LO QUE DEFIENDO DE LA PUCP
Daniel Parodi Revoredo

Cuando ingresé a la PUCP en 1986, las autoridades de la Universidad eran de tendencia conservadora y lo digo con el mayor de los respetos. Entonces el ingeniero Tola Pasquel era rector y Pedro Rodríguez –entrañable maestro- decano de Estudios Generales Letras. En la década de 1990, la PUCP alcanzó un alto consenso versus el golpe del 5 de abril de 1992 y lideró una importante campaña moral a favor de la reinstauración de la democracia y de denuncia de las violaciones de derechos individuales y humanos.

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Con Cipriani peligra el pensamiento crítico en la PUCP

Una consecuencia política de esos tiempos fue que la correlación de fuerzas al interior del claustro se invirtió y ganaron posiciones sectores políticamente liberales, provenientes de las letras y las ciencias sociales. El cambio comenzó desde la destacada gestión rectoral del filósofo Salomón Lerner, cuyas calidades profesionales y humanas lo llevaron luego a presidir la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, esfuerzo de paz que no encuentra aún un país con la madurez suficiente para comprenderlo.

El denominador común de ambos escenarios, el conservador y el liberal, es que la vida universitaria se desarrollaba en una atmósfera de respeto a las diferentes posiciones políticas y científicas, siempre bajo una orientación católica general. Las reglas de juego que permitían la alternancia entre ideas y personas se ceñían a las formas democráticas pues las altas autoridades universitarias se elegían, y se siguen eligiendo, vía la votación universal o de la Asamblea.

No quiero caer en estas líneas, en la ingenuidad de presentar la PUCP como una institución perfecta en la que no se cuecen habas. Claro que se cuecen, tanto como existen grupos rivales que pugnan entre sí por aumentar su influencia en el gobierno universitario. Pero el diálogo entre escuelas, cosmovisiones y áreas de conocimiento fecunda en la PUCP gracias a sus claras reglas de juego democráticas y es ese el principio que está en riesgo ante la agresión del arzobispo y, lastimosamente, también del Vaticano.

Ciertamente, los tribunales tendrán mucho que deliberar en los próximos años en torno al nombre y posesión de los bienes de la Universidad. Sin embargo, en estas líneas quiero dirigirme a quienes no pertenecen o no han pertenecido a la comunidad PUCP y creen que respaldar al arzobispado es una buena manera de oponerse ideológicamente a la izquierda en el Perú.

No es así. La PUCP es un escenario en donde las ideas y el conocimiento están en permanente cambio y trasformación por lo que no podemos predecir las coyunturas futuras, ni saber quien la conducirá de aquí a algunos años. Más bien, el actual desafío consiste en preservar una universidad que provee al país de profesionales de alta calidad, sin importar su línea política.

Nos guste o no su actual gobierno, la libre circulación de ideas está hoy segura en la PUCP, lo que no ocurrirá si pasa a manos de sectores ultramontanos, amigos del pensamiento único y vertical. No perderá la izquierda si gana Monseñor Cipriani este largo y penoso conflicto, será el país el que pierda la “gallina” de los profesionales críticos, capaces de reflexionar el entorno para transformarlo.

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