El Presidente de las regiones

Daniel Parodi Revoredo

La institucionalidad política y la democrática son una absoluta quimera en el Perú. No están, ni por asomo, resueltas. Ya inmersos en la segunda década del siglo XXI, la construcción del proyecto liberal peruano sigue inconclusa debido a sus inercias históricas, las que remiten a lo que algunos llaman, dicotómica y trilladamente, exclusión-inclusión.

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El próximo Presidente podría provenir de un frente multi-regional

Es por ello que el siglo XX nos ha llevado por una senda ondulante que ha alternado periodos de relativa institucionalidad con otros que han supuesto diversas puestas en escena de la misma crisis de la representación política, al ser desbordada por la realidad social. Este es el caso de la República Aristocrática, la que colapsó en 1919 debido a su incapacidad de adaptarse a los requerimientos de las emergentes clases medias y obreras. En aquel entonces, el Partido Civil resignó sus posiciones frente a la arremetida autoritaria del leguiísmo, que expulsó a la oligarquía del sector público, para luego ampliarlo y coparlo con una emergente mesocracia profesional.

Tiempo después, en 1968, el golpe de Juan Velasco Alvarado quebró la institucionalidad que se había generado tras el pacto entre el APRA y el MDP de 1956, el que permitió las posteriores elecciones generales de 1962, con seis candidatos presidenciales, toda una novedad para la época. Sin embargo, el reformismo moderado de Belaúnde (1963) fracasó en la aplicación de las reformas que demandaba una población en franco crecimiento, en parte debido a que la alianza opositora APRA-UNO intentó mantener los fueron oligárquicos en tiempos en los que el país ya no estaba para grandes señores gamonales. Sólo un militar, pateando el tablero de nuestro endeble modelo político, aplicó a su modo las reformas que, en términos generales, resultaron un fracaso.

En 1980, el Perú recuperó la democracia para perderla doce años después. En aquella década asistimos a los intentos de Fernando Belaúnde y Alan García, no sólo por estabilizar la economía nacional, sino por consolidar un esquema político occidental, con una derecha, centro e izquierda bastante definidos. Pero nuevamente la realidad superó la ficción de una institucionalidad democrática incapaz de satisfacer las demandas de un país desbordado y en crisis, que franqueaba largamente el ecuador de su transición demográfica. Por ello, en 1990, el joven y pragmático electorado nacional pateó, una vez más, nuestro ineficaz modelo político y eligió al outsider Alberto Fujimori. El resto de esta historia lo conocemos.

El año 2000 supuso –con la caída de Fujimori y la designación de Valentín Paniagua- una nueva oportunidad para el proyecto liberal peruano, en su versión “siglo XXI”. Lamentablemente, el justificado traspaso de presupuestos y responsabilidades a las regiones no ha venido acompañado por un proyecto eficaz de profesionalización de la clase política, ni por otro destinado a fortalecer a los partidos políticos de dimensión nacional. A esto se le suma, la ausencia de un programa para la reconciliación interna del país, que implique el reconocimiento, visibilización y reivindicación histórica de todos los componentes de una nación evidentemente pluricultural. He allí la dimensión subjetiva del conflicto, la que nadie quiere ver.

Las elecciones de Alberto Fujimori, Alejandro Toledo y Ollanta Humala se lograron con el apoyo de las mayorías nacionales que conforman la población provinciana, junto con los nuevos sectores urbanos emergentes de Lima y de las principales ciudades costeñas. Sin embargo, hasta ahora no hemos tenido un genuino candidato de estos sectores. Al ver las crisis sociales de Cajamarca y Espinar, me parece que es solo cuestión de tiempo la emergencia de un movimiento regional que adopte dimensión nacional y que quiebre nuestra siempre superflua institucionalidad política. La dura coyuntura que asoma es la del enfrentamiento entre dos grandes poderes: el central y el regional, lo que encuentro lamentable en un país que se pretende en desarrollo.

Pasada la medianoche, no deja de asombrarme la opinión de un joven analista quien, en su infructuosa búsqueda de la piedra filosofal, ha creído encontrar en el Perú el Edén de la democracia y el maná de la institucionalidad política.

Publicado hoy en Diario16

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