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Por Moisés Panduro Coral -Pro & Contra
Se ha puesto en discusión el origen y el significado de la palabra “caviar” y sus derivados. Hasta donde he podido enterarme, el uso de la palabra y, lo más importante, su significado, viene desde la época napoleónica, pero progresivamente la acepción se ha ido haciendo tan amplia que, en algunos casos, está llevando a confundir caviaraje con militancia política. El mote de caviar, originalmente, hacía referencia a esa izquierda chic que derrama lágrimas de cocodrilo por los pobres y oprimidos del mundo y, que al mismo tiempo, paladea la miel de los acomodados y poderosos, toma café en lugares exclusivos y prohibitivos, monetariamente hablando, para el común de los mortales; chupa whisky fine & rare en las embajadas y reuniones oficiales a costa del dinero público; y se acomoda, engolosina y corrompe con la fastuosidad del poder. Sin embargo, en tiempo más reciente, el adjetivo caviar hace alusión a toda una sarta de mentecatos que han hecho de los derechos humanos, el ambientalismo virginal, el tratamiento del narcotráfico y el indigenismo, principalmente, su modus vivendi, su mecanismo surtidor de rentas, su fiable sendero al éxito monetario.
El caviaraje viene a ser la máxima expresión de la hipocresía, de la doble moral, del oportunismo político, de la altanería individualista. He leído un artículo cuyo autor es una autoridad caviar de una universidad que dice ser católica y pontificia y, éste, un poco más moquea afirmando que es la última chupada del mango en el final de los días de la tierra, la última coca cola en el desierto de la ignorancia, el último átomo de la sabiduría universal, la última chispa de fuego en plena era del hielo. Lamento contradecirle pero debo señalar que gran parte de lo que produce la erudición caviar a mi me parece un abundante contenido de letras, vacuo de utilidad, sin mucho valor práctico; tiene tanto de palabrería árida que un libro escrito por un autor de secundaria viene a ser un oasis frente a los páramos de sabihondería que traslucen sus ensayos.
De la hipocresía y de la doble moral, ni hablar. Por eso, muchísimos asociamos la palabra caviar al tío oenegero que solícito atiende a los acusados de terrorismo y a sus familiares, lleva sus casos hasta la corte internacional pensando en los jugosos miles de dólares que su alegato leguleyo le reportará cuando ese organismo -legalista hasta la última neurona de la tutuma de sus miembros- sentencie que el Estado peruano le pague una indemnización al tipo o tipa que secuestró y asesinó personas de carne, huesos y alma y que destruyó el patrimonio de todos. Un caviar se define así como un defensor de los derechos humanos de los victimarios en su enfrentamiento con las fuerzas que por obligación constitucional los combaten, pero que jamás asume ni asumirá la defensa de las víctimas ni de sus familiares frente a sus victimarios.
El caviaraje está también ligado al oportunismo más zafio que se haya visto. Por eso más que un tema ideológico, es un tema de actitud. Miren ustedes a los caviares del toledismo que incluyen a una tía ex ministra, ahora alcaldesa, y a un ex director bibliotecario. Miren a los caviares del humalismo, unos sonámbulos ideológicos, pero muy despabilados para cargarse con un ministerio o una embajada. Y más cercanamente, en la región, miren a esos caviarcitos que no tuvieron ningún empacho para actuar contra las exploraciones petroleras, aún sabiendo que éstas traerán beneficio a las regiones, respetando, claro está, el ambiente y la propiedad ancestral; pero que ahora, bajo mil subterfugios lingüísticos silban suavemente su melodía conciliadora con esas exploraciones que antes rechazaban en todos los idiomas.
Antes se opusieron a un proyecto, a todas luces, beneficioso para el país desde la perspectiva de la administración del recurso agua, la producción de energía eléctrica limpia y barata, la utilización de miles de hectáreas para la exportación, la generación de recursos adicionales para el desarrollo, y que además no consideraba la construcción de ninguna central en el territorio de Loreto; y ahora, helos ahí aplaudiendo un proyecto que pretende construir una hidroeléctrica, en selva baja, cerca a Iquitos, sin considerar, eso sí, los perjuicios ambientales que podrían derivarse, tampoco la viabilidad técnica ni menos la rentabilidad económica. Así es la caviarada: ambientalistas virginales cuando se tratan de proyectos que según su peregrina idea vienen de sus adversarios, pero alcahuetas multíparas cuando se trata de proyectos impulsados por quienes les son afectos.
Y no hay que confundir. Conozco compañeros de izquierda, que no son caviares. Y de derecha también, y no son caviares, Condenan por igual a los violentistas, a los que no respetan la vida, a los que atentan contra los derechos humanos de todos y no sólo de un sector. Tienen posiciones políticas claras, equivocadas o no, respecto del tema ambiental y de la problemática indígena, de los derechos humanos, del narcotráfico, pero no cambian de opinión con el cambio de gobierno, ni de acuerdo a quien está al frente, ni en función a quién financia las consultorías, y menos aún esperan lucrarse con su postura. Estos no pueden ser caviares, ahí cometemos una injusticia con ese calificativo. En todo caso, es una posición política que hay que respetar. En este sentido, un César Lévano o un Raúl Wiener no me parecen caviares. Su antiaprismo es natural como lo es el veneno a un jergón, pero no son caviares.
Ahora si me preguntan cuál es mi definición de una señora Palacios o de un señor Álvarez Rodrich, tampoco creo que sean caviares. Tienen conductas parecidas a las de los caviares, pues ambos han sido funcionarios del fujimorismo y, en el genuino estilo caviar del oportunismo, la doble moral y de la hipocresía, ahora son críticos del fujimorismo. Ellos más bien, y fundamentalmente, son antiapristas, utilizan los argumentos de la caviarada; hablan como la caviarada, pero no son caviares. Podríamos decir que son del mismo género pero de diferente especie, aunque el veneno sea el mismo. La diferencia es que mientras en los primeros el antiaprismo puede ser una convicción, en los segundos el antiaprismo es un buen negocio como tiempos ha fue el negocio del decano de la prensa nacional, la oligarquía y un sector retrógrado de las fuerzas armadas.
Pero, igual, no nos hagamos paltas. Dejemos que hagan su negocio, aunque tampoco podemos quedarnos quietos si quieren mordernos. Total, caviares o no, todas las especies son importantes en la sustentación de la cadena trófica para mantener el equilibrio del ecosistema político del país.
Se ha puesto en discusión el origen y el significado de la palabra “caviar” y sus derivados. Hasta donde he podido enterarme, el uso de la palabra y, lo más importante, su significado, viene desde la época napoleónica, pero progresivamente la acepción se ha ido haciendo tan amplia que, en algunos casos, está llevando a confundir caviaraje con militancia política. El mote de caviar, originalmente, hacía referencia a esa izquierda chic que derrama lágrimas de cocodrilo por los pobres y oprimidos del mundo y, que al mismo tiempo, paladea la miel de los acomodados y poderosos, toma café en lugares exclusivos y prohibitivos, monetariamente hablando, para el común de los mortales; chupa whisky fine & rare en las embajadas y reuniones oficiales a costa del dinero público; y se acomoda, engolosina y corrompe con la fastuosidad del poder. Sin embargo, en tiempo más reciente, el adjetivo caviar hace alusión a toda una sarta de mentecatos que han hecho de los derechos humanos, el ambientalismo virginal, el tratamiento del narcotráfico y el indigenismo, principalmente, su modus vivendi, su mecanismo surtidor de rentas, su fiable sendero al éxito monetario.
El caviaraje viene a ser la máxima expresión de la hipocresía, de la doble moral, del oportunismo político, de la altanería individualista. He leído un artículo cuyo autor es una autoridad caviar de una universidad que dice ser católica y pontificia y, éste, un poco más moquea afirmando que es la última chupada del mango en el final de los días de la tierra, la última coca cola en el desierto de la ignorancia, el último átomo de la sabiduría universal, la última chispa de fuego en plena era del hielo. Lamento contradecirle pero debo señalar que gran parte de lo que produce la erudición caviar a mi me parece un abundante contenido de letras, vacuo de utilidad, sin mucho valor práctico; tiene tanto de palabrería árida que un libro escrito por un autor de secundaria viene a ser un oasis frente a los páramos de sabihondería que traslucen sus ensayos.
De la hipocresía y de la doble moral, ni hablar. Por eso, muchísimos asociamos la palabra caviar al tío oenegero que solícito atiende a los acusados de terrorismo y a sus familiares, lleva sus casos hasta la corte internacional pensando en los jugosos miles de dólares que su alegato leguleyo le reportará cuando ese organismo -legalista hasta la última neurona de la tutuma de sus miembros- sentencie que el Estado peruano le pague una indemnización al tipo o tipa que secuestró y asesinó personas de carne, huesos y alma y que destruyó el patrimonio de todos. Un caviar se define así como un defensor de los derechos humanos de los victimarios en su enfrentamiento con las fuerzas que por obligación constitucional los combaten, pero que jamás asume ni asumirá la defensa de las víctimas ni de sus familiares frente a sus victimarios.
El caviaraje está también ligado al oportunismo más zafio que se haya visto. Por eso más que un tema ideológico, es un tema de actitud. Miren ustedes a los caviares del toledismo que incluyen a una tía ex ministra, ahora alcaldesa, y a un ex director bibliotecario. Miren a los caviares del humalismo, unos sonámbulos ideológicos, pero muy despabilados para cargarse con un ministerio o una embajada. Y más cercanamente, en la región, miren a esos caviarcitos que no tuvieron ningún empacho para actuar contra las exploraciones petroleras, aún sabiendo que éstas traerán beneficio a las regiones, respetando, claro está, el ambiente y la propiedad ancestral; pero que ahora, bajo mil subterfugios lingüísticos silban suavemente su melodía conciliadora con esas exploraciones que antes rechazaban en todos los idiomas.
Antes se opusieron a un proyecto, a todas luces, beneficioso para el país desde la perspectiva de la administración del recurso agua, la producción de energía eléctrica limpia y barata, la utilización de miles de hectáreas para la exportación, la generación de recursos adicionales para el desarrollo, y que además no consideraba la construcción de ninguna central en el territorio de Loreto; y ahora, helos ahí aplaudiendo un proyecto que pretende construir una hidroeléctrica, en selva baja, cerca a Iquitos, sin considerar, eso sí, los perjuicios ambientales que podrían derivarse, tampoco la viabilidad técnica ni menos la rentabilidad económica. Así es la caviarada: ambientalistas virginales cuando se tratan de proyectos que según su peregrina idea vienen de sus adversarios, pero alcahuetas multíparas cuando se trata de proyectos impulsados por quienes les son afectos.
Y no hay que confundir. Conozco compañeros de izquierda, que no son caviares. Y de derecha también, y no son caviares, Condenan por igual a los violentistas, a los que no respetan la vida, a los que atentan contra los derechos humanos de todos y no sólo de un sector. Tienen posiciones políticas claras, equivocadas o no, respecto del tema ambiental y de la problemática indígena, de los derechos humanos, del narcotráfico, pero no cambian de opinión con el cambio de gobierno, ni de acuerdo a quien está al frente, ni en función a quién financia las consultorías, y menos aún esperan lucrarse con su postura. Estos no pueden ser caviares, ahí cometemos una injusticia con ese calificativo. En todo caso, es una posición política que hay que respetar. En este sentido, un César Lévano o un Raúl Wiener no me parecen caviares. Su antiaprismo es natural como lo es el veneno a un jergón, pero no son caviares.
Ahora si me preguntan cuál es mi definición de una señora Palacios o de un señor Álvarez Rodrich, tampoco creo que sean caviares. Tienen conductas parecidas a las de los caviares, pues ambos han sido funcionarios del fujimorismo y, en el genuino estilo caviar del oportunismo, la doble moral y de la hipocresía, ahora son críticos del fujimorismo. Ellos más bien, y fundamentalmente, son antiapristas, utilizan los argumentos de la caviarada; hablan como la caviarada, pero no son caviares. Podríamos decir que son del mismo género pero de diferente especie, aunque el veneno sea el mismo. La diferencia es que mientras en los primeros el antiaprismo puede ser una convicción, en los segundos el antiaprismo es un buen negocio como tiempos ha fue el negocio del decano de la prensa nacional, la oligarquía y un sector retrógrado de las fuerzas armadas.
Pero, igual, no nos hagamos paltas. Dejemos que hagan su negocio, aunque tampoco podemos quedarnos quietos si quieren mordernos. Total, caviares o no, todas las especies son importantes en la sustentación de la cadena trófica para mantener el equilibrio del ecosistema político del país.