PRADITO

Por: Daniel Parodi Revoredo±
Leoncio Prado

La historia del siglo XIX y la del XX comparten el mismo error. Ambas se esforzaron mucho por darle al ciudadano de a pie, la verdad acerca del pasado. Eran otros tiempos, eran tiempos en los que los paradigmas filosóficos nos convencían de sus propias certezas.

De esta manera, en el siglo XX el positivismo científico planteaba que todo podía y debía ser demostrado a través de la experimentación empírica. Por su parte, las ciencias sociales paulatinamente se apropiaron del siglo XX y nos convencieron que todo debía explicarse porque remitía a una estructura, ya sea social, económica o política; en esos términos, el sujeto individual poco podía hacer para interferir en el curso de los acontecimientos.

Pero en el siglo XX hubo dos avisos de que algo andaba mal y de que no era tan fácil como se pensaba estar tan seguro de la certeza de nuestras antiguas certidumbres. Por un lado, la Segunda Guerra Mundial se llevó consigo a sesenta millones de personas, nada más y nada menos, incluidos holocaustos y bombas atómicas. ¿Podía ser verdad entonces esa convencida idea de que el desarrollo de Occidente llevaba a la humanidad de la mano hacia su progreso? ¿estábamos hablando de lo mismo? ¿Era ese mismo progreso el que había sembrado el mundo de dolor y de destrucción?

Por otro lado, el 1989 se cayó el muro de Berlín y se llevó consigo a la URSS, al bloque socialista, al telón de acero, al mundo bipolar y de paso al marxismo que había anidado en las ciencias sociales; y además del marxismo a sus primos cercanos: el estructuralismo y el funcionalismo. Fue entonces cuando volvimos a sentir el tiempo. Las estructuras dejaron de aprisionarnos y experimentamos el deseo de volver a ser plenamente humanos, plenamente individuos, plenamente nosotros, plenamente yo y fue entonces cuando recuperamos la capacidad de emocionarnos, de ser románticos y de crear.

Y fue entonces también cuando comprendimos que la historia es verdad, pero es una verdad libre, es una verdad que cambia constantemente porque cambian también los que la narran y cambian los tiempos en los que es narrada. Y es al fin, al comprender que la historia posee una dimensión narrativa, que nos sentimos de nuevo con el derecho a admirar el pasado y a admirarnos con el pasado, y a identificar en él nuestros viejos y entrañables arraigos, nuestras viejas y entrañables querencias, como la querencia por la patria, por la tierra, por el hogar.

En este nuevo contexto, Pradito de Luis Cuadra es una delicia y es que el autor, en su relato, decidió asumir la identidad de su personaje, decidió convertirse en él, para que así el mismo Leoncio Prado nos narre su vida, azarosa e intensa desde su nacimiento. En estos tiempos super modernos, Pradito me evoca alguna película de aquellas que sugieren que el hombre lleva consigo un dispositivo que registra todos los instantes de su vida.

En Pradito, es el mismo Leoncio Prado el que cobra vida para nosotros y nos relata en primera persona -con delicada sensibilidad- la infancia, el dolor de la bastardía y el re-encuentro amoroso con el padre ausente, el que a posteriori sería presidente Mariano Ignacio Prado. Pero será pronto cuando Pradito descubra esa vocación por la vida, entendida como aventura profundamente patriótica. Alférez de fragata a los trece años, Pradito supo desde el inicio, de su destino patriótico en ciernes.

No quisiera, en estas líneas, descubrir los contenidos de este relato, que es menester descubran ustedes mismos en otra aventura, la de la lectura, que simbióticamente se fusionará, sin duda, con la vida de tan alto personaje de la patria. A Leoncio Prado, Luis Cuadra le ha dado de nuevo el halo de la vida, para que, en una dimensión intermedia entre la realidad y la ficción, converse con nosotros de las querencias, los azares y de la amada patria.

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