¿Qué outsider busca Alfredo Torres?

SE BUSCA OUTSIDER.

Tribulaciones, lamentos y ocaso del análisis político peruano

La última nota de Eduardo Dargent en Semana Económica, “Lamentando el Outsider que nunca llegó” capturó mi atención desde su sugerente título y me hizo detenerme en las bambalinas de una tendencia que no sólo se encuentra diseminada en un sector de la opinión pública, sino en nuestros analistas políticos, inmersos en la realidad que estudian al punto de promover la aparición espontánea de fenómenos electorales que, en la teoría, deberían constituir la excepción a la regla. Pero el Perú también es excepcional.  

Hace no mucho, Carlos Meléndez lanzó la imaginativa tesis de que las dos fuerzas políticas más sólidas y representativas del Perú son el antiaprismo y el antifujimorismo. De esta manera, Meléndez nos convierte en el país de la negación política, aunque cabe reconocer que su hipótesis recoge de la realidad un dato innegable: en nuestras tres últimas segundas vueltas electorales, 2001, 2006 y 2011, muchos peruanos votaron por el mal menor; es decir, muy poco convencidos y nada entusiasmados por el mandatario que estaban eligiendo.

Pero las sumas y restas de Meléndez no son del todo correctas. Para empezar, es más que probable que el electorado antifujimorista, sea casi el mismo que el antiaprista por lo que no tenemos, ni de lejos, la ecuación de que más de la mitad de nuestro electorado jamás votaría por una u otra opción. Al contrario, se trata del mismo sector que, de acuerdo con Dargent, “reacciona en las redes sociales y en sectores de la prensa y lamenta que seamos un pueblo de cínicos y corruptos”. Desde mi mirada, una elite intelectual reducida y bulliciosa, cuyo drama es su absoluta incapacidad de relacionarse con los sectores populares, de allí que la tribulación y la búsqueda del outsider le resulte más atractiva que la partidarización y el compromiso políticos.

Por su parte, un reciente análisis publicado por Alfredo Torres en El Comercio amerita algunos párrafos aparte. En su favor debo decir que, como especialista en estudios de opinión, su trabajo consiste en interpretar no sólo las tendencias políticas sino también su naturaleza. De allí que su discurso denote una inconsciente vocación caudillista que resulta de décadas de muestreos en los que a los encuestados les resulta mucho más fácil identificarse con un líder específico que con un partido o agrupación.

Pero Torres va más allá y vaticina que la mesa está servida para un outsider en 2016. Así, tras afirmar que Alan, Keiko y PPK no son candidatos atractivos propone “un líder de origen popular con un discurso populista y apasionado quien podría captar a ese votante que simpatizaba con Humala y que rechazaba a los otros tres”. Me pregunto si Torres sabe lo que está diciendo y a lo que nos expone; no sabía, la verdad, que los estudios de mercado tuviesen algo que ver con tentar al diablo, me encuentro entre el asombro y la perplejidad.

Frente a estas extravagantes propuestas, Eduardo Dargent nos devuelve a la realidad y observa que las categorías de Derecha-Centro-Izquierda pueden ser útiles para facilitar el análisis político aunque reconoce que “mucho más que ideologías marcan las elecciones en el Perú”. De hecho, me parece que las enormes dimensiones que Carlos Meléndez le adjudica a la izquierda peruana constituyen casi una tradición inventada –al más puro estilo de Hobsbawm- la que construye confundiendo planos identitarios e ideológicos.

En el Perú hay un fuerte voto antisistémico, qué duda cabe. Este se expresó clarísimo en el mapa electoral de 2006 donde el PPC ganó en Lima, el APRA en Ica y el “sólido norte”, y el Ollanta más radical en el resto del Perú, la muestra se repitió casi exacta en 2011. Sin embargo, cabe preguntarse si las masas que apoyaron a Humala le darían su voto a un candidato de la izquierda limeña como Susana Villarán o Marissa Glave. Es que tal izquierda no existe a nivel nacional, lo que existe es un enorme rechazo al centralismo que atañe nuestras honduras sociohistóricas, siempre complejas e irresueltas.

Análisis del análisis político

Tras mis primeros comentarios quisiera exponer algunos lugares comunes que he encontrado en los discursos de Dargent, Meléndez y Torres. En primer lugar, todo autor tiene derecho a una posición y a una subjetividad pero, al mismo tiempo, debe tratar de no confundirlas con el sentido común, la percepción corriente o la opinión pública. Hago este comentario, porque, de diferentes maneras, los tres citados han exteriorizado su deseo de evitar una segunda vuelta entre Alan y Keiko: Dargent lo reconoce abiertamente, Mélendez “inventa” un antiaprismo y un antifujimorismo que suman más de la mitad del electorado y Torres clama por la búsqueda de un outsider político que nos libre de tal horror.

En segundo lugar, nuestros principales politólogos parecen conformarse con examinar nuestra “realpolitik” sin desarrollar una postura crítica de sus precariedades, ni ofrecer alternativas para impulsar su institucionalización. Digo este porque en la banal búsqueda de un outsider que nos libre de Alan y Keiko, nos olvidamos del republicanismo, nos olvidamos de la consolidación de la democracia, nos olvidamos de nuestra apremiante necesidad de fortalecer y crear partidos políticos, al punto que se alienta la aparición de un ilustre desconocido que podría ser, ni más ni menos, el General Donayre, Marco Tulio Gutiérrez o Gregorio Santos; aunque la izquierda limeña está muy entusiasmada con Gastón Acurio, total en Tanta se come divino.

El desdén de lo que hay es el tercer aspecto de nuestra pesquisa sobre el “análisis político dominante”. En él, el fujimorismo y el aprismo sólo merecen observarse si es para concluir que deben ser sustituidos por lo que no hay: de allí las tribulaciones, porque no es tan fácil inventar un caudillo de la nada. Al respecto, una postura alterna es la de Juan Carlos Tafur quien escribió que “no se puede condenar al fujimorismo a una suerte de cadena perpetua política y apartarlo, por ende, de cualquier posibilidad de reenganche con la vida democrática del país”.

Respecto del APRA

Los apristas comentan en las redes que el antiaprismo es una enfermedad y no les falta razón: su fase terminal es el antialanismo. Desde el espasmo de este padecimiento ningún análisis puede ser serio aunque logre parecerlo. Por ejemplo, Alberto Vergara, doctor en Montreal e investigador en Harvard, pierde cualquier objetividad cuando habla de García y sostiene que en su segundo gobierno “las reservas del país no han sido nuevamente dinamitadas, (…) el país no ha quedado al borde de una epidemia de cólera (…) los caños de las casas no han evacuado chorros de agua con excrementos (…)” para de esta manera minimizar sus logros bajo la trillada y mezquina premisa de que frente al desastre de su primera gestión cualquier cosa es mejor.

Otro síntoma de la enfermedad –en realidad tiene muchos- es el desdén por el Partido Aprista, organización a punto de cumplir 90 años, con líderes jóvenes formándose en prácticamente todas las universidades del país y con una impresionante capacidad de movilización a nivel nacional, a través de sus leales bases. Pero es más fácil decir que el APRA sin García no es nada y ahorrarse el trabajo de estudiarla, y ni que hablar del PPC que, al día de hoy, es el Partido que mejor funciona como tal y cuyo desafío sigue siendo extender su influencia a nivel nacional, pero en esas está.

A manera de conclusión

El análisis político peruano dominante es como el rey imaginario de Charly García que bailaba a través de las colinas y no entendía “por qué murió la gente mía”; es la expresión académica de los sentimientos de un sector que se siente atacado por “gente vil, sin corazón”.

Si la pesquisa politológica presenta como punto de partida un profundo sentimiento antiaprista y antifujimorista, sus conclusiones sólo pueden ser erróneas. Por ello resulta fundamental partir del análisis objetivo de lo que hay, desterrando estereotipos fáciles; por ello resulta fundamental comprender que en el Perú sí hay partidos políticos, aunque débiles y a veces anti-políticos (de la definición de Sinesio López). Al concluir estas líneas, me quedo con la sensatez de Eduardo Dargent:

“Construir algo más que un candidato anti, de último minuto, que finalmente gane pero carezca de la fuerza para gobernar. Lo más inteligente para no lamentar luego al outsider que nunca llegó es hacer lo que Keiko Fujimori y Alan García vienen haciendo desde el 29 de julio del 2011: política”. Lo contrario no son más que las “tribulaciones, lamentos y ocaso de un tonto rey imaginario o no”, con perdón de Charly García.

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