RAPSODIA POR LA DEMOCRACIA

“Cuando el sufragio es ley,

la revolución está en el sufragio”

José Martí

En las últimas décadas, historiadores especializados en la política peruana del siglo XIX han sostenido que el liberalismo político – presidente, congreso, división de poderes etc.– sí fue importante en los albores de la era republicana. Afirman que incluso los militares de la post-independencia requirieron de las formas de la democracia para alcanzar la legitimidad política, aunque solo fuese legalizando, a posteriori, una presidencia obtenida  con la fuerza de las armas.

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 esta utopía vale la pena

La tesis referida le hizo frente al discurso que sugería que el Perú auroral fue la presa del caudillismo y la inestabilidad, sin ningún referente institucional que fungiese de contrapeso. De allí que, en 1997, el título de un libro publicado por Carmen Mc Evoy sintetizase los infructuosos esfuerzos de algunos sectores de la sociedad civil por consolidar el liberalismo político en el siglo XIX: La Utopía Republicana.

Pero estamos en los albores de la veintiunava centuria y la realidad se nos presenta tan cruda que supera largamente las encrucijadas de nuestros pares decimonónicos. Efectivamente, desde la post-independencia, el republicanismo fue necesario para legitimar un militarismo espurio y anticonstitucional. La “novedad” es que esta tesis se aplica perfectamente a la América Latina contemporánea.

Yo ya dejé de creer en lo “políticamente correcto”. He dejado de creer en ello porque hace apenas dos meses la izquierda peruana cuestionó a los promotores del Sí a la revocatoria desde premisas morales e institucionalistas, pero hoy esa misma izquierda –salvo honrosas excepciones- se calla ante la obscena toma de mando de Nicolás Maduro en Venezuela.  Y he dejado de creer en lo políticamente correcto porque buena parte de la derecha que hoy reclama democracia e institucionalidad en Venezuela apoyó sin reparos a Fujimori en el 2000, fraude incluido.

Así pues, la cruda realidad nos muestra que a la gran mayoría de latinoamericanos la democracia le importa un pepino. Ya sea para sostener un régimen de izquierda o de derecha, pocos dudan en alinearse con posiciones al margen del orden constitucional y, por lo recién visto, no les faltará entusiasmo cuando se presente una nueva ocasión. Pero si yo he dejado de creer en lo políticamente correcto es porque, finalmente, ser demócrata no es obligatorio. Así pues, un marxista ortodoxo no cree en la democracia, sus utopías totalitarias son bien diferentes a las del liberalismo político ¿y bien? ¿No son sus ideas tan humanas como las mías?

Pero yo sí soy un demócrata; mi utopía sí es una democracia liberal cuyas reglas del juego sean respetadas. Yo sí creo que la maduración política de nuestra región pasa por extirpar el viejo caudillismo que hoy parece más vivo y fortalecido que nunca. No soy ingenuo en mi punto, sé que la democracia ha amparado muchos abusos contra los sectores más desfavorecidos y ha utilizado la represión del Estado en defensa del interés privado. Pero también sé que una clase política profesional y comprometida puede utilizar las instituciones democráticas para dirigir a la sociedad hacia la máxima utopía de la justicia social. Creo que hoy la democracia ofrece modernos mecanismos de fiscalización y control, mientras que el camino del autoritarismo será siempre en beneficio del grupo que ostenta el poder y éste será capaz de cualquier cosa por mantenerlo.

Lo ocurrido con Venezuela nos confirma que la democracia sigue plenamente vigente en tanto que utopía latinoamericana por la que vale la pena luchar. Que así sea.

Daniel Parodi Revoredo

Publicado en Diario16 el 22 de abril de 2013

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