Las fronteras de la democracia

Por Daniel Parodi Revoredo
Las pasadas declaraciones de Salomón Lerner G. en el sentido de amnistiar y darle un espacio en la política formal a Sendero Luminoso han abierto un intenso debate. Desde entonces se han multiplicado las voces que abogan por una oportunidad para MOVADEF en el espectro democrático, apelándose a sus irrenunciables derechos ciudadanos que, es verdad, son los de todos nosotros.

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no hay mucho que hablar con ellos
Es cierto que la legislación peruana exige ciertos requisitos para la conformación de partidos políticos y que MOVADEF –aparentemente- los cumple; pero si ese es el caso, lo que habría que debatir es la reforma constitucional y de los códigos pertinentes para establecer claramente las fronteras de nuestra democracia liberal. No soy jurista y no voy a entrar en disquisiciones que le corresponden a especialistas en otras áreas del conocimiento. Permítaseme, sí, algunas cuantas reflexiones.

En 1938, un año antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial existían tres sistemas político-económicos en el mundo occidental: la democracia liberal, con el capitalismo como su referente económico; el fascismo y el socialismo. Por los modelos de sociedad que cada uno proponía, los tres sistemas se excluían recíprocamente y parecía claro que, más temprano que tarde, se eliminarían unos a otros, tal y como sucedió entre 1939 y 1945.

A la Segunda Guerra le sobrevivieron el capitalismo y el comunismo, los que de inmediato iniciaron una nueva conflagración –La Guerra Fría- que durante casi medio siglo tuvo al planeta Tierra con una guerra atómica en ciernes. Finalmente, en 1989-1990, el bloque socialista colapsó y sólo quedó en pie el capitalismo y sus diferentes variantes democráticas; las unas más liberales, las otras social-demócratas.

Esta historia, por todos conocida, debe evitarnos caer en la candidez de pensar que la democracia liberal es un cajón de sastre en donde perro, pericote y gato pueden convivir. No es así, la democracia tiene fronteras a su derecha y a su izquierda aunque ambos extramuros, finalmente, coinciden en la misma denominación: totalitarismo. No parece, pues, coherente, en aras de una interpretación laxa del gobierno del pueblo por el pueblo, promover el ingreso a nuestro sistema democrático de sectores que explícitamente apuntan a su destrucción a través de la violencia política más horrenda. Como sabemos, esta utopía comunista ya nos costó decenas de miles de vidas humanas, millones en infraestructura y décadas de atraso.

Cómo en el Perú campea el maniqueísmo debo hacer una aclaración: hace un año publiqué la nota titulada EL OTRO CHAVÍN DE HUANTAR en la que cuestioné la supuesta heroicidad de los comandos que rescataron los rehenes de la embajada de Japón. Señalé, entonces, que mientras persistiese la sombra de ejecuciones extrajudiciales en la operación yo no podía elevar a los rescatistas al pedestal que le tengo reservado a Miguel Grau. Sobre este tema mi posición sigue siendo exactamente la misma. De hecho, es en consecuencia con mis ideales democráticos y mi defensa de los derechos humanos que me opongo a la legalización de MOVADEF, del mismo modo como me opondría a cualquier frente de ultraderecha que propusiese la dictadura de partido único, el genocidio de la oposición política y la destrucción violenta de nuestro per sé precario consenso político.

Entre 1975 y 1979, Pol Pot, el innombrable dictador camboyano, ejecutó a más de 3 millones de sus connacionales por razones tan superfluas como vivir en la ciudad o ser intelectual. Para él debía fundarse una nueva sociedad en Camboya bajo los preceptos maoístas y por ello eliminó todo vestigio de la era anterior. En el Perú Sendero Luminoso quiso hacer lo mismo y mientras se mantuvo fuerte jamás dialogó, sólo nos aterrorizó. ¿Qué espacio es el que se le quiere brindar?

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