Estimados amigos:

Les preciso que este artículo lo publiqué en septiembre del año pasado (2010) y proviene de una conferencia dictada en agosto del mismo año, No implica toma de posición frente a los actuales candidatos que pasaron a la segunda vuelta.

Saludos cordiales

Daniel Parodi Revoredo

EL FUTURO DEL PERÚ
Una mirada desde la historia
Conferencia dictada en el Instituto de Gobierno de la USMP, en agosto de 2010

En mis primeras palabras, esta noche, quisiera decir que comparto el optimismo de las principales autoridades políticas del Estado acerca del presente y futuro del país: creo, fehacientemente, que dicho optimismo lo podemos percibir en las calles, en la gente, en la multiplicación de los negocios y en el desarrollo del comercio internacional e interno.

Haya y Miarátegui fueron críticos de la República Aristocrática

Sin embargo, como historiador percibo que ese mismo optimismo por el futuro nos impide a veces mirar el pasado y obtener de éste las lecciones que está dispuesto a brindarnos. Así pues, hace precisamente 100 años, El Perú también vivió un periodo cargado de optimismo, de desarrollo económico sostenido y de insospechado crecimiento de las actividades financiera y comercial. Me refiero al periodo de la República Aristocrática, que se desarrolló entre 1895 y 1919.
Sobre éste Peter Klaren nos dice que el país logró un grado de modernización, diversificación y una expansión económica impresionantes, provocados por una conjunción inusualmente favorable de factores. De dicho periodo fueron protagonistas los hacendados azucareros de la costa, los emergentes industriales y los prósperos comerciantes. Por aquel entonces, la demanda internacional de una amplia gama de materias primas se levantó y los exportadores peruanos potenciaron la venta al exterior de productos agrícolas tales como el azúcar, la lana, el algodón y el café, así como de minerales industriales como el cobre, el zinc y el plomo.
Por otro lado, la rápida expansión de la industria cuprífera marcó el inicio de una ola de penetración norteamericana que se extendió a lo largo del primer cuarto del siglo XX. De este modo, para finales de la primera Guerra Mundial, las ricas minas de cobre de cerro verde, al sur, habían sido adquiridas por Anaconda y diversos depósitos de cobre, plata y oro al norte fueron comprados por la American Smelding.
Simultáneamente, la Estándar Oil de Nueva Jersey comenzó a comprar campos petrolíferos, el más importante de los cuales fue negritos, antes de propiedad británica, y consolidó sus posesiones bajo el control de la International Petroleum Compañy. En términos generales, en el periodo reseñado, el país creció a un ritmo de 7% anual durante veinte años consecutivos.1
El final de dicha historia, de un modo u otro, todos los presentes lo conocemos pero la manera como lo conocemos es precisamente ignorándolo. Está claro que si dicho periodo hubiese supuesto para el Perú el inicio de un ciclo de crecimiento ininterrumpido o el nacimiento de un espiral ascendente de las cifras económicas o de una mejora sostenida también de la calidad de vida de la población, todos lo recordaríamos muy claramente. Si no es así es porque finalmente, sus resultados, en el largo plazo, no fueron tan promisorios.
No es en absoluto mi intención, en estos pocos minutos en los que me dirijo a ustedes, fungir de gurú de la historia peruana y vaticinar el futuro de acuerdo a la experiencia histórica, porque ésta, persé, es irrepetible y las analogías entre pasado y presente no dejan de ser, en última instancia, un vasto terreno para la especulación y para la ucronía.
Además, está claro que en los cien años que separan el periodo de la República Aristocrática del presente, la sociedad peruana ha experimentado una notable transformación impulsada, es cierto, más por la dinámica espontanea de la transición demográfica que por la aplicación eficiente de la política estatal. El Perú no es más un país de señores y vasallos, el Perú no es ya tampoco un país demográficamente serrano y rural. El Perú ya no es más un país semi-despoblado con apenas tres millones de habitantes. El Perú de hoy, es un país mayoritariamente costeño y urbano que casi alcanza los treinta millones de personas, 1000%, nada más y nada menos, es la cifra del crecimiento poblacional en apenas un siglo.
Es así como dicha transición nos muestra hoy el nuevo rostro demográfico del país. Este se extiende hoy por un espacio geográfico mucho más integrado, y que ha trazado importantes vasos comunicantes entre las distintas regiones, culturas y sectores que lo integran. Pero es también un país en el que se distinguen tres tercios bien diferenciados que son la población urbana más tradicional, la nueva población urbana, de dos o tres generaciones, y que ha convertido la llamada “economía informal” en una poderosa herramienta de desarrollo y la población que aún se corresponde con raigambres culturales ancentrales y que habita la sierra rural y la amazonía.
He considerado oportuna esta larga introducción para llegar a una simple analogía: un ser humano debe estar bien consigo mismo para relacionarse bien con los demás, del mismo modo, un país debe encontrar su armonía interior para potenciar su relación con el mundo. No quiero negar aquí la importante obra que se ha realizado en los últimos años, ni la eficiente expansión de los servicios del estado, de los que hoy disfrutan muchos más peruanos.
Saludo y me congratulo, ciertamente, de haber logrado cerrar la frontera con el Ecuador y de, por primera vez en la historia, tener a la cancillería chilena acorralada ante la excelente gestión de su homóloga peruana en el último lustro. Lo que quiero decir es que la política no trata solamente de los hechos objetivos, sino también de la percepción de la ciudadanía que es esencialmente subjetiva. Lo que quiero decir es que la inclusión social, que es finalmente de lo que estoy hablando, pasa por la aplicación de políticas de reconocimiento de las minorías mucho más agresivas que las ejecutadas hasta ahora. Lo que falta en el Perú es una percepción generalizada de que, tanto en el frente interno como en el externo, todos tripulamos la misma embarcación y seguimos el mismo derrotero. Lo que falta en el Perú es una reconciliación con la historia y con el pasado, la cual solo se logra con la aplicación de políticas destinadas a dicho fin.
Es cierto que no estamos más en los tiempos de la República Aristocrática, pero es cierto también que importantes sectores de la población no han percibido aún el cambio, o en todo caso no lo han hecho suyo y entonces todavía asocian la presencia del estado o del capital privado como una amenaza para sus intereses cuando en muchos casos es probable que ya no lo sea.
La República aristocrática fracasó, entre otras muchas causas, porque su proyecto político no supo incluir y porque no comprendieron sus dirigentes que incluyendo socioeconómicamente se amplía también el mercado interno cuya fortaleza es fundamental para que el crecimiento y desarrollo se sostengan en tiempos de crisis mundiales. Al final, la presión de aquellos nuevos sectores emergentes –la clase obrera y las clases medias- quebraron el sistema aristocrático y forzaron la apertura de su propio espacio de actuación. Este espacio, en un principio, se creó a través de la ampliación de la burocracia e infraestructura estatales, amparada en la cuestionada política de endeudamiento público de Leguía, la que nos enfrentó vulnerables a la crisis del 29.
Así, el principal desafío de hoy es no pasar por alto la demanda interna de reconocimiento de poblaciones secularmente olvidadas, el desafío de hoy es potenciar y formalizar aún más los espacios de diálogo y debate que ya existe, así como preocuparnos explícitamente por implementar políticas de la inclusión que tengan como premisa fundamental la reconciliación con el pasado y, por qué no decirlo, la conclusión del proceso de construcción de la nación peruana.
Tal vez algunos de los presentes puedan pensar que en este comentario estoy realizando un ejercicio de disquisición histórica, pero las intersecciones entre la memoria histórica, la percepción corriente y la política existen. No es pues casualidad que en las elecciones presidenciales de 2006, la candidata Lourdes Flores haya ganado sólo en Lima, el partido aprista en el sólido norte e Ica, y Ollanta Humala en toda la sierra y, en general, en el resto del Perú. Así pues, nuestro mapa electoral nos indica que profundas fracturas socioeconómicas y culturales aún persisten, o en todo caso, aun se percibe o se piensa que persisten, lo que al final resulta lo mismo.
No dejemos de lado pues, el frente de la historia, no dejemos de lado, el frente de la memoria colectiva y de las percepciones sociales porque es probablemente allí donde en el futuro encontraremos, o la interrupción del modelo adoptado, o la gran posibilidad de que el momento presente signifique el punto de partida para el desarrollo sostenido del país y para su exitosa comunicación con el resto del mundo.
Daniel Parodi Revoredo

1.- Klaren, Peter. Nación y Sociedad en la Historia del Perú. LIma, IEP, 2004. pp. 259-260.

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