Estimados lectores: mi artículo “El otro Andahuasi” motivó la documentada crítica del historiador Hugo Vallenas, con quien he sostenido un diálogo acerca de la Reforma Agraria aplicada por Velasco, el que comparto con Ustedes.

Cordialmente

Daniel Parodi Revoredo

p.d. El debate puede leerse también en el blog de inspiración aprista SOPA TEÓLOGA, del que participan el Dr. Vallenas junto con un importante grupo de jóvenes profesionales y estudiantes universitarios.
http://www.lasopa.pe/2011/11/respuesta-de-daniel-parodi-hugo.html

EL OTRO ANDAHUASI

“A través de los años, han sido los campesinos dueños de las tierras que dejaron su esfuerzo, sudor y vida en los surcos. Vienen unos cuantos delincuentes de saco y corbata y pisotean sus derechos. Hoy la historia se escribe con sangre… con sangre de Pueblo, con sangre de esperanza”.

Blog “Andahuasi no se vende”.


AZUCARERA ANDAHUASI

Yo crecí creyendo que la reforma agraria de Velasco fue un acto de justicia porque repartió la tierra entre los que la trabajaban y mi conocimiento adulto confirmó mi percepción infantil. Antes de su aplicación, en el Ande peruano regía la autoridad de los gamonales, quienes ejercían sobre los campesinos un poder señorial, ante la condescendiente abdicación de la autoridad del Estado.

También supe que durante el transcurso del siglo XX se produjo una transición demográfica que rompió la relación hombre-suelo en el campo; había muchos campesinos y la concentración de la propiedad les impedía acceder a la tierra. Por esta razón, desde 1950 la invasión de haciendas se convirtió en práctica común y la reforma agraria ingresó en la agenda política. Finalmente, en 1969 Velasco la aplicó y acabó con el latifundismo, el gamonalismo, el señorialismo, y con todos los rezagos coloniales que aún pervivían en nuestra serranía, tan alejada de la ciudadanía, de la inclusión y de la igualdad.

El problema es que Velasco no se limitó a repartir las tierras del latifundio serrano, sino que nacionalizó también las haciendas agro-industriales de la costa norte, cuya producción azucarera y algodonera se destinaba a la exportación. Consultado sobre aquello, Velasco dijo que era imperativo acabar con la oligarquía y que aquello no sería posible si no se afectaba la base fundamental de su poder. Yo debo confesar que de nuevo mi percepción infantil confluye con mi conocimiento adulto. La oligarquía no fue ni buena, ni mala, simplemente fue, pero para 1969 el hombre ya estaba en la Luna y Cachito Ramírez nos clasificaba a México 70 con sus dos golazos en la Bombonera: el Perú hacía rato que no estaba para patrones y aristocracias.

Pero el mundo da vueltas, literalmente. En 1989 cayó el muro, cayó el socialismo, arremetió el neoliberalismo y, para ser honestos, las reformas de Velasco lastimaron el aparato productivo nacional, la sustitución de importaciones no funcionó, y nuestro Estado, entre la bancarrota y el terrorismo, estaba ávido de capitales frescos que proviniesen del sector privado. De allí la ley fujimorista de 1995 que creó las condiciones para la privatización irrestricta de la tierra y de allí también que la mayoría de cooperativas agrarias se haya reprivatizado.

En 2010, el gobierno anterior intentó equilibrar un tanto la situación. Se propuso un límite de 40.000 hectáreas para el latifundio –que equivale nada menos que al área de todos los valles de Tacna, Moquegua, Tambo, más algunos de Arequipa, juntos– pero la propuesta motivó la enérgica protesta de los voceros mediáticos de la derecha, quienes denunciaron el tufillo velasquista de la timorata sugestión. Quedó allí.

Con este repaso de la historia agraria del Perú he querido subrayar que en la cuestión de Omar Chehade nos hemos olvidado de la historia; como siempre preferimos el escándalo y la peliculina. Claro que se trata de un tráfico de influencias, y grosero además, pero también se trata de una triste abdicación de los principios ideológicos del nacionalismo.

Presidente Humala, lo elegimos para ser un presidente de izquierda, sistémicamente, pero de izquierda. Los veinte años de neoliberalismo que deja atrás el país han atraído inversiones y reducido la pobreza. Pero combatir la desigualdad y la exclusión no es parte de la agenda neoliberal y por eso lo hemos elegido para que nuestra sociedad acceda a un Estado más arbitral y deliberante, más justo y equitativo. Lidere pues, señor Presidente, y expulse de su entorno a los que obstruyen el proyecto por el que votamos.

(*) Historiador PUCP.https://www.facebook.com/parodidaniel

Réplica del Historiador Hugo Vallenas

El destacado historiador, buen amigo de La Sopa Teóloga y notable cultor del afro-jazz (lidera el grupo Lavanda Afro & Rock), don Daniel Parodi, ha publicado en La República del 11 de noviembre un elocuente artículo demandando al Presidente Humala cumplir con sus promesas de respaldo a los trabajadores y campesinos azucareros de Andahuasi. Para quienes no han podido leerlo lo transcribimos más abajo.

Totalmente de acuerdo con don Daniel en que “combatir la desigualdad y la exclusión no es parte de la agenda neoliberal”, por lo cual se hace indispensable que el Presidente Humala “lidere” y “expulse de su entorno” a quienes representan no sólo corrupción sino además complicidad con intereses monopolistas, como es el caso del vicepresidente Chehade, lobbysta del grupo Wong. En La Sopa Teóloga no nos hacemos muchas ilusiones respecto al actual gobierno pero igual es indispensable exigir la salida de los grupos más retardatarios y antidemocráticos.

Sin embargo, no deja de ser importante discutir los referentes teóricos del planteamiento del profesor Parodi. Él señala como un dato fundamental a tomar en cuenta la reforma agraria que “en 1969 [el general Juan Velasco] aplicó y acabó con el latifundismo, el gamonalismo, el señorialismo, y con todos los rezagos coloniales que aún pervivían en nuestra serranía, tan alejada de la ciudadanía, de la inclusión y de la igualdad”. Añade don Daniel que Velasco consideró “imperativo acabar con la oligarquía” en un país que “hacía rato que no estaba para patrones y aristocracias”.

Una mirada crítica a la reforma agraria velasquista

Ojalá fuera cierto todo lo que refiere Daniel Parodi. El general Velasco tomó el poder en octubre de 1968 con un firme propósito reformista pero no tuvo un equipo de cuadros de conducción política ni un movimiento o partido político que le diera respaldo para desarrollar sus objetivos. Ni siquiera tuvo el consenso adecuado en la propia Fuerza Armada. Por tratarse de una dictadura, la gestión de la reforma agraria iniciada en 1969 fue excesivamente vertical y económicamente deficiente.

A diferencia de la revolución mexicana, que sentó la premisa de la nacionalización de la tierra para luego transferirla a los campesinos (como postulaba el APRA en 1926 y 1928), dejando en manos del Estado todos los pormenores de la indemnización a los antiguos latifundistas; la reforma agraria peruana de 1969-1975 estableció una lista de cuotas de afectación y transfirió todas las obligaciones de la deuda agraria a los adjudicatarios, que sólo tenían una reserva de dominio temporal sobre la tierra. A esto se agregó la arbitraria imposición de tres tipos de empresas asociativas que el Estado teledirigía: las cooperativas agrarias de producción (CAPs), las sociedades agrícolas de interés social (SAIS) y las empresas rurales de propiedad social (ERPS), cuyas decisiones gerenciales eran dictadas por el gobierno al margen de los campesinos.

La reforma agraria militar quedó inconclusa y cimentó una crisis productiva, que nos obligó a importar alimentos básicos. Hasta 1976 sólo el 39,6% de la PEA rural fue beneficiada por la reforma. Además, las nuevas formas empresariales (CAPs, SAIS y ERPS) resultaron ineficientes: llegaron a controlar el 45% de la tierra agrícola pero sólo generaban el 21,9% del valor bruto de producción agropecuario (VBPA). Y lo más importante de todo: la reforma no tomó en cuenta al millón de minifundistas con menos de 3 hectáreas que representaba casi la mitad de PEA rural (cuyo total sumaba 2,3 millones de trabajadores sin considerar sus familias); estos últimos siguieron desamparados desde el punto de vista legal y crediticio (ver: José Matos Mar y José Mejía: La reforma agraria en el Perú, IEP, Lima, 1980, cuadros 26, 27 y 28). La reforma agraria no llegó a cumplir sus fines y terminó siendo impopular.

La mejor prueba de ello es que la reforma agraria militar no generó un sindicalismo rural defensor del “proceso peruano”. Se formó, por el contrario, un fuerte sindicalismo campesino opositor “clasista” (es decir, comunista) que veía en la reforma agraria una maniobra para abrir el camino hacia la inversión rural a “los sectores más dinámicos y modernos de la burguesía monopólica”, antes marginados del campo por el viejo latifundismo conservador (ver: Luis Rocca Torres: Imperialismo en el Perú. Viejas ataduras con nuevos nudos. Imp. Ramos. Lima, 1973, p. 30).

Las empresas asociativas creadas con la reforma agraria militar tampoco tuvieron grandes inyecciones de capital ni políticas promocionales. Por ejemplo, las CAPs azucareras de la costa norte, no obstante sufrir una baja en los precios internacionales de sus exportaciones, mantuvieron una elevada presión tributaria y no se les concedió (como sí ocurrió con el sector minero privado de esos años) exoneraciones por reinversión. Al final el subsector colapsó y fue declarado en emergencia en 1977 (ver: Enrique Juscamaita y otros: La reforma agraria y permanencia de los enclaves en la periferia. El caso de la agroindustria azucarera peruana, ECO, Lima, 1978, p. 45).

El sociólogo Aníbal Quijano denunció en 1971 el nuevo tipo de conflictos que el gobierno militar generaba en las grandes haciendas intervenidas en la costa norte, entre ellas Tumán, donde se enfrentaban “los trabajadores de las ex haciendas cañaveraleras […] y la burocracia administrativa de las mismas”, ya que “los administradores, técnicos y dirigentes de las cooperativas agroindustriales tienen sueldos mucho más altos que cuando existía el régimen terrateniente privado” (ver: Aníbal Quijano Obregón: Nacionalismo, neoimperialismo y militarismo en el Perú, Ed. Periferia, Buenos Aires, 1971, p. 207). La corrupción rápidamente tomó control del proceso reformista, amparada por el sistema dictatorial.

Y respecto al punto de vista del campesinado organizado, esta es la percepción de la reforma agraria que difundían los dirigentes campesinos “clasistas” (que eran además perseguidos por la dictadura): “Conviene precisar aquí el sentido de la llamada reserva de dominio de la que los intelectuales nacionalistas reformistas ‘militantes del proceso’ no dicen una sola palabra. Para estos, los campesinos ya son ‘dueños de su destino’, ya son ‘propietarios de sus medios de producción’, y eso no es cierto. Serán propietarios cuando hayan pagado toda la deuda agraria. La reserva de dominio la tiene el Estado, que conserva el derecho de despojar la adjudicación de los predios a los campesinos que no han cumplido con pagar” (ver: Pedro Atusparia: La izquierda y la reforma agraria peruana, Ediciones Labor, Lima, 1977, pp. 5 y 6).

Por cierto, esto no niega que la reforma agraria velasquista tuvo una gran importancia política (puso en evidencia la cruda realidad del latifundismo hasta para el peruano más desinformado) y prestó atención a la protesta secular de los campesinos. Pero no podemos idealizarla ni tomarla como un modelo válido. Fue dictatorial y al final fue capturada y aprovechada por los “monopolistas modernos” del estilo de Dionisio Romero.

Este comentario tampoco puede desconocer que la reforma agraria velasquista llenó un vacío político creado por los drásticos recortes que hizo nuestro querido Partido Aprista Peruano al programa agrario que lo caracterizó desde su fundación. En sus Congresos internos, el PAP reafirmaba su adhesión a los principios agrarios de la revolución mexicana pero en la política cotidiana, al menos desde 1963 hasta 1968, supeditó sus propuestas a los intereses de los grandes propietarios agroindustriales que formaban parte del partido que era su aliado parlamentario, la Unión Nacional Odriísta (por ejemplo Julio de la Piedra, connotado líder de la UNO, era el principal propietario de la hacienda Pomalca).

Mi respuesta al historiador Hugo Vallenas

Querido Hugo:

Te respondo más bien de manera breve las interesantes observaciones que le haces a mi artículo “El otro Andahuasi” porque, en realidad, nuestras coincidencias son mucho más de lo que parecen y superan largamente nuestras discrepancias.
Hay tres puntos que sí quisiera discutir contigo:

1.- En tu réplica citas una serie de autores que ofrece datos estadísticos acerca de los negativos resultados de la Reforma Agraria. Parecería, por ello, que yo hubiese presentado una Reforma Agraria exitosa y triunfal, cuando lo que he dicho en mi artículo es que “las reformas de Velasco lastimaron el aparato productivo nacional, la sustitución de importaciones no funcionó, y nuestro Estado, entre la bancarrota y el terrorismo, estaba ávido de capitales frescos que proviniesen del sector privado. De allí la ley fujimorista de 1995 que creó las condiciones para la privatización irrestricta de la tierra y de allí también que la mayoría de cooperativas agrarias se haya reprivatizado”.

En tal sentido, lo que haces parecer como el centro de nuestra discrepancia es en realidad una coincidencia y por ello nada más tengo que añadir al respecto.

2.- Lo que sí sostengo en mi artículo –y me reafirmo en el concepto- es que Velasco “acabó con el latifundismo, el gamonalismo, el señorialismo, y con todos los rezagos coloniales que aún pervivían en nuestra serranía, tan alejada de la ciudadanía, de la inclusión y de la igualdad.” En otras palabras, con Velasco se eliminan los rezagos de antiguas formas de dominación, profundamente arraigadas, que durante buena parte del siglo XX fueron denunciadas por el aprismo, el movimiento indigenista, entre otros. Los errores en la formulación de esta Reforma Agraria –que tú has apuntado de manera muy documentada e irrebatible- generan problemáticas nuevas, pero son otras problemáticas. La Reforma Agraria de Velasco no fue un éxito, no permaneció, no generó –como tú dices y yo omití en El Otro Andahuasi- un modelo a seguir, entonces lo aclaro en estas líneas.

3.- Vinculado con el punto anterior, tú sostienes que la Reforma Agraria sólo puso en evidencia la cruda realidad del latifundismo, cuando yo pienso que acabó con él, a pesar de generar nuevas problemáticas. Cuestionas además la verticalidad de la Reforma toda vez que fue ejecutada por un gobierno militar. Aquí yo encuentro que recoges un lugar común en el aprismo en torno al velascato. Así, por ejemplo, hace muchos años escuché a Fernando León de Vivero sostener que Velasco quiso hacer revolución sin pueblo. Reconoces, no obstante, que las omisiones programáticas del Partido Aprista favorecieron la aplicación de otras alternativas, y es aquí donde yo encuentro un primer paso para reinterpretar Velasco desde una mirada más contemporánea.

Sobre el particular, yo creo que la tarea es historizar más el siglo XX, lo que implica separar el análisis histórico del juicio político. Así como he cuestionado a Nelson Manrique por utilizar en su estudio sobre el aprismo una serie de lugares comunes de la Nueva Izquierda setentera, pienso que también nosotros deberíamos despartidarizar el análisis histórico del siglo XX, para enfocarlo como un proceso de larga duración, rico, acelerado, conflictivo y complejo; y dentro de él colocar y discutir la trascendencia de sus diferentes actores.

Un abrazo fraterno

Daniel

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