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Por Antonio Elduayen Jiménez CM
El evangelio de este domingo (Lc 21,25-28, 34-36) está muy a tono con los presagios apocalípticos que vienen difundiéndose sobre el fin del mundo. Sin embargo lo más importante del mismo no es lo que se dice sobre el fin del mundo sino sobre la venida con poder y gloria del Hijo del hombre, junto con su invitación a levantar esperanzados la cabeza, pues se acerca nuestra liberación. A esta venida de Jesucristo la iglesia la llama advenimiento o adviento y la considera tan importante que le da todo un tiempo litúrgico, el llamado Tiempo de Adviento, que va desde este domingo hasta el 24 de diciembre.
En el Plan de Dios el Adviento implica dos cosas sumamente importantes: 1. La promesa de la llegada de Alguien fuera de serie y en quien se cifran todas las esperanzas; y 2. El clímax de expectación creciente que su llegada habría de suscitar. Vivir en expectante espera, romper la rutina y el acostumbramiento, ilusionar(se) por lo que viene, fueron algunas de las actitudes que el Adviento creó en los pueblos, especialmente en el judío. Y que duró cientos, miles de años, desde que el mundo es mundo hasta la venida de Jesucristo (Rom 8, 19-23), más concretamente, desde la gran promesa de Dios -el llamado protoevangelio (Gen 3,15)-, hasta la llegada del Salvador.
Este Adviento, que influyó de muchas maneras en la historia de los pueblos, influyó de modo especial en la formación del llamado Pueblo Elegido (Israel), Depositario de la Promesa, y en su conducción, después de muchos pactos o alianzas con Yavéh, hasta la Tierra Prometida… y hasta el Mesías Prometido. Lamentablemente cuando Éste vino a los suyos, los suyos no lo recibieron (Jn 1, 11). Aunque sí hubo muchos que lo recibieron. María, en primer lugar, y José, y los pastores y los Reyes Magos y Juan el Bautista y el anciano Simeón y… millones de hombres y mujeres a lo largo de los siglos.
El alma del Adviento es el encuentro con el misterio de la Encarnación, lo que, entre otras cosas, incluye: que Jesús es el Hijo de Dios que se hace hombre – ¡qué cercano Dios y qué grande el hombre desde ahora!; que al encarnarse en María se encarna de algún modo en todo hombre -¡también en ti y en mí!; que quiere estar con nosotros -buscando de preferencia a los pequeños y humildes; que viene a compartir nuestra historia -¡dándole sentido y transcendencia! Los cristianos de verdad rechazamos el Adviento Comercial, que nos acosa y asfixia y que cada año se hace más agresivo. Rechazamos también el Adviento que nos lleve a desfigurar y desvirtuar el sentido de la Navidad o a distraernos de su sentido profundo. Poner belenes, árboles de Navidad, coronas de Adviento, etc., tiene sentido cristiano y vale en cuanto nos lleva a entrar en comunión y compromiso con Jesús y con los hombres.
El evangelio de este domingo (Lc 21,25-28, 34-36) está muy a tono con los presagios apocalípticos que vienen difundiéndose sobre el fin del mundo. Sin embargo lo más importante del mismo no es lo que se dice sobre el fin del mundo sino sobre la venida con poder y gloria del Hijo del hombre, junto con su invitación a levantar esperanzados la cabeza, pues se acerca nuestra liberación. A esta venida de Jesucristo la iglesia la llama advenimiento o adviento y la considera tan importante que le da todo un tiempo litúrgico, el llamado Tiempo de Adviento, que va desde este domingo hasta el 24 de diciembre.
En el Plan de Dios el Adviento implica dos cosas sumamente importantes: 1. La promesa de la llegada de Alguien fuera de serie y en quien se cifran todas las esperanzas; y 2. El clímax de expectación creciente que su llegada habría de suscitar. Vivir en expectante espera, romper la rutina y el acostumbramiento, ilusionar(se) por lo que viene, fueron algunas de las actitudes que el Adviento creó en los pueblos, especialmente en el judío. Y que duró cientos, miles de años, desde que el mundo es mundo hasta la venida de Jesucristo (Rom 8, 19-23), más concretamente, desde la gran promesa de Dios -el llamado protoevangelio (Gen 3,15)-, hasta la llegada del Salvador.
Este Adviento, que influyó de muchas maneras en la historia de los pueblos, influyó de modo especial en la formación del llamado Pueblo Elegido (Israel), Depositario de la Promesa, y en su conducción, después de muchos pactos o alianzas con Yavéh, hasta la Tierra Prometida… y hasta el Mesías Prometido. Lamentablemente cuando Éste vino a los suyos, los suyos no lo recibieron (Jn 1, 11). Aunque sí hubo muchos que lo recibieron. María, en primer lugar, y José, y los pastores y los Reyes Magos y Juan el Bautista y el anciano Simeón y… millones de hombres y mujeres a lo largo de los siglos.
El alma del Adviento es el encuentro con el misterio de la Encarnación, lo que, entre otras cosas, incluye: que Jesús es el Hijo de Dios que se hace hombre – ¡qué cercano Dios y qué grande el hombre desde ahora!; que al encarnarse en María se encarna de algún modo en todo hombre -¡también en ti y en mí!; que quiere estar con nosotros -buscando de preferencia a los pequeños y humildes; que viene a compartir nuestra historia -¡dándole sentido y transcendencia! Los cristianos de verdad rechazamos el Adviento Comercial, que nos acosa y asfixia y que cada año se hace más agresivo. Rechazamos también el Adviento que nos lleve a desfigurar y desvirtuar el sentido de la Navidad o a distraernos de su sentido profundo. Poner belenes, árboles de Navidad, coronas de Adviento, etc., tiene sentido cristiano y vale en cuanto nos lleva a entrar en comunión y compromiso con Jesús y con los hombres.