La demarcación de la frontera marítima debe verse como una opción de paz
No pretendo en estas líneas negar que la visión geopolítica de las relaciones internacionales se condice con una dimensión de la realidad y es por tanto necesaria. Pero sí la denuncio cuando contamina todo el debate hasta confundirse con él. La denuncio cuando monopoliza la defensa del interés nacional para propiciar el aborto de cualquier iniciativa de acercamiento entre las partes.
Frente a posturas como la anterior, tan arraigadas en los imaginarios nacionales, las iniciativas basadas en hipótesis de paz no ofrecen la mano izquierda que este debate requiere. Y no la ofrecen porque hasta hoy no se promociona “La paz de La Haya” como una ventana de oportunidad para la obtención de beneficios mutuos, similares a los que han logrado Perú y Ecuador tras la paz de Itamaraty. Por eso digo que nos hace falta la ilusión de la paz, tanto como una política para hacerla realidad.
Para ello contamos con harta materia prima. Así por ejemplo, las inversiones bilaterales y la interdependencia económica entre nuestros dos países son una realidad que se potencia cada día. En el nivel de la concurrencia a los mercados mundiales, los recientes acuerdos adoptados por el Consejo Empresarial Perú-Chile le permitirán al Perú exportar sus productos a los mercados a los que ya se dirigen las exportaciones chilenas. Además, la Alianza del Pacífico, impulsada por el ex presidente Alan García Pérez y de la que también forman parte Colombia y México, ha configurado un eje comercial de países del Pacífico sudamericano, con gran proyección hacia los mercados del Pacífico asiático.
Sin embargo, la ilusión y la esperanza –en suma la subjetividad- deben adoptar una fisonomía propia a través de políticas integracionistas que puedan motivar y acercar a los ciudadanos de a pie. Ahora mismo estoy pensando en un instituto de estudios peruano-chileno en la zona de frontera, cofinanciado por lo sectores público y privado de ambos países, en el que se investigue y estudie la realidad binacional en distintas áreas y se debata las mejores estrategias para el desarrollo y beneficio mutuos. Estoy pensando en multitudinarios programas de intercambio juvenil y en becas de estudios para universitarios chilenos en universidades peruanas y viceversa.
Pero siempre queda el pasado y yo sé que al sur de La Concordia se interpreta mi insistencia en reconciliarnos como una cancera peruana en exigir perdones a Chile por la Guerra del Pacífico. En realidad, mi propuesta siempre ha sido mucho más ambiciosa: impulsa la conversación madura sobre el pasado doloroso y la posibilidad de que cada país, de motu propio, le dirija un mensaje al otro, para hacer catarsis conjunta y cerrar las viejas heridas. Y luego vendrán los gestos de las altas autoridades para mostrarle a las colectividades que ese pasado no se olvidó, pero que ya se terminó. A todo ello le sumo la puesta en valor de los capítulos positivos de la historia común, como el apoyo chileno a la Independencia peruana, la guerra conjunta contra España entre 1864 y 1866, la bibliografía de grandes hombres vinculados a ambos países como Bernardo O´Higgins o Guillermo Billinghurst, así como el vínculo colonial, tan manoseado por los nacionalismos de ambos lados, como si Pizarro y Almagro hubiesen estado en posición de separar para siempre a peruanos y chilenos.
La agenda post Haya es tan o más importante que la agenda de la Haya y las autoridades binacionales deben, además de promoverla, impulsarla con el concurso de los diferentes actores de la sociedad civil para así conquistar la ilusión de un futuro armónico e integracionista. Las próximas generaciones lo agradecerán.
Nota: esta reflexión surgió tras una conversación con mi colega y amigo Antonio Zapata, con quien me une la inquietud de construir una mejor relación peruano-chilena para el futuro.
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