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Batalla de Canchas Blancas: ¿una tradición inventada?

 

 

Batalla de Canchas Blancas

¿Una tradición inventada?

Antes de la reciente controversia sobre la Batalla de Canchas Blancas, supuestamente librada el 12 de noviembre de 1879, en un paraje del departamento de Potosí, no se sabía mucho de un enfrentamiento entre chilenos y bolivianos, distinto a los que tuvieron lugar en la provincia de Atacama, y a la cruenta batalla del Alto de la Alianza del 26 de mayo de 1880. Aquella vez el ejército de Chile derrotó a sus homólogos de Perú y Bolivia, en la batalla más cruenta y decisiva de la fase terrestre de la Guerra del Pacífico.

Entonces revisé algunos títulos de mi biblioteca y acudí a buscadores de internet para indagar desde cuando las webs dan cuenta del enfrentamiento de Canchas Blancas. Al respecto, me llamó la atención que Wikipedia, fuente de divulgación (no académica) mundialmente conocida, recién dedicó una página a esta batalla el 28 de marzo de 2018. Es decir, el mismo día en el cual, con su escenificación, Bolivia celebró el fin de la fase oral del litigio que le sigue a Chile en la Corte de la Haya. En los días siguientes, la página ha sido actualizada decenas de veces.

Luego, resulta complejo validar la veracidad de la batalla que hoy se conmemora en Bolivia y se niega en Chile. La información no es concluyente. Lo que está demostrado es que durante la Guerra del Pacífico hubo algunas avanzadas chilenas a los territorios de Oruro y Potosí para apropiarse de ganado y eventualmente cortar una ruta de abastecimiento aliado desde Argentina, vía Tarija. En ese contexto, es posible que se haya producido alguna refriega, escaramuza o emboscada, pero difícilmente con las dimensiones de una batalla que habrían librado 2000 hombres, como sostiene la parte boliviana.

Así pues, las fuentes bolivianas remiten a dos diarios de oficiales combatientes, el segundo publicado en 2017 por su Ministerio de Defensa y se titula “Memorias del Coronel Ezequiel Apodaca”. En dicho diario se relata las andanzas del ejército altiplánico comandado por el general Narciso Campero hasta producirse una emboscada en Canchas Blancas que obligó a una división chilena de 1500 hombres a emprender la retirada hasta Atacama, provincia litoral ocupada por Chile desde el desembarco de sus fuerzas en Antofagasta el 14 de febrero de 1879.

A su turno, las fuentes chilenas remiten al “Boletín de la Guerra del Pacífico”, creado por el Presidente Aníbal Pinto el 1ero de abril de 1879, y que publicó sistemáticamente los partes e informes del conflicto generados por su oficialidad. En dicho Boletín no se menciona la batalla de Canchas Blancas, más sí algunas pequeñas avanzadas de la caballería chilena sobre Oruro y Potosí, en número nunca superior a las treinta unidades.

Al respecto, el historiador boliviano Roberto Querejazu dedica solo un párrafo de su clásico “Guano, Salitre y Sangre” a un “encuentro con los chilenos” en la zona, por lo que, de haberse producido, difícilmente pudo tratarse de un encuentro de gran magnitud. Finalmente, un detalle no menor es que, hasta ahora, no se ha encontrado el “sitio arqueológico” de la batalla de Canchas Blancas, cuando un enfrentamiento importante deja huellas tales como restos óseos, trozos de uniformes, armas, balas etc.

Conscientes de que sobre la materia no alcanzaremos un rápido consenso, detengámonos a analizar sus soportes metatextuales. Lo primero que salta a la vista es que los sudamericanos seguimos aferrados al positivismo histórico y buscamos en los historiadores a los “jueces del pasado” quienes, con documentos, pugnan por demostrar la verdad o falsedad del acontecimiento. Al respecto, la Batalla de Canchas Blancas es prototípica y nos muestra a académicos de uno y otro lado librando su propio combate por la historia[ii] por defender la postura de su país.

Lo segundo remite a la mirada nacionalista del siglo XIX, cuando resultaba heroico entregar la vida por la defensa del último centímetro del territorio nacional. Y este es el escenario que ha montado Evo Morales al escenificar una supuesta victoria militar de Bolivia sobre Chile, como colofón simbólico de la participación de su país en la fase oral del litigio en La Haya. Es en este sentido que defino la batalla de Canchas Blancas como una “tradición inventada”, como diría Eric Hobsbawm, pues su recordación persigue la finalidad de unificar la nación a través de la creación de un imaginario victorioso -novísimo en tanto que conmemoración- y establecer su analogía con la causa de su país en la Corte Internacional de Justicia, independientemente de si la batalla tuvo o no lugar[iii].

Sobre el juicio de Bolivia a Chile en La Haya, ya me he pronunciado: si las partes le quitasen al concepto de soberanía la enorme carga nacionalista que depositan sobre él, la cuestión se reduciría a un puerto. En todo caso, la exaltación de una batalla, real o imaginaria, de la guerra del Pacífico, no parece el mejor camino para acercar a Bolivia al mar, máxime si, eventualmente, tendría que concertar con Chile dicha posibilidad.

[i] Historiador, Docente en Universidad de Lima, PUCP y UPC.

[ii] En Referencia a Combates por la Historia, título del célebre texto del historiador francés Lucien Febvre

[iii] Véase Hobsbawm, Eric. La invención de la tradición. Barcelona, Crítica, 2002

Publicado en El Dominical de El Comercio, edición del 21 de abril de 2018

La Llamada de Mario

Nobel de literatura Mario Vargas Llosa

 

La Llamada de Mario

Acabo de terminar “La llamada de la Tribu”, conjunto de ensayos de nuestro nobel Mario Vargas Llosa acerca de los pensadores liberales que lo forjaron ideológicamente. Comenzaré con una observación: la introducción me supo un tanto sencilla pero invita a leerse después de concluida la obra, a ver qué nuevas reflexiones nos sugiere.

Tras un incierto primer capítulo sobre Adam Smith, se revela finalmente “el escribidor”: desde el trabajo sobre José Ortega y Gasset, hasta el que dedica a Jean François Revel, La Llamada de la Tribu es una obra de un absoluto deleite estético, con magníficas reflexiones que se construyen sobre la base de acercamientos biográficos a los autores materia de estudio, para luego sumergirnos en las profundidades de su pensamiento y en los recovecos de su producción bibliográfica. El hilo transversal del libro sugiere que la libertad, en su sentido más amplio, ha prevalecido sobre paradigmas totalitarios que anunciaban sociedades cerradas (Popper) como lugar de llegada de la historia.

En las líneas de “La Llamada”, Vargas Llosa nos narra los azares que tuvieron que pasar pensadores de la talla de Ortega y Gasset, Hayek, Popper, Aron, entre otros, para mantenerse firmes en sus idearios relativistas y seculares. La tarea no fue fácil pues aquellos los colocaron en abierta confrontación con las grandes utopías del siglo XX y la preeminencia, en las esferas académicas e intelectuales, de la idea de la predictibilidad de la historia, máxime si esta podía alcanzarse a través del marxismo y el estructuralismo.

En otros pasajes de su texto, el nobel dirige sus críticas a los principales representantes del giro lingüístico quienes, según él, habrían complicado la filosofía al punto de alejarla del hombre, de la sociedad y de lo inteligible. En esa línea, Jacques Lacan, entre otros, son presentados casi como farsantes cuyos galimatías lingüísticos están vaciados de cualquier sustancia. Por ello, la denuncia del narrativismo por Vargas Llosa nos ha llevado a preguntarnos si acaso la “Llamada de la Tribu” no es el esbozo de un nuevo paradigma filosófico, cimentado sobre bases libertarias y humanísticas.

Asoma en la “Llamada de Mario” un elemento conservador. Este se visibiliza en su crítica sin atenuantes a cualquier manifestación de la sociedad y el pensamiento, entre los siglos XIX y XX, que presente algún sesgo izquierdista. En esa línea, fustiga con dureza al infatigable marxista Jean Paul Sartre por insertarse laboralmente en el París ocupado por Adolfo Hitler; en cambio, es benévolo con José Ortega y Gasset, y su vuelta a la España del “generalísimo” Francisco Franco a transitar las dos últimas décadas de su vida. Asimismo, Vargas Llosa escamotea cualquier aporte a las revoluciones juveniles de 1968 y a los ecuménicos cambios de horizontes y de mentalidad que, para nosotros, trajeron consigo.

Finamente, la idea central que nos deja “La Llamada de la Tribu” es que la libertad, ejercida como credo ideológico, y el neoliberalismo económico son dos cosas muy distintas. En cada uno de sus ensayos, Vargas llosa se esfuerza por levantar las banderas de los derechos civiles y humanos, la democracia política, la justicia social y la igualdad de oportunidades, sin los cuales ni el libre mercado, ni ninguna franquicia económica lograrán el cometido de elevar al hombre a la más alta dimensión humanista y civilizadora.

“La Llamada de la Tribu”, de Mario Vargas Llosa, apunta a obra maestra. Los años, o las décadas, nos indicarán si señalará el camino hacia la construcción de los nuevos paradigmas que pide a gritos la civilización occidental del siglo XXI, tan tendiente al pasadismo, al galimatías lingüístico y al consumo vacuo de la tecnología informática.

 

Sobre el APRA, para variar

Sobre el APRA, para variar

Ilegal directiva debe cederle el paso a nuevas generaciones. Foto: Hernán Hernández, La República

De nuestro país, de su corrupción y su informalidad se pueden decir muchas cosas, pero no seamos mezquinos. Algo se ha avanzado en institucionalidad, de lo contrario tantos líderes políticos no afrontarían hoy los problemas que afrontan ante la justicia y la fiscalía no podría allanar sus casas como viene haciéndolo. Es imperfecto, claro, pero hace un par de décadas sería impensable tener presos a un expresidentes, a uno fugado a USA y a otro recién indultado, pero con un futuro cercano muy incierto.

Con el APRA pasa algo similar, nuestros organismos electorales pueden ser todo lo imperfectos que se quiera, pero mal que bien ordenan y fiscalizan elecciones, tanto como la marcha de los partidos. De manera que a estos ya no se les puede manejar arbitrariamente, ni coparse sus esferas directivas a dedo o al caballazo como en tiempos del “pisco y la butifarra”.

Hoy los militantes de cualquier partido que viesen atropellados sus derechos de militantes, o los estatutos de su agrupación, o la ley de partidos políticos tienen el derecho de recurrir al Estado en busca de amparo (a eso se le llama ejercicio de la ciudadanía por si acaso) y recurrir al JNE para que aplique la ley y dirima la denuncia a procesos internos viciados. Pues así ha sucedido en el APRA. Compañeros: bienvenidos al siglo XXI.

Desde las elecciones generales de abril, en las que tuve el honor de representar a la estrella de Haya de la Torre, no me cansé de señalar que al APRA había que renovarla toda y que eso pasaba por un proceso de institucionalización de todos sus procesos internos. Alan García y su círculo cercano, sin embargo, se negaron a darle el paso a quienes, a la luz de un paradigma más contemporáneo, querían transitar al PAP al siglo XXI, para comenzar por fin a hacer las cosas de acuerdo a estatutos y en respeto de la voluntad mayoritaria de la militancia.

Con oponerse a un proceso irreversible, García, Mulder y Elías solo le han hecho perder tiempo a quienes quieren relanzar el APRA a la sociedad y que ya han logrado que el JNE ANULE LOS RESULTADOS DEL XIV CONGRESO NACIONAL HACE MÁS DE UN MES. Con ello, resulta que ni Alan García es Presidente del PAP, ni Elías Rodríguez es su Secretario General, ni Mauricio Mulder es el Presidente de su Comisión Política y que NINGUN PLENARIO DE ULTIMA HORA CONVOCADO POR DICHA DIRECTIVA TIENE NINGUNA VALIDEZ TAMPOCO.

De hecho, mantenerse por la fuerza en el local de Alfonso Ugarte, a pesar de la resolución del JNE, constituye un ilícito frente al cual esperamos que la Asamblea permanente de las bases, que con gran decisión se ha autoconvocado en la sede del Comité Distrital de San Borja, interponga pronto las medidas cautelares necesarias para que las autoridades apócrifas del PAP abandonen la sede central de su organización. Paso seguido debe iniciarse, bajo la dirección del JNE junto a una intachable comisión de notables apristas, el proceso de normalización que coloque al APRA de nuevo a derecho y en la capacidad de ofrecerle servicios públicos de calidad, tanto como justicia social, a la ciudadanía.

Poco importa, la verdad, a estas alturas, participar o no en las regionales-municipales de octubre. ¿A razón de qué? Tantos años de malas prácticas dificultan ofrecerle desde ya a la ciudadanía la seguridad de candidaturas idóneas formadas en los principios ideológicos y MORALES del aprismo y su generación fundadora. No hay peor error que no identificar aquella transición tras la cual la historia, definitivamente, te ha superado. Felizmente hay una nueva generación de militantes apristas dispuestos a hacer las cosas bien. Es momento de darles la oportunidad.