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Neoclientelismo a la peruana

Neo-clientelismo a la peruana

El Perú republicano nació clientelista. Ante la partida de la administración española y la debilidad del Estado peruano, los líderes provinciales…
LIDERESA DE FUERZA POPULAR KEIKO FUJIMORI ACEPTA DEMOCRATICAMENTE LOS RESULTADOS DE LA ONPE

El Perú republicano nació clientelista. Ante la partida de la administración española y la debilidad del Estado peruano, los líderes provinciales -prefectos, hacendados, curas, caciques y oficiales del ejército establecieron redes políticas que implicaron cadenas de dones y contradones. Así se construyó nuestra política durante los primeros años de vida independiente.

Desde 1871, con el Partido Civil, tuvimos una organización parecida a un partido político, aunque tal carácter se lo han discutido la mayoría de sus estudiosos. También es discutible su origen: para Mc Evoy es la expresión de dos décadas de esfuerzos republicanos; para Yepes es la  mera reacción de los “salidos del guano” ante el contrato Dreyffus de 1869, que les arrebató el pingüe negocio del fertilizante que ansiaban los mercados europeos.

Pero el experimento civilista tuvo que esperar otro cuarto de siglo para cristalizarse durante la República Aristocrática (1895 – 1919) a través de una democracia censitaria, en la que solo votaban alfabetos, varones y contribuyentes. Sin embargo, Leguía frustró la transición desde una democracia censitaria hasta otra de masas, basada en partidos políticos, y le ofreció al país la alternativa de la dictadura. De allí la larga persecución al Apra de Víctor Raúl y a sus esfuerzos democratizadores, y la abrumadora contradicción de alcanzar la igualdad social a través de un general llamado Juan Velasco.

En los ochenta nos llegó la república moderna aunque nadie la ha llamado así. Tuvimos partidos de derecha, de centro e izquierda. Sin embargo, la globalización, las crisis económicas mundial y nacional, y el terrorismo comunista frustraron la consolidación de la fase madura de nuestra democracia; Fujimori se encargó del resto bajo su premisa maldita: “los partidos políticos no sirven para nada”.

Y, sin partidos, retomamos las antiguas formas clientelares, solo que potenciadas por la internet y el i-phone; y volvimos a los líderes provinciales de antaño revestidos con nuevos y patéticos ropajes: el informal (en el mejor de los casos); el rector que nunca estudió, el narco, el minero ilegal, el traficante de terrenos, etc. Todos ellos reinventaron las viejas clientelas, más leales mientras más dinero hay de por medio.

Se entiende que solo veinte de los setenta congresistas fujimoristas militen en Fuerza Popular, los demás son los referidos líderes provinciales que esta organización ha sabido sumar a sus filas con innegable habilidad. He allí la nueva política, la que remite derechito a los primeros años del Perú independiente. Institucionalidad cero: la República hay que reconstruirla toda, nuevamente, desde sus bases doctrinales.

Historia del clientelismo y transfuguismo

Historia del transfuguismo, por Daniel Parodi

¿Logrará Fuerza Popular mantener unida su bancada?

Historia del clientelismo y transfuguismo

La Comisión de Constitución del Congreso aprobó recientemente una iniciativa legislativa en contra del transfuguismo. Si por un lado es verdad que desde la tercera elección de Alberto Fujimori en el 2000, el cambio de bancada de los congresistas se volvió moneda corriente, también se presume que tras la medida asoma el resquemor de Fuerza Popular por controlar su grupo parlamentario, cuya mayoría no milita en la organización.

Pero remontémonos a la historia que nos tiene reservadas algunas interesantes analogías.  Al igual que hoy, durante el siglo XIX la participación política no se canalizaba a través de partidos políticos, sino de redes clientelares. Un caso paradigmático es el de Ramón Castilla. En la década de 1850, el caudillo tarapaqueño logró pacificar al país y organizar al Estado Peruano gracias a las alianzas provinciales que fue tejiendo en su dilatada carrera militar, que remonta a la Guerra de Independencia.

Esta situación, sumada a las ingentes sumas de dinero obtenidas durante la bonanza del guano, le permitieron a Castilla mantener bajo control a las diferentes élites regionales, adheridas a su proyecto autoritario gracias al reparto poco trasparente de las rentas guaneras. Los casos más emblemáticos fueron la abolición de la esclavitud (los esclavos fueron comprados por el Estado a sus propietarios en condiciones más que ventajosas) y la consolidación de la deuda interna, calculada en primera instancia en un millón de pesos y elevada hasta veintitrés durante el gobierno de José Rufino Echenique.

Décadas después, desde 1895, La Republica Aristocrática escenificó otro pacto muy bien diseñado entre el poder central y las élites regionales, repartiéndose cargos públicos y zonas de influencia. Entonces, los límites del Estado no eran otros más que los linderos de la hacienda cuyos propietarios –los gamonales– integraban las cámaras de senadores y diputados desde las cuales defendían férreamente sus fueros. En tales circunstancias, la  postulación de un señor provincial por los partidos civil, demócrata o constitucional no suponía necesariamente su adhesión o militancia en cualquiera de aquellos, sino la recreación del pacto entre el poder central y las regiones.

Aunque el primer ministro Fernando Zavala acudió al Congreso a disculparse con la bancada fujimorista por las expresiones vertidas por el presidente Kuczynski a principios de agosto, la alocución del mandatario no solo fue correcta sino históricamente refrendable: “no todos los 73 congresistas de la bancada fujimorista son miembros del partido, habrá como 30 que se subieron al carro creyendo que ella ganaba y que recibirían una prebenda”. Y es por esta misma razón que discrepo con mi amigo Hugo Neira cuando presenta a Fuerza Popular como el partido político más sólido del Perú del siglo XXI.

La realidad nos dice otra cosa. Fuerza Popular, más que un partido con ideología, programa, etc. es una precaria red de alianzas que relaciona a una entidad política, que cuenta con líderes que tienen la popularidad suficiente para tentar la administración del Estado, con decenas de grupos de interés locales, cuya participación en el proyecto solo se explica en su intención por incrementar su cuota de poder e influencia a través de su acceso al gobierno nacional. Y es por eso que la derrota del 10 de junio preocupa al fujimorismo pues buena parte de su numerosa bancada podría colegir que en las actuales circunstancias es insignificante la lealtad que le deben a Keiko y compañía.

En un sugerente artículo, Carmen Mc Evoy narra el derrumbe de la maquinaria política castillista una vez que se acabó el guano y el Estado se quedó sin dinero que repartir entre sus ávidas clientelas provinciales. La relación entre Fuerza Popular y muchos de sus congresistas nos recuerda los tiempos del célebre mariscal. Queda por saber si la flamante ley contra el transfuguismo impedirá que el final de esta historia sea también el mismo.

Publicado en el Comercio el martes  4 de octubre

http://elcomercio.pe/opinion/colaboradores/historia-transfuguismo-daniel-parodi-noticia-1936159

Las cartas de Cáceres

 

Las cartas de Cáceres

“Solo podemos lamentar el flagrante robo de las epístolas de Cáceres de la Biblioteca Nacional”
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Por Daniel Parodi

Podemos discutir mucho sobre An­drés Avelino Cáceres. Yo lo ad­miro; no solo me parece el mili­tar más cerebral que tuvimos en la Guerra del Salitre (1879-1883) sino también un personaje culturalmente mestizo; el hijo de hacendados ayacu­chanos que habla quechua y español, y cuya exitosa resistencia al invasor ra­dicó precisamente en su capacidad de discurrir por ambos espacios cultura­les y geográficos, como Arguedas y Ciro Alegría en el campo literario.

Luego podremos discutir si fue o no de­masiado autoritario cuando ejerció la pre­sidencia del Perú. Seguro que sí, Cáceres es un caudillo militar característico del si­glo XIX. De hecho, es el último de su es­tirpe, antes de él están Gamarra, Casti­lla, Echenique, etc.

Pero lo que no está en discusión es el valor patrimonial del epistolario del ven­cedor de Tarapacá, consistente en 3000 cartas de su puño y letra que nos acercan a los avatares de nuestra historia política y militar del último tercio del siglo XIX y que se introduce en el XX. Recordemos que Cáceres muere en 1923 y que su par­tido, el Constitucional, fue protagonista de la República Aristocrática hasta 1919.

Por eso solo podemos lamentar el fla­grante robo de sus epístolas de la Biblio­teca Nacional, que se efectuó a través de la obscena modalidad de colocarlas en los tachos de basura para, de esa manera, sa­carlas de aquella y comercializarlas en el mercado negro.

Ramón Mújica, el director de la referi­da biblioteca, acaba de denunciar que es­tamos a punto de perder todos los juicios en el Poder Judicial contra los emplea­dos responsables de estos robos bajo el increíble argumento de que las cartas se encontraban “a la intemperie” y que cual­quiera pudo sustraerlas.

Hace algunos años revisé el epistola­rio de Lizardo Montero, quien fuera pre­sidente del Perú (en Arequipa) durante la Guerra del Salitre. Fue en la BNP, en el se­gundo piso, y puedo dar fe de que dichos documentos no estaban “a la intemperie”. Tras consultar el catálogo había que es­perar que un funcionario acudiese a una zona reservada a traer los documentos solicitados. Tal era el celo entonces, que tuve que microfilmar las cartas que re­quería, pues fotocopiar estaba prohibi­do precisamente para preservar la inte­gridad de las epístolas.

Nuestro país tiene historia, vaya que la tiene, por lo que queda esperar que el Poder Judicial siente un claro preceden­te de que a él también le interesa preser­var el patrimonio de todos los peruanos.

La Tercera República (2000 – ¿?)

La Tercera República (2000 – ¿?)

El gobierno transitorio de Valentín Paniagua inició La Tercera RepúblicaResultado de imagen para paniagua valentin

La presentación de gabinete Zavala en el Congreso Nacional me pilló leyendo la República Autocrática, libro que Pedro Planas –brillante intelectual desaparecido tempranamente- publicase en 1994. La implacable crítica de Planas al Oncenio de Leguía (1919-1930), en tanto que desestabilizador de la institucionalidad democrática establecida durante la República Aristocratica; y las sugerentes analogías que establece entre aquel y el entonces recién instaurado autoritarismo fujimorista, me llamaron a pensar en cómo podríamos periodificar nuestro tan maniatado orden constitucional.

Pero dejémonos llevar por Planas, cuyo texto analiza el discurso de José Santos Chocano en favor del leguiísmo, al que dotó de una doctrina legitimadora que instaló en nuestro imaginario político la muy difundida idea de que a veces son necesarias “dictaduras organizadoras” para “poner orden” en el Estado y sus instituciones. Planas refuta a Chocano con una serie de sugerentes preguntas. Es así que cuando este  sostiene que las libertades públicas sólo pueden regir si existe “una perfecta organización democrática”; aquel se pregunta si no sería mejor  “perfeccionar esa organización democrática para canalizar el efectivo ejercicio de las libertades públicas y no, por cierto, cancelarlas, con lo cual volveríamos a fojas cero”

En otra parte de su texto, Planas replica el argumento que sugiere la supuesta inmadurez institucional de los países de América Latina comparada con la solidez de las democracias europeas. Para ello, pasa revista por pensadores de la talla de Víctor Andrés Belaúnde quien en 1912 sostuvo que “la anarquía no era privilegio del Nuevo Mundo” o Haya de la Torre quien en 1943 señaló que “nosotros odiamos el despotismo, aunque a veces seamos impotentes para luchar contra él”.

En suma, lo que Pedro Planas propone es que las dictaduras no son responsabilidad ni de los pueblos, ni de ninguna urgencia por suprimir las libertades civiles con la paradójica finalidad de defenderlas, sino de los mismos dictadores y de los regímenes que las encarnan. Respecto de la democracia, sostiene que esta necesita tiempo para establecerse plenamente, por lo que su eventual debilidad no es sino consecuencia de su constante y perniciosa interrupción.

El texto nos deja una idea fuerza con la que trabajar. La república aristocracia, con todas sus limitaciones al sufragio, que por lo demás eran propias de su época, constituyó un primer periodo fecundo en la vigencia del orden constitucional y malogrado por la irrupción dictatorial de Augusto B. Leguía en 1919. El segundo es aquel en el que rigió la Constitución de 1979 abruptamente interrumpido por el autogolpe del 5 de abril de 1992.

El viernes 19 del presente mes, tras una maratónica sesión que se destacó por un serio esfuerzo de responsabilidad cívica de todas las partes, el Congreso Nacional, en el que la mayoría absoluta la tiene el fujimorismo, le dio un voto de investidura casi unánime a un gabinete que de otro modo no hubiese podido iniciar funciones. Pensaba que no es poco considerando que apenas en septiembre de 2000 recuperamos el orden constitucional. Pensaba también en que han pasado 16 años desde entonces y que, siguiendo la periodificación de Pedro Planas, la historia registrará los tiempos que estamos viviendo como el tercer constitucionalismo (o la tercera república) de la historia del Perú Independiente. Esperemos que no haya ya cuarto militarismo más adelante y que esta democracia haya venido para quedarse.

Publicado en Diario La República, hoy domingo 4 de septiembre de 2016

http://larepublica.pe/impresa/opinion/799860-la-tercera-republica

 

 

 

 

 

 

 

La “bizarre” herencia

 

IZQUIERDA

La bizarra herencia

las diásporas de la izquierda peruana no son novedad

En lúcido artículo titulado cambalache, Nelson Manrique hace una dura autocrítica del desbande político de la izquierda peruana de la que llama la atención la presencia de Vladimiro Huaroc en la plancha fujimorista, la de Anel Townsend –exdefensora de Villarán- en la de Acuña, las voceadas candidaturas congresales de Augusto Rey y Susel Paredes en la lista de PPK y, como anfitriona de la fiesta, Susana Villarán al lado de Daniel Urresti.  En realidad, las diásporas de la izquierda peruana no son novedad. Antes, es verdad, eran todos comunistas, pero igual andaban divididos en decenas de ramificaciones.

Meditando al respecto, me puse a pensar en el aporte de la izquierda peruana al desarrollo del Perú del último medio siglo y este es más que discutible. En tanto que tal, los partidos marxistas recién aparecieron en la década de 1970, con excepción del PCP que fundara Mariátegui en 1928, luego de que se escindiese del APRA. Con lo mucho de malo o bueno de Velasco, lo cierto es que dichas agrupaciones le jalaron la alfombra al único intento sistemático de implementar una revolución social en el Perú. Las razones son dos: o Velasco no les pareció lo suficientemente radical o les reventaba no ser ellos quienes liderasen el proceso.

En los ochentas el panorama no mejoró. A pesar de participar activamente del juego democrático, el sistema no terminó de convencerles, lo tildaron de burgués y disentían con Sendero más bien respecto del “momento indicado” para abrazar la lucha armada. Al finalizar la década, inmerso el país en una profunda crisis, no se les ocurrió nada mejor que dividirse en dos en la que fue su última participación electoral presidencial medianamente importante. Ya en la década de los noventas, toda vez que enfrentamos una dictadura de derecha, convenientemente adoptaron posturas más democráticas que abandonaron tan pronto como a Hugo Chávez se le ocurrió que “el socialismo” era una buena etiqueta con la que revestir su autoritarismo populista.

Para comprender el aporte de la izquierda al proceso político peruano más contemporáneo, la trayectoria de Sergio Tejada es de suma utilidad. Tejada es corresponsable del pésimo gobierno que ya se va, al que le sirvió denostando por cuatro años consecutivos, con el dinero de todos los peruanos, al segundo gobierno aprista. El resultado: Alan no tiene desbalance patrimonial pero igual Tejada no para de acusar.

En vistas de que el barco nacionalista comenzó a hundirse, Tejada lo abandonó en enero de 2015. Luego, en noviembre del mismo año, fue precandidato presidencial por la Unidad Democrática en cuyas primarias fue aplastado por Gonzalo García quien cuadruplicó su votación. Entonces Tejada no perdió el tiempo en saltar por la borda y al día siguiente anunció muy campante su paso al Frente Amplio con la intención de integrar la lista congresal de la chavista Verónika Mendoza.

Me pregunto está vez a quién culpará la izquierda si elegimos mal en abril y terminamos de caer por el despeñadero. Ciertamente, ya nos hicieron un muy flaco favor Siomi y compañía al endilgarnos al improvisado Humala. Hoy, mientras que desde todos los flancos buscan tumbarse a la Alianza Popular, cuya coherencia e institucionalidad los supera enormemente, nos ofrecen, en simultáneo, el mismo autoritarismo que ha arruinado a Venezuela, hasta hace poco el país más rico de la región.

Macartista me dirán, pero resulta que me gusta el PSOE de España y que soy el convencido de que cualquier democracia, para sostenerse, requiere también de una izquierda de calidad. La nuestra sin embargo, no pasa de lo bizarre, no más no nos arruinen el país mientras no madura la criatura.

Daniel Parodi Revoredo

@parodirevoredo

Las alianzas políticas en el Perú

 

Haya y Luis Bedoya

Luis Bedoya felicita a emocionado Víctor Raúl tras juramentar como Presidente de Asamblea Constituyente en 1978. Aplauden Alan García Pérez, Javier Ortíz de Zevallos y Ernesto Alayza Grundy. Alianza Popular rememora colaboración de APRA y PPC en transición democrática de  aquellos años

Las alianzas políticas en el Perú

Daniel Parodi Revoredo

La formación de la Alianza Popular (Apra-PPC) ha generado todo tipo de reacciones, algunas altisonantes y la mayoría cuestionadoras. Sin embargo, a diferencia de las dictaduras, la democracia siempre ha tenido en el diálogo y el entendimiento a la razón de su existencia. La democracia reúne a mayorías y minorías, convoca a opiniones diferentes y se construye a base de consensos.

Un caso paradigmático de la región es el chileno, en que la Concertación, liderada por el Partido Socialista y el Demócrata Cristiano, ha gobernado casi ininterrumpidamente desde 1990, cuando Augusto Pinochet finalmente dejó el poder. Esta alianza, además, se ha constituido en una herramienta fundamental contra el caudillismo toda vez que alterna sus liderazgos, los que hasta ahora suman cuatro: Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet.

La democracia peruana es aún precaria, pero cuando su institucionalización avanzó fue con alianzas políticas. Un primer ejemplo es el acuerdo entre pierolistas y civilistas de 1895, que superó el militarismo de Andrés Avelino Cáceres y le abrió el paso a 25 años casi continuados de alternancia democrática hasta el golpe de Augusto B. Leguía en 1919.

Por otro lado, el pacto entre Manuel Prado y el Apra de 1956 permitió que los partidos de masas fuesen aceptados en el Perú y que concluyera el más cruento período de violencia política de toda nuestra historia republicana. Dos décadas después, un entendimiento entre el Apra y el PPC logró sacar adelante la Constitución de 1979, gracias a la cual recuperamos la democracia un año después. Recordemos que entonces la izquierda comunista intentó sabotear el proceso y que sus representantes no se dignaron firmar la Carta Magna.

Sin embargo, otras coaliciones no tuvieron el mismo suceso. Por un lado, la alianza parlamentaria entre apristas y odriistas de 1963 es recordada como obstruccionista al primer gobierno de Fernando Belaunde; mientras que la que Acción Popular y el PPC estrecharon en 1980 consolidó un gobierno con mayoría absoluta en el Parlamento, pero no revirtió la aguda crisis económica de entonces.

Desde una mirada contemporánea, la recientemente creada Alianza Popular (Apra-PPC) reúne a dos partidos tradicionales que han mantenido cierta funcionalidad en tiempos en los que ni la decisión popular, ni la participación política de las masas se canaliza a través de ellos. Convengamos en que el discurso antipolítico de la dictadura fujimorista se ha extendido hasta hoy al punto que nuestras elecciones son disputas de caudillos y ya no se centran en la confrontación entre agrupaciones sólidamente constituidas, ni mucho menos la de sus programas de gobierno.

Pasando a leer la actual coyuntura electoral, que la oleada de ataques a candidaturas se haya transferido de PPK a César Acuña y luego de Acuña al binomio Alan-Lourdes no solo sigue dejando a Keiko Fujimori tranquila en el partidor, sino que indica cuál es la opción que hoy preocupa a los demás. La fuerte resistencia contra el entendimiento entre estos dos experimentados líderes parece una señal de que, en principio, acertaron al unirse. Pronto sabremos si esta alianza cumplirá un rol importante en la historia del Perú, como las otras que hemos mencionado.

Publicado hoy en El Comercio

http://elcomercio.pe/opinion/colaboradores/alianzas-politicas-peru-daniel-parodi-noticia-1864436

Twitter: @parodirevoredo

60 años Academia Diplomática

60 años de la Academia Diplomática

Hace 60 años, un 18 de agosto de 1955, se fundó la Academia Diplomática del Perú Javier Pérez de Cuéllar, nombrada así en homenaje al peruano que ejerció la secretaría general de las Naciones Unidas. La fecha es clave, pues tras la creación de la ONU en 1945, el derecho internacional se encontraba en plena transición.

Desde ese año, los nuevos desafíos alcanzaron también el derecho del mar debido a las proclamas del presidente estadounidense Harry Truman sobre el lecho y subsuelo marinos. Dos años después, Chile y Perú lanzarían la tesis de las 200 millas marítimas.

Son notables los éxitos de la diplomacia peruana desde la fundación de la Academia. Entre ellos podemos mencionar la gravitante participación de sus profesionales en las Conferencias del Mar (Convemar) desde 1956 hasta 1982. Del mismo modo, en la década de 1990 se logró la paz definitiva con Ecuador (Acta de Brasilia de 1998) y se concluyeron los pendientes del Tratado de 1929 con Chile (Acta de Lima 1999).

En la década siguiente, el Perú sustanció la causa marítima contra Chile por medio del embajador Manuel Rodríguez Cuadros, quien logró que el país vecino reconociera su naturaleza jurídica (2004). A su turno, con el embajador José Antonio García Belaunde gozamos de un prolongado cancillerato de cinco años que se caracterizó por la estabilidad en la conducción de la política exterior y un manejo sutil e inteligente de la relación con Chile. Este se potenció con los cancilleres del presente Gobierno, que han obtenido logros importantes, como los gabinetes binacionales con Colombia y Bolivia.

El equipo peruano en la Corte Internacional de Justicia (CIJ) fue magistralmente conducido por el embajador Allan Wagner Tizón, quien presentó nuestra demanda en 2008 y le dio al Perú la pausa y la serenidad que hacían falta en aquellos momentos. Su sobriedad y madurez nos hicieron sentir que estábamos en buenas manos y la sentencia de enero de 2014 confirmó dicha percepción: obtuvimos 50,000 kilómetros cuadrados de mar.

Hoy, la Academia Diplomática cumple 60 años y es un acierto que se encuentre bajo la dirección del embajador Wagner. Tras litigar seis años exitosamente en la CIJ, nos parece el profesional más idóneo para encabezar la reforma curricular que se aplica a sus programas para adecuarlos a los desafíos de estos tiempos de globalización, integración socioeconómica y paz.

El triunfo en La Haya, la primera vez que ganamos territorios (mar) en nuestra historia republicana, demuestra que la fundación de la Academia, hace 60 años, fue un acierto. Ojalá otras instituciones del país contasen con escuelas de calidad para formar sus cuadros. Así nuestras políticas de Estado serían una constante.

Publicado en El Peruano 1/9/2015

Twitter: @parodirevoredo

Rumbo al Bicentenario: logros y desafíos de una república adolescente

 

CON LA REPÚBLICA SE FUERON LOS REYES, PERO LLEGARON LOS CAUDILLOS

Logros y desafíos de una república adolescente

“La nuestra es una república sui generis, acaso un cascajo formal que contiene dentro una sociedad que eligió su propia manera de organizarse”

Son diversos los enfoques acerca de los principales logros y desafíos del país, ad portas del Bicentenario de nuestra fundación republicana. Esta vez, quiero enfocar el tema desde una mirada política pues estamos ingresando a una coyuntura larga en la que el país se preguntará quién es y quién desea ser en el futuro. También se preguntará sobre cómo reformar su modelo político y su democracia.
La democracia, una vieja discusión

¿Estamos aprendiendo a vivir en democracia?, ¿estamos construyendo la República, entendida como sistema de gobierno liberal, que nos legaron los padres fundadores? Creo, al mismo tiempo, que sí y que no.

Creo que sí

Creo que sí porque nos acercamos a la cuarta elección democrática consecutiva, sin ningún tipo de indeseable irrupción militar o autoritaria; y vaya que no es poca cosa en un país que sólo superó este record en tiempos de la República Aristocrática (Desde Piérola en 1895, hasta el golpe de Benavides en 1914). El mérito es aún mayor si observamos que los últimos tres presidentes han gobernado sin mayoría parlamentaria y la gobernabilidad se ha mantenido en función a las alianzas y consensos establecidos entre las diferentes fuerzas políticas.

Al respecto, es destacable que el actual gobierno de Ollanta Humala haya perdido el control del Parlamento Nacional, lo cual parece sintomático de una crisis de institucionalidad, aunque, en realidad, refleja su fortaleza. Me explico, un mal gobierno es castigado por el poder legislativo quien le traspasa su dirección a la oposición política. Desde la práctica democrática, este cambio de timón es saludable: el poder ejecutivo no satisface las expectativas, entonces el legislativo recupera atribuciones y soberanía para ejercer una mayor fiscalización. Conclusión: el equilibrio de los poderes está funcionando.

Creo que no

Pero creo que no porque es evidente que nuestra institucionalidad es débil y que el Parlamento Nacional cuenta con una muy baja aceptación ciudadana; esto es, carece de legitimidad ante la población. Además, no olvidemos que somos el fruto de la antipolítica fujimorista. Por eso nuestra democracia es básicamente sufragista y casi se reduce a la periódica elección de autoridades.

Lo que nuestra democracia no es, es un sistema cimentado en partidos políticos de dimensión nacional que le ofrecen a los peruanos programas de gobierno para alcanzar su bienestar y los cuadros políticos para ejecutar dichos programas. Si bien las redes sociales se han convertido en un espacio de articulación política a través del cual incluso muchos partidos canalizan sus actividades, estas no llegan a reemplazan al partido, en tanto que institución, organizada y descentralizada, que persigue el poder y se prepara para ejercerlo.

Al contrario, nuestra democracia es caudillista, lo que conceptualmente es contradictorio pero al mismo tiempo muy real. Veamos a Ollanta Humala, atrapado en un esquema democrático en el que nunca se sintió a gusto, aprisionado por un protocolo que le es ajeno y que solo luce entusiasmado cada vez que preside una parada militar.

Remontémonos a sus orígenes, la carrera política del actual presidente comienza como la del típico caudillo alzado en armas del siglo XIX que le dirige una proclama refundacional al país. Es verdad que es positivo que las formas de la democracia hayan doblegado al militar golpista y que no haya sucedido lo contrario, pero el hecho de que un proyecto de clara raigambre caudillista haya alcanzado el poder en 2011 ejemplifica con claridad las insipiencias de nuestro republicanismo.

A manera de conclusión

Mirando hacia el Bicentenario, se nos queda en el tintero el proyecto de una democracia erigida sobre partidos políticos orgánicos, funcionales y financiados desde el Estado. Desde nuestra mirada puede parecer atroz, pero así funcionan las democracias maduras: el Estado financia a los partidos que cumplen con requisitos mínimos para ser considerados tales porque, finalmente, ellos sostiene el sistema.

La meta es complicada porque nuestra sociabilidad política se ha construido de otra forma: al tradicional caudillismo hoy se le suma un centrifuguismo que se ha enraizado durante la última década debido a la dación de una pésima ley de regionalización. Por eso contamos hasta 24 pequeños centros de poder diseminados por todo el país que, ante la ausencia de partidos y cuadros políticos, han sido copados por nuevas capas dirigenciales reclutadas de las burguesías emergentes y la economía informal.

En 6 años habremos cumplido 200 años de vida republicana. Cuando decimos “republicana” nos referimos a una república liberal con presidente, división de poderes y partidos políticos. Pero la nuestra es una república sui generis, acaso un cascajo formal que contiene dentro una sociedad que eligió su propia manera de organizarse.

Decidir si queremos ser una república que funcione como tal y diseñar la estrategia para lograrlo debería ser un tema prioritario en el debate nacional de cara al Bicentenario. ¿Lo entenderán así nuestros políticos y líderes de opinión?

Publicado en exclusiva para revista Ideele #252

http://revistaideele.com/ideele/content/logros-y-desaf%C3%ADos-de-una-rep%C3%BAblica-adolescente

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Nos independizamos o nos independizaron

Conferencia de Guayaquil. nuestra independencia ¿fue solo obra de San Martín y Bolívar?

¿Nos independizaron o nos independizamos?

 

Mientras me dirijo a la Universidad, el taxista me pregunta a qué me dedico y cuando le digo que soy historiador me pide que le diga “la verdad”, que si los peruanos nos independizamos o nos independizaron.

Lo primero que hay que señalar es que “los peruanos” de 1821 no eran los de hoy. A nosotros  nos han enseñado el himno desde pequeños, nos han dicho que a San Martín, en Paracas, se le ocurrió la gloriosa roja y blanca, nos han narrado las hazañas de Grau en el mar y  de Cubillas en los mundiales. Nos contaron que somos unos tromes en la cocina gracias a Gastón Acurio, quien había resultado también crítico literario. En cambio, a los peruanos de 1821 les dijeron que eran súbditos del Rey de España, ellos no sabían nada de lo que acabo de contar porque nada de eso había ocurrido todavía.

Es bien difícil generalizar lo que entonces pasaba en el virreinato peruano; la historiadora Scarlett O´Phelan le ha dado al tema una mirada regional y nos muestra la presencia de peruanos en las juntas de Quito y La Paz de 1810, que fueron independentistas. También hubo sublevaciones patriotas como la de los hermanos Palliardelle en Tacna en 1813, o los Angulo en Cusco en 1814.

Por su parte, los criollos de Lima fueron más conservadores pero tenían que serlo, ellos dependían del tráfico comercial por el Callao y sospechaban, con razón, que sin el vínculo con España pocos barcos atracarían en nuestro primer puerto pues entraban a las costas del Océano Pacífico desde el extremo sur del continente y tenían más cerca a Valparaíso y Arica. Así que no se trata tampoco de crucificar a los limeños.

Generalizar es también difícil por la fragmentación sociocultural del Perú virreinal, que nos separaba en República de indios, de españoles y un sinfín de castas como zambo o mulato. De allí que afirmar que  “queríamos o no la Independencia” resulte complicadísimo.

Un último dato, no solo San Martín y Bolívar emanciparon al Perú, también hubo caudillos peruanos liderando batallones como Gamarra, La Mar y Orbegoso, quienes luego fueron  presidentes del país. Por eso, lo mejor es colocar nuestra Independencia en su propio contexto histórico y comprenderla desde sus propias claves pues ella fue un proceso muy complejo. Tan complejo como el Perú de hoy, será por eso que lo queremos tanto.

Publicado en Exitosa Diario el 26 de julio de 2015

twitter:parodi.da

Sincronía peruana I

 

República aristocrática y movimiento obrero se toparon a inicios del siglo XX

Sincronía Peruana I

La República Aristocrática nos llegó con 80 años de retraso

La historia del Perú es sincrónica y no porque hayamos logrado sincronizar deliberadamente nada, sino porque hemos desarrollado la virtud de conjugar fenómenos correspondientes a diferentes tiempos en un solo momento histórico. Los resultados, cómo no, han sido catastróficos. Pero esta vez quiero referir sólo uno de estos, el que más se me viene a la cabeza.

En condiciones normales, en el Perú decimonónico debió desarrollarse una democracia censitaria. Debió votar un grupo reducido de ciudadanos de acuerdo con el censo, la propiedad y/o el alfabetismo pero curiosamente no sucedió así; en realidad votó mucha más gente pero lo hizo corporativamente, a voz alzada. Sencillamente llegaba el hacendado a la mesa de sufragio, que eventualmente quedaba dentro de su hacienda, y todos los peones proclamaban su nombre.

Más allá del sistema electoral, que nos describe Cristobal Aljovín en “Caudillos y constituciones”, lo cierto es que ninguna república censitaria sembró sus raíces en el siglo XIX -como sí lo hizo en Chile- por más que Carmen Mc Evoy nos la sugiera utópicamente. Aquí lo que se instaló es el caudillismo como forma de gobierno, continuidad monárquica según Hugo Neira, patrimonalismo según la referida Mc Evoy.

Tuvo que llegar la destrucción de la Guerra del Pacífico y el hartazgo con Cáceres para que recién en 1895 Piérola instaurase, al fin, una república censitaria, aquella a la que le llamamos aristocrática. Y todo pareció ir muy bien y, de hecho, pudo ir muy bien a no ser que nuestra democracia de unos pocos nos llegó con ochenta años de retraso y se estrelló de frente con los anarcos, el paro, el sindicato La Estrella, la huelga, el canillita, el plebeyo, la obrerita y otros entrañables personajes de Felipe Pinglo, que no estaban en sus planes.

Había llegado el siglo XX pues, con la débil proyección de su luz artificial, y hasta ahora no sé cómo así convivieron los elegantes bailes del Palais Concert con las jaranas de Karamanduka y la lucha por las ocho horas, con Haya y Mariátegui incluidos, después de Gonzáles Prada. El resultado: La Incertidumbre Nacional como la llamó Basadre, reacción conservadurísima, miles de asesinados apristas en Trujillo en 1932, magnicidio de Sánchez Cerro en 1933 y el subsecuente cierre del diálogo político hasta 1956.

Es que cada cosa tiene su tiempo, y en las primeras décadas del XX no había espacio para todo aquello junto. Y la república, ya democrática, todavía no la hemos construido. Volveremos luego sobre otras paradójicas sincronías peruanas.

Publicado el 30 de mayo en La Mula

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