GARCÍA DENUNCIÓ OPORTUNAMENTE VICIOS PROCESALES DE MEGACOMISIÓN 

Alan y la subjetividad

“Si algo le ocurre a alguno de los miembros de la megacomisión, estará claro quién fue” (Oscar Ugarteche)

Con la cita anterior, Oscar Ugarteche concluye un artículo en el que sindica a Alan García como al líder de una red de narcotráfico. Semanas antes, en medio del jaloneo por esto de los hijos no reconocidos de los políticos – pues parece que en el Perú “político que se respeta” debe tener uno por ahí- corrió la volada de que García era un violador supuestamente denunciado por un ex-militante de su partido. La verdad, no sé qué otras acusaciones esperar contra el ex-presidente y no sé qué crimen horrendo le achacarán mañana. Todo esto me hace pensar en las subjetividades que hay detrás de las imputaciones contra quien, para un sector ruidosamente minoritario del país, constituye la “bestia negra” de la política peruana.  

Recuerdo que hace dos años, tras concluir su segundo mandato, García se compró una casa y, a sabiendas de la vociferación que se iba a armar, convocó una conferencia de prensa, anunció la adquisición del inmueble e hizo públicas sus cuentas. Muy pocos, en realidad, se tomaron el trabajo de examinar la documentación pero igual no perdieron la oportunidad de gritarle corrupto y ladrón a los siete vientos, como si no pudiese ser de otra manera. Si venía de García tenía que haber corrupción de por medio, entonces, ¿por qué no gritarlo?

Todo lo contrario sucedió con los inmuebles del ex-presidente Alejandro Toledo. Cuando estalló esa bomba mediática, las mismas personas que destrozan a Alan García en las redes sociales cerraron filas con el líder de la chacana. “A pique la tía tiene su billete”, me comentaba, refiriéndose a Eva Fernenbug, una afiladísima detractora de García Pérez. Sólo después de que Toledo se contradijese con reiteración, se callaron quienes lo defendían, pero nunca llegaron a descargar contra él la rabia que se reservan para el líder del APRA.

A todo esto ¿qué explica esta situación? ¿Cuál es el origen de la subjetividad que subyace tras la animadversión contra Alan García? Voy a desarrollar varias hipótesis.

La primera es su olvidable (o inolvidable) primer gobierno. Pareciese que tras aquella mala gestión gubernamental hubiese quienes sentenciaron a García a la muerte política y a la cadena perpetua moral, una de la que no es posible redimirse y en la que las cuestiones políticas y judiciales se fusionan en una sola e implacable condena: culpable. Esta condena se hace especialmente evidente en el caso de los penales; no importa si García esa misma noche denunció los excesos y exigió la investigación; tratándose de él, debía ser responsable no sólo político sino también penal. El Poder Judicial dijo otra cosa pero no importa, igual es culpable.

La segunda es su innegable éxito y la frustración que genera en sus detractores una terrible realidad: Alan García le pidió una segunda oportunidad al Perú y el Perú se la dio en 2006. Ante la versión radical de Humala, el Perú eligió la opción más conservadora y eligió bien. Y digo bien porque el segundo gobierno de García no sólo superó al primero, como mezquinamente reconocen sus detractores, sino que, por lejos, ha superado también a los gobiernos de Toledo y Humala, a quien le queda media gestión por delante. La realidad que he mencionado se demuestra en contundentes estadísticas de reducción de la pobreza y crecimiento económico, reforzadas por importantes proyectos sociales y obras de infraestructura, tren eléctrico, electrificación masiva, agua potable, alfabetización etc.

La tercera razón de la subjetividad contra Alan García es la suma de las dos primeras en el actual contexto político. García hizo un buen segundo gobierno, la mayoría del país tiene una positiva valoración de su último mandato, y es probable que un electorado como el nuestro, pragmático y resultadista, elija a quien representa la mejor opción para potenciar el desarrollo. El producto de la combinación es explosivo: ataque de pánico. Yo la verdad no sé si puedo o no puedo imaginarme la indignación de sus detractores, la rabia contenida, las noches de insomnio de solo pensar en la posibilidad de verlo ceñir, ajustadísima, la banda presidencial al inicio de su tercer mandato.

Y la consecuencia de esta subjetividad tiene elementos discursivos, tanto como otros bien reales los que, al final, se conjugan. El primer caso es la pretensión de reducir su segundo gobierno a Bagua, petroaudios y narcoindultos; es decir, de proyectar una imagen absolutamente negativizada de su más reciente gestión presidencial. El segundo caso, empujado por el primero, es la ejecución de una torpe y sumarísima investigación congresal que se quema en la puerta de horno porque, en el exceso de ansiedad, se olvidaron de decirle al acusado de qué se le juzgaba a pesar de que este advirtió clara y reiteradamente que se estaban olvidando de decirle de qué se le juzgaba, violando así sus derechos más fundamentales. Al final, el Poder Judicial desestimó tal despropósito pero para sus detractores Alan García seguirá siendo corrupto, aquello nunca cambiará.

Al finalizar estas líneas, quiero expresar mi deseo de que los temas que son materia de investigación respecto del gobierno anterior se lleven hasta sus últimas instancias a través de cauces regulares y mecanismos transparentes. Pero la situación que he descrito hace que la delgada línea entre objetividad y subjetividad se haya transgredido tantas veces y con tal virulencia que ya no nos queda claro el lugar en el que está cada cosa en un país en cuyas instituciones no creemos, porque ya no creemos en ninguna.

A la vuelta de la esquina, queda recuperar el sol después de la tormenta, a ver si volvemos a pensar el 2016 bajo el esquema de las reglas del juego democráticas de nuestro país, que, gusten o no gusten, indican que Alan García sí puede postular y Nadine Heredia no. De esta manera podremos centrarnos en la agenda del desarrollo y de la lucha contra la pobreza e inseguridad, al menos el tiempo que nos queda hasta las próximas elecciones.

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