Mensaje navideño

SI les digo que no soy de ir a misa es porque suena mejor que decirles que no soy creyente; sin embargo suelo empaparme de lo que sienten y profesan las personas que me rodean y acabo mimetizándome en una celebración en la que intentamos mostrar lo mejor que tenemos. No me gusta el gran negocio capitalista de los regalos navideños, en donde muchas veces evitar el “qué dirán” es la razón de que la gratificación navideña –para quien la tiene- acabe en manos de algunos mercaderes más o menos mayoristas y para el que no la tiene pues peor porque ahora los bancos le dan a todos crédito navideño rápido con altas tasas de interés.

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Ron Damón

Sin embargo, yo también hago regalos y trato de que sean, a mi manera, especiales. Por eso estuve visitando a los anticuarios del libro del campo ferial Amazonas donde pude obtener un raro I-Chin de 1972 editado por Mirko Lauer para mamá Laura, una versión en alemán de Hamlet de 1840, otros dos textos de Shakespeare en inglés y una Historia de la Literatura española; además de un Redoble por Rancas de Manuel Scorza, y un Decameron de Giovanni Bocaccio. Este último es para entretenerme en Pimentel leyendo frente al mar.

No estuvo mal la cosa si se toma la Navidad en su sentido real de amor y de paz, pues elegí esos libros pensando en lo que podía agradarle a cada uno de mis seres más queridos y que me perdonen otros seres igual de queridos a quienes les he comprado otras cosas o no he podido comprarles nada porque viven cruzando el charco a miles de kilómetros de distancia. Ya habrá ocasión para enviarles algo sobre todo porque están a punto de ser tres en lugar de dos.

A Carolina, que es mi mejor regalo de 2012 porque ha supuesto la insospechada llegada del amor a mi vida, le dejé que escoja sus presentes sin darse cuenta, pero ya antes le había regalado una bella compilación de notas freudianas de Moisés Lemlij y la versión escrita de Psicosis, esa vieja película que le dio fama a Anthony Perkins. Otros regalos son económicos, como el qué le di a Máximo, mi ropavejero de toda la vida, con ochenta años y una cojera a cuestas, negro retinto y que al agradecerme me dijo que con el paso de los años “se estaba reduciendo a Mínimo”. Por cierto, me faltan “Barrabás” y Juan, los viejos canillitas del cruce de Salaverry y Pershing, los que en el año ochenta me vendían Don Sofo mientras esperaba la 59b para irme a cursar primero de secundaria en el colegio Franco-Peruano.

Y me falta Eugenia, mi querida nana Eugenia –y lo digo sin ser rico y sin la menor intención de emular a Alfredo Bryce o a Jaime Bayly- que ahora trabaja conmigo una vez por semana más por el gusto de darnos un beso semanal que por necesitarlo ella o yo. En fin me gustaría dejarle flores a papá Ezio en el mar de San Bartolo Norte, donde hace décadas pasamos con él y mamá los mejores veranos de nuestras vidas y me parece, que sin quererlo, acabo de comprender por qué La Navidad es importante. FELIZ NAVIDAD

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