AGUSTÍN GAMARRA. CAUDILLO PRINCIPAL DE LOS ALBORES REPUBLICANOS

CAUDILLISTAS POR NATURALEZA I

 

El Perú es un país caudillista y nuestro caudillismo es curioso porque somos democrático-caudillistas. Tenemos elecciones libres, no somos una dictadura de partido único, pero nuestros partidos son solo redes de contactos que operan como maquinarias electorales en tiempos de comicios. En el Perú lo que verdaderamente importa es el candidato, el líder, en otras palabras, el caudillo. En el Perú no se vota por la izquierda, centro o derecha, en el Perú ya no se vota por AP, PPC o Izquierda Unida, ni son ya tantos los que votan militantemente por el APRA. En el Perú se vota por Ollanta, por Lourdes, por Alan o por PPK. Claro que hay un ligero tufillo ideológico en la elección de uno u otro candidato pero poco más que eso. ¿O cree usted que fue la ideología lo que hizo que en 2011 unos votasen por PPK, otros por Toledo y otros por Castañeda? 

¿Cuáles son los orígenes de esta situación? Para Hugo Neyra, cuando nos independizamos de España, nos olvidamos de preguntarnos qué tipo de República queríamos ser y omitimos un pacto fundacional que normase nuestra vida libre, como sí lo hizo Inglaterra con su Monarquía Constitucional instaurada en 1689 o Estados Unidos de Norteamérica, con su Constitución de 1787, la que sigue siendo la misma, a pesar de sus enmiendas. En Cambio, durante sus 193 años de vida independiente, el Perú ha promulgado nada menos que 17 Constituciones y la vigente, la del 93, es cuestionada por quienes quisieran volver a la del 79. El diagnóstico es claro: tenemos un serio problema de identidad, no sabemos quién queremos ser, ni cómo queremos vivir, no hemos alcanzado ese consenso que nadie se atreva a quebrar. Neyra tiene la razón.

¿Pero cómo comienza el problema? Vamos por partes. 300 años de monarquía (1532 – 1824) no es poca cosa, en el alma de cada caudillo civil o militar de nuestro país vive un reyezuelo en ciernes, un aspirante a monarca absoluto, un líder mimetizado con el poder. A esta situación debemos sumarle las dificultades de nuestro nacimiento republicano.

Así pues, en la República inicial no hubo una elite civil emprendedora, consciente, auténticamente republicana. En el Perú de 1820, el grupo económico dominante estaba compuesto por españoles peninsulares a los que Bernardo de Monteagudo prácticamente expulsó con su draconiana legislación que los obligaba a naturalizarse peruanos, hacer servicio militar peruano y casarse con peruana si querían permanecer en el país. Más allá de eso, cabe preguntarse si, de haber permanecido en el Perú, aquellos peninsulares hubiesen liderado de buena gana la conducción de la flamante república o, más bien, hubiesen conspirado por la recuperación del vínculo político con la monarquía española. Apuesto por la segunda hipótesis.

Luego quedaron nuestros criollos, principalmente los limeños. La elite criolla limeña “se la llevó fácil” en tiempos coloniales pues, hasta el siglo XVIII, la flota de galeones traía el comercio europeo derechito hasta Lima, con trasvase en Panamá. En otras palabras, el puerto peruano del Callao era el puerto oficial del Pacífico y Lima la capital Virreinal, por ende la ciudad más española de América.

De allí que a aquellos criollos les faltó vocación de liderazgo (siempre habrá excepciones a la regla) tanto como un compromiso real con un incierto proyecto republicano. No olvidemos que, para entonces, ya bastante preocupados estaban con la nueva realidad geoeconómica del Callao, pues desde el siglo XIX los barcos que portaban el comercio atlántico atracaban en el más cercano Valparaíso, desde entonces su rival, descolocando y empobreciendo el flujo chalaco.

Pero la intención de esta nota era explicar el caudillismo original y me la he pasado explicando por qué no hubo una elite civil dirigente en la República Inicial. En todo caso, sirvan estas líneas para colegir que es por dicha ausencia que los caudillos militares de la post-independencia coparon nuestra política y fundaron nuestra tradición caudillista. Volveremos sobre el tema en una próxima nota.

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