Acabo de terminar “La llamada de la Tribu”, conjunto de ensayos de nuestro nobel Mario Vargas Llosa acerca de los pensadores liberales que lo forjaron ideológicamente. Comenzaré con una observación: la introducción me supo un tanto sencilla pero invita a leerse después de concluida la obra, a ver qué nuevas reflexiones nos sugiere.
Tras un incierto primer capítulo sobre Adam Smith, se revela finalmente “el escribidor”: desde el trabajo sobre José Ortega y Gasset, hasta el que dedica a Jean François Revel, La Llamada de la Tribu es una obra de un absoluto deleite estético, con magníficas reflexiones que se construyen sobre la base de acercamientos biográficos a los autores materia de estudio, para luego sumergirnos en las profundidades de su pensamiento y en los recovecos de su producción bibliográfica. El hilo transversal del libro sugiere que la libertad, en su sentido más amplio, ha prevalecido sobre paradigmas totalitarios que anunciaban sociedades cerradas (Popper) como lugar de llegada de la historia.
En las líneas de “La Llamada”, Vargas Llosa nos narra los azares que tuvieron que pasar pensadores de la talla de Ortega y Gasset, Hayek, Popper, Aron, entre otros, para mantenerse firmes en sus idearios relativistas y seculares. La tarea no fue fácil pues aquellos los colocaron en abierta confrontación con las grandes utopías del siglo XX y la preeminencia, en las esferas académicas e intelectuales, de la idea de la predictibilidad de la historia, máxime si esta podía alcanzarse a través del marxismo y el estructuralismo.
En otros pasajes de su texto, el nobel dirige sus críticas a los principales representantes del giro lingüístico quienes, según él, habrían complicado la filosofía al punto de alejarla del hombre, de la sociedad y de lo inteligible. En esa línea, Jacques Lacan, entre otros, son presentados casi como farsantes cuyos galimatías lingüísticos están vaciados de cualquier sustancia. Por ello, la denuncia del narrativismo por Vargas Llosa nos ha llevado a preguntarnos si acaso la “Llamada de la Tribu” no es el esbozo de un nuevo paradigma filosófico, cimentado sobre bases libertarias y humanísticas.
Asoma en la “Llamada de Mario” un elemento conservador. Este se visibiliza en su crítica sin atenuantes a cualquier manifestación de la sociedad y el pensamiento, entre los siglos XIX y XX, que presente algún sesgo izquierdista. En esa línea, fustiga con dureza al infatigable marxista Jean Paul Sartre por insertarse laboralmente en el París ocupado por Adolfo Hitler; en cambio, es benévolo con José Ortega y Gasset, y su vuelta a la España del “generalísimo” Francisco Franco a transitar las dos últimas décadas de su vida. Asimismo, Vargas Llosa escamotea cualquier aporte a las revoluciones juveniles de 1968 y a los ecuménicos cambios de horizontes y de mentalidad que, para nosotros, trajeron consigo.
Finamente, la idea central que nos deja “La Llamada de la Tribu” es que la libertad, ejercida como credo ideológico, y el neoliberalismo económico son dos cosas muy distintas. En cada uno de sus ensayos, Vargas llosa se esfuerza por levantar las banderas de los derechos civiles y humanos, la democracia política, la justicia social y la igualdad de oportunidades, sin los cuales ni el libre mercado, ni ninguna franquicia económica lograrán el cometido de elevar al hombre a la más alta dimensión humanista y civilizadora.
“La Llamada de la Tribu”, de Mario Vargas Llosa, apunta a obra maestra. Los años, o las décadas, nos indicarán si señalará el camino hacia la construcción de los nuevos paradigmas que pide a gritos la civilización occidental del siglo XXI, tan tendiente al pasadismo, al galimatías lingüístico y al consumo vacuo de la tecnología informática.
La Agonía de Mariátegui de Alberto Flores Galindo, 1980 (reseña)
Es sabido que un libro tiene tantas versiones como lectores y que cada uno de estos multiplica exponencialmente sus ángulos y perspectivas de interpretación. Tras leer Haya de la Torre en su espacio y en su tiempo, de Planas & Vallenas, La agonía de Mariátegui (LAM) de Alberto Flores Galindo (AFG) me pareció la lectura que naturalmente venía a continuación a pesar de haber sido escrita diez años antes. Además, la experiencia me supuso casi por defecto un ejercicio de confrontación entre dos textos que, hasta cierto punto, representan una lectura más cercana al aprismo y la otra al socialismo doctrinales. Era como iniciarme en una materia buscando sus dos posturas más antagónicas y representativas.
Pero frente a mi búsqueda y motivaciones descubrí, en la parte final del libro, en el anexo que trata de las fuentes, los motivos personales del autor. Este descubrimiento me colocó en una situación paradójica: mi primera impresión es que LAM es una mistificación de José Carlos Mariátegui (JCM), una construcción de un amauta más político de lo que realmente fue.
MARIÁTEGUI, JOVEN
Sin embargo, el referido anexo me llevó a la conclusión contraria: lo que Flores Galindo intentó fue precisamente desmitificar a Mariátegui ante los “mariateguistas”, o ante las decenas de agrupaciones de la década de 1970 que lo habían convertido “en una especie de “megáfono” por intermedio del cual la izquierda propalaba sus posturas políticas, al margen de cualquier respeto a la fidelidad de su pensamiento” (p 119). Y la sentencia con la que AFG cumple su cometido no deja de ser devastadora: Mariátegui no acabó su obra, parece decirnos, Mariátegui no le entregó a sus seguidores su proyecto, su plan, su modelo de sociedad, su libro equivalente a El Antimperialismo y el APRA de Haya, culminado en 1928, si se me permite la última comparación que ciertamente es mía.
Añade Tito Flores que 7 Ensayos es una obra de diagnóstico, no de propuesta. Sobre la inexistencia de un programa mariateguista nos dice dos cosas: que lo más cercano a este fue DEFENSA DEL MARXISMO que, como entonces era habitual, se entregó por partes, en varios números de Amauta publicados entre 1928 y 1929. Lo otro que nos cuenta Flores es que la obra que debió constituirse en el ABC del mariateguismo -el dogma- se perdió en extrañas circunstancias. No hay entonces un Mariátegui política e intelectualmente acabado, como no hay un mariateguismo doctrinal. Su obra puede servir de inspiración creativa, tanto como una invitación a pensar el marxismo desde el Perú, desde lo andino y a interiorizar la célebre “la revolución no es calco ni copia …” pero poco más.
Es interesante, si se me permite el paréntesis, observar como con Haya y Mariátegui les sucede algo similar; uno llevó la dialéctica hasta las últimas consecuencias, el otro se negó a comprender el socialismo peruano sin vincularlo a una concepción de comunismo agrario anclado en la tradición andina, ambos fueron disidentes de la Komintern y ambos obtuvieron de sus seguidores el intento de reducirlos a dogmas, lo que ambos, también, hubiesen rechazado tajantemente. ¿Tan distintos son?
La Obra
Tito Flores ha organizado LAM de manera interesante. Podríamos decir que comienza con el último capítulo –la polémica con Komintern- para luego retrotraerse primero al descubrimiento de lo andino por JCM, segundo a una profunda reflexión sobre la Revista Amauta y el círculo político e intelectual alrededor de esta y tercero a la fabricación de un Mariátegui líder de un temprano proyecto político que se desarrolla paralelo al de Haya de la Torre y que encontramos como la sección más frágil de la obra. Este mismo capítulo salta de la polémica con Haya a la que sostuvo JCM con la Komintern, reconectándose así, casi espontáneamente, con el primero y cerrando el círculo. El epílogo de la obra le otorga al texto una visión de conjunto bastante coherente.
El capítulo 2, titulado el descubrimiento del mundo andino podría parecer el menos vinculado con los demás, en especial con el primero y el último, pero en realidad, a veces de manera implícita y otras explícitamente lo andino se presenta como el rasgo distintivo en el pensamiento de Mariátegui, tanto frente a Haya, como frente a Komintern. He dicho implícita porque a pesar que son otros los temas que aborda AFG cuando trata la primera de ambas polémicas, ese es el aspecto que con más claridad distingue a ambos líderes.
A ese nivel, la mirada de Haya nos parece más cosmopolita y, porque no decirlo, más leninista si nos acercamos a las tesis de Planas & Vallenas. Haya ve el mundo en su totalidad y lo que observa es un planeta dividido en bloques económicos en el que el camino socialista para América Latina (Indomaérica) es su unión política para hacer frente al imperialismo; es desde esa mirada que Haya construye su doctrina. Mariátegui, en cambio, introduce el elemento antropológico en su acercamiento al socialismo, Mariátegui observa el ayllu, la comunidad y en esa resistencia cultural, a pesar de la dominación española, encuentra la base desde la cual lee la realidad peruana bajo el prisma marxista. Estas dos lecturas distan de ser opuestas, sólo representan enfoques distintos del problema que incluso pueden complementarse si nos atenemos a los halagos que JCM formula desde 7 Ensayos a Por la emancipación de América Latina, de Haya, publicado en 1927.
El capítulo tercero interesa porque alcanza, sin querer, la meta que sin éxito AFG se traza para el cuarto. En el tercer capítulo FG describe Amauta, la revista, pero más que a la revista nos introduce al círculo político-intelectual, ese que, ante la dolencia física de Mariátegui, se reunía en su casa que se conocía como Washington-izquierda. En realidad es este capítulo el que, de manera indirecta, discute las tesis que FG desarrolla en el cuarto.
No voy a caer en el maniqueísmo de apristas = políticos, vs socialistas = intelectuales, pero lo que sí nos muestra el capítulo tercero es que Washington-izquierda convocaba un grupo ideológicamente heterogéneo y no tenía por qué ser de otra manera. Allí confluían figuras del vanguardismo como José María Eguren y Martín Adán, e indigenistas como Luis Valcárcel. Por supuesto que hay política en Amauta y que el socialismo es el denominador común. Lo que no parece tan claro es que se estuviese labrando allí un proyecto político específico, distinto del de los apristas que también colaboraban con Amauta. Más bien, como el mismo FG señala, el PSP parece emerger como resultado de la ruptura con Haya en 1928, para adoptar su forma definitiva entre 1929 y 1230 y no precisamente de la manera como Mariátegui hubiese querido. De hecho, agobiado por enfermedad, Mariátegui abdica en Ravines el liderazgo del PSP que no tardaría en completar su proceso de stalinización para pasar a llamarse PCP.
Hay un tema en el tintero y que amerita ser aclarado. Aunque Flores Galindo señala que el Plan insurreccional de México que Haya comenzó a ejecutar a inicios de 1928 y una supuesta desviación ideológica de este precipitan la fundación del PSP, también señala que este proyecto lo concibió Mariátegui en su estancia europea (1919 -1923), solo que JCM tendía a hacer las cosas planificadamente. En esa lógica, las condiciones no estaban dadas en 1928 para iniciar en el Perú el plan revolucionario de Haya, lo que obliga a Mariátegui a oponersele y adelantar la fundación del PSP para octubre de 1928.
Esta tesis, aunque interesante, es la que induce a AFG a forzar un tanto los resultados del capítulo cuarto. De allí que FG casi desconoce las Universidades Populares González Prada como un proyecto de Víctor Raúl Haya de la Torre y que explica, en gran parte, el levantamiento contra la consagración a los sagrados corazones de 1923 y la súbita eclosión del Partido Aprista en 1930-1931. Al contrario, casi las convierte en el escenario elegido por JCM para forma a las masas en el socialismo, de acuerdo con un proyecto político que él habría definido con anterioridad.
En realidad, ni las Universidades González Prada, ni la correspondencia de JCM con algunos obreros o activistas provincianos que nos presenta Flores Galindo dan luces claras sobre la ejecución de un programa paralelo, ni de la dimensiones del que comenzó a gestar Haya con la UPGP y luego con las células de apristas exiliados desde ciudades tales como París, Berlín, México, Santiago, Buenos Aires, La Paz etc. Al contrario, antes de la fundación formal del APRA, Mariátegui es parte de la misma agitación política e ideológica que concluye con la formación de aquella y de la que él, desde 1928, es un ilustre disidente. Más bien, acierta más Flores Galindo cuando refiere la célula comunista del Cusco, que adopta tal nombre más temprano que nadie en el Perú, desde 1927, y que no depende de la célebre bohemia de Washington-izquierda. Este sí nos parece un proyecto político alterno al aprismo embrionario.
La revolución no es calco, ni copia …
LAM de AFG ha despertado en mí dos lecturas aparentemente contradictorias. La primera atañe la desmitificación de Mariátegui, quien es presentado como un intelectual y político al que la muerte le arrebató violentamente la posibilidad de culminar el programa de un socialismo construido desde las formas de organización socioeconómicas andinas. La segunda es la invención de una tradición –al estilo de Hobsbawm- que presenta a JCM como el temprano constructor de un proyecto político alternativo al APRA, que el destino le impidió concluir.
ALBERTO FLORES GALINDO
La triste anécdota del libro perdido de Mariátegui, aquel que contenía el desarrollo de su programa, nos llama a una metáfora final. El mensaje de Flores Galindo a la izquierda de los 80s y también a la actual es que, por encima de dogmatismos, es a ella a la que le corresponde escribir el libro perdido de Mariátegui, que parte de la reflexión del Perú de hoy desde una mirada de izquierda moderna, acorde con los requerimientos del siglo XXI. Mientras esto no ocurra, los historiadores seguiremos buscando el libro perdido del amauta, mientras que este seguirá esperando, donde esté, que sus seguidores comprendan el significado de su obra y la continúen.
HAYA DE LA TORRE EN SU ESPACIO Y EN SU TIEMPO (1990)
De Pedro Planas y Hugo Vallenas
Lo esencial es invisible a los ojos (Antoine De Saint-Exupery)
Las reseñas de un libro suelen escribirse a poco de aparecidos o presentados; se trata de eso, de comentar una novedad bibliográfica y dar una opinión sobre ella, no exenta de críticas. Pero yo no leo así y aunque me gusta actualizarme, me gusta todavía más ponerme al día de producciones que no leí cuando aparecieron por una y mil razones, y no encuentro motivo para no comentarlas. Finalmente, los libros o se olvidan o cambian solos. Cada lector y cada tiempo lo convierte en algo distinto a lo que era o a lo que quisieron decirnos sus autores.
Haya de la Torre en su espacio y en su tiempo es un libro de los que permanecen porque representa un desafío multidimensional para todo el que lo lee, porque está lleno de ángulos y alcanza a atacar las bases del conocimiento previo del lector. Este libro se parece a su personaje principal, quien posee también diversas dimensiones y es imposible de encasillar, ni mucho menos de aprisionar tras los barrotes de un dogma inequívoco. Por eso, el texto nos deja la sensación de que quizá el eje transversal de toda su trayectoria no sea otro más que su liderazgo moral y su apostolado político.
Pedro Planas, joven valor de las letras, lamentablemente desparecido
A contracorriente, el trabajo de Planas y Vallenas intenta periodificar lo que parece imposible de periodificarse, pero no estableciendo hitos a base de acontecimientos cruciales o decisivos, como pudieron serlo la oposición a la consagración del Perú a los Sagrados Corazones de 1923, las revoluciones de 1932 y 1948, o los pactos políticos de 1956 y 1963. Más bien, las fases que propone esta investigación responde a la evolución de las ideas de Haya, las que, a su vez, se supeditan al desarrollo de una serie de acontecimientos inter-hemisféricos. El esfuerzo intelectual de los autores parece encontrar un lugar de llegada en el año 1931, el que coincide con la fecha en la que Haya realiza quizá su único y radicalísimo viraje doctrinal.
No exagero al señalar que Planas y Vallenas pueden llegar a ser más críticos de Haya que sus opositores más encarnizados. Lo interesante es que Planas y Vallenas son aún más críticos de las tesis de estos antagonistas de Haya que del propio Víctor Raúl, lo cual le otorga a la investigación un raro y fascinante equilibrio. Será por eso que el texto nos ofrece varias decantaciones del personaje que, luego de ser fustigado duramente por su lectura poco rigurosa de Hegel, se recompone apareciendo como un seguidor más bien ortodoxo de Lenin, etc.
De hecho, el texto intercambia los roles que tradicionalmente se les ha asignado a Haya y Mariátegui. Como hemos señalado, se nos presenta a Haya como intérprete fiel del líder de la revolución bolchevique al proponer la tesis del Estado Antimperialista en EAA de 1928, la que equivaldría al capitalismo de estado que para Lenin, es una fase previa al socialismo y que en la URSS se expresase a través de la NEP. Desde 1926, ya con José Stalin instalado en el poder, se inicia un proceso de homogenización, burocratización y centralización de la revolución que, en lugar de dar paso a la fase plenamente socialista, agudiza al extremo la fase del capitalismo de estado cuya más terrorífica expresión es el totalitarismo estalinista.
Hugo Vallenas, principal estudioso del aprismo
En tal sentido, el distanciamiento entre Haya y la Komintern, tras el abierto disenso de aquel en el Congreso Antimperialista de Bruselas de 1927, es el resultado de la estalinización de la revolución: no es Haya el que cambia. Paso seguido, la polémica con Mariátegui es también el reflejo del alineamiento del “amauta” con las nuevas tesis de la Komintern: de nuevo no es Haya el que cambia.
Pero la estalinización de la revolución tuvo un impacto aún mayor en el pensamiento político de Haya pues este colige que ya no hay socialismo después del capitalismo de estado (NEP) y que por consiguiente su sosías peruano, el estado antimperialista de EAA, no es más la fase previa de ningún socialismo. Lenin había errado, o, en todo caso, Stalin “lo indujo al error”.
Estas circunstancias precipitan el gran viraje de Haya en 1931 cuando, con ocasión de realizarse el primer congreso del Partido Aprista Peruano, marcó las pautas para un desarrollo ideológico profundamente distinto al anterior, permeable a una penetración regulada del capital extranjero, propenso a la consolidación de una democracia social y dispuesto a dialogar con todos los sectores de la sociedad a través del Congreso Económico Nacional, entendido como supra poder parlamentario de carácter técnico, cuyo concepto Haya no dejará de modificar con el correr de las décadas.
El periodo posterior a 1931, hablamos de casi cinco décadas, aparece solo esbozado en el texto de Planas y Vallenas. Sin embargo, esta aparente ausencia la aborda el segundo en “Haya de la Torre: político de realidades” publicado en 1992, que divide hasta en 7 etapas la evolución ideológica del fundador del APRA, desde 1919 hasta 1979.
Dos ideas se nos quedan en el tintero tras leer “Haya de la Torre en su espacio y en su tiempo”. La primera, muy puntual, busca la razón por la que Haya permite la publicación de EAA en 1936 a pesar de que ya había abandonado el programa leninista que este desarrolla (¿?). La segunda se pregunta si finalmente existen elementos permanentes en el pensamiento de Haya, tesis que el texto discute al punto de señalar que aquel lleva al extremo el principio hegeliano de la negación de la negación para darle al aprismo apenas una apariencia de coherencia y organicidad. Quizá la postura de la democracia social adoptada desde 1931, junto con el ideal de la unión indoamericana –aunque variase en su formulación con el correr del tiempo – pudiesen constituir dos puntos de partida para atar los cabos sueltos de la ideología de tan fecundo patricio de la política y apóstol del servicio público.
La lectura de “Haya de la Torre en su espacio y en su tiempo” de Planas y Vallenas, más que invitar, desafía a tirios y troyanos a purgar sus demonios acerca de Haya y el aprismo. El mayor mérito de esta obra, es que culminada su lectura, culmina también su labor de derrumbar los conocimientos previos con los que la iniciamos. Más que una conclusión, Planas y Vallenas nos ofrecen un nuevo principio.
Siglas: EAA, El Antimperialismo y el APRA; NEP, nueva política económica, que aplicó Lenin a la URSS desde 1921 que permitía, de manera controlada, la presencia del capital y la inversión privada en la economía. Stalin la reemplazó por los planes quinquenales desde 1928, año de la ruptura entre Haya y Mariátegui.
Las memorias de Nicanor Mujica, el secretario- enlace de Haya de la Torre (reseña)
Cuando el señor y amigo Francisco Mujica me pidió comentar esta noche las memorias de su padre, Nicanor Mujica Álvarez Calderón, depositó sobre mí una gran responsabilidad.
Que no solo lo es, por el desafío de reseñar adecuadamente esta obra, testimonio imprescindible para la historia política del Perú del siglo XX, sino porque soy irremediablemente parte de ese problema epistemológico que, para Hugo Neira, significa estudiar al APRA desde el Perú.
Porque resulta que la academia, cuando se trata del APRA, tiende a tomar partido, a favor o en contra, lo que limita las posibilidades de ir más allá de esa malhadada dicotomía que hasta unas décadas dividió al Perú, que aún hoy lo hace y que, sin duda, está presente en la producción intelectual: apristas vs antiapristas.
LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO, CON RAÚL VARGAS, FRANCOIS MUJICA Y CARLOS ROCA
Y en mi caso, el problema se manifiesta más complejo porque soy parte de la academia que refiero, y al mismo tiempo soy miembro del movimiento político que acabo de mencionar, cuya historia me inspira y me emociona al punto de convertirse en una forma de vida, o en una manera de mirar al mundo, en aquella pasión a la que los hombres, por más que quieran, no pueden renunciar.
Sin embargo, fueron las mismas líneas de Nicanor el padre y de Francisco, el hijo, las que me dotaron de la tranquilidad, que no equivale a imparcialidad, para escribir este comentario.
Porque Nicanor y Francisco representan, en sí mismos, una forma justa y equilibrada de ver el mundo, la que dice mucho de las primeras generaciones apristas: la abnegación, el sacrificio, la honestidad y la capacidad de no verse afectados sus espíritus tras “diez años de odio”, que es lo que comentara Nicanor de su amigo Juan Seoane cuando este alcanzó la libertad, luego de pasar una década en el panóptico de Lima.
Cómo está construida la obra
Superado, espero, el aludido problema epistemológico, hablemos un poco de cómo está construida la obra que hoy nos ocupa. Sin lugar a dudas, el proyecto nace del deseo de Nicanor de escribir sus memorias porque cree que “los que participamos en los años de forja del movimiento aprista y estuvimos muy cerca de Haya de la Torre debemos legar nuestro testimonio vital a las juventudes del Perú y del Continente”
Quiso el destino, sin embargo, que partiese Nicanor antes de concluirlas y es entonces que interviene Francisco, el hijo abnegado, quien dialogando metafísicamente con su padre, lo comenta, lo ordena, lo sistematiza, lo hace hablar, lo ayuda finalmente a concluir el testimonio que aquel quería legar.
Pero al mismo tiempo, la obra se modifica y se enriquece porque Francisco no solo ordena y recorta, cual editor, sino que es hijo, es aprista y tiene mucho que decirnos también, de aquellas anécdotas, de aquellos tiempos y de aquellas coyunturas.
Francisco, además, quiere un libro que sea más que una memoria, quiere un texto que se sume y que perturbe la historiografía sobre el tema. El quiere que la obra sea parte de la ciencia que trata el asunto y es por eso, que en, franca manifestación de honestidad intelectual, recurre a autores de diferentes tendencias.
Es así como se advienen al texto los aportes de Hugo Neira, Julio Cotler, Alberto Flores Galindo, Francois Bourricaud, Jorge Basadre, entre otros. Y de esta manera, lo que el padre pensó como sus memorias, deviene, desde la intervención del hijo, en análisis, en tesis, en texto académico.
Hay otro aspecto saltante en la naturaleza de esta obra y que responde a la siguiente pregunta: ¿quién es el narrador?. En realidad no es uno, ni son dos los narradores, son tres las voces que orientan nuestra travesía a través de sus capítulos. La de Francisco, la de Nicanor y la de Víctor Raúl.
El jefe y el devoto seguidor
De hecho, el tema central de la obra es la relación entre los dos últimos mencionados. Este, el jefe del APRA, un partido clandestino; aquel, el devoto seguidor, el enlace secreto, el que debe cumplir la grave responsabilidad de llevar hasta su destino la correspondencia secreta del hombre más buscado del Perú.
Al respecto, Nicanor señala lo siguiente: “Cuando Víctor Raúl me llamó para que fuera su secretario-enlace, me di cuenta de que me había convertido, de la noche a la mañana, en una de las poleas con más responsabilidades del Partido. Tenía 21 años”.
Esta relación entre Víctor Raúl y Nicanor me trae algunas reflexiones acerca del APRA, del partido que busca la democracia pero que al mismo tiempo se maneja de manera vertical. Para el aprista entonces, el Partido solía yuxtaponerse a la familia y el Jefe a la figura del padre, y es aquí donde encontramos al mismo Nicanor, de educación esmerada y católica, entregarse a su nueva devoción con la misma honestidad con que antes lo hizo a sus padres, disciplinado y creyente.
¿Por qué el APRA despertó vínculos paternos entre el líder y la militancia, y vínculos fraternos tan estrechos entre sus miembros? Caben muchas respuestas, para Neira, es la misma persecución, la constante clandestinidad y la amenaza contra la vida del jefe máximo lo que lo convierte en tal. Y es en esa circunstancia en la que estas memorias encuentran quizá sus pasajes más apasionantes.
VÍCTOR RAÚL, ARMANDO VILLANUEVA, RAMIRO PRIALÉ Y NICANOR MUJICA
La gran clandestinidad
Jirón Capac Yupanqui 1071, Jesús María, fue el escondite de Haya de la Torre desde 1934, el dueño de casa se llamó Gerardo Bedoya Sáenz, “Camilo” fue su nombre de lucha. Fundamental para despistar a sus persecutores, era que la familia del susodicho Bedoya hiciese su vida normal y es así que entre las idas y venidas cotidianas de “Camilo”, su esposa Enriqueta y sus menores hijas Elena, Esther y Mercedes se debatía la vida de una familia, de un partido y los destinos de un país.
Y es así que mientras de día, en Capac Yupanqui 1071, desarrollaba normalmente sus actividades cotidianas una típica familia limeña de clase media, por la noche se organizaban las actividades del partido político más importante y perseguido del país; el telón de fondo, el traqueteo de una máquina de escribir Noiseles, especialmente escogida por no hacer mucho ruido, para no llamar la atención.
Prensa y propaganda
Un aspecto fascinante que se desprende de las páginas de este texto y que ha llamado poderosamente mi atención es la comunicación política de entonces, o el marketing político, o, más simplemente, la propaganda. Hoy las fuerzas políticas en el mundo entero pugnar por posicionar un twiter, por convertir un slogan o hastag en tendencia, por ser el titular del noticiero vespertino o del diario matutino.
Pero en aquel mundo anterior a la última revolución de las comunicaciones, la lucha era por posicionar libros en el debate, nuevas tesis, nuevos planteamientos, nuevos autores y en eso consistía buena parte de la labor propagandística del APRA, más allá de publicaciones periodísticas y folletos.
Ese fue el caso del libro titulado “El nacionalismo Continental” del chileno Edwards Bello. Al respecto, le dice Haya de la Torre a Nicanor Mujica:
“A los intelectuales civilistoides, a todo el que pueda leerlo, comprarlo y si se interesa dile que lea el libro. Hay cosas sobre el APRA muy buenas y resultan una gran defensa nuestra. Aunque los apristas no lo lean, deben decir a los que puedan comprarlo y leerlo: ¿no ha leído Ud. el Nacionalismo Continental? Hombre, Ud. No puede llamarse un hombre culto, ignorando aquel colosal parto araucano” etc.
Lo mismo sucedió con el libro del norteamericano Carleton Bealts, “fire in the Andes” que resultó muy crítico del civilismo; al respecto indicó Víctor Raúl a Nicanor: “Hay que decir que la crítica literaria de los Estados Unidos y de Europa lo elogia como el más brillante libro del autor, quien ha escrito varios textos notables y es colaborador de la revista Times. Hay que propagar que Bealts es uno de los más brillantes escritores jóvenes yanquis, autor de libros, notables novelas, una gran biografía de Porfirio Díaz, que ha vivido en el Perú varios meses, viajando por todo el país y que es casado con peruana”
Memorias para un país desmemoriado es sin lugar a dudas una experiencia que, aunque teñida de un horizonte angustioso por la zozobra de la persecución y la clandestinidad, nos regala pasajes como los que acabo de leer. Estos manifiestan cómo a aquellos héroes civiles, los años de escondite obligado, no les doblegaron alguna sonrisa o la capacidad de hacer de su situación una fina ironía.
Un elemento que apasiona de este libro es el constante azar de alumbramientos súbitos y finales inesperados, tal y como fue el devenir de sus protagonistas, pero, en simultáneo, es la vida misma la que va pasando inexorable y es desde esa mirada que Francisco Mujica explica la convivencia con Prado, para darle por fin legalidad a los apristas, tranquilidad a sus familias y democracia al país.
La muerte del Jefe
Sin lugar a dudas, los pasajes más dramáticos de esta obra se encuentran en el relato de los últimos días de Víctor Raúl, narrados por Nicanor en un diario que nos detalla el agravamiento de la salud del fundador del APRA desde los meses anteriores a su muerte. Esta tuvo lugar un 2 de agosto de 1979, días después de promulgarse la constitución democrática que aquel le dejó al país como su último legado.
Sobre el momento más aciago: Nicanor nos dice lo siguiente:
A las 10 y 45 suena el teléfono: me apuñalea una corazonada. Es la voz grave de Armando: “Ven inmediatamente a Vitarte”. No pregunto más; pero como hubo anteriores amagos, voy con una esperanza lastrada de pesimismo. Cuando llego hay gente en la puerta de Villa Mercedes pero ninguna señal del acontecimiento.
Me hacen pasar hasta el fondo del jardín y allí cuadro el carro. Entro al jardín interior con el corazón en la boca: allí lo veo todo en el llanto de compañeros y compañeras. ¿Qué he sentido? Hubo tanta esperanza y desesperanza mescladas.
En el teléfono del corredor angosto, Armando hace llamadas telefónicas. Jorge está sereno. Nos hemos dado las manos y aproximado las caras sin decir una palabra, Allí se detienen 45 años yo, y más él, de estar al lado de Víctor Raúl. Andrés tiene los ojos inyectados. Y me dice, ven a verlo por última vez. Cuando se me escapa un sollozo, Andrés me toca el hombro y reacciono”
A manera de conclusión
Volviendo al inicio de esta reflexión, pero con la intención de terminarla, me pregunto si logré acaso la meta de reseñar esta bella obra con algo de objetividad y constato que he fracasado y me alegro de mi fracaso.
Este breve ensayo sobre las memorias de Nicanor, que llamaré “epopeya de un héroe civil” no ha hecho más que avivar en mi esa misma flama que tocó su vida en 1931 y la mía cincuenta años después. Memorias para un país desmemoriado es un digno ejemplo de acción contra el mal que alentará a los que luchemos hoy y a los que luchen mañana.
“El centro es una imagen, un punto de vista ecléctico que quizá desfigura un mensaje ideológico, pero que otorga a cada habitante mestizo la posibilidad “de ser parte”, de verse incluido”. Alfredo Barnechea
Debo confesar que “Perú, país de metal y de melancolía” es mi primer acercamiento a la obra de Alfredo Barnechea y que estoy en tiempos de confesiones y de lecturas tardías. Pero me alegro de haber descubierto a un ensayista extraordinario que se acerca al pasado reciente del Perú y de América Latina con una mirada diferente a la del historiador, con la mirada de la propia experiencia y del intelectual comprometido con utopías reales, de esas que se estrellan con las literarias, como le pasó a Mario Vargas Llosa en 1990.
La mirada de Barnechea es también la del actor secundario que acompaña al protagonista en el momento estelar de la cinta y lo retrata en el instante del desenlace, de uno de los muchos desenlaces que construyen la historia de una vida. Este es el caso de su relación con Víctor Raúl Haya de la Torre, Alan García y Mario Vargas Llosa, a Haya lo frecuentó en el sereno ocaso de su vida, donde todo pareció cobrar sentido, al final; a García en la disyuntiva de tomar las decisiones que definieron la suerte de su primer gobierno y a Vargas Llosa en el laberinto de una campaña electoral que nunca controló por completo, más allá de su escritorio, y en una equivocada lectura del país; paradójica en alguien cuyo Nobel es el resultado de su brillante elaboración del Perú desde la narrativa.
Barnechea retrata a Haya de la Torre como al profeta desterrado, tal y como lo expresara este en su última y única entrevista televisiva, cuando le confiesa al conductor que no fue presidente porque no lo dejaron e, inesperadamente, se quiebra. Aquello me hizo pensar en el propio Barnechea como en un intelectual desterrado, como lo fue Vargas Llosa del círculo de académicos marxista tras el “caso Padilla” o Hugo Neira cuando decidió que el velascato era un proceso revolucionario caído del cielo –o, en todo caso, “desde arriba”- y que había que tomarlo en lugar de renegar de él, como renegó nuestra izquierda que así perdió la oportunidad de consolidar una revolución por culpa de su malhumor.
La verdad, no tuve problemas en encontrar una primera edición de “Perú: país de metal y de melancolía” en una librería comercial a pesar de publicarse en 2011. No tuve que ir a buscarla al campo Amazonas o algún recoveco de anticuario de los que todavía quedan en el Centro Histórico y al que acudimos en busca de algún texto antiguo o una edición agotada. Es por eso que se me vino a la cabeza que, de alguna manera, Alfredo Barnechea es también un profeta desterrado, condenado al ostracismo intelectual y sentenciado a ser descubierto por una generación futura, como le ocurriera, gran paradoja, al mismísimo amauta José Carlos Mariátegui.
Pero el destierro de Alfredo se debe a que eligió el centro, como lo eligió Haya para así descubrir que aquel puede ser un lugar muy peligroso pues, súbitamente, la derecha y la izquierda se transformarán en flancos vulnerables y por eso pasó treinta años de su vida a salto de mata, entre destierros, ostracismos, cárceles y clandestinidad. De allí que a Barnechea lo leerán las generaciones que finalmente dejen de aturdirse por el eco, aún estruendoso, de las viejas ideologías.
En “Perú: país de metal y melancolía” he podido identificar tres facetas del autor: el sutil analista que se mueve con comodidad en el ámbito teórico de la crítica literaria; el biógrafo que penetra el alma de su personaje, intuyéndola desde los autores y lecturas que marcaron su pensamiento; el narrador de una historia que él vivió desde un rol secundario y en la que logra rescatar al individuo como protagonista, tras librarse del bullicio de las masas y los barrotes de las estructuras.
Refiriendo a Luis Alberto Sánchez, el autor señala que, tras sus cátedras universitarias, sus jóvenes alumnos salían a toda prisa a buscar los textos que había referido para devorarlos ávidamente. A mí la lectura de Alfredo me ha producido la misma emoción juvenil, la misma ansiedad de querer leer muchos textos y en simultáneo, desde Octavio Paz hasta el debate entre Sartre y Camus.
Alfredo Barnechea no es reconocido como un gran ensayista del Perú de entre-siglos por haber elegido ese peligroso y aún incomprendido centro; y por la indiferencia de una izquierda que ha hecho de las letras su último bastión. Pero es cuestión de tiempo, solo eso.
Acabo de concluir la lectura de un sugerente texto de Agustín Haya de la Torre titulado La Difícil Construcción de la Comunidad Política
Fascismo de Unión Revolucionaria es analizado por Agustín Haya
Según Haya de la Torre, el constitucionalismo de Cádiz de 1812 generó una serie de reacciones en los diferentes virreinatos hispanos de América. Sin embargo, en el caso peruano, la prolongación por tres siglos de un sistema político despótico y un esquema social estamental impidió una mejor difusión de las ideas liberales. Es así que nuestras vanguardias libertarias no tuvieron la posibilidad real de establecer vasos comunicantes con las bases de la sociedad colonial, es decir, con el mundo andino y las castas.
De esta situación se desprende la precariedad de nuestra república inicial fundada sobre una constitución liberal que, tras ser aprobada, tuvo que ceder su soberanía a los “hombres que hacen la guerra”. Es así que, según Haya de la Torre, “el propósito de una élite de políticos liberales de fundar la casa común sobre normas básicas no duró ni un día” de lo que se desprende la pregunta central de su análisis, tanto como la naturaleza de la referida maldición: ¿por qué durante casi dos siglos se intenta articular la sociedad política sobre principios constitucionales sin conseguirlo?
Para Haya, la razón principal de este fracaso es el autoritarismo, inefable herencia colonial y, simultáneamente, indeseada creación republicana. Desde 1829, con el primer gobierno del general Agustín Gamarra, se advino el autoritarismo al Perú y toda una corriente de pensamiento contrario al liberalismo y al establecimiento de la voluntad general. Con Gamarra se inició la secular confrontación entre democracia y dictadura pues a él “no le interesa en absoluto el respeto de la Carta Magna”. Más bien, el severo militar promovió un régimen político de corte presidencialista en el cual el poder legislativo quedase sujeto a la voluntad del Jefe del Estado.
Seguidamente, Haya de la Torre nos explica cómo se transforma el autoritarismo debido a la profesionalización de las fuerzas armadas, de la que resultan nuevos usos político-castrenses, más bien comunes al siglo XX, como lo fueron la prohibición de las libertades civiles y políticas, la restricción y persecución de partidos políticos y sindicatos, la domesticación o cierre de los parlamentos etc.
En la segunda parte de su ensayo, Haya analiza un grupo de discursos contrarios a la democracia como el del fascismo, cuya vigencia en el Perú se extendió hasta fines de la Segunda Guerra Mundial; el mesianismo violento de Sendero Luminoso y el neoliberalismo económico al que le son incómodos los partidos políticos y que, en su versión nacional, prefiere la promoción de candidatos outsiders porque resultan más fáciles de someter a sus intereses, los que no siempre coinciden con la voluntad general.
Ciertamente, el estudio de Agustín Haya de la Torre parte de una base ideológica que encuentra en la democracia y en la justicia social las utopías que orientan el análisis de la política y la sociedad. Por ello he extrañado en su ensayo un acercamiento al rol del APRA en el proceso de construcción del liberalismo político en el Perú, más aún dada su naturaleza dual, de una inobjetable vocación democrática que, sin embargo, no soslaya su organización vertical, la que ya debe adecuarse a los requerimientos de la política contemporánea.
Por último, me pregunto si la utopía que persigue Agustín Haya de la Torre –la de la auténtica comunidad política democrática- no requiere algo de voluntarismo y de una clase política que se trace como meta la implementación de políticas educativas para crear a ese ciudadano que es la pieza clave que le falta al complejo ajedrez de nuestro precario liberalismo. Trabajos como el de Haya de la Torre deben servirnos de inspiración para hacer de la lucha por la democracia una buena razón para vivir intensamente la política en el Perú. Vale la pena leerse.
¿Qué es la historia? ¿La concatenación de los hechos que ocurrieron en el pasado o la narración que da cuenta de aquellos hechos? ¿Cómo se origina el relato de la historia? ¿Cómo se transforma en el discurso que fija la identidad de una nación?. La Voz de Nuestra Historia, de Eduardo Torres Arancivia, -recientemente publicado por el Fondo Editorial de la UPC- nos acerca a una respuesta peruana a dicha interrogante y nos conduce a un fascinante recorrido por una estación del pasado en donde la voz humana tiene la capacidad de influenciar en la vida cotidiana y en la decisión política.
LA VOZ DE NUESTRA HISTORIA, nuevo éxito de Eduardo Torres
Torres transita un marco temporal más bien amplio – desde el siglo XVI hasta principios del siglo XX- pero encuentra dos pilares que orientan transversalmente su obra: la oratoria religiosa y la oratoria política; en otras palabras, el sermón y el discurso. Es así como el providencialismo católico y el insurgente liberalismo político definen sus espacios de actuación y se confrontan una y otra vez, como ante la agitación ilustrada del siglo XVIII o la guerra de la Independencia de principios del XIX.
En la tercera parte de su trabajo, Eduardo Torres analiza los discursos político y religioso que se proclamaron durante la Guerra del Pacífico. En estos pasajes de su obra, Torres se anima a explicitar su posición frente a la actuación de los oradores, a quienes critica por azuzar a las masas y prometer un triunfo militar imposible: “Desde el Presidente (…) hasta el más común diputado, todos ellos se lanzaron a la palestra para azuzar a la masa y convencerla, sin fundamentos fácticos, de que la victoria sería del Perú”.
Además, Torres recrea un conjunto de autocríticas de la post-guerra que provino de voces ideológicamente antagónicas, como las del clérigo Roca y Bologna y del ensayista Manuel González Prada. Para Roca, la derrota peruana fue una expiación de los pecados cometidos antes de la contienda. Por su parte, González Prada cuestiona con dureza a las generaciones responsables de la tragedia y sentencia que en el Perú “los viejos deben temblar ante los niños”.
Mi única atingencia con Eduardo Torres radica en su posición frente a Miguel Iglesias. Yo coincido con Torres cuando afirma que el colaboracionismo de Montán buscó evitar la guerra de razas que a las élites terratenientes aterraba; pero, precisamente por ello, sostengo que la motivación tras el supuesto sacrificio político de Iglesias fue la defensa de los hacendados y no el advenimiento de la paz.
“La Voz de Nuestra Historia” es un acierto del Fondo Editorial de la UPC en su importante incursión en el mundo de las humanidades y nos muestra a un historiador talentoso que va alcanzando tempranamente su madurez intelectual. Eduardo Torres Arancivia concluye con una pertinente reflexión sobre el presente que es menester considerar en tiempos en los que la estabilidad política y la paz social parecen lejanas utopías:
“Que este libro sirva, entonces, para recordar que hubo momentos en la historia del Perú en que mil palabras podían tener la fuerza avasalladora de un ejército. En Los tiempos actuales, en que los políticos parecen recurrir a lo más elemental del lenguaje, recordemos la importancia que este tiene en un mundo en que la comunicación y la argumentación constituyen la clave para que podamos entendernos en el complicado panorama de nuestra propia diversidad”
Es la primera vez que voy a comentar una obra literaria y admito mi absoluta ignorancia de los elementos de juicio y criterios estéticos que usan los críticos para hacer su trabajo, al que suele ponderarse como certero e indeseable. Mejor; es como en el cine, la verdad es que siempre he evitado llevar ningún curso, ni actividad relacionada pues prefiero mantener mi ingenuidad frente a la pantalla grande y admirarme de ver el océano arrasar New York, o al hemisferio norte congelarse en cuestión de días. Es así que también admito mi infantil fascinación por los efectos especiales de Hollywood y mi escepticismo por las películas intelectuales que escudriñan harto en la vida, como si vivirla no fuera ya suficiente, aunque de vez en cuando veo una y la encuentro deliciosa.
Al autor Alejandro Carnero y su esposa Marishöri
El libro del que quiero hablarles se titula Tanta Gente Extinta, Tanta Tinta Tonta y su autor es Alejandro Carnero. Alejandro es un hombre que ha dedicado largos años de su vida a los Derechos Humanos como delegado de organismos multilaterales. Ha estado en Haití, Cuba, en los países árabes, en Europa Occidental y en la Amazonía peruana. Su novela me deja la sensación de que ha visto a la vida y a la muerte muy de cerca y en ocasiones al mismo tiempo; y que lejos de endurecerlo, la experiencia lo ha dotado de una sensibilidad particular que ha fijado con acierto su retina literaria.
Lo primero que me ha llamado la atención de esta novela es que no tiene forma de tal y que las historias presentan un deliberado desorden. Es evidente que su autor no ha querido ofrecernos un relato tradicional, que al principio presenta los personajes, luego desarrolla la trama y concluye. Ni siquiera el género es homogéneo pues son muchos géneros. Alejandro nos alterna sus etnografías con ensayos sobre política y conversaciones de chat, las que eleva al nivel literario. Tanta Gente Extinta, Tanta Tinta Tonta es una novela como yo la entiendo: como una experiencia estética capaz de transformarme. Su sentido es la catarsis del lector que descubre que ya no es el mismo, que algo cambió y que el resto de su vida llevará a cuestas los relatos que ha logrado retener y que su percepción ha convertido en imágenes.
La obra presenta pasajes profundamente tiernos a la vez que duros, como cuando los profesores de Marishöri –su esposa en la vida real- descubren que la razón por la que se expresaba mal en español es porque es asháninka y lamentan haberla maltratado creyéndola tonta. O la imagen de la niña vestida de azul que calza zapatos de tacos altos, bajando con dificultad las escaleras de su cabaña amazónica para bailar el Danubio Azul en su quinceañero.
Sin previo aviso Alejandro cambia de giro y analiza el fenómeno del terrorismo. Discurre filosóficamente por el tema y debate la cuestión de la legitimidad como justificante de un acto reprobable: “Por ejemplo, puede considerar explicable la acción de un francotirador de la resistencia francesa contra un ocupante nazi, incluso un civil, mientras que similar acción de un militante anti-aborto contra un médico le parecerá una insensatez”
Tal vez por lo que ha vivido, Alejandro quiere decirnos que finalmente es mejor reírnos de la vida, como en la historia del suicida limeño que se queja ásperamente de nuestras unidades de trasporte público pues el bus contra el que se abalanzó para quitarse la vida no sólo logro esquivarlo sino que su chofer “reaccionó y hasta alcanzó a insultarlo”. Otro caso es el del atropello del que Alejandro fue testigo en el Cairo: “Un día vi como arrollaban a un joven mientras iba en otro microbús regresando de la Universidad. Todos los pasajeros exclamaron aterrados frases en que la palabra Allah se repetía categóricamente, yo sólo alcancé a ver como este chico estaba sobre el techo de un carro y luego cayó contra el piso. Se paró inmediatamente, por ese increíble impulso a evitar el ridículo (…) pero luego se fue doblando mientras caminaba hacia la acera donde se sentó y se agarró la cabeza”
La despedida de la novela –prefiero llamarla así y no conclusión- tiene en Marishöri a su protagonista como lo es, en realidad, de toda la obra, la que nos ofrece una interesante elaboración estilística y nos muestra la consolidación de un joven literato nacional, agudo, sensible y talentoso: “Amor ya poco a poco irás aprendiendo, cuando alguna vez decidas a vivir en la selva ahí aprenderás, a hacer campesinito, ahí escribirás tu libro y yo cultivaré mis flores y mis plantas que me gustan mucho, sabes amor extraño mucho la selva, no sabes lo mucho que lo extraño, aquí en Lima me tocó vivir el invierno, no me gusta mucho”
Los interesados en adquirir el libro pueden hacerlo en:
Fondo de Cultura Económica
Berlin 230 Miraflores
Librería Epoca
Espinar 864 Miraflores
Librería Delta
Larco 970 Miraflores
Librería Contra Cultura
Larco 986 Miraflores.
Universidad San Marcos.
Librería Ciro.
Facultad de Letras.
Nos acaba de llegar la versión virtual del libro que compilan Daniel Morán, María Aguirre y Frank Huamaní, titulado LIMA A TRAVES DE LA PRENSA
La compilación cuenta con 7 colaboraciones, además de una presentación y una introducción. De esta manera diversos acontecimientos históricos son evaluados de acuerdo a lo que la prensa limeña publicase acerca de aquellos, luego de su ocurrencia.
Los temas tratados son variados y abordan desde la difusión de los sucesos de las Cortes de Cádiz en Lima, los tiempos posteriores al asesinato de Sánchez Cerro e inclusive un estudio acerca de los “fanzines” del movimiento subterráneo de Lima, que se difundieran en la década de 1980.
LIMA A TRAVES DE LA PRENSA es pues una lectura sugerente y recomendable que estamos seguros será del agrado de sus lectores.
Daniel Parodi Revoredo
LIMA A TRAVES DE LA PRENSA
CONTENIDOS
Presentación
La necesaria memoria de la prensa
Dr. Juan Gargurevich Regal
Introducción
La Colección Historia de la Prensa Peruana
Daniel Morán, María Isabel Aguirre y Frank Huamaní
La prensa y el discurso político como fuente para la historia:
Planteamientos teóricos y metodológicos
Daniel Morán y María Isabel Aguirre
Prensa, difusión y lectura en Lima durante las Cortes de Cádiz, 1810-1814.
Daniel Morán
Discriminación en blanco y negro.
Jaime Pulgar Vidal
¿Y después del asesinato, qué sucedió? Prensa y nuevas elecciones (1934-1935).
Christian Carrasco
Un fansinante mundo alterna en Lima.
Algunos apuntes sobre la sociedad limeña a través de los fanzines
subterráneos (1985).
Frank Huamaní
Estado, empresarios y trabajadores.
Ley de relaciones colectivas de trabajo a través de la prensa de Lima en 1992.
María Isabel Aguirre
Catálogo de los periódicos limeños de los siglos XVIII-XIX existentes
en la Biblioteca Nacional del Perú (Segundo ejemplar).
José Salas
Saludos cordiales
Daniel Parodi Revoredo
IMPORTANTE: Pueden acceder al libro reseñado en este blog, ingresando a:
mi perfil/acerca del autor/archivos personales/LIMA A TRAVÉS DE LA PRENSA » Leer más …
HISTORIOGRAFIA Y NACION EN EL PERU DEL SIGLO XIX, DE JOSEPH DAGER ALVA (Lima, PUCP, 2009)
Joseph Dager
Escribe: Daniel Parodi Revoredo
Desde la década de 1980, estudios como los de Benedict Anderson y Eric Hobsbawn centraron su análisis en los procesos de construcción de la nación y los nacionalismos. En ellos se propuso una serie de ideas directrices para el análisis de estas temáticas que aún mantienen plena vigencia. Así, la nación moderna se desprende de una creación ideológica que germina en la centuria de las luces y que adopta sus formas definitivas durante el transcurso del siglo XIX, al nutrirse de diversas corrientes científicas y literarias como el positivismo científico, el historicismo alemán y el romanticismo.
Dager aplica el marco teórico referido a su pesquisa sobre los orígenes del nacionalismo peruano o del discurso fundacional de la nación peruana que, de acuerdo con los tópicos antes esgrimidos, debía alcanzar la finalidad de integrar al colectivo en torno al proyecto nacional en ejecución. El discurso, asimismo, debía difundir una descripción homogénea de la nación y dotarla de antepasados remotos, héroes gloriosos, de sus singularidades, así como de sus oponentes o enemigos.
En su primer capítulo, Dager presenta y discute los tópicos teóricos que aplicará luego a la materia de su estudio. Seguidamente, identifica los orígenes de una conciencia nacional peruana en las publicaciones de diferentes intelectuales de la colonia tardía, quienes rechazaban las generalizaciones que sus pares europeos hacían de América, cuyo progreso y aporte civilizadores ponían en tela de juicio. De esta manera, la afirmación del ser y de la cultura americanos implicará, entre otras posturas, la exaltación de las bondades del pasado incaico y, de este modo, proyectará las primeras vistas de los orígenes de la comunidad imaginada.
La alteridad es un elemento de análisis muy presente en la obra de Dager, el que le permite un adecuado análisis de la construcción del artefacto cultural nación durante el siglo XIX, en función de la contraposición de lo propio con lo ajeno, o de lo nacional con lo extranjero. Esta característica se aprecia primero en la fuerte crítica de la conquista y colonización española, la que comprensiblemente enfatizaron más las primeras generaciones de historiadores post-independentistas peruanos.
Un tema central en Historiografía y Nación en el Perú del Siglo XIX es el debate acerca de la inclusión o exclusión del indígena en el discurso histórico oficial que se desarrolló a lo largo del siglo XIX. En este tema Dager discrepa con la posición que propone la total exclusión del indígena del proyecto nacional bajo el lema “Incas sí, indios no”. Para el autor, aunque la glorificación del pasado incaico es un elemento central en el discurso nacionalista decimonónico, no desaparece la preocupación por la situación presente del indígena cuya postergación se achaca en muchos casos a los excesos coloniales. Sobre este particular sostiene también que la gran dificultad de los historiadores peruanos decimonónicos fue cómo conciliar, en un discurso homogéneo y nacional, a los diferentes actores sociales del Perú.
Por otro lado, el autor nos recuerda como durante el desarrollo de la Guerra del Pacífico el Estado chileno consignó a dos historiadores –Diego Barros Arana y Benjamín Vicuña Mackena- para que escriban la versión chilena casi en simultáneo con el desarrollo de los acontecimientos y pudiesen así posicionarla en los medios de difusión extranjeros. Nos comenta que frente a la versión oficial chilena surgió la figura de Mariano Felipe Paz-Soldán quien explícitamente asumió la posición de ofrecer una réplica peruana. De este modo, a la exaltación de una serie de elementos del pasado pre-hispánico y colonial, se añade la construcción del otro o enemigo, con lo que parecen completarse los elementos necesarios para la configuración de la nación en tanto que comunidad imaginada.
En sus conclusiones, Dager nos deja reflexiones muy sugerentes. Quizá la más importante es la afirmación de que los principales tópicos de una historia nacional peruana se plantearon en el siglo XIX y no recién en el siglo XX, como proponen otros autores que prácticamente niegan la producción historiográfica decimonónica. Sobre este particular, sostiene Dager que los historiadores del siglo XIX difundieron representaciones que hasta hoy se expresan en imaginarios populares y que puntualizamos a continuación:
El texto de Dager resalta el aporte de la historiografía peruana decimonónica
• El imperio Inca como pasado utópico sin mendigos, ni egoísmo
• La sed de oro y avaricia como móviles de la conquista
• La etapa virreinal como el tiempo en el que germinó la nación
• La Emancipación como sentimiento libertario compartido por la mayoría de la población
• El expansionismo chileno como la verdadera causa de la Guerra del Pacífico
Reconoce Dager que la historiografía peruana decimonónica no puso el debido énfasis en las desigualdades sociales que existieron en tiempos coloniales y que persistieron en los republicanos. Explica el autor que de acuerdo con los objetivos de la narración histórica de entonces (s. XIX) se buscaba un producto –historia nacional– que más bien fundamentase la unidad nacional sobre los aspectos positivos del pasado y desde una perspectiva homogenizadora. Sobre este particular debe comprenderse que criterios contemporáneos como pluriculturalidad o relativismo cultural no estaban vigentes en tiempos en los que las elites políticas latinoamericanas ponderaban la filosofía política occidental no sólo como la correcta, sino como la única vigente.
En conclusión, Historiografía y Nación en el Perú del Siglo XIX, de Joseph Dager, es un estudio fundamental para comprender el proceso de construcción de la nación peruana y de la paulatina configuración de un discurso nacionalista específico, cuya finalidad fue exaltar las virtudes del pasado y el presente, así como establecer los necesarios distingos con las nacionalidades ajenas.