@daupare
A pesar de versar sobre la modernización del partido político más antiguo del Perú, son pocos los analistas que le han prestado atención a la carta que el ex presidente Alan García Pérez ha remitido a la militancia del APRA. El recuerdo de su mal primer gobierno puede explicar el ninguneo a las propuestas de García, pero no justifica la omisión de un análisis más detallado a un mensaje que atañe el futuro de la institución más sólida de la enclenque y volátil partidocracia peruana.
Haya con jóvenes apristas, el APRA debe modernizarse
Lo que parece saltar a la vista en la carta de Alan al APRA es su cálculo político, el que su trayectoria abona como condición sine qua non de sus actuaciones. Así pues, hoy Alan García parece un tanto alejado de su partido y busca acercarse a un sector de la militancia que pondera que el anterior gobierno aprista no lo tomó en cuenta, o no lo suficiente. Sin embargo, la otra impresión, extensamente difundida en el Partido del Pueblo, es que el ex presidente es, una vez más, su candidato natural para las próximas elecciones presidenciales. Ciertamente, el panorama político actual no muestra muchas otras figuras capaces de competir con Alan García en 2016, cuando cumplirá 67 años y estará en su plena madurez política.
Un segundo aspecto de la misiva refiere la naturaleza sui generis del Partido Aprista Peruano, que en el siglo pasado encabezó una sacrificada lucha por la democratización del país, pero que se rige de acuerdo con una estructura jerárquica y disciplinada. Esta aparente paradoja se explica en sus tiempos fundacionales –década de 1920- en donde los líderes políticos eran grandes caudillos-oradores y el mundo oponía a tres grandes paradigmas ideológicos: el capitalismo, el comunismo y el fascismo. Se explica también en las largas décadas de clandestinidad, en las cuales la feroz represión estatal exigía el rigor del liderazgo vertical.
De aquellos tiempos a esta parte tenemos un partido diseminado en cientos de bases, con locales en los lugares más alejados, las que se mantienen activas gracias a una mística casi religiosa e intensamente vivencial que gira alrededor de la figura de su líder fundador Víctor Raúl Haya de la Torre y de la conmemoración de los caídos en las luchas políticas del pasado. Sin embargo, ante su difícil coyuntura interna, la coordinación entre éstas ha sido hasta hoy insuficiente como para consolidar propuestas de renovación exitosas. Más bien, al igual que ayer, muchos apristas siguen esperando la actuación providencial del caudillo y es allí donde radica el problema.
Nosotros pensamos que el salto del APRA a la modernidad pasa por reemplazar el viejo caudillismo por la participación plena de la militancia. Estoy pensando en el PSOE español o la coalición chilena, en los cuales es notable la ausencia de caudillos. Estoy pensando, también, en las elecciones internas de demócratas y republicanos en USA, que cada cuatro años nos brindan una lección de institucionalidad democrática.
Además, el APRA debe definir qué tipo de partido quiere ser en tiempos de globalización y redes sociales. Por ello, la convocatoria a la juventud y a los profesionales resulta fundamental, porque el mayor riesgo que afronta el país, en la ruta del desarrollo, es la inexistencia de una clase política a la altura de las circunstancias. En el proyecto del APRA contemporánea, la modernización debe amalgamarse con su mística e ideología tradicionales, las que representan un importante valor agregado en tiempos en los que el mercado ha convertido los ideales en medios de cambio.
La pregunta que queda en el aire es si para modernizarse el APRA necesita de Alan García. Él, por su parte, tiene ante sí la disyuntiva de insertar su partido en el siglo XXI, de convertirlo en su maquinaria electoral para las presidenciales de 2016, o de hacer ambas cosas a la vez. El tiempo lo dirá.
24 abril, 2012 at 8:54 pm
En los último años es muy optimista sostener que el Partido Aprista sea la “la institución más sólida de la enclenque y volátil partidocracia peruana”. Los resultados de las elecciones nacionales, regionales y municipales más bien hablan de un partido con historia pero en una fase decadente o al menos de extinción. Bien se dice que de momento el APRA no parecería tener otro candidato que Alan y la carta es un obvio inicio de la compaña electoral. Un segundo aspecto es distinguir el aprismo combativo que termina en la década de 1950 y todo lo que viene después. Creo que atribuir sólo a la mística de la figura de Haya y de la lucha por la democracia, ya perdida en los tiempos anteriores a 1956, la existencia de bases que aún le dan una imagen de partido organizado omite el factor principal: el clientelismo. Aún falta historiar, por ejemplo, en cuánto aumentó el número de empleados en organismos públicos, instituciones y empresas del estado, y semiprivados como las cooperativas agrarias, solamente en el primer gobierno de García. “Apristizar” no fue en esa entonces un verbo inventado por los adversarios políticos del aprismo, sino una directiva política eficientemente llevada a cabo. Esto es lo sustancial que queda del partido que ciertamente en lo ideológico, después de los varios libros de García no tiene nada de revolucionario y popular, en el sentido clásico o fundacional del propio aprismo. Por cierto, comparto la inquietud que partidos como el aprista, aquí y en otros países, enfrentan un severo dilema de replantear sus bases ideológicas hacia los problemas presentes. Finalmente la cuestión planteada es pertinente. Alan piensa que lo necesitan y que no hay otro. Es más, a pesar de que su discurso es cada vez más enrevesado e incoherente, parece que se cree, muy tardíamente, el Felipe Gonzalez o el Tony Blair del aprismo.