Queridos amigos y amigas:

Con mucha satisfacción les escribo para comentarles que nuestro blog Palabras Esdrújulas ha superado el millón de visitas. El blog lo inauguramos en 2009, luego interrumpimos nuestras publicaciones entre 2018 y 2023 pero las visitas continuaban diaramente por los contenidos que ya estaban publicados. Lo hemos retomado hace algunos meses hasta que llegó este día que consideramos muy especial.

Nos queda agradecer su preferencia, sus visitas y también sus comentarios que enriquecen este espacio. Nosotros seguiremos compartiendo contenidos acerca de los diversos temas que aquí se tratan, desde política nacional e internacional, relaciones peruano-chilenas, arte y cultura, historia, reflexiones sobre nuestra sociedad, reseñas de libros, entre otras.

Esta vez, en conmemoración de nuestro primer millón de visitas, les dejamos un cuento breve, titulado LA SONAJA, esperamos que sea de su agrado.

Abrazos cordiales

Historiador Daniel Parodi Revoredo

 

La Sonaja

 

Pensé que las cosas no cambiarían demasiado, que todo se mantendría igual, las ardillas, cuervos y palomas seguirían visitando mi terraza, las rosas, crisantemos y laureles seguirían brotando el verano que se avecinaba.

Creí que Carolina y yo seguiríamos como siempre, riendo mucho, peleando poco, preparando el café en la mañana, el almuerzo al medio día y que me seguiría tocando sentarme en la mesita de la cocina a picar tomates, ajos, cebollas y el culantro. ¿Cuál es el que huele más éste o el perejil? Le pregunté por millonésima vez -Este, el culantro, es el que siempre le pones a tu ceviche ¿cuándo te vas a acordar?.

Imaginé que el verano sería como siempre, chambeando en la casa, saliendo de vez en cuando a almorzar una ensalada a Don Mammino de Real Plaza Salaverry, y a la playa casi nunca; y ver algunas series de Netflix casi todas las tardes, dos o tres capítulos, hasta quedarnos dormidos.

Percibí una mañana que los graznidos amatorios de los cuervos machos para atraer a sus hembras y aparearse eran más fuertes, que los arrullos y zureos de las palomas cuculí eran más fuerte, que los pasitos escurridizos de las ardillas eran más fuertes, que el viento golpeando las hojas de las rosas y al árbol de laurel era más fuerte.

Me percaté de que la calle había muerto, como la catedral de Notre Dame tras el sacrificio del jorobado, al lado de su amada Esmeralda; que había perdido su alma, que había perdido su voz, que había perdido su conversación inasible, su eco jeroglífico, sus metales agudos y graves.

Constaté que el gris del cielo había caído de cara sobre el suelo, el más oscuro y ancho se dejaba ver hasta toparse con otro más grande que lo interceptaba y que era aún más oscuro y más ancho. El más clarito y delgado lucía su juventud casi intacta, incólume, insípida, descalzo.

Escuché el silencio tras los graznidos, tras los arrullos y zureos de las palomas cuculíes y al viento, escuché el silencio del vacío, el silencio de la muerte, el silencio de un cementerio a medianoche, un cementerio ateo, donde no claman almas atormentadas.

Me pregunté si acaso no era mejor un cementerio lleno de fantasmas de todo tipo, quejumbrosos, renegones, juguetones y traviesos, en lugar del silencio de una ciudad muerta.

Desperté un día más, en el mismo lugar, en la misma terraza, las gentes, antes de sonar las ocho de la mañana, le inyectaban a la calle su barullo diario, los autos le anunciaban al silencio que su fin había llegado, y que moriría a manos de metales agudos y graves, de pitidos de ruedas trabadas, de caucho sintético quemando la brea espesa de la pista.

En mi terraza,  entre aquel barullo, una vez más se abrían paso los graznidos de los cuervos, los arrullos y zureos de las palomas y el viento golpeando todas las hojas de golpe, convirtiéndolas en una sutil sonaja.  Pero ahora se trataba de una leve insinuación, como hace unos meses.  La noche anterior, el gobierno anunció al país el fin del enclaustramiento.

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