Nobel cuestiona democratización contemporánea de la cultura

Mario, el conservador

Por Daniel Parodi Revoredo

 

Quiero comenzar esta reflexión sobre el libro de ensayos “La Civilización del Espectáculo”, de Mario Vargas Llosa, señalando que el título de esta nota no desmerece al nobel de literatura por tratarlo de conservador, al contrario, lo caracteriza por lo que quiere conservar: a la libertad como la base de la democracia y a una alta cultura entendida como acervo cuya cualidad elitista es consustancial con su capacidad de dotar de un soporte conceptual e ideológico a la civilización occidental.  

Es en defensa de estos presupuestos, hoy banalizados por la posmodernidad y la democratización de la cultura, que se yergue el literato como un insigne conservador, como un guardián de la cultura, émulo de los monjes de los monasterios medioevales. Estos, en paciente espera, cautelaron por siglos los mayores logros de la civilización greco-romana a la espera del renacimiento de una vida urbana capaz de fascinarse y beneficiarse con ellos.

La alta cultura

He señalado que Vargas llosa parte de una definición clásica de cultura, entendida como bagaje literario, artístico, filosófico, científico, arquitectónico etc. que ha ido legando la civilización a través de los siglos y cuya calidad puede establecerse en base a criterios estéticos y de belleza que, aunque pudiesen modificarse en el tiempo, van sentando estándares clásicos. Ciertamente, la alta cultura logra difundirse por diferentes esferas socioeconómicas; sin embargo, para apreciarse debidamente exige, del observador, una sólida formación académica y estética.

Reflexionando sobre el tema, el nobel observa cómo, en el contexto de la posmodernidad, las distinciones entre lo culto y lo inculto, entre lo que es arte y lo que no, entre aquello que goza de una elevada estética y lo que no, han sido dramáticamente abolidas. Es entonces cuando diserta acerca de la postcultura, la cultura de masas y la cultura mundo. Tres expresiones con las que apunta a lo mismo: la “democratización de la cultura”.

  “La Pietá” de Miguel Angel, Mario defiende definición clásica de cultura 

 

 

 

Democratización de la cultura

Para Vargas Llosa, con la universalización de la internet se ha obtenido la “democratización de la cultura” gracias a la inmensa cantidad de información a la puede acceder un individuo con un iPhone en la mano. No obstante, el alto coste de esta revolución de las comunicaciones ha sido la conversión de la cultura en mercancía, en un hecho banal y efímero cuyo valor se divorcia de los estándares antes referidos y pasa a depender exclusivamente del éxito comercial, léase de su consumo masivo.

De allí que un elemento sintomático de esta mutación cultural es la absoluta pérdida de los antiguos referentes para establecer sus jerarquías. De esta manera, a través del zapping podemos pasar en un instante de un especial sobre la música de Mozart o la pintura de Van Gogh a una escena de “Combate” o “Esto es Guerra”. Todo se consume por igual y no hace falta señalar que si el éxito comercial establece qué es cultura entonces los dos programas de entretenimiento referidos son largamente superiores a las obras de los grandes maestros.

 

 Democratización de la cultura puede volver TV basura “más culta” que Mozar o Van Goth 

 

 

Cultura del entretenimiento y política

Vargas Llosa reflexiona sobre los efectos de la “democratización de la cultura” en la política. Para el literato, la pérdida de referentes ideológicos y valorativos como consecuencia de la amalgama entre la cultura del entretenimiento y los postulados de la posmodernidad han quebrado, hasta en las democracias más avanzadas, la imagen del político como personalidad respetada por su vocación de servicio, tanto como el concepto de sumisión a la autoridad, a la que se ponderaba como la expresión de un consenso social que beneficia a todos. Esta última, si hoy se respeta, es simplemente porque resultaría peor no hacerlo; es decir, se ciñe a una simple ecuación de costo/beneficio.

La cuestión de lo inmediato y lo efímero es un elemento fundamental que desarrolla el novelista. La cultura contemporánea tiene como único objetivo el entretenimiento; este último abarca todo y a todos. Y todo dura un instante, un destape morboso, un suicidio espectacular, un terrible accidente, un asesinato online, etc. Es por eso que hasta los políticos buscarán el éxito a través de un escándalo o de su aparición en un show televisivo bailando, cantando o prestándose a cualquier ridiculez.

Este fue el caso de la preparadísima y espectacular cogida de testículos a PPK, cuando visitaba un mercado, lo que casi le permite alcanzar la segunda vuelta en 2011. De haber ocurrido, el Perú pudo elegir un Presidente debido a que, cuando candidateaba, una verdulera le agarró los cojones (RAE) y él reaccionó con sorpresa pero también con simpatía. De más está decir que el debate programático y el ideológico tienen una mínima repercusión en la decisión de los electores; entonces el político es un actor más del show, y quienes triunfan en política son los que mejor performance alcanzan en esta gran puesta en escena espectacular.

 

 

Parodia de “cogida testicular” a PPK en que se representa a si mismo. El político contemporáneo es parte del show

 

Bajtin y una mirada a lo carnavalesco

Entre mis observaciones al texto de Vargas Llosa, me ha parecido excesiva su crítica a Mijail Bajtin, a quien casi culpa por que la academia haya volcado su mirada hacia la cultura popular para dotarla de una “dignidad relevante”. Claro que es relevante la cultura popular y, en realidad, festividades como el carnaval han escenificado siempre una catarsis social en la que se invierten los roles sociales. En él, las autoridades son ridiculizadas por el populacho como en la «Fête des fous», que tan magistralmente retrata Víctor Hugo en su célebre “Notre Dame de Paris”.

El problema, más bien, se explica en la perdida de referentes ideológicos tras la caída del muro de Berlín y la banalización de la cultura a través del internet. Frente a esta explosiva combinación de factores, emerge el carnaval copando completa la vida cotidiana y la sociedad entera se vuelca a satisfacerlo acorralando así a su antítesis; es decir, el mundo real, el de las ideas, del establishment, la política, de las cosas que “sí” importan.


Inmerecida crítica del Nobel a investigación de Bajtin 

Puntos de encuentro y horizontes conservadores. A manera de conclusión

Quisiera concluir señalando que no soy tan pesimista como nuestro nobel de literatura. A mí tampoco me gusta padecer “Combate” en la peluquería, ver las caras absortas de los parroquianos siguiendo sus incidencias y ser el único que reconoce a Beethoven en el crucigrama de El Trome, con el que me entretengo mientras me cortan el cabello. De hecho, la peluquera siempre me datea si aquella musa de la otra foto es Angie Jibaja o Tilsa Lozano, de manera que solemos complementarnos muy bien entre dos participantes del carnaval, aunque ocupemos posiciones antagónicas en él.

Por otro lado, mi deformación profesional me permite constatar que hay décadas más conservadoras que otras. En los cuarentas, las mujeres trabajaron reemplazando en las fábricas a los hombres que peleaban en los frentes de batalla, en los cincuenta una potente psicosocial las hizo volver a casa bajo el señuelo de fantásticos electrodomésticos, en los sesentas y setentas tuvimos al hipismo y la liberación sexual, mientras que en los ochentas, los hijos de los hippies resultaron ser mucho más conservadores que sus padres.

Es obvio que no volveremos a los tiempos previos al internet, pero no conocemos las reacciones de la sociedad en el futuro, ni debemos subestimar su espiritualidad. Anoche vi ELLA, ficción cinematográfica acerca del amor entre un hombre, Theodore y un sistema operativo inteligente con una voz muy sensual, Samantha, que lo sedujo por completo. Al final, Samantha evolucionó tanto en su universo virtual que dejó a Theodore. Este, súbitamente, se reencuentra triste y solitario en el mundo real que quizá nunca debió abandonar.

 

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