LAS LECCIONES DE SINESIO

Destacado sociólogo nos habló del APRA y nos dio una cátedra de objetividad   

 

2014-11-10

Siempre que trato del APRA en mis cursos invito a un especialista en el tema o si es posible a dos para que mis alumnos tengan diferentes lecturas: lo hago como un gesto de honestidad intelectual dada mi cercanía al partido de la estrella. Pero también lo hago, y hoy Sinesio me lo hizo comprender sin proponérselo, porque aún me falta tiempo para procesar mi reencuentro con una vieja pasión de la pubertad y de la adolescencia, para aterrizarla a tierra y para que no me apasione más de lo que normalmente me apasiona lo que hago.

Sinesio militó en la izquierda desde muy joven, comenzó con el Partido Socialista de su paisano piurano Luciano Castillo y en los ochentas estuvo en el PUM de Javier Diez Canseco. Sin embargo, lo que nos dejó su charla de hoy en el fundo Pando es la grandeza del maestro que sabe que no alcanzará la objetividad plena frente al objeto de estudio, pero que sí alcanza a tratarlo académicamente y analizarlo con las herramientas propias de su formación; es decir, sin tomar partido.

El tema del que hoy nos habló Sinesio, que desarrolla en su libro “Ciudadanos Reales e Imaginarios” (1997), fue el de las oleadas democratizadoras del siglo XX, de las que él destaca aquella que encabezó el APRA entre 1930 y 1956; la del reformismo moderado, con Belaúnde y AP a la cabeza entre 1956 y 1968; y la de la Izquierda Unida en la década de 1980. Respecto de la primera de ellas, el destacado sociólogo reflexionó mucho sobre un año que le apasiona: 1956. Será porque alrededor de esa fecha estableció quizá el primer deslinde desde la izquierda frente al discurso de la “traición aprista” a sus ideales primigenios.

Tras la pregunta de una estudiante, Sinesio López confesó que creyó en el discurso de la traición en su juventud pero que luego pensó que la alianza entre Prado y Haya de la Torre introdujo en la política peruana el concepto y la práctica de la negociación, sin la cual es imposible alcanzar el consenso democrático. Cuestionó que, para alcanzar acuerdos, el APRA tuviese que “limar las filudas puntas de su estrella” pero reconoció que, a cambio de ello, ganó amnistía política, democratización, aislar al gamonalismo y sacar adelante una importante ley de promoción industrial. Como colofón de los gananciales de la referida alianza, podríamos añadir que las elecciones libres de 1962 no se explican sin ella.

La mayor lección que hoy me dejó Sinesio es la capacidad de hacer de la docencia un ejercicio de reflexión constructiva en el que las fortalezas sitiadas –incluso las que yo mismo he construido- deben sucumbir ante el asedio del análisis sereno, que será siempre más inteligible y proclive a los acuerdos que nos permitirán avanzar.

Quizá, recíprocamente, me gustaría sugerirle a Sinesio que realice el ejercicio de imaginar lo que escribiría sobre Alan García si le encargasen, dentro de cincuenta años, redactar un artículo sobre él. Quizá volvería a ser el primero en identificar las grietas de un discurso de nuestra izquierda que, como todo discurso, requiere de una cierta porosidad.

La tarea que me ha dejado Sinesio es ardua. Tengo cuarenta y ocho horas para prepararle una clase sobre el tema a mis alumnos y realizar un análisis que, aunque distinto en sus conclusiones, manifieste su misma serena objetividad cuando me faltan algunas décadas para llegar, si acaso, al lugar en que él está. Departiendo un almuerzo los dos, después de su charla, Sinesio me hablaba de su infancia en Piura y soltaba diáfano algunos carajos que entremezclaban ternura y sencillez. Por eso dicen que no hay norteño malo.

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