vivo a la madre, dolido por la muerte intempestiva del joven y, aún más, por la soledad y el abandono en que quedaba la madre. Su corazón compasivo le movió a hacer el milagro. Pero le movió también su fastidio e ira (divina) contra la enfermedad y la muerte, obras del pecado.
Para nosotros la relación vida-muerte es un drama. Un terrible drama, que nos golpea y golpea a los nuestros. Podremos dar mil explicaciones y hasta justificaciones al hecho de la muerte, pero, vista desde la vida, no deja de ser el hecho más brutal. Sobre todo para quienes piensan que todo acaba con la muerte. A lo largo de su vida Jesús no dejó de sanar enfermos y de resucitar muertos (4, incluido el suyo). Supuesta su compasión, decimos que lo hacía para hacer ver que el Reinado de su Padre ya había empezado y que Él, Jesús, es el Señor. Ciertamente, pero también para acabar con la enfermedad y la muerte e iniciar una Gran Cruzada contra la cultura de la muerte y en favor de la Cultura de la Vida. Es lo que debiera ser Naím para nosotros.
SEGUIMIENTO, COMUNIÓN, COMPARTIR
Son las tres palabras-guía de la homilía del Papa en el Corpus Christi en Roma: “denles ustedes de comer” (Lc 9,13).Que sean también para nuestro Corpus Christi parroquial.
1.- Ante todo: ¿quiénes son aquellos a los que dar de comer? La respuesta es la muchedumbre, la multitud, que sigue a Jesús. Jesús está en medio de la gente, la recibe, le habla, la sana, le muestra la misericordia de Dios…Y la gente, con gozo, bendice al Señor. Esta mañana la multitud del Evangelio somos nosotros. También nosotros intentamos seguir a Jesús para escucharlo, para entrar en comunión con Él en la Eucaristía, para acompañarlo y para que nos acompañe. Preguntémonos: ¿cómo sigo a Jesús? Jesús habla en silencio en el Misterio de la Eucaristía y cada vez nos recuerda que seguirlo quiere decir salir de nosotros mismos y hacer de nuestra vida no una posesión nuestra, sino un don a Él y a los demás.
2.- Demos un paso adelante: comunión o común-unión. ¿De dónde nace la invitación que Jesús hace a los discípulos de saciar ellos mismos el hambre de la multitud? Nace de dos elementos: sobre todo de la multitud que, siguiendo a Jesús, se encuentra en un lugar solitario, lejos de los lugares habitados, mientras cae la tarde; y luego de la preocupación de los discípulos que piden a Jesús despedir a la gente para que vaya a los pueblos y caseríos a buscar alojamiento y comida (Lc 9, 12). Frente a la necesidad de la multitud, ésta es la solución de los apóstoles: ¡despedir a la gente! ¡Cuántas veces nosotros cristianos tenemos esta tentación! No nos hacemos cargo de la necesidad de los otros… Pero la solución de Jesús va en otra dirección, una dirección que sorprende a los discípulos: “denles ustedes de comer”.
El ¿cómo es posible…? de los apóstoles no desanima a Jesús, que hace el milagro de la multiplicación de los panes y que da a los discípulos para que los distribuyan. Es un momento de profunda comunión: la multitud alimentada con la palabra del Señor, es ahora nutrida con su pan de vida. Y todos se saciaron, escribe el Evangelista. Esta mañana también nosotros estamos en torno a la mesa del Señor, a la mesa del Sacrificio eucarístico, en el que Él nos dona su cuerpo una vez más y hace presente el único sacrificio de la Cruz. Es en la escucha de su Palabra, en el nutrirse de su Cuerpo y de su Sangre, que Él nos hace pasar del ser multitud a ser comunidad, del anonimato a la comunión. La Eucaristía es el Sacramento de la comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento, la fe en Él. ¿Son así nuestras celebraciones eucarísticas?
3.- Un último elemento: “dar”, compartir. ¿Qué cosa comparten los discípulos? Lo poco que tienen: cinco panes y dos peces. Pero son justamente esos panes y esos peces los que en las manos del Señor saciarán el hambre de toda la gente… Esto nos indica que en la Iglesia, pero también en la sociedad, existe una palabra clave a la que no tenemos que tener miedo: “solidaridad”, o sea saber `poner a disposición de Dios aquello que tenemos, nuestras humildes capacidades, porque solo en el compartir, en el donarse, nuestra vida será fecunda, dará frutos. Esta mañana, una vez más, el Señor distribuye para nosotros el pan que es su cuerpo, se hace don. Así, también nosotros experimentamos la “solidaridad de Dios” con el hombre, una solidaridad que no se acaba jamás, y que nunca termina de sorprendernos.
Claire Ly
Por Giorgio Bernardelli- Vatican Insider
Encontró al “Dios de los occidentales” a través de las duras pruebas de los campos de reeducación de Pol Pot, después de que los khmer rojos hubieran asesinado a su esposo y a su hermano (durante esa barbarie que entre 1975 y 1979 provocó la muerte de 2 millones de personas en un país con menos de 8 millones de habitantes). Es la historia de Claire Ly, que ahora llega al Festival Bíblico de Venecia para hablar de “Fe en diálogo: yo, puente entre las culturas”.
Puente entre culturas, porque la salida del camino tortuoso que ha recorrido esta mujer (que desde 1980 vive en Francia, en donde encontró el cristianismo) es una experiencia en la que el encuentro con Jesús se propone como un diálogo constante con las propias raíces budistas. Todo esto lo narra la misma Claire Ly en su último libro “El manglar”. Se trata de la narración de un viaje imaginario de Ravi y Somaya, dos mujeres camboyanas que viven el exilio en Francia y que vuelven a su país después de muchos años.
Ramy sigue siendo budista y Somaya abrazó el catolicismo. Dos mujeres que dialogan entre ellas y que recuerdan el drama que vivieron, en el que no es difícil reconocer la experiencia personal de Claire Ly, que se expresa eficazmente con la imagen del manglar.
«En el mal absoluto, el Dios de los occidentales se hizo presencia», escribe Ly. «Encerrada en el sufrimiento, no lograba dejar sitio para los demás. Hasta que Él no me hizo tomar consciencia de que todavía pertenecia a la humanidad. Durante dos años pasé mi tiempo insultando al Dios de los occidentales, porque lo relacionaba con el marxismo que arrolló a mi país: es una ideología que nació en Occidente, no en el mundo budista. Así, cuando los khmer rojos, al final de la “reeducación”, decidieron que había finalmente pasado de burguesa a compañera campesina, le dije al Dios de los occidentales: estoy aquí en silencio, ahora espero tus aplausos. Pero justamente entonces empecé a descubrir que ese silencio estaba habitado por Alguien».
Un recorrido que la llevó al Bautismo en 1983. Pero con la convicción de que sus raíces budistas no eran una experiencia accidental. «En Francia, por ejemplo, también en la vida cristiana encontré mucho ruido, muchas palabras –escribe. Así, mi alma budista me decía: vuelve al silencio, porque Jesucristo está más allá de nuestras palabras». Y después, la imagen del manglar: «como discípulos de Jesús estamos llamados a ser puentes entre culturas y tradiciones –concluye Claire Ly. Por lo demás, Jesús nos lo dijo: él nos espera en Galilea, es decir en la encrucijada entre las naciones».
Resurrección del hijo de la viuda de Naím
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