Actual regionalización es pésima

Perú: historia de una fragmentación

 

En “El legado castillista” (1996), Carmen Mc Evoy sostiene que Ramón Castilla pacificó al Perú con el apoyo de sus clientelas provinciales, las que fidelizaba con favores políticos. Para la historiadora, las toneladas de guano exportadas a Europa entre 1840 y 1860 le permitieron al caudillo tarapaqueño imponer su autoridad repartiendo las ganancias de la venta del fertilizante. En simultáneo, el sacerdote-político Bartolomé Herrera articuló un discurso cohesionador basado en la soberanía de la inteligencia. 

Así, el recorrido militar obtuvo la legitimidad que requería para consolidar su proyecto autoritario. Según Mc Evoy, desde 1860 el modelo castillista entró en crisis debido al dispendioso gasto de las rentas guaneras que impidió seguir “contentando” a las voraces elites provinciales. En ese contexto, se abrió paso el primer gobierno auténticamente republicano de la historia del Perú. Desde 1872, Manuel Pardo y el Partido Civil intentaron reemplazar el autoritarismo castillista por un gobierno más democrático. Su proyecto de educar a las masas fue un tímido avance en la construcción de una legitimidad sustentada en el ciudadano y la soberanía popular.

Pero antes de Castilla y después de Manuel Pardo se configura otro fenómeno político: la fragmentación. La anarquía militar de los años fundacionales nos ofrece la alternancia en el poder de caudillos regionales, ante un Estado débil y una clase civil incapaz de conducir las riendas del gobierno. A su turno, durante la República Aristocrática (1895-1919) rige la “democracia” para el 5% de la población, mientras los gamonales se reparten feudalmente el resto del país.

Los últimos tiempos nos ofrecen alternancias similares entre los modelos políticos mencionados. En 1968, con la dictadura de Juan Velasco, iniciamos un nuevo militarismo que fue reemplazado en 1980 por un republicanismo incipiente que no pudo superar las duras pruebas del terrorismo y la crisis económica. En 1992 engendramos otro autoritarismo que reprodujo tal cual las prácticas clientelares de Ramón Castilla, aunque con una nocturnidad y sofisticación nunca antes vistas, fujimontesinismo incluido. Ya en 2000, se reinstaura una frágil democracia que constata, atónita, la pérdida de su principal protagonista: el partido político.

Desde 2002, una mala ley de regionalización propicia otra fragmentación política en el Perú, sostenida en cientos de movimientos independientes, a veces vinculados a la corrupción y el sicariato, como lo confirma las últimas municipales- regionales de 2014. Mientras tanto, el Estado se retrae sin que sus autoridades atinen siquiera a imaginar un país institucionalizado. Por ello, la democracia en el Perú sigue siendo un anhelo, como en tiempos de los padres fundadores.

Publicado em medios el 20 de octubre de 2014

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