LOS LÍMITES DEL EFECTO FAVRE

 El cruel sacrificio de un caballo en La Parada; el  impresionante desborde del Río Rímac; la patética competencia de desatinos proferidos por glamorosas actrices, a la que se sumó entusiasmada la alcaldesa de Lima, y otros tantos disparos a los pies, constituían el dantesco escenario del villaranismo cuando Luis Favre tomó las riendas de la campaña por el NO.

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¿cambiará la percepción popular? 

En simultáneo, el entorno del SÍ parecía tener el camino de la revocatoria despejado y se contentaba con ventilar las arraigadas sensibilidades de un país cuyos imaginarios, racistas o raciales, evocan, una y mil veces, la fatídica tarde del 16 de noviembre de 1532, cuando Atahualpa y Francisco Pizarro se vieron las caras en Cajamarca. Daba la impresión que bastaba presentar a la alcaldesa como la reaccionaria pituca blanca para que las masas se volcasen todas a la plaza pública pidiendo su cabeza y lo demás ya pasaba de yapa: incapaz, inepta, ineficiente, mala gestión etc.    

Hasta que llegó Luis Favre con unos memes del NO, al que cada quien podía añadirle la frase o personaje que se le ocurriese y entonces sucedió lo insospechado: todos nos comenzamos a reir. Y así el apátrida asesor le cambió el humor a la campaña, la que dejó de parecerse al circo romano en el que  debíamos bajarle o subirle el dedo a la actual gestión municipal. Favre sabía que el efecto de los memes era temporal; entonces la emprendió contra el APRA y su líder, el dos veces presidente, Alan García Pérez. De esta manera, se ganaba semanas sin Villarán en el centro del escarnio público, con lo que la alcaldesa comenzó a transmitir más seguridad en sus apariciones públicas.                  

El efecto Favre fue totalmente contrario en las filas del SÍ, cuyos promotores hasta hoy no reaccionan adecuadamente al contraataque. La confusión se ha apoderado de ellos al punto de recurrir a pantagruélicos voceros como el  estupefaciente Gustavo Pacheco, cuyo aporte a la revocación comenzó y terminó en la misma entrevista. Tras una vertiginosa arremetida inicial, se instala la sensación de que a los propulsores del SÍ les cuesta más desenvolverse en el terreno de las propuestas.

¿Pero cuáles son los límites del marketing político? ¿Qué hay más allá de tendencias electorales que se gestan en un laboratorio de publicistas? ¿Tan grande es el llamado “fin de las ideologías” que la selección o revocación de autoridades remite a psicosociales de demolición o spots publicitarios?  Veamos:   

1.- La sensación que deja el parcial cambio en la intención del voto en las encuestas sobre la revocación limeña es tautológica. Prácticamente todas las elecciones importantes, desde 1990 en adelante, han sido la ocasión de vertiginosas subidas y bajadas en la popularidad de los candidatos, lo que refleja la ausencia de partidos políticos fuertes que a su vez generen adhesiones ideológico-programáticas más o menos permanentes. En realidad, nuestros partidos no son más que redes clientelares que se activan en periodos electorales esperando dar en el clavo de las expectativas mayoritarias y hacerse de una inesperada victoria.

2.- A contracorriente de lo dicho, me pregunto si toda esta superficialidad no se sitúa más bien en la esfera de la clase política y en la manera como sus publicistas creen que es más fácil alcanzar el favor popular. Lo digo porque los comentarios más sensatos acerca de la revocación los he oído de hombres y mujeres de a pie, ya sea un vendedor ambulante en una playa al sur de Lima o una quiosquera de la avenida Arequipa en Lince.  

Lo común en todos ellos es que construyen su posición en base a un análisis bastante enterado de la actual gestión municipal, de su eficacia o no, de la  calidad y cantidad de sus obras, etc. Por eso me pregunto si con modismos como los memes o psicosociales sobre el origen  de la alcaldesa no subestimamos el buen juicio de un electorado que decidirá entre revocar  una gestión que considera ineficiente o mantenerla porque más costoso sería no hacerlo.

Pienso que si los sectores D y E respaldan el SÍ es por la evaluación que hacen de la actual gestión municipal. Solemos cuestionar mucho la desideologización y des-partidarización de nuestra política, pero erramos al pensar que de ello se desprende un electorado voluble, inmaduro e influenciable. Creo, más bien, que desde el desborde popular del que nos hablaba Matos Mar –década de 1980- hemos ido madurando un electorado que transcurre entre el clientelismo y el pragmatismo, y que busca la manera más eficiente de resolver sus problemas.

Quizá haya que distinguir dos dimensiones en el debate sobre la revocación: el mediático de la imaginación psicosocial; y el popular que evalúa opciones para decidirse por la más conveniente.               

Por Daniel parodi Revoredo
Publicado en La Mula el miércoles 27 de febrero

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