Archivo por meses: abril 2014

ALAN Y LA SUBJETIVIDAD

 

 GARCÍA DENUNCIÓ OPORTUNAMENTE VICIOS PROCESALES DE MEGACOMISIÓN 

Alan y la subjetividad

“Si algo le ocurre a alguno de los miembros de la megacomisión, estará claro quién fue” (Oscar Ugarteche)

Con la cita anterior, Oscar Ugarteche concluye un artículo en el que sindica a Alan García como al líder de una red de narcotráfico. Semanas antes, en medio del jaloneo por esto de los hijos no reconocidos de los políticos – pues parece que en el Perú “político que se respeta” debe tener uno por ahí- corrió la volada de que García era un violador supuestamente denunciado por un ex-militante de su partido. La verdad, no sé qué otras acusaciones esperar contra el ex-presidente y no sé qué crimen horrendo le achacarán mañana. Todo esto me hace pensar en las subjetividades que hay detrás de las imputaciones contra quien, para un sector ruidosamente minoritario del país, constituye la “bestia negra” de la política peruana.  

Recuerdo que hace dos años, tras concluir su segundo mandato, García se compró una casa y, a sabiendas de la vociferación que se iba a armar, convocó una conferencia de prensa, anunció la adquisición del inmueble e hizo públicas sus cuentas. Muy pocos, en realidad, se tomaron el trabajo de examinar la documentación pero igual no perdieron la oportunidad de gritarle corrupto y ladrón a los siete vientos, como si no pudiese ser de otra manera. Si venía de García tenía que haber corrupción de por medio, entonces, ¿por qué no gritarlo?

Todo lo contrario sucedió con los inmuebles del ex-presidente Alejandro Toledo. Cuando estalló esa bomba mediática, las mismas personas que destrozan a Alan García en las redes sociales cerraron filas con el líder de la chacana. “A pique la tía tiene su billete”, me comentaba, refiriéndose a Eva Fernenbug, una afiladísima detractora de García Pérez. Sólo después de que Toledo se contradijese con reiteración, se callaron quienes lo defendían, pero nunca llegaron a descargar contra él la rabia que se reservan para el líder del APRA.

A todo esto ¿qué explica esta situación? ¿Cuál es el origen de la subjetividad que subyace tras la animadversión contra Alan García? Voy a desarrollar varias hipótesis.

La primera es su olvidable (o inolvidable) primer gobierno. Pareciese que tras aquella mala gestión gubernamental hubiese quienes sentenciaron a García a la muerte política y a la cadena perpetua moral, una de la que no es posible redimirse y en la que las cuestiones políticas y judiciales se fusionan en una sola e implacable condena: culpable. Esta condena se hace especialmente evidente en el caso de los penales; no importa si García esa misma noche denunció los excesos y exigió la investigación; tratándose de él, debía ser responsable no sólo político sino también penal. El Poder Judicial dijo otra cosa pero no importa, igual es culpable.

La segunda es su innegable éxito y la frustración que genera en sus detractores una terrible realidad: Alan García le pidió una segunda oportunidad al Perú y el Perú se la dio en 2006. Ante la versión radical de Humala, el Perú eligió la opción más conservadora y eligió bien. Y digo bien porque el segundo gobierno de García no sólo superó al primero, como mezquinamente reconocen sus detractores, sino que, por lejos, ha superado también a los gobiernos de Toledo y Humala, a quien le queda media gestión por delante. La realidad que he mencionado se demuestra en contundentes estadísticas de reducción de la pobreza y crecimiento económico, reforzadas por importantes proyectos sociales y obras de infraestructura, tren eléctrico, electrificación masiva, agua potable, alfabetización etc.

La tercera razón de la subjetividad contra Alan García es la suma de las dos primeras en el actual contexto político. García hizo un buen segundo gobierno, la mayoría del país tiene una positiva valoración de su último mandato, y es probable que un electorado como el nuestro, pragmático y resultadista, elija a quien representa la mejor opción para potenciar el desarrollo. El producto de la combinación es explosivo: ataque de pánico. Yo la verdad no sé si puedo o no puedo imaginarme la indignación de sus detractores, la rabia contenida, las noches de insomnio de solo pensar en la posibilidad de verlo ceñir, ajustadísima, la banda presidencial al inicio de su tercer mandato.

Y la consecuencia de esta subjetividad tiene elementos discursivos, tanto como otros bien reales los que, al final, se conjugan. El primer caso es la pretensión de reducir su segundo gobierno a Bagua, petroaudios y narcoindultos; es decir, de proyectar una imagen absolutamente negativizada de su más reciente gestión presidencial. El segundo caso, empujado por el primero, es la ejecución de una torpe y sumarísima investigación congresal que se quema en la puerta de horno porque, en el exceso de ansiedad, se olvidaron de decirle al acusado de qué se le juzgaba a pesar de que este advirtió clara y reiteradamente que se estaban olvidando de decirle de qué se le juzgaba, violando así sus derechos más fundamentales. Al final, el Poder Judicial desestimó tal despropósito pero para sus detractores Alan García seguirá siendo corrupto, aquello nunca cambiará.

Al finalizar estas líneas, quiero expresar mi deseo de que los temas que son materia de investigación respecto del gobierno anterior se lleven hasta sus últimas instancias a través de cauces regulares y mecanismos transparentes. Pero la situación que he descrito hace que la delgada línea entre objetividad y subjetividad se haya transgredido tantas veces y con tal virulencia que ya no nos queda claro el lugar en el que está cada cosa en un país en cuyas instituciones no creemos, porque ya no creemos en ninguna.

A la vuelta de la esquina, queda recuperar el sol después de la tormenta, a ver si volvemos a pensar el 2016 bajo el esquema de las reglas del juego democráticas de nuestro país, que, gusten o no gusten, indican que Alan García sí puede postular y Nadine Heredia no. De esta manera podremos centrarnos en la agenda del desarrollo y de la lucha contra la pobreza e inseguridad, al menos el tiempo que nos queda hasta las próximas elecciones.

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AL INDIO QUE ES COMO MI HERMANO

 

 

“Al Indio que es como mi hermano”

A Ezio Parodi Marone, bachiche peruanísimo que detestaba el racismo

Daniel Parodi Revoredo

Corría julio de 1987 y al terminar el ciclo de cachimbos nos fuimos al Cusco con toda la patota de la Universidad a conocer, divertirnos y cometer uno y mil excesos juveniles. Fue así que nos encontrábamos en una chingana tomando cerveza cuando en eso los parroquianos del lugar nos comenzaron a increpar: que blanquitos, que limeñitos, que pituquitos etc. El tono de las voces se levantaba rápidamente, tanto como se enrarecía el ambiente. 

Entonces no se me ocurrió nada mejor que pararme y ponerme a cantar y así empecé: “Ven acá mi compañera, ven oh mi dulce andarita…”; son los primeros versos del Canto a Luis Pardo, que me enseñara mi padre, tema que él cantaba como un himno con sus amigos en su cumpleaños, a vivas y aguardientosas voces, en el cenit de la jarana, a las 4 de la mañana; eran las voces que me levantaban de la cama cuando tenía 5,6,7,8 años. Era la canción que tanto me impresionaba por su final: “Si han de matarme en buena hora, pero mátenme de frente…”. ¿Por qué van a matar a ese hombre, papá?

Y yo seguía cantando parado frente a mis amigos en la chingana del Cusco hasta que llegó la parte más social del Canto a Luis Pardo y entonces volteé hacia los cusqueños que hace minutos nos agredían: “por eso yo quiero al niño, amo y respeto al anciano, al indio que es como mi hermano, le doy todo mi cariño, no tengo el alma de armiño cuando veo que se explota, toda mi cólera brota y la impotencia me indigna, cual una araña maligna que hoy aplasto con mi bota…”.

Mientras cantaba el silencio era absoluto y máxima la tensión, se trataba de un desafío, todos pendientes de lo que cantaba y del mensaje que quería trasmitir. Al terminar se produjo un estallido de júbilo de todos los parroquianos, acabamos abrazados, las mesas se confundieron, los cusqueños nos cantaban “La flor de la canela”, como queriendo complacernos de esa manera. Sin duda, uno de los momentos más emocionantes de mi vida.

He querido contarles esta anécdota por el debate sobre el racismo que ha desatado “La Paisana Jacinta”. No voy a tomar posición sobre el programa pero sí quiero señalar que el racismo no se combate solamente teniendo una posición crítica frente a él, sino enfrentándolo y enfrentarlo supone romper el hielo, poner la otra mejilla, ser sencillo, tener gestos. Los gestos, cuánto creo en ellos, somos un pueblo sencillo, lindo, que espera gestos y buena voluntad, algunas veces se trata simplemente de eso.

Hace unos años, el Estado le pidió perdón a los afrodescendientes debido a la esclavitud y se inauguró un magnífico museo dedicado a su aporte en la construcción de la peruanidad, lo que me pareció una excelente iniciativa pero ¿y el mundo andino? ¿cuándo le hemos pedido perdón por el racismo, por el gamonalismo, por las levas forzadas, por la contribución indígena, por tanto abuso y despojo? ¿Cuándo, como Estado y como nación, le hemos dado su lugar, le hemos dicho eres el origen y tronco fundamental de la peruanidad? ¿Cuándo hemos tomado seriamente el quechua y aplicado políticas análogas a las del catalán en Barcelona o el vasco en Euskadi? Y la lista sigue y sigue. Inclusión es igualdad de oportunidades, qué duda cabe, pero también atañe la dimensión subjetiva de lo gestual y lo emotivo, que es tan o más esencial que las banderas políticas que se levantan en su nombre.

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EL OTRO ANTIAPRISMO

EL OTRO ANTIAPRISMO

El politólogo Carlos Meléndez acaba de publicar un artículo acerca del antiaprismo, cuyas conclusiones extrae de una encuesta que realizó con el Instituto de Opinión Pública de la PUCP. Al respecto, comparto algunas observaciones a las apreciaciones de Meléndez, las que atañen menos los resultados de su pesquisa que su formulación, pues otras preguntas hubiesen permitido un acercamiento más íntimo al fenómeno en cuestión.  

Para empezar, sí creo que el antiaprismo es ideológico pero no creo que sea sólo ideológico y dudo que tras el llamado “fin de las ideologías” ese sea su signo distintivo. Para comprender mejor cómo se vive el antiaprismo puede resultar útil el viejo distingo que hacía Benedict Anderson respecto del nacionalismo cuando refería que este era vivencialmente menos comparable al socialismo o comunismo que al cristianismo o al islamismo. Con esta precisión, Anderson trataba de decirnos que la subjetividad, los arraigos y las emociones pesaban más en el nacionalista que la doctrina que adhería.

Mucho de eso hay en el antiaprismo contemporáneo, mucho más que en su décadas iniciales cuando sus detractores presentaban al APRA como un movimiento antisistémico, opuesto a los valores tradicionales de la sociedad. Por ello, aquellas críticas contra el viejo partido sí ponían sobre el tapete el modelo de sociedad deseado.

Sin embargo, la naturaleza del antiaprismo contemporáneo, aunque profesado principalmente por la izquierda, ha migrado hacia una dimensión que se pretende ética y moral. En tal sentido, las acusaciones de corrupción contra su líder Alan García Pérez y su entorno más cercano ocupan hoy la base del discurso antiaprista, mucho más que premisas ideológicas.

A pesar de ello, las referidas acusaciones no alcanzan para explicar el odio visceral al APRA que amerita una investigación que excede los marcos de este artículo. Este se expresa en la percepción de que cualquier aprista es per se corrupto y en la renuencia a reconocerle cualquier logro o virtud, ya sea en el plano personal o a las gestiones gubernamentales de su partido.

Por ello, una premisa para analizar al antiaprismo contemporáneo es comprenderlo, más que como una fuerza política, como una tradición que se ha transmitido generacionalmente. La razón del odio cambió, el padre odiaba al APRA porque supuestamente traicionó sus ideales, el hijo la odia porque piensa que los apristas son corruptos por definición, pero lo que permanece, como telón de fondo, es un odio que ciega la posibilidad de cualquier matiz y de cualquier otra mirada.

Para cerrar mi reflexión sobre el antiaprismo, quisiera volver sobre la idea de que este expresa una tradición política -¿inventada?- que ha madurado y mutado a lo largo de nueve décadas. No obstante, su nervio central se origina en la gran frustración de la izquierda peruana, siempre desplazada por el APRA en todas las coyunturas políticas importantes, desde 1930 hasta la fecha.

Me tomaría tiempo hablar del aprismo y defender mi tesis de que el militante aprista contemporáneo es poco ideologizado y basa su arraigo partidario también en una tradición generacional a la que diversos estudiosos le han prestado atención. Queda decir, para terminar, que hace falta incorporar otros criterios para desmenuzar el fenómeno del antiaprismo, máxime en un país cuya política tiene hoy mucho de antipolítica, de intuición y de inefabilidad. Por lo pronto, sirvan estos apuntes para acercarnos un poco más a dos tradiciones del siglo XX que han sabido sobrevivir al cambio de milenio. 

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Unión Civil sí, Concordato no

 

MUCHA INTERFERENCIA RELIGIOSA PARA UN ESTADO LAICO

Unión Civil sí, Concordato no

Quiero comenzar esta nota con su conclusión: la sociedad peruana es la más conservadora de América Latina y nuestro colonialismo mental mantiene valores propios de la Lima de la tapada, en la que el entretenimiento general era la vida del otro; siempre puesta al descubierto entre las celosías de los balcones señoriales.

Más allá del sarcasmo, siento vergüenza ajena y, en lo que cabe, quiero disculparme con los homosexuales del Perú por tanto insulto, por tanto agravio, por tanta ofensa lanzada en su contra en los últimos días. Les han dicho anormales, enfermos, deformados, desviados; he leído en las redes alusiones a Sodoma y Gomorra, las ciudades bíblicas que recibieron el “castigo de Dios”. Hasta un representante de la Patria (porque Padre de la Patria no lo voy a llamar ni hablar) salió a decir que no hay genes gay y cosas por el estilo. Vaya barrabasada.

Al respecto dos comentarios. El primero, ¿alguno de los que lanza tanto insulto y denostación se ha puesto a pensar en toda la gente a la que está ofendiendo gratuitamente, sin que le hayan hecho nada?; el segundo ¿quién les ha dado superioridad moral sobre la vida ajena? ¿acaso la Iglesia Católica ocupa dicho pedestal? Porque yo creo que tiene mucho que limpiar en casa antes de ponerse a predicar y aquí, como es obvio, no me refiero a la existencia de curas homosexuales sino a la pederastia que es un delito y una cosa infame ¿me equivoco?

Respecto de la Unión Civil, el tema de fondo es que si bien somos un Estado laico nuestra sociedad no se ha laicizado completamente en el nivel de las mentalidades. Es por eso que una cuestión básica de los derechos civiles puede ser cuestionada desde preceptos religiosos porque en el Perú nos ha faltado leer a Maquiavelo y toda la doctrina posterior. Por eso, nuestra meta de mediano plazo debe ser construir una sociedad laica en base a una ciudadanía moderna, convencida y defensora de los derechos del individuo, convencida de la separación entre Estado e Iglesia. Primer paso, derogar el Concordato por una sencilla operación: un estado laico no debe subvencionar ninguna Iglesia y la conquista de ese precepto sí merece un referéndum.

Mis palabras finales son un llamado a la tolerancia que de seguro yo no he tenido en esta nota, me asumo en mis contradicciones, que son mías y de nadie más. Carlos Bruce ya ha adecuado su proyecto a lo que nuestra sociedad está dispuesta a aceptar: Unión Civil no es matrimonio o sea no es familia y la Unión Civil no puede adoptar niños, ¿ya pues qué más quieren?, ¿dejar sin derechos civiles a millones de peruanos?

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Habilitar.Inhabilitar. Anatomía de una política caudillista

 

Anatomía de una política caudillista

 

PUBLICADO: 2014-04-10

Hace unos días pregunté en clase por algunas buenas obras del segundo gobierno de Alan García y los alumnos alcanzaron a recordar el tren, los colegios y la reducción de la pobreza. Pregunté también por las buenas obras del actual gobierno y nadie dijo nada. Como es obvio, esta sencilla operación no me sirve para establecer si un gobierno fue mejor que el otro pero sí para intuir que el primero ha sabido posicionar algunos de sus aciertos ante la opinión pública, mientras que el segundo no lo ha logrado todavía.  

Esta problemática admite diferentes lecturas e interpretaciones pero quiero concentrarme en una decisión que se tomó en Palacio de Gobierno, a poco de iniciada la actual gestión gubernamental, y que explica el insuficiente marketeo de sus políticas sociales tanto como la consolidación de Alan García como líder de la oposición. Se trata de la decisión de fortalecer a la Primera Dama pensando en su candidatura en 2016 y de, en simultáneo, sacar del camino a quien podía convertirse en su mayor contrincante. Es decir, la política de “habilitar-inhabilitar”

Respecto de Alan García, es claro que todo funcionario es y debe ser sujeto de escrutinio e investigación de sus actos en el ejercicio de la función pública. Sin embargo, las indagaciones sobre su segundo gobierno partieron de una consigna y un objetivo político específicos: la invalidación de su candidatura en 2016. Por ello, un creciente sector de la ciudadanía percibe el trabajo de la Megacomisión como una persecución contra el líder del “Partido de la Estrella”, la que explicaría sus vicios procesales y la suspensión de todo lo actuado por el Poder judicial. Incluso, los detractores más lúcidos del expresidente han reconocido que su inhabilitación política, a través de una simple mayoría parlamentaria, no parecía la manera más democrática de sacarlo del camino.

Desde otra mirada, la demolición mediática de adversarios políticos es la expresión de una vieja e infructuosa estrategia. En 1990, la prensa nacional y los grupos de poder la tomaron contra Alberto Fujimori por desafiar a Mario Vargas Llosa, y Fujimori ganó. En 2011 pasó lo mismo con Ollanta Humala, retratado como un nacionalista que llevaría al Perú a un nuevo velascato: Ollanta ganó y no hizo tal cosa. Nadie puede negar las pasiones y polarización que Alan García desata, pero la izquierda limeña, caja de resonancia de sus acusadores, debe aceptar que el autoconvencimiento no basta para demostrar la culpabilidad de nadie y que el debido proceso es una garantía fundamental que todos los ciudadanos merecen.

En un medio político menos caudillista y más institucional, el actual gobierno no se hubiese trazado la meta de forzar las reglas del juego democráticas a través de la política de “habilitar-inhabilitar” y las investigaciones contra el líder del APRA no se hubiesen visto empañadas por la sospecha de su condicionamiento político; en otras palabras, hubiesen podido revestirse de la legitimidad con la que hoy no cuentan. Por otro lado, gobierno y opinión pública se hubiesen concentrado en la agenda social y del desarrollo; de la lucha contra la pobreza y la inseguridad ciudadanas. Al mismo tiempo, las bases nacionalistas hubiesen trabajado otra candidatura pensando en 2016, quien sabe si Marisol Espinoza o Daniel Abugattás.

Pero todo ello es mucho pedirle a un país que amalgama extrañamente caudillismo y democracia. Si la misma APRA, que se jacta de su organización, no pudo presentar en 2011 un candidato diferente a García, parece demasiado imaginar al nacionalismo eligiendo cívicamente un postulante a través del voto de sus militantes de base. Pero insistamos en que, por inalcanzable que parezca, el camino de las instituciones y del respeto de las reglas del juego democrático es el objetivo básico si queremos potenciar –y no echar por tierra- la agenda del desarrollo. El frenazo recientemente experimentado por nuestro crecimiento económico pide a gritos una política a la altura de las circunstancias.

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COMBI ASESINA

COMBI ASESINA

 

Es posible que en esta columna diga una que otra barbaridad, pero en todo caso asumo la responsabilidad de mis decires. Los episodios en los que la autoridad municipal impuso sus fueros sobre la informalidad preexistente tienen como denominador común el enfrentamiento violento entre las partes. El ordenamiento del transporte, cuando se produzca, supondrá una batalla aún más fragorosa que la erradicación de ambulantes del Centro Histórico, la recuperación del terreno del mercado de Santa Anita y el desalojo de La Parada. Y lo será porque el fenómeno a atacar es inconmensurablemente más grande y más complejo. Vayamos por partes. 

¿Ha notado Ud. que en el Perú no se hace cola en las bodegas y que el bodeguero ha desarrollado la rara habilidad de atender a varias personas en simultáneo? ¿Se ha dado Ud. cuenta de que en el Perú el peatón le da la preferencia al auto, camión o tráiler debido a que, de lo contrario, estos lo atropellarán sin importar el rojo, verde o ámbar del semáforo? ¿Ha visto Ud. cómo hay peatones que cruzan la pista cuando tienen sobre su cabeza el puente peatonal? ¿Se ha percatado como en los buses de transporte público los pasajeros suben y bajan indistintamente por las puertas de subida y bajada?

La revolución de la educación, entonces, es el primer paso para asegurar el éxito de cualquier reforma integral del transporte, aunque dicha revolución atañe mucho más que el transporte: el ciudadano que cede el asiento al conciudadano en situación de discapacidad, el que pregunta quién es el último en la cola o el chofer que se detiene porque comprende que al frente tiene a un ser humano serán mejores personas también en otras esferas de su vida. Por ello, el punto de partida es una campaña integral, que tome en cuenta estos aspectos y que apliquen coordinadamente y por un largo tiempo todas las instituciones involucradas en el proceso, estoy pensando en diez años. Ya sabemos que somos los últimos en educación, los problemas que menciono son la expresión de que somos los últimos en educación, a ver si relacionamos ambas situaciones.

La coerción, mal que me pese, es la segunda cuestión a considerar en una reforma del transporte y debe implicar la acción implacable y coordinada entre policía local, municipal, poder judicial y público usuario que debe denunciar y alzar la voz todo lo que pueda en defensa de sus derechos y de su seguridad. Debe suponer, además, una reforma de las leyes, tanto como penas privativas de la libertad por imprudencia temeraria a los malos choferes y de la destrucción de facto de las unidades que ya no se encuentran en condiciones de prestar servicios. No nos engañemos, con pena y rabia he visto buses de los más modernos y recién adquiridos por las empresas, supuestamente formalizadas, hacer esas malditas carreritas, por lo que una escuela única de choferes, tercerizada al sector privado, supervisada y acreditada por universidades de prestigio es la única salida. El que no pasa por ahí, no maneja, punto. Y si maneja se va preso.

La coordinación, muy vinculada al tema anterior, es fundamental para el éxito de cualquier política de reordenamiento del transporte. Cuando hace un mes se produjo el trágico accidente de Gambetta, era patético ver a las autoridades de múltiples instancias tirarse la pelota, que el alcalde distrital, que el provincial, que el gobierno regional, que la división regional de tránsito, que el MTC y ya no sé qué más. Esto nos ocurre en todo, también lo vemos cuando nos preguntamos cómo hacer para restaurar el Centro Histórico, entonces aparece la MML, la Beneficencia, el Ministerio de Cultura, de Educación, el INC, etc.

Creo que ha llegado la hora de crear oficinas nacionales que decidan sobre grandes temas, como la reforma del transporte, y del que formen parte todas las instancias involucradas en el proceso, para que juntas coordinen y decidan las políticas a aplicarse. Recordemos el ejemplo de La Haya, si ganamos es porque por lo menos tres gobiernos –rivales empedernidos en otros temas– decidieron remar todos en la misma dirección y vaya que sí funcionó.

Entonces ya sabemos cómo se hace, es cuestión de decisión política. Para empezar, quiero ver al presidente y al Congreso exteriorizar su apoyo a la reforma del transporte, igual a las diferentes fuerzas políticas; deseo las iniciativas legislativas para crear las grandes instancias que resuelvan coordinadamente los grandes problemas. Así comenzaremos a construir una cultura cívica mejor para beneficio de todos los peruanos.

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Especial Conflicto y Reconciliación. Discurso de presentación. Fotos y video

PRESENTACIÓN DE CONFLICTO Y RECONCILIACIÖN

HISTORIA DE UNA TRANSICIÓN

 

Discurso de presentación del libro CONLICTO Y RECONCILIACIÓN. El Perú y Chile en La Haya (2008-2014)

Buenas noches amigas y amigos:

Quisiera comenzar mi intervención, en esta noche tan significativa, con los agradecimientos a quienes la han hecho posible; es decir, a la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas y a su fondo editorial, de este último, a sus autoridades y eficiente personal por la magia de convertir un centenar de artículos y entrevistas en un texto coherente como el que en esta oportunidad les presentamos. También quisiera expresar mi mayor agradecimiento al Dr. Max Hernández por el magnífico prólogo y a los doctores Farid Kahhad, Hugo Otero y Hugo Pereira por los valiosos comentarios que le han hecho a mi trabajo.

Suele suceder que en las presentaciones de libros, a los autores les corresponde contar la historia de su concepción y escritura; tanto como los detalles del embarazo y los dolores del parto. Al pensar en todo ello, la palabra que me ha rondado la cabeza, con independencia de mi razonamiento conciente, es la palabra transición. Porque este libro trata del diálogo entre la transición en el estado de ánimo de una persona y la transición en la manera de verse que comparten dos naciones. Se trata pues de dos transiciones o quizá, de la misma transición pero transitando por dos dimensiones distintas.


CON HUGO OTERO, FARID KAHHAD, HUGO PEREYRA Y JORGE BOSSIO

La primera de ellas se entiende como la confrontación de un hombre con sus arraigos y querencias, pero también con la manera como los experimenta y se entiende, además, como la confrontación del ser conciente con sus prejuicios y fantasmas. Con esos fantasmas que provienen de un tiempo que no le tocó vivir pero que de igual modo lo persiguen y atemorizan, como en la historia o ficción acerca de alguna vieja casa encantada.

Esos fantasmas viven en una subjetividad que instalaron en nosotros cuando eramos muy pequeñitos y cuando nos dijeron que pertenecemos a una colectividad determinada, la que se identifica con ciertos colores y canciones que ya desde entonces comenzamos a entonar con entusiasmo sin saber muy bien por qué, pero que eran las mismas que cantaban nuestros padres y abuelos.

Pero entonces nos enteramos que no todo estaba bien, que había algo que se llamaba frontera y que más allá de ella terminaba nuestra colectividad y existían otras colectividades y otros niños que cantaban canciones diferentes a las nuestras. Y fue entonces que nos enseñaron a desconfiar y a temer a esas colectividades más allá de nosotros, ya sea porque nos hicieron algo malo en el pasado o porque podrían hacernos algo malo en el futuro. Entonces ya estaba completa mi formación nacionalista, de allí en adelante yo sólo podría añadirle información al programa que acaba de instalarse en mi aún espacioso disco duro.

Y es entonces que la primera transición de las que les hablo supone el encuentro del hombre con su interioridad, con sus bases, con todo aquel bagaje que tantas veces el psicoanálisis intentó remover con éxito o sin él. Y es entonces que la primera transición se inicia en el momento que decido conocer a la entidad distinta, en la pavorosa circunstancia de develar al otro para atreverme a mirarlo cara a cara. Hasta ese momento, del otro me habían hablado mis mayores, todos de mi colectividad. Fue así que el maestro de escuela y el manual escolar coincidieron en darle vida al fantasma, a la razón de mi terror y de mis pesadillas. Pero, ¿cómo sería en realidad? ¿cuál sería su verdadero rostro?

Encontrar al otro no fue un camino fácil pero en todo caso siguió un derrotero lento y continuado. Lo primero que entendí es que no se trataba de fantasmas, sino de personas como yo, que podían, indistinta e individualmente, ser buenas o malas, cordiales o antipáticas. Lo segundo que comprendí es que a esas personas les había pasado lo mismo que a mí y que yo les inspiraba el mismo temor y que comenzaban, recién, a tomar conciencia de que yo no era un fantasma, ni cosa parecida.

Esa transición, ese cambio en la percepción que se tiene de la colectividad distinta, desde el momento que adquirimos la genuina disposición a conocerla, es la experiencia personal que he volcado en este libro, que compila mis artículos y entrevistas sobre la cuestión que nos ocupa. Es el camino que se emprende, en un principio, lleno de desconfianza y asperezas, en el que la comunicación con la entidad distinta fue entrecortada, lejana, altisonante, llena de malos entendidos.


CON EL GENERAL OTTO GUIVOBICH

Pero también es el camino que, conforme fui recorriendo, me permitió escuchar mejor la voz que provenía de mi meta, que era la morada del otro, y que comenzó, según me acercaba, a sonarme menos hostil. Dato curioso, pues la verdadera razón por la que decidí emprender el viaje fue resolver un viejo y delicado asunto sobre el cual no nos poníamos de acuerdo.

Ciertamente, en el camino recorrido se resolvió el problema, pero esa resolución no fue el lugar de llegada, la verdadera llegada fue la casa del otro, la verdadera llegada fue el otro mismo. Fue poder conocerlo, intercambiar ideas, emprender algunos proyectos conjuntos y comenzar a trabar amistad con él. Y digo comenzar porque ambos sabemos perfectamente que nuestros bisabuelos sostuvieron un violento conflicto, con muertos y heridos de por medio, y sobre ello a mí sí me interesa conversar aunque a él parece que no tanto.

Pero en todo caso, lo que hemos ganado los dos, en el camino que acabamos de recorrer, es el descubrimiento de que podemos hacer cosas juntos mientras resolvemos los problemas que todavía no superamos, los que aún nos incomodan. Pero un punto de partida para resolverlos es comprender que la discordia fue de los bisabuelos, no de los bisnietos, lo que no quita que las nuevas generaciones esperen un gesto de los descendientes que redima el daño causado por los ancestros. Porque de esa manera encontraremos la disposición para recordar también otros capítulos, más bien agradables, de nuestro pasado en común.

Lo que hoy nos favorece, es que el problema que acabamos de resolver nos ha permitido conocernos más. Yo antes pensaba que él no iba a aceptar la solución a nuestras diferencias, y él pensaba que yo vivía del rencor y que no era capaz de comunicarme como lo hice. Todo por la desconfianza, porque no tuvimos la oportunidad de realmente conocernos, sino que creíamos que nos conocíamos por las imágenes con las que unos nos figuramos a los otros y viceversa.

De ese tránsito habla este libro y para presentarlo, no me ha sido necesario mencionar, ni una sola vez, a los países de los que trata, ni desarrollar, tampoco, la segunda de las transiciones que les comenté al principio de esta reflexión. Esa transición que involucra las naciones que protagonizan sus páginas y que, quizá tal vez, transiten ustedes cuando las lean.

Muchas gracias.

 

Para quienes deseen adquirir el libro, lo pueden obtener el las siguientes librerías:

– SAN CRISTOBAL

– CRISOL

– MUNDO CULTURAL (ÉPOCA)

– IBERO LARCO

– UNIVERSIDAD CATÓLICA (LIBRERÍA CAMPUS SAN MIGUEL)

– COMMUNITAS

– E. ITTURRIAGA Y COMPAÑÍA SAC

Para compra virtual:

 

http://www3.upc.edu.pe/0/modulos/TIE/TIE_ListarProductos.aspx?CAT=332

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