MI VOTO POR OLLANTA HUMALA:
3 ½ Confesiones de Otoño
Debo comenzar confesando que los tibios y soleados días que nos ha regalado el mes de abril han alimentado positivamente mis ánimos y es así como me veo inmerso en una larga racha de lecturas teóricas que felizmente nada tienen que ver con la política nacional, y que asimilo embelesado con alguna sonata de Mozart , mejor si la once o la doce. Por ello me resulta un tanto obsceno aterrizar a nuestra álgida realidad electoral, pero ni modo, obscena o no, es lo suficientemente seria como para abordarla en profundidad; es además, la ocasión de “meas culpas”, de confesiones acaso descarnadas, y finalmente, de compartir con los demás lo que realmente pensamos, así como aquellas motivaciones profundas –irracionales casi siempre- que se ocultan detrás de nuestros actos y decires. Aquí van entonces mis 3 ½ confesiones de otoño

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El otoño de Lima nos ha sorprendido con mucho sol

Confesión Primera: Velasco

Debo confesar en estas líneas que me friega el imaginario de que Juan Velasco Alvarado fue poco más o menos el demonio encarnado, una suerte de corte en nuestra historia que separa el prístino camino de Dante hacia la luz divina del horrible purgatorio en el que cayó –sin deberlo- un país edénico y feliz. De hecho, me resulta curioso el ataque y defensa respecto de este tema: sí, son velasquistas!; no! no lo somos! O sea que Velasco pierde igual en los dos casos. El es lo que nadie quiere ser en el Perú contemporáneo.

La figura esta me parece harto curiosa porque, con sutiles pero transcendentes diferencias, en los tiempos en que el desaparecido general gobernó el Perú la cosa fue similar: Velasco fue lo que nadie se atrevió a ser, Velasco hizo lo que nadie se atrevió a hacer. Es que poco nos falta para decir que la Reforma Agraria de 1969 se debió a un mal despertar del susodicho generalote o a una mala noche y que de no ser por ello el Perú se hubiese mantenido como ese paraje bucólico donde se retiraban los poetas a retratar sus musas con hipérboles, metáforas y otras figuras literarias.

He escuchado tantas veces a parientes, amigos y alumnos quejarse del paraíso terrenal que Velasco les arrebató que casi llego a creérmelo yo mismo. Pero la realidad fue otra y nos viene de antiguo. Los españoles separaron a los habitantes del Perú virreinal en dos naciones: una para los españoles (subordinante) y otra para los indios (subordinada). Tras la independencia, contrariamente a lo que pudiera pensarse, la situación del indígena empeoró debido al ausentismo del Estado en la mayor parte del territorio nacional, lo que motivó que en la sierra rural se empoderasen grandes señores de la tierra: los gamonales. De esta manera se estableció en el Perú una suerte de feudalismo andino caracterizado por la marginación, exclusión y explotación del indígena.

Durante el siglo XX este modelo fue perdiendo posiciones debido a la transición demográfica. En el campo había demasiada gente; es por ello que la cuestión de la reforma agraria estuvo en la agenda de sucesivos gobiernos como los de Bustamante y Rivero, el mismísimo Manuel Prado (que no hizo nada al respecto), la junta militar del 62 y el primer gobierno del recordado y benemérito arquitecto Fernando Belaúnde Terry. No se trataba de una marcha hacia el socialismo, ni mucho menos, sino de un debate que compelía la paulatina desestructuración de un sistema de tenencia de la tierra cuya caducidad se había producido hace ya tiempo y cuya supervivencia amenazaba con convertirse en caldo de cultivo para un desborde social radical. Pero nadie quiso afrontar eso: solo Velasco.

Sobre lo dicho me dirán muchas cosas: que tras la independencia las comunidades rurales experimentaron un renacimiento pues el abandono del Estado las hizo potenciar sus ancestrales formas socioeconómicas; que en todo caso Velasco debió estatizar a los gamonales serranos, más no a los modernos plantadores costeños. Sobre lo primero creo que el tema de fondo –para lo que nos ocupa – es que no hubo un proyecto inclusivo aplicado por las élites y que las consecuencias de aquella omisión nos estallaron en la cara en la segunda mitad del siglo XX y de alguna manera nos siguen estallando en la cara. Sobre lo segundo, Velasco quería liquidar a la oligarquía como clase y por ello atacó la base de su poder. Pensaba que de otro modo ésta recuperaría sus posiciones tarde o temprano y yo creo que no le faltó razón.

¿Entonces la oligarquía es la mala de la película?. Claro que no, en primer lugar el desempeño de la oligarquía en la historia del Perú debe ponderarse de acuerdo a sus propias circunstancias históricas. Así, las raíces de su poder y sus parámetros mentales deben situarse dentro de su propio universo. Ciertamente, la historia política del siglo XX -nuestra cultura política toda- es un cúmulo de rivalidades irreconciliables, donde al final todos acaban satanizados: la oligarquía, las fuerzas armadas conservadoras, El APRA, las fuerzas armadas reformistas, todos. Todos son el diablo y es por ello que en el Perú es preciso aplicar una política de reconciliación entre los diferentes actores de la sociedad y con respecto a sus interrelaciones en el pasado. No se trata, ciertamente, de promover el olvido, la tabla rasa, o la vuelta de página, mas si de releer la historia dentro de una atmósfera de aceptación de que el Perú es complejo, muy complejo, nos lo legaron así y por ello existen acontecimientos del ayer de difícil asimilación que deben ser revisados a la sombra de una lectura menos apasionada y más integradora. ¿pero hay clase política que se lo plantee seriamente? No, claro que no.

Confesión segunda: Haya de la Torre y el APRA

Otra cosa que quiero confesar es mi simpatía por el pensamiento de Haya de la Torre, o por la trayectoria del APRA, para que así lo primero no suene a eufemismo. Confieso que no me gustan para nada las satanizaciones que penden sobre el APRA y que vienen de la derecha y de la izquierda, aunque la segunda es la peor porque es la que ha elaborado el discurso más estructurado sobre la trayectoria del partido aprista, discurso que además se ha posicionado como el dominante u oficial. De esta manera, a través de una antojadiza selección de acontecimientos, se han difundido los imaginarios de “la escopeta de dos cañones” y de la “traición aprista a sus ideales primigenios” y -por supuesto- se ha ninguneado la participación del partido en las luchas sindicales, se han omitido los episodios de la clandestinidad y se ha negado su rol en la institucionalización de la democracia en el país.

Más allá de ello, entiendo la ideología de Haya de la Torre como una modalidad latinoamericana de ser de izquierda, a través de una vía propia y alterna que debe considerar la posición de la región en la composición del poder mundial y por ello mismo debe reinterpretarse de acuerdo a los cambios temporales y espaciales. Quizás el término “antiimperialista” suene hoy un tanto radical, tal vez de lo que se trata es de comprender que, aún dentro del capitalismo y de la globalización, no somos ni su mejor mitad, ni su lado dominante. Es por ello que nuestras clases políticas deben establecer imprescindibles deslindes con los poderes económicos, más aún si son trasnacionales. Así pues, saber de qué lado se está parece fundamental para revolucionar lo que haga falta en el país y transformarlo. Yo creo que aquello pasa por la revolución de la educación para acceder a una de calidad que le brinde a los peruanos igualdad de oportunidades y por la promoción de la industrialización del país, sin la cual divagaremos eternamente en ese nicho mercantil al que nos tiene anclado nuestro modelo exportador primario, aunque es verdad que algo se ha avanzado en el último decenio. El pensamiento de Haya de la Torre supone una línea de acción que se ha mantenido vigente en la dirección señalada, mientras que el marxismo ortodoxo no.

Confesión Tercera: Ollanta Humala

Bueno pues, mi última confesión se deriva de las dos anteriores: voy a votar por Ollanta Humala a pesar del despliegue de una campaña de la “gran peur” desde un consorcio de las comunicaciones que en los noventa se caracterizó –más bien – por su lucha en favor de la democracia. ¿Me da miedo Ollanta Humala?. Pues sí. Sí me da miedo porque no tengo seguridades respecto a lo que hará de resultar elegido y mi incertidumbre se debe a dos razones: la primera es que los dos candidatos al próximo balotaje se están esforzando cada vez más por ser lo que no son y la segunda es por las zancadillas que el poder económico no escatimará en interponerle a Gana Perú; ese mismo poder económico que de democrático tiene mucho, en la medida en que la elección resulte de su agrado.

Pero bien, lo que yo realmente quisiera, la que es mi mayor aspiración es que el Perú sea gobernado por una clase política profesional, tecnificada, desprendida, en donde derecha e izquierda puedan complementarse en la senda del desarrollo pues tras la caída del muro esa posibilidad sí es realizable. Aspiro a un Estado promotor y director en ese camino que hoy se ve obstaculizado por dos problemas: uno es la corrupción que antepone el interés personal al nacional y dos la tradicional vocación “agrarista y rentista” de nuestra burguesía, cuando lo que se requiere es ideas y proyectos para la industrialización, por eso en nuestro país hay que orientar al sector privado, ni modo.

Creo por ello que esa alternancia, ese diálogo izquierda –derecha, es la clave para alcanzar el desarrollo, uno que beneficie al país en general; creo también que ese es el punto más delicado y que Ollanta Humala no debe sucumbir a la tentación autoritaria o confrontacional; pues la confrontación de las partes solo llevará a la interrupción y destrucción de lo avanzado, a la crisis. Pero creo y necesito creer y voy a creer que hay en Ollanta Humala y su equipo de asesores el suficiente sentido común como para “incluir sin excluir” , como para comprender que las políticas sociales se potenciarán en la medida en que el Estado haga mejores negocios y gane más dinero. Creo que el quid está allí, ojalá las partes tengan la madurez para comprenderlo

½

Mi última confesión –pequeñita, media confesión en realidad, que no es lo mismo que confesión a medias- es que no voy a decir nada en contra de KEIKO; esta campaña de señalamiento del mal ajeno ya me tiene bastante enfermo. Quizá este tipo de ejercicios de introspección sea lo más saludable para afrontar la segunda vuelta, sobre todo si los ambientamos con algunos románticos -como Lizst y Chopin- al sol del mediodía que todavía quema en mayo.

Saludos cordiales
Daniel Parodi Revoredo

Puntuación: 3.10 / Votos: 21