Archivo por meses: julio 2011

LAS VENIDERAS RELACIONES CON CHILE

Las venideras relaciones con Chile

Daniel Parodi Revoredo

“La historia es un dato de la realidad. No se puede decir no existe, miremos para adelante. Eso no quiere decir que el Perú vaya a revisar los tratados o algo por el estilo, pero sí que es bueno superar las cicatrices históricas que no pueden negarse”
Rafael Roncagliolo


Humala y Piñera

Valérie Rosoux es una especialista francesa en procesos de reconciliación entre países que en su pasado se enfrentaron en una guerra, o entre sociedades divididas por un acontecimiento traumático como el genocidio, la deportación masiva o la ocupación militar. Rosoux ha identificado tres actitudes que adoptan los estados y sus colectividades frente a estos eventos.

La primera es la victimización. Esta genera un exceso de recuerdos vivos, los que llenan el espacio del presente hasta confundirse con él. En estos casos, la rememoración del pasado supone sufrirlo y experimentarlo de nuevo, lo cual impide trazarse metas y proyectarse hacia el futuro. La segunda es el negacionismo. Aquí los perpetradores prefieren olvidar el daño infligido a otras colectividades, mientras que las víctimas optan por no hablar de su sufrimiento para no revivirlo. En el tercer caso, que es el que nos interesa, los estados y colectividades que comparten un evento doloroso deciden emprender juntos un trabajo de la memoria, bajo la premisa de que su recuperación supondrá la reconciliación entre las partes.

Es por ello que en esta columna valoramos las primeras declaraciones realizadas por el Canciller Rafael Roncagliolo acerca de la cuestión peruano-chilena. En efecto, no solo la historia es un dato de la realidad, sino que, además, el pasado es una dimensión temporal que no está separada del presente. Ambos están conectados y en ocasiones se confunden, se amalgaman, y por ello es fundamental escuchar sus ecos, más aún cuando emiten lamentaciones de conflictos no resueltos.

También apreciamos su afirmación de que es bueno superar cicatrices históricas que no pueden negarse, pues, desde Chile, la posición dominante sigue refutando la agresión infligida al Perú y Bolivia. Aunque existen ya algunas revisiones en su historiografía, la posición dominante y oficial sigue siendo que Chile aplicó contra los países aliados una guerra justa en sus razones y limpia en su desarrollo. En Chile, además, la tendencia es apreciar la Guerra del 79 como cosa pasada que no amerita su revisión, lo cual impide su auténtica superación.

La posición peruana también muestra flaquezas que se manifiestan más en la colectividad que en el Estado. No es casualidad que en las celebraciones por el éxito reciente de nuestra selección de fútbol, muchas de las consignas coreadas por los hinchas hayan expresado insultos y desafíos contra Chile, a pesar de que con dicho país sólo nos topamos muy al principio de la Copa América. Tampoco lo es la grosera publicidad de la Sociedad de Minería que apela al revanchismo anti-chileno para defender sus ingentes ganancias. Estos ejemplos son expresión del imaginario que discurre en nuestra sociedad acerca del país vecino, y es menester investigarlo a fondo y diagnosticarlo si lo que se busca es una relación más armoniosa con aquel.

En suma, creemos que el Canciller ha identificado la ineludible dimensión subjetiva de la relación con Chile. Sin embargo, la tiene difícil pues cercano está el fallo de la Haya en donde tan o más importante que el resultado es su manejo político. Sobre el particular, es deseable que los dignatarios de ambos estados –en un acto conjunto y de alto simbolismo- se comprometan a acatarlo y anuncien el inmediato emprendimiento de un proceso de la amistad y de la reconciliación, como lo han hecho tantos estados europeos a raíz de los daños de la Segunda Guerra Mundial, y otros genocidios anteriores y posteriores.

Publicado en La República el 30/7/11. Véase
http://www.larepublica.pe/30-07-2011/las-venideras-relaciones-con-chile » Leer más

INCLUSIÓN Y POLÍTICA EN EL PERÚ

INCLUSIÓN Y POLÍTICA EN EL PERÚ

a Marishöri y Alejandro

Tan importante como incluirte es incluirme

En el Islam política y religión no se separan. Mahoma fue profeta pero también líder político y conquistador. El comenzó la expansión del Islam. Para Mahoma, el reino de Alá era también de este mundo y eso nos confunde mucho a los occidentales que desde Maquiavelo nos acostumbramos a separar las cosas y a poner la política aquí y la religión allá.

En el Perú ocurre algo parecido: la política es inseparable de lo social, de lo cultural y de lo étnico. A nosotros, los españoles nos partieron en dos, la república de españoles y la de indios. A simple vista ambas parecen muy homogéneas. La realidad, sin embargo, supera su definición.

En la república de indios –la de hoy, esa que constitucionalmente hace casi doscientos años que ya no existe- perviven cientos o miles de etnias; cientos o miles de lenguas diferentes al español y, sobretodo, millones de peruanos. Por eso en el Perú la política no se puede separar de todo lo demás, ni se va a separar de todo lo demás, por más que lo hayan intentado muchos de sus gobernantes.

Una paradoja de la política peruana del siglo XX es que a la inclusión la trajo el autoritarismo. Autoritario fue Leguía, quien no por eso dejó de ser el primer presidente que pensó al Perú como una totalidad, el primero que legisló a favor de los indígenas, el que reconoció las comunidades campesinas y las protegió de los señores gamonales. Autoritario fue Velasco, el de las reformas agraria y educativa, el que dijo “campesino, el patrón no comerá más de tu pobreza”, el que hoy todos niegan como si se tratase de un apestado. Yo no lo niego.

Después de Leguía vino el APRA, que luchó durante décadas por la inclusión de quienes ya estaban “culturalmente incluidos” y que requerían de inclusión política, social y laboral: los sectores medios y populares urbanos. Los militares se asustaron mucho con el APRA y por ello padecimos algunas dictaduras obscenas como la del General Odría, o “de la alegría”, que se dedicó a cazar mariposas con unos tanques que tiraban agua. El quería detener con agua la movilización popular y con tanques la transición demográfica. No entendía nada.

La transición demográfica puso al Perú en la inédita situación de que las dos repúblicas – de españoles e indios- viviesen juntas donde estaban separadas, o juntitas donde estaban juntas. Todos se mudaron a la ciudad, salvo los que se quedaron en el campo y sobrevivieron la época de la violencia que vino después.

Década de la violencia, de desborde popular, perdida, son algunos de los epítetos que le han puesto a los ochentas, mi década, la de mi juventud, de la Valentina de Oro, Frágil y la calle Inclán. Yo creo sencillamente que en esos años el Perú se estaba democratizando pero por su propia cuenta, sin el Estado, sin los políticos, sin democracia o tal vez con ella, no sé. Pero sí con mucho sufrimiento, mucha muerte, muchos clubes de madres y muchísimos vendedores ambulantes.

Y en fin, tras veinte años de derechas, diez autoritarios y diez democráticos, estamos a punto de iniciar el gobierno de una izquierda que ha mostrado una especial sensibilidad por la problemática de la que trato en estas líneas. ¿Cómo incluir ahora? Difícil pregunta, más bien inadecuada, creo que la pregunta más pertinente es qué es incluir. No se trata sólo de que yo te deje entrar en mi casa, creo que más importante es que yo entre a la tuya para conocerte y entonces compartir nuestros mundos, tan diversos y variados.

Cuando pienso en estas cosas, pienso en España, en el bilingüismo del País Vasco, Cataluña y Galicia, las otras tres nacionalidades reconocidas por la constitución española. ¿Y para qué vamos a enseñar quechua o aymara en los colegios si esa lengua solo se habla acá?. No, ¡que aprendan inglés! El comentario no parece racista pero lo es, o acaso le dirías lo mismo a un catalán. Creo que por ahí va la cosa, lo demás es de los especialistas y el nuevo gobierno se ufana de contar con muchos. ¡Buena suerte!

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MIGUEL IGLESIAS II UN TRISTE ANIVERSARIO DE HUAMACHUCO

UN TRISTE ANIVERSARIO DE HUAMACHUCO

Por Daniel Parodi Revoredo
Profesor del dpto. de Humanidades de la PUCP
Publicado en el diario La República el día de hoy

Debido a Iglesias, Cáceres tuvo que desplazarse al norte, donde fue derrotado
Confieso que en estas líneas voy a participar en un debate historiográfico a la manera positivista; es decir, utilizando argumentos y contraargumentos para sentar mi posición sobre un evento del pasado. Digo esto pues siempre he cuestionado esa modalidad de hacer historia y porque creo que los acontecimientos poseen la magia de generar muchas representaciones sobre sí mismos. Confieso también que soy consciente de que los combates por la historia1 se libran en el presente y que los políticos influencian en su escritura. Sin embargo, la obscena heroización2 de Miguel Iglesias me obliga a referirla con más detalle que en mi nota anterior.

En ella señalé que son dos las interpretaciones más difundidas sobre el caudillo de Montán: la que lo tilda de traidor por su colaboración con las fuerzas chilenas y la que lo ubica en el umbral de la heroicidad e interpreta su accionar como un gesto de desprendimiento. Pero coloquemos a Iglesias en su hora más difícil y retrotraigámonos al 31 de agosto de 1882 –difusión del manifiesto de Montán- para ver qué sucedía en la Guerra por aquellos días.

Para empezar, no es cierto que entonces la resistencia peruana estuviese prácticamente derrotada, ni que la firma de la paz se cayese de madura. Por el contrario, el Ejército del Centro, con la colaboración de las guerrillas campesinas, se encontraba en su mejor momento pues apenas unas semanas antes había derrotado a las fuerzas invasoras en Marcavalle, Pucará y Concepción, y expulsado de la región a la expedición chilena de Letelier.

Así pues, el colaboracionismo iglesista no se debió a la derrota de la Resistencia sino a sus victorias. Esta paradoja se explica en las fracturas socio-culturales de entonces que hacían que buena parte de los gamonales y hacendados viesen con profunda preocupación el fortalecimiento de la movilización campesina liderada por Andrés Avelino Cáceres. Esta, y no la “inmolación política”, fue la motivación de Iglesias, la que se demuestra en testimonios de época que ilustran el resquemor de los sectores económicos altos frente a la eventualidad de una “guerra de razas”3.

Por otro lado, en septiembre de 1882, la Alianza Perú-Boliviana había resurgido gracias a la instalación del gobierno de Lizardo Montero en Arequipa, quien desde allí fortaleció sus vínculos con Narciso Campero, su homólogo paceño. La Alianza buscaba negociar con Chile un tratado de paz sobre la base de la sesión única y exclusiva de Tarapacá. Sin embargo, el colaboracionismo de Iglesias echó por tierra estos esfuerzos y jugó en pared con el plan chileno de acabar con la Alianza e imponer la paz por separado a cada uno de sus países miembros. Por cierto, una comisión oficial del gobierno de Bolivia lo visitó para rogarle deponer su actitud: no quiso.

Finalmente, la existencia de un gobierno colaboracionista en Cajamarca, y la imperiosa necesidad de acabar con él, obligaron a Cáceres a dejar la sierra central y dirigirse hacia el norte. Y fue allí, en Huamachuco, donde encontró la derrota un 10 de julio de 1883, fecha triste para los peruanos, especialmente hoy, debido a que de esta innecesaria controversia no son responsables ni los restos de Miguel Iglesias, ni sus descendientes.

Al meditar sobre el tema, he recordado la novela 1984 de Orwell, en la que un lóbrego Ministerio de la Verdad cambiaba las noticias del pasado de acuerdo con las conveniencias del presente. Por ello me asombra que se haya nombrado a Miguel Iglesias vencedor de San Juan, cuando esa batalla la perdimos. A pesar de todo, conservo la esperanza de que nuestra realidad no supere la ficción, pues ni los más grandes totalitarismos pudieron soterrar las versiones disidentes de la historia, porque los héroes, es sabido, no se crean por decreto, ¿o sí?
1Así tituló Lucien Febvre su célebre libro
2Me hago responsable por el neologismo
3Rodríguez, Juan. Los ecos de la Comuna de París en el Perú durante la Guerra del Pacífico. Lima, 2010 (s/p)

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FACUNDO CABRAL

No estás deprimido, estás distraído*

Daniel Parodi Revoredo
parodi.da@pucp.edu.pe

“Dios te puso un ser humano a cargo
Y eres tú”

Facundo Cabral

Me gustaría decir, en estas líneas, que Facundo Cabral no está deprimido, está distraído, pensando sobre qué escribir y sobre qué cantarle una vez más a la vida. Me gustaría decir que está observando sus delfines y que sigue decidiendo a cada instante lo que quiere hacer, que está pensando en la gloriosa vejez de Moisés, aliviándose a sí mismo y aprendiendo más lecciones de la vida.

Me gustaría decir que sigue en constante movimiento, viviendo el presente y dejándole a Dios el futuro, me gustaría que me consolase en estos momentos, diciéndome que no perdí a nadie y que el que murió solo nos adelantó y se fue a ese lugar donde viven Gandhi, La madre Teresa, tu abuela y mi madre.

Me gustaría que hoy me diga que para encontrar la felicidad debo escuchar a mi corazón antes que a mi cabeza, aquella cabeza que no acepta que la vida es como es y no como debería ser. Que me anime, que me diga que haga lo que amo y que no haga nada por obligación, para así poder alcanzar la plenitud.

Me gustaría que me ponga de ejemplo la muerte de su esposa e hijo en un accidente de aviación para levantarme los ánimos, que me diga que me ame primero a mí para después amar a los demás, que me reconcilie conmigo mismo y que decida hoy mismo ser feliz. Y que me recuerde que sufrir es una pérdida de tiempo.

Me gustaría que me mencione las mil y una noches, la nieve del invierno, las flores de la primavera, la baguette francesa, los tacos mejicanos, el vino chileno, el fútbol de los brasileros, la Divina Comedia, el Quijote, Pedro Paramo, a Beethoven, Mozart y Chopin, A Picasso y a Rembrandt. Me gustaría que hoy me sugiera que en lugar de desocuparme en mi pena, me ocupe en el servicio a los demás, que ayude al niño que me necesita y a los viejos, y que me recuerde que, frente a su propio asesinato, el bien sigue siendo mayoría -solo que es silencioso- y que hay millones de caricias que alimentan a la vida.

Me gustaría que me diga que crezca en el amor para ser más pleno y que no deje al miedo distraerme del amor, que no me distraiga de las maravillas que suceden a mi alrededor y que no me deprima por algo que pasó. Como quisiera que hoy me diga que no me distraiga del todo, que es ahora mismo.

*Título de hermoso poema de Facundo Cabral, con el que dialogo en estas líneas.
Este artículo se publicó en el Diario La República el día de Hoy » Leer más

ACERCA DE MIGUEL IGLESIAS I

Sobre Héroes y Criptas: a propósito de Miguel Iglesias

Daniel Parodi Revoredo

General Miguel Iglesias

El héroe clásico provenía de la unión de un dios mitológico con un ser humano. Por ello, aunque mortal, contaba con cualidades extraordinarias que lo distinguían de los demás; tal es el caso de Aquiles, guerrero invulnerable salvo por su célebre talón. Ya en el siglo XIX, al héroe se le asocia con los proyectos de construcción nacionales y con la necesidad de dotar a las colectividades de un panteón de paladines cuyo distintivo sea el amor a la patria y su sacrificio por ella. Sin embargo, los héroes sólo alcanzan dicho estatus cuando la sociedad los adopta como tales. Así, para que su aura de gloria se difumine en la colectividad, su calidad heroica debe ser consensual y aceptada por la comunidad.

En el contexto actual las cosas han cambiado. El nacionalismo romántico del siglo XIX ha sido matizado por un mundo que en 1990 planteó el fin de las ideologías. Veinte años después, la multiplicidad de pequeñas historias parece preferible al largo relato del erudito y el exceso de información nos inserta en una interminable vorágine. Pero es precisamente por eso que el apego a lo propio, a lo más íntimo y cercano, es aún un referente esencial que le da sentido a nuestras vidas. Y es por ello que el nacionalismo de hoy –que ya no se corresponde con la exaltación que llevó a las dos guerras mundiales- mantiene su vínculo con nuestro mundo interior, cuyo espacio comparte con tantos otros puntos de identidad como la realidad virtual, la aldea global, el pueblo natal etc.

Es por todo lo anterior que considero un despropósito la resolución suprema que decreta el traslado de los restos del General Miguel Iglesias a la Cripta de los Héroes, en donde descansan los de Miguel Grau, Francisco Bolognesi, Andrés Avelino Cáceres, José Abelardo Quiñones, entre otros. Mis razones son fundamentalmente dos:

En primer lugar, el desempeño de Miguel Iglesias durante la Guerra del Pacífico es objeto de controversia. Sobre el particular, Jorge Basadre sostiene que el caudillo de Montán sacrificó su imagen pública en aras de la paz. Por mi parte, pondero que el entendimiento entre Iglesias y las fuerzas de ocupación debilitó la estrategia resistente de Andrés Avelino Cáceres en la Breña y condujo a su posterior derrota en Huamachuco. No existe pues consenso acerca de la heroicidad de Iglesias ni entre los historiadores, ni en la colectividad.

En segundo lugar, creo que en nuestra historiografía la figura de Miguel Iglesias debería cumplir un rol diferente al que se le pretende asignar con su traslado a la Cripta de los Héroes. Yo discrepo con las voces que lo presentan como a un traidor; pero creo que su performance sí expone la desarticulación política existente en el Perú durante la Guerra del Pacífico. Ello explica la división de la oficialidad en bandos rivales y desnuda el carácter embrionario de un proyecto nacional hasta ese entonces elitista, caudillista y excluyente.

No he querido, en estas líneas, perennizar el “sacrifico político” de Miguel Iglesias. Por el contrario, creo que el historiador de hoy debe matizar aquellos juicios positivistas que dividieron maniqueamente a los actores de la historia en héroes y villanos o en patriotas y traidores. Lo que pienso, más bien, es que una evaluación del colaboracionismo iglesista durante la Guerra del Pacífico debe llevarnos a comprender las profundas fracturas socioeconómicas y políticas del Perú decimonónico; así como a fomentar un discurso histórico templado que nos permita conocer nuestras rivalidades del pasado sin convertirlas en las pugnas de nuestro presente.

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