EL SÍNDROME DE LOS CAUDILLOS
Daniel Parodi Revoredo
Las reacciones al anuncio de no postular el 2016 de la Primera Dama Nadine Heredia nos permiten colegir que ni los analistas, ni el público en general, han asimilado cabalmente eso que algunos llaman “reglas del juego democráticas”. Unas voces han aplaudido la noticia, simplemente, porque puede comprometer las futuras aspiraciones presidenciales de Alan García quien se habría quedado sin su “cortina de humo”. Otros celebran la “inteligente decisión”, la que, no obstante, podría revertirse si cambiasen las circunstancias.
Su lógica se mantiene
Con lecturas de este tipo, no extraña la lógica caudillista que se manifiesta en las redes sociales con comentarios tales como “prefiero a Nadine que a Keiko” o “¿qué prefieres, a García o a Nadine?”. Y, por supuesto, nadie ha tenido la hidalguía de celebrar el triunfo del imperio de la ley; ni, mucho menos, de reconocer la lucha que algunas instituciones y colectivos ciudadanos desplegaron para que la política peruana se ajuste a derecho, ni el éxito de haber mantenido el consenso general de la no reelección inmediata que adoptamos tras la década fujimorista. ¿Se olvidaron?
Mi diagnóstico a todo eso no puede sino ser pesimista. Me parece que algunos de los que lucharon contra la dictadura fujimorista en los años 1998-2000 no lo hicieron por deplorar el autoritarismo, ni por una apuesta sincera por la institucionalidad democrática. Lo hicieron, más bien, porque no coincidían ideológicamente con esa dictadura específica. Por eso no me extraña que hoy exalten con total desparpajo al chavismo y fantaseen con el advenimiento de un autoritarismo-populista de esas características en el Perú.
A todo esto ¿cuál podría ser la otra lectura? Pues que es hora de “partidarizar” la política peruana porque debido a la ausencia de partidos políticos nuestra sociedad sigue anhelando al mismo caudillo de siempre, al Ramón Castilla de mediados del siglo XIX y al Manuel Odría implacable, represivo y paternal, repartiendo viviendas, palos y exilios; sólo que con diferente atuendo.
¿Por qué el APRA no postuló a Velásquez Quesquén en 2011? De haberlo hecho hoy tendría mucho más que cuatro parlamentarios. Si esto le pasó al partido más antiguo y organizado del Perú, se explica sola la desaparición de Perú Posible del mapa político en 2006 y su renacimiento electoral en 2011, cuando pudo contar nuevamente con su caudillo. Pero, ¿Por qué votar por “el cholo”? ¿por qué votar por Nadine?, ¿por qué votar por Keiko? ¿por qué votar por Alan?¿por qué votar por Lourdes o PPK?
En países de democracias más formalizadas (basta con mirar a Chile), los candidatos presidenciales se eligen tras elecciones internas que se realizan a nivel nacional y en las que votan los militantes del partido o alianza, así como todos los que no militan en una agrupación distinta. Si un candidato está inhabilitado pues postula otro y no hay tanto drama. El jurado electoral las organiza, se encarga de los padrones y las actas, supervisa el conteo. Aquí tenemos a la ONPE y el JNE, lo que no tenemos es la voluntad.
Tal vez algún día nos demos cuenta que podemos hacer política basada en partidos, en instituciones, que es posible la política formal, que son viables los candidatos nuevos y que no es aceptable romper el consenso general sólo para habilitar una postulación impedida por la ley. Ese día dejaremos de ser el país del caudillo que se reencarna una y otra vez, ese día habremos derrotado el síndrome de los caudillos.
Publicado el 16 de Julio en Diario16
19 julio, 2013 at 12:34 pm
Ciertamente. Es un hecho que los caudillos hacen daño las pràcticas democràticas. Son coyunturales y escaza visiòn de pais. Los partidos han devenido en menos. Ya no formar liderez, ya no educan a su militancia, y esta vegeta en una paràlisis preocupante. Los dirigentes dejan mucho que desear. Aborrrecen la alternancia y se atornillan.