Rocanrol 68

 (Alerta de spoiller para el último párrafo)

Anoche vi “Rocanrol 68” de casualidad. Uno, porque soy lo suficientemente despistado como para no saber qué película nacional se estrena o está en cartelera. Dos, porque después de “Cementerio General” juré no ver más cine peruano. Y tres, porque en verdad fui a ver otra película, pero me equivoqué de horario: la que buscaba ya había comenzado.

Bobby: entrañable personake de Rocanrol 68

Así fue como entré, pero casi dos horas después salí con esa sensación que solo te dejan las películas entrañables, las que te encantan, te fascinan, las que te hacen reír, llorar; aquellas de cuyos personajes te enamoras e identificas, de las que quisieras que fuesen una realidad a la que poder integrarte, en fin.

“Rocanrol 68” es la ópera prima de Gonzalo Benavente, joven cineasta de 31 años que parece asegurarnos cine peruano de calidad por un buen tiempo. De que no le hará falta mucho presupuesto, estamos convencidos, porque si algo nos ha demostrado Benavente es que sabe arreglárselas perfectamente con pocos recursos. Para ambientar los finales de los sesenta no requirió un gran estudio hollywoodense. Se fue a La Punta, que está más o menos igualita que hace 50 años, al Tip Top de Lince, el único autoservicio que sobrevivió a su tiempo, a una vieja sala de cine, de las que ahora son iglesias cristianas, consiguió dos o tres carros de colección, un buen vestuario, muy pocos extras y, eso sí, full rocanrol. ¡Buenazo!

 A mí me quedó la sensación de que Benavente nos entregó no una sino varias obras de arte en su película, encapsuladas en sus respectivas escenas: el breve musical lleno de color; Pablo, el maoísta, enamorando a Bea con una secuencia de cartelitos; el paseo en bicicleta; la cena familiar en casa de Manolo, que es la que me lleva a resaltar el acertado trabajo de mentalidades que puede apreciarse en el guion. Es posible que se diga que los padres de Manolo aparecen un tanto estereotipados, pero esa mesa peruana dominguera, tan jerarquizada, sí existió. De allí que quisiera también destacar las actuaciones. Sin duda, Norma Martínez estuvo soberbia representando a la conservadora y algo psicodélica mamá de Manolo; tanto como Pablo Saldarriaga al primo maoísta. El trío de amigos adolescentes pareció muy bien ensamblado; bien Mariananda Schempp, la protagonista, y muy destacada Gisela Ponce de León, personificando a Bea, la feminista hermana de Manolo.

Lo que más me fascinó de “Rocanrol 68” fue el acercamiento del director a la adolescencia, a esa etapa perturbadora en la que, por lo general, las chicas la tienen más clara que los chicos. Me encantó cómo abordó el difícil proceso de afirmación de la masculinidad de los tres inexpertos jovencitos en una sociedad machista y demandante, que acaban de terminar el colegio, y que apuestan entre sí conseguir enamorada antes de que concluyese el verano. De allí resulta que Bobby, que se mostraba más seguro, era el más tímido, que Guille comprendió que no vale la pena renunciar a ser uno mismo por conquistar a una chica, y que Manolo acaba con el corazón roto, pues entre él y Emma se interpone un chico algo mayor y mucho más canchero.

 Y es aquí donde Manolo, que quería ser director de cine, decide cambiar el final de la historia y entonces, imaginariamente, se traslada desde un concierto de Los Yorks en Lima hasta las playas de La Punta a obtener consejo de su “superhéroe”, Erwin Flores, el guitarrista de Los Saicos, y de allí vuelve al concierto armado de valor a arrebatarle Emma al chico que era mayor. La cinta concluye con la declaración de amor de Manolo a Emma y un beso en la glorieta de La Punta. Cursi, tal vez, pero cuántos quisiéramos cambiar el final de una historia de amor adolescente como lo ha hecho magistralmente Gonzalo Benavente en “Rocanrol 68”. Vayan a verla.

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Puntuación: 4.80 / Votos: 5