Venezuela: el otro balance

DEMOCRACIA, DICTADURA Y POPULISMO, TRES TRADICIONES LATINOAMERICANAS

He leído varias interpretaciones de la situación venezolana, las más atacan sin piedad a un régimen que se ha distanciado del sentido común mayoritario por su marcado autoritarismo. Otras han fracasado en el intento de parecer imparciales discutiendo sobre diversas definiciones de democracia para así evitarse cuestionar abiertamente el gobierno de Nicolás Maduro.  

Por otro lado, no han faltado lecturas más profundas y menos ideologizadas que han relacionado la crisis del chavismo con la debilidad de su divisa y la baja en el precio del crudo. Además, se ha subrayado el carácter dependiente de la economía de Venezuela cuyos ingresos, en más del 90%, provienen de la venta de petróleo; todo ello sin dejar de resaltar el carácter dictatorial de un modelo en el que la separación entre los poderes del Estado es una quimera que evidencia sus limitaciones en tiempos de escasez.

Pero una mirada a Venezuela desde la lupa de la historia puede ofrecernos otras respuestas, bien diferentes pero quizá tan o más acertadas que las que acabamos de resumir. Para comenzar, debe quedar claro que nuestro debate es latinoamericano, es decir, que no se produciría en Europa o América del Norte aunque probablemente sí en Africa o el mundo musulmán, pero desde sus propias claves y aristas.

En Europa no se produciría este debate porque pocos analistas propondrían una definición de democracia que no girase alrededor de la Independencia de los poderes del Estado, de elecciones y organismos electorales absolutamente transparentes y de límites o fronteras sistémicas bien precisos. Estos se transponen cuando se alcanza el fascismo o el comunismo; es decir, el consenso termina donde comienza el autoritarismo.

El consenso europeo que refiero no se construyó en un día. Europa tuvo que sufrir el extremo totalitario del fascismo y temer el advenimiento del soviético para finalmente decidirse por una democracia que en el plano económico apostó por el Estado de Bienestar. Sin embargo, en América Latina la historia es distinta, de allí que, en doscientos años de vida republicana, resulten ser tres y no solamente una nuestras tradiciones políticas: la democracia, la dictadura y el populismo. En este esquema, la tercera tradición suele acomodarse perfectamente a las otras dos debido a las demandas sociales de poblaciones que viven por debajo de la línea de la pobreza.

Es por eso que tras la discusión sobre Venezuela se yergue la discusión sobre la democracia y es por eso también que, a los gritos, se nos han presentado infinidad de variedades y definiciones de ésta porque, en realidad, hemos creado diversas combinaciones entre las tres tradiciones políticas mencionadas. A estas alturas, la pregunta que se cae de madura es si acaso el consenso democrático primermundista es el óptimo y nuestra región se encuentra rezagada frente a sus estándares o si, más bien, hemos inventado modelos políticos alternativos que vivimos a diario pero que no alcanzamos a definir cabalmente.

Soy hombre de utopías y creo que la definición de democracia occidental, sin más, es insuficiente en países, que, entre otros grandes temas, tienen en la inclusión social de sus poblaciones indígenas una gran deuda histórica por saldar. Sin embargo, la prevalencia de regímenes autoritarios en Latinoamérica sólo ha prolongado el camino hacia el desarrollo. Por ello, nuestra utopía no debe simplemente imitar la europea, debe superarla atacando las problemáticas que brotan de nuestra especificidad pero con más democracia, que no por nada la adoptamos libremente hace doscientos años.

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