Alfredo Barnechea
El centro de Alfredo
“El centro es una imagen, un punto de vista ecléctico que quizá desfigura un mensaje ideológico, pero que otorga a cada habitante mestizo la posibilidad “de ser parte”, de verse incluido”. Alfredo Barnechea
Debo confesar que “Perú, país de metal y de melancolía” es mi primer acercamiento a la obra de Alfredo Barnechea y que estoy en tiempos de confesiones y de lecturas tardías. Pero me alegro de haber descubierto a un ensayista extraordinario que se acerca al pasado reciente del Perú y de América Latina con una mirada diferente a la del historiador, con la mirada de la propia experiencia y del intelectual comprometido con utopías reales, de esas que se estrellan con las literarias, como le pasó a Mario Vargas Llosa en 1990.
La mirada de Barnechea es también la del actor secundario que acompaña al protagonista en el momento estelar de la cinta y lo retrata en el instante del desenlace, de uno de los muchos desenlaces que construyen la historia de una vida. Este es el caso de su relación con Víctor Raúl Haya de la Torre, Alan García y Mario Vargas Llosa, a Haya lo frecuentó en el sereno ocaso de su vida, donde todo pareció cobrar sentido, al final; a García en la disyuntiva de tomar las decisiones que definieron la suerte de su primer gobierno y a Vargas Llosa en el laberinto de una campaña electoral que nunca controló por completo, más allá de su escritorio, y en una equivocada lectura del país; paradójica en alguien cuyo Nobel es el resultado de su brillante elaboración del Perú desde la narrativa.
Barnechea retrata a Haya de la Torre como al profeta desterrado, tal y como lo expresara este en su última y única entrevista televisiva, cuando le confiesa al conductor que no fue presidente porque no lo dejaron e, inesperadamente, se quiebra. Aquello me hizo pensar en el propio Barnechea como en un intelectual desterrado, como lo fue Vargas Llosa del círculo de académicos marxista tras el “caso Padilla” o Hugo Neira cuando decidió que el velascato era un proceso revolucionario caído del cielo –o, en todo caso, “desde arriba”- y que había que tomarlo en lugar de renegar de él, como renegó nuestra izquierda que así perdió la oportunidad de consolidar una revolución por culpa de su malhumor.
La verdad, no tuve problemas en encontrar una primera edición de “Perú: país de metal y de melancolía” en una librería comercial a pesar de publicarse en 2011. No tuve que ir a buscarla al campo Amazonas o algún recoveco de anticuario de los que todavía quedan en el Centro Histórico y al que acudimos en busca de algún texto antiguo o una edición agotada. Es por eso que se me vino a la cabeza que, de alguna manera, Alfredo Barnechea es también un profeta desterrado, condenado al ostracismo intelectual y sentenciado a ser descubierto por una generación futura, como le ocurriera, gran paradoja, al mismísimo amauta José Carlos Mariátegui.
Pero el destierro de Alfredo se debe a que eligió el centro, como lo eligió Haya para así descubrir que aquel puede ser un lugar muy peligroso pues, súbitamente, la derecha y la izquierda se transformarán en flancos vulnerables y por eso pasó treinta años de su vida a salto de mata, entre destierros, ostracismos, cárceles y clandestinidad. De allí que a Barnechea lo leerán las generaciones que finalmente dejen de aturdirse por el eco, aún estruendoso, de las viejas ideologías.
En “Perú: país de metal y melancolía” he podido identificar tres facetas del autor: el sutil analista que se mueve con comodidad en el ámbito teórico de la crítica literaria; el biógrafo que penetra el alma de su personaje, intuyéndola desde los autores y lecturas que marcaron su pensamiento; el narrador de una historia que él vivió desde un rol secundario y en la que logra rescatar al individuo como protagonista, tras librarse del bullicio de las masas y los barrotes de las estructuras.
Refiriendo a Luis Alberto Sánchez, el autor señala que, tras sus cátedras universitarias, sus jóvenes alumnos salían a toda prisa a buscar los textos que había referido para devorarlos ávidamente. A mí la lectura de Alfredo me ha producido la misma emoción juvenil, la misma ansiedad de querer leer muchos textos y en simultáneo, desde Octavio Paz hasta el debate entre Sartre y Camus.
Alfredo Barnechea no es reconocido como un gran ensayista del Perú de entre-siglos por haber elegido ese peligroso y aún incomprendido centro; y por la indiferencia de una izquierda que ha hecho de las letras su último bastión. Pero es cuestión de tiempo, solo eso.
Daniel Parodi Revoredo
23 septiembre, 2014 at 10:46 am
Muy buena reseña, Daniel.