Archivo por meses: junio 2012

La tesis chilena del revanchismo peruano

La tesis chilena del revanchismo peruano

Daniel Parodi Revoredo
El imaginario es una dimensión intermedia entre la realidad y la ficción, es una de las modalidades a través de las cuales el individuo y la comunidad decodifican su pasado y su presente. Imaginario es el conjunto de relatos que le recrea a la sociedad su historia y que permanece flotando en el ambiente luego de que libros, textos escolares, novelas, películas, series etc. difundiesen una y otra vez los acontecimientos pretéritos, al punto de instalarlos en la memoria colectiva. El imaginario no es imaginación, no es mentira, tiene un elemento de verdad intermediado por la subjetividad que es parte de la narrativa literaria, en su sentido más amplio.

Revanchismo peruano al debate

revanchismo peruano al debate

Tras la ocurrencia de la Guerra del Pacífico, en Perú y Chile comenzaron a cobrar forma los imaginarios de una parte respecto de la otra y viceversa. En el Perú se describió a Chile como una potencia agresiva y hostil, de cuya vocación expansionista habíamos ya sido víctimas y podríamos llegar a serlo de nuevo. En simultáneo, en Chile se edificó la imagen del revanchismo peruano consistente en su indeleble voluntad de recuperar las provincias perdidas en un futuro cercano.

La tesis chilena del revanchismo peruano ha tenido varias puestas en escena durante el siglo XX. Su primer capítulo lo constituye la irredenta reivindicación peruana de Tacna y Arica hasta la firma del Tratado de Lima en 1929, que supuso la reincorporación tacneña al territorio nacional. Pero el susodicho imaginario omite lo evidente: la insistencia peruana respondió a la negativa chilena a cumplir con el tratado de Ancón de 1883 y a realizar un plebiscito en las provincias cautivas.

Otro gran escenario lo constituye la tensión entre los gobiernos militares peruano y chileno que tuvo lugar desde 1973 hasta 1976. Reza el imaginario chileno que esta ocasión el Perú casi ejecuta su “tradicional” revanchismo amparado en la superioridad militar que entonces había obtenido. En realidad, la referida crisis fue coyuntural pues las relaciones entre Juan Velasco y Salvador Allende eran óptimas.

Sólo tras el golpe de Augusto Pinochet se hizo evidente la confrontación ideológica entre ambos dictadores, la que coincidió con la crisis económica ocasionada por el embargo de la OPEP al petróleo en 1973. Velasco quiso enfrentarla reduciendo la oferta internacional de cobre de los países andinos para mantener altos sus precios, pero Pinochet no se sumó a la iniciativa y la política no pudo ejecutarse. De esta manera “El siglo que vivimos en peligro” del analista chileno Rodríguez Elizondo, no parece ir más allá de una coyuntura muy específica.

La tercera entrega chilena sobre el revanchismo peruano remite al actual litigio que se ventila en La Haya. Se comenta en Chile que el Perú demandó primero la tierra -Tacna y Arica- y que ahora demanda el mar. Luego se pregunta si lo que vendrá después será el subsuelo o el aire, pues se cree que bajo el litigio subyace el rencor peruana por su derrota en la Guerra del 79. Así pues, se presenta la reivindicación marítima del Perú como una inopinada novedad que modifica el status quo fronterizo y cuyo telón de fondo es su antiguo revanchismo.

Pero la situación es inversa. En 1986, el Perú fijó ante Chile su postura respecto de la frontera marítima en el sentido de que ésta no estaba delimitada y explicitando su vocación por iniciar conversaciones para demarcarla. Años después, con la suscripción del Acta de 1999, Chile entregó al Perú las obras de Arica, consistentes en un muelle y una aduana, que debía este país al nuestro de acuerdo con el tratado de 1929. Sin embargo, apenas un año después, en setiembre de 2000, Chile depositó ante Naciones Unidas sus líneas de bases de dominio marítimo, utilizando el paralelo como frontera.

La firma del acta de 1999 y la presentación a la ONU de la línea de bases de 2000 son la expresión de una sola política. En 1999 Chile le entrega al Perú las obras de Arica, setenta años pendientes, pero un año después se “autocompensa” con el establecimiento unilateral del paralelo como límite marítimo. Y esto en conocimiento de que la posición peruana al respecto fue expresada en 1986 y de la evidente inequidad de la delimitación de la frontera por el susodicho paralelo.

Ante estos actos unilaterales, la cancillería peruana se acercó a la chilena para buscar una salida negociada a sus diferencias pero se estrelló una y otra vez con la respuesta de que los tratados de 1952 y 1954 ya fijaban el lindero del mar. Tras su frustrada búsqueda de una solución, el Perú presentó ante la ONU su propia línea de bases en 2005 y demandó a Chile ante La Haya en 2008. Me pregunto si algún otro Estado del planeta, en similares circunstancias, no hubiese actuado de manera similar.

Al concluir estas líneas debo recordar que frente a los imaginarios chilenos sobre el Perú se erigen los imaginarios peruanos sobre Chile. Este, para nada, es un tema unilateral. En todo caso, la filtración de la subjetividad chilena en su argumentación jurídica parece debilitar la posición de nuestro eventual contrincante y reforzar la tesis propia. Este es un caso en el que la percepción corriente invade y distorsiona los dominios de la objetividad.

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DE BERLÍN A ESPINAR

De Berlín a Espinar, vía San Isidro
Desde mi serena terraza sanisidrina parece tan sencillo como irreal analizar la compleja situación que hoy enfrenta a los poderes central y regional en el Perú, la que ya levanta el escenario de la lucha sociopolítica de las próximas décadas. Me veo, pues, como los berlineses en tiempos de la Primera Guerra Mundial, la que comentaban en los cafés de la vieja capital germánica sin despeinarse ni perder la compostura; los mismo berlineses que un día se toparon con la ingrata sorpresa de que la habían perdido para así comprender, finalmente, que acababan de participar en un conflicto que se llevó 12 millones de personas.

Quijandría podría facilitar el diálogo entre las partes

Quijandría podría facilitar el diálogo entre las partes

Con todo, no logro encontrar otro prisma más que el mío, y desde él sigo aterrado las campañas de satanización dirigidas en contra de dirigentes regionales, alcaldes, sacerdotes, comuneros, simples manifestantes, y toda ONG que opera en el país, azul, roja o amarilla, da igual. A pesar de ello, no cometo la ingenuidad de creerme el estridente victimismo que emiten algunos representantes de los sectores aludidos. Creo, más bien, que en ocasiones su propia intemperancia torna inaceptables las condiciones para el diálogo.

Así por ejemplo, a mí me perturba imaginar la sede de un gobierno regional o municipal sitiada por una multitud vociferante que espera impaciente el resultado de la negociación para convertirse en turba, yo ni a palos dialogaría así. Creo que si no se quiere negociar en Lima, las partes deberían trasladarse a una tercera ciudad para así distender la atmósfera y generar un clima de confianza que es imprescindible para avanzar.

Sin embargo, es verdad también que en el Perú subsisten inercias históricas que remiten a siglos enteros de sobre explotación a la población campesina. Lo digo pensando en la imponente imagen de los terratenientes de antaño que para el poblador rural puede hoy mimetizarse –equivocadamente o no- con la de los empresarios mineros o las autoridades del Estado Central. Me parece que detrás del conflicto está la memoria colectiva de la civilización rural andina, secularmente abusada, la que, al no existir adecuados mecanismos para el diálogo, se opone casi sistemáticamente a los proyectos de explotación minera. Patética realidad, pues sus regalías son las que hoy financian el desarrollo del país.

¿Qué hacer entonces? La respuesta es compleja pero tengo claro que la represión estatal es la solución más torpe, primaria y primitiva. Mucha literatura hay al respecto, la que requiere de interlocutores capacitados que establezcan las reglas del juego para negociar. Lastimosamente, el Premier Valdez no parece contar con esa mano izquierda tan necesaria para acercar a las partes en una coyuntura de gran sensibilidad.

Al culminar estas líneas, me queda la esperanza de que Javier Pulgar Vidal y Gabriel Quijandría, ministro y viceministro del Ambiente respectivamente, asuman un mayor protagonismo en las negociaciones entre el poder central y las regiones. Ambos están plenamente capacitados en temas ambientales, así como dotados de la formación y el sentido común suficientes como para fomentar un clima de confianza, promover el diálogo y sentar un buen precedente para las negociaciones venideras. Que les vaya bien en Espinar, el Perú necesita que las partes se comuniquen.

Daniel Parodi Revoredo
Diario16, martes 19 de junio
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LA VOZ DE NUESTRA HISTORIA

LA VOZ DE NUESTRA HISTORIA

Daniel Parodi Revoredo

¿Qué es la historia? ¿La concatenación de los hechos que ocurrieron en el pasado o la narración que da cuenta de aquellos hechos? ¿Cómo se origina el relato de la historia? ¿Cómo se transforma en el discurso que fija la identidad de una nación?. La Voz de Nuestra Historia, de Eduardo Torres Arancivia, -recientemente publicado por el Fondo Editorial de la UPC- nos acerca a una respuesta peruana a dicha interrogante y nos conduce a un fascinante recorrido por una estación del pasado en donde la voz humana tiene la capacidad de influenciar en la vida cotidiana y en la decisión política.

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LA VOZ DE NUESTRA HISTORIA, nuevo éxito de Eduardo Torres

Torres transita un marco temporal más bien amplio – desde el siglo XVI hasta principios del siglo XX- pero encuentra dos pilares que orientan transversalmente su obra: la oratoria religiosa y la oratoria política; en otras palabras, el sermón y el discurso. Es así como el providencialismo católico y el insurgente liberalismo político definen sus espacios de actuación y se confrontan una y otra vez, como ante la agitación ilustrada del siglo XVIII o la guerra de la Independencia de principios del XIX.

En la tercera parte de su trabajo, Eduardo Torres analiza los discursos político y religioso que se proclamaron durante la Guerra del Pacífico. En estos pasajes de su obra, Torres se anima a explicitar su posición frente a la actuación de los oradores, a quienes critica por azuzar a las masas y prometer un triunfo militar imposible: “Desde el Presidente (…) hasta el más común diputado, todos ellos se lanzaron a la palestra para azuzar a la masa y convencerla, sin fundamentos fácticos, de que la victoria sería del Perú”.
Además, Torres recrea un conjunto de autocríticas de la post-guerra que provino de voces ideológicamente antagónicas, como las del clérigo Roca y Bologna y del ensayista Manuel González Prada. Para Roca, la derrota peruana fue una expiación de los pecados cometidos antes de la contienda. Por su parte, González Prada cuestiona con dureza a las generaciones responsables de la tragedia y sentencia que en el Perú “los viejos deben temblar ante los niños”.

Mi única atingencia con Eduardo Torres radica en su posición frente a Miguel Iglesias. Yo coincido con Torres cuando afirma que el colaboracionismo de Montán buscó evitar la guerra de razas que a las élites terratenientes aterraba; pero, precisamente por ello, sostengo que la motivación tras el supuesto sacrificio político de Iglesias fue la defensa de los hacendados y no el advenimiento de la paz.

“La Voz de Nuestra Historia” es un acierto del Fondo Editorial de la UPC en su importante incursión en el mundo de las humanidades y nos muestra a un historiador talentoso que va alcanzando tempranamente su madurez intelectual. Eduardo Torres Arancivia concluye con una pertinente reflexión sobre el presente que es menester considerar en tiempos en los que la estabilidad política y la paz social parecen lejanas utopías:

“Que este libro sirva, entonces, para recordar que hubo momentos en la historia del Perú en que mil palabras podían tener la fuerza avasalladora de un ejército. En Los tiempos actuales, en que los políticos parecen recurrir a lo más elemental del lenguaje, recordemos la importancia que este tiene en un mundo en que la comunicación y la argumentación constituyen la clave para que podamos entendernos en el complicado panorama de nuestra propia diversidad”

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¿EL FIN DE LA GUERRA DEL PACÍFICO?

Estimados amigos:

Tengo el agrado de invitarlos al evento titulado PERÚ Y CHILE FRENTE A LA HAYA: ¿El fin de la Guerra del Pacífico? que se realizará en el aula L-304 de EEGGLL el día 20 de junio a las 12 y 30pm, en el que se presentarán las siguientes ponencias:

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1.- “De Historia y de Reconciliación: a propósito del litigio peruano-chileno
de La Haya”. Mg. Daniel Parodi (Historiador PUCP)
2.- “Experiencias en procesos de entendimiento y buena vecindad: El caso de
Perú y Ecuador”. Doctor Fabian Novak (IDEI-PUCP)
3.- “El contencioso de delimitación marítima entre Perú y Chile ante la Corte
Internacional de Justicia”. Dr. Juan José Ruda (Catedrático PUCP, Asesor
Jurídico de Cancillería)

Aprovecho la ocasión para agradecer a las autoridades de Estudios Generales Letras por haber acogido esta iniciativa y a los Drs. Fabián Novak y Juan José Ruda por su participación » Leer más

El Presidente de las Regiones

El Presidente de las regiones

Daniel Parodi Revoredo

La institucionalidad política y la democrática son una absoluta quimera en el Perú. No están, ni por asomo, resueltas. Ya inmersos en la segunda década del siglo XXI, la construcción del proyecto liberal peruano sigue inconclusa debido a sus inercias históricas, las que remiten a lo que algunos llaman, dicotómica y trilladamente, exclusión-inclusión.

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El próximo Presidente podría provenir de un frente multi-regional

Es por ello que el siglo XX nos ha llevado por una senda ondulante que ha alternado periodos de relativa institucionalidad con otros que han supuesto diversas puestas en escena de la misma crisis de la representación política, al ser desbordada por la realidad social. Este es el caso de la República Aristocrática, la que colapsó en 1919 debido a su incapacidad de adaptarse a los requerimientos de las emergentes clases medias y obreras. En aquel entonces, el Partido Civil resignó sus posiciones frente a la arremetida autoritaria del leguiísmo, que expulsó a la oligarquía del sector público, para luego ampliarlo y coparlo con una emergente mesocracia profesional.

Tiempo después, en 1968, el golpe de Juan Velasco Alvarado quebró la institucionalidad que se había generado tras el pacto entre el APRA y el MDP de 1956, el que permitió las posteriores elecciones generales de 1962, con seis candidatos presidenciales, toda una novedad para la época. Sin embargo, el reformismo moderado de Belaúnde (1963) fracasó en la aplicación de las reformas que demandaba una población en franco crecimiento, en parte debido a que la alianza opositora APRA-UNO intentó mantener los fueron oligárquicos en tiempos en los que el país ya no estaba para grandes señores gamonales. Sólo un militar, pateando el tablero de nuestro endeble modelo político, aplicó a su modo las reformas que, en términos generales, resultaron un fracaso.

En 1980, el Perú recuperó la democracia para perderla doce años después. En aquella década asistimos a los intentos de Fernando Belaúnde y Alan García, no sólo por estabilizar la economía nacional, sino por consolidar un esquema político occidental, con una derecha, centro e izquierda bastante definidos. Pero nuevamente la realidad superó la ficción de una institucionalidad democrática incapaz de satisfacer las demandas de un país desbordado y en crisis, que franqueaba largamente el ecuador de su transición demográfica. Por ello, en 1990, el joven y pragmático electorado nacional pateó, una vez más, nuestro ineficaz modelo político y eligió al outsider Alberto Fujimori. El resto de esta historia lo conocemos.

El año 2000 supuso –con la caída de Fujimori y la designación de Valentín Paniagua- una nueva oportunidad para el proyecto liberal peruano, en su versión “siglo XXI”. Lamentablemente, el justificado traspaso de presupuestos y responsabilidades a las regiones no ha venido acompañado por un proyecto eficaz de profesionalización de la clase política, ni por otro destinado a fortalecer a los partidos políticos de dimensión nacional. A esto se le suma, la ausencia de un programa para la reconciliación interna del país, que implique el reconocimiento, visibilización y reivindicación histórica de todos los componentes de una nación evidentemente pluricultural. He allí la dimensión subjetiva del conflicto, la que nadie quiere ver.

Las elecciones de Alberto Fujimori, Alejandro Toledo y Ollanta Humala se lograron con el apoyo de las mayorías nacionales que conforman la población provinciana, junto con los nuevos sectores urbanos emergentes de Lima y de las principales ciudades costeñas. Sin embargo, hasta ahora no hemos tenido un genuino candidato de estos sectores. Al ver las crisis sociales de Cajamarca y Espinar, me parece que es solo cuestión de tiempo la emergencia de un movimiento regional que adopte dimensión nacional y que quiebre nuestra siempre superflua institucionalidad política. La dura coyuntura que asoma es la del enfrentamiento entre dos grandes poderes: el central y el regional, lo que encuentro lamentable en un país que se pretende en desarrollo.

Pasada la medianoche, no deja de asombrarme la opinión de un joven analista quien, en su infructuosa búsqueda de la piedra filosofal, ha creído encontrar en el Perú el Edén de la democracia y el maná de la institucionalidad política.

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