Tratándose de Alberto Fujimori es doble la responsabilidad de indultarlo si lo merece y de no hacerlo si no reúne los requisitos; pues nadie prostituyó como él el estado de derecho en el Perú. Por eso mismo debe aplicársele, sin más, la ley; pues solo de esta manera la sociedad puede desmarcarse del corrupto, del delincuente y del criminal anteponiéndole un principio de superioridad moral: yo a ti te aplico la misma ley que tú tantas veces violaste.
Debemos ser moralmente superiores a él
Como mucho se ha hablado de los crímenes de Barrios Altos y la Cantuta quiero aprovechar esta columna para recordar, más bien, el proxenetismo al que se expuso la institucionalidad democrática durante el decenio dictatorial de AFF. Como mucho se recuerda el autogolpe del 5 de abril de 1992, la mayoría ya olvidó la ley de interpretación auténtica de 1996 que estableció que como la elección de Fujimori en 1990 fue anterior a la Constitución de 1993 entonces nunca ocurrió. De esta manera Fujimori sólo resultó electo una oportunidad en 1995 por lo que pudo postularse por “segunda vez” el 2000. 1+1+1=2; esas fueron entonces las cínicas matemáticas fujimoristas.
Después, en 1998, se bajaron el referéndum que con más de un millón de firmas a nivel nacional había logrado convocar la oposición para evitar la ilegal postulación de Fujimori. ¿Cómo lo hicieron?, pues cambiaron la ley sobre la marcha y exigieron el voto de 48 parlamentarios –además del millón de firmas- para aprobar el plebiscito. Teóricamente la oposición contaba con ese número de congresistas pero el día de la votación, extrañamente, unos cambiaron de camiseta y otros faltaron a la sesión. El transfuguismo fujimontesinista mostraba su rostro por primera vez.
Durante el enrarecido proceso electoral de 2000, el Presidente y candidato a su tercera reelección compró TODAS las franjas de publicidad televisivos, de TODOS los canales de señal abierta – 2, 4, 5, 9 y 13 que hablaban TODO el tiempo sólo del presidente–candidato y/o mencionaban a otros candidatos única y exclusivamente para demolerlos en base a calumnias, chantajes y campañas de difamación.
El día de la elección, la boca de urna dio por ganador al candidato de oposición Alejandro Toledo pero después sucedió lo increíble: los canales dejaron de trasmitir las elecciones, en su lugar, comenzaron a pasar el chavo del 8, Mickey mouse y perdidos en el espacio, no sabíamos que pasaba pero olía a fraude. Cuatro horas después volvió la señal y el fraude se había consumado, los resultados se habían invertido en favor de Fujimori.
Pero el circo de la institucionalidad peruana recién comenzaba su función estelar. Día a día, el porcentaje de Fujimori aumentaba acercándose peligrosamente al 50% que le daría la victoria en primera vuelta. Se encontraba ya en 49.99% y repentinamente un sujeto de apellido Portillo salió a decir: “tranquilos, tranquilos, Fujimori ha bajado a 49.5”. ¿La razón?, una guerra civil a punto de estallar. Lo que no vimos, preocupadísimos por el resultado presidencial, es que día a día, aumentaba también el número de parlamentarios fujimoristas electos, con lo difícil que es alterar la cifra repartidora luego de establecida una tendencia. Pero subía y subía, y, como no alcanzaba, compraron una decena de parlamentarios más, los que se pasaron al oficialismo ante la mirada y asombro de la nación en su conjunto.
En la segunda vuelta, el caballo fujimorista corrió solo y sin observación electoral porque ésta no quiso validar con su presencia un estado de cosas viciado e inaceptable. Para el día de cambio de mando Alejandro Toledo convocó una marcha a Palacio para evitarlo pero era imposible acercarse pues un impresionante contingente militar-policial taponeaba todos los accesos al centro histórico de Lima. Después de la espuria juramentación, con banda presidencial al revés y todo, la multitud protestante pudo acercarse porque la dejaron hacerlo y al encontrase al lado del Banco de la Nación éste estalló en pedazos y murieron varios inocentes vigilantes; al día siguiente, las pintas limeñas rezaban: “Toledo desgracia”. Era la mano de Montesinos, tratando de manchar lo único limpio del proceso: las fuerzas de la oposición.
Si Fujimori está muy enfermo que lo indulten, o lo manden a su hogar con arresto domiciliario, en suma que le apliquen la misma ley que él tantas veces trasgredió; pero no olvidemos quien es el que sale y lo que nos hizo. Este espacio y su columnista no creen en la venganza y consideran que, de acuerdo a ley, cualquier condenado tiene derecho al indulto humanitario o al arresto domiciliario conforme a lo establecido en los códices de justicia. Sin embargo, esperamos que no se esté escribiendo el libreto de una pantomima de aquellas a las que nuestra pantagruélica fauna política nos tiene acostumbrados. No debemos permitirlo, nunca más.
Daniel Parodi Revoredo
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