La alambrada de la Cerro no debe volver jamás
Entre los del primer grupo se destaca, sin duda, el malvado juez Montenegro, personaje omnipotente y abusivo que amaña un sorteo de finas ovejas extranjeras para ganárselas todas, que obliga al vencedor de una carrera de caballos a admitir que hizo trampa para triunfar él y cuya moneda, que una vez se le cayó en el pueblo, nadie se atrevió a recoger por temor a sus represalias.
Tras él está el temible hacendado Medardo de la Torre, cuyo entretenimiento favorito era acostarse –de grado o fuerza- con todas las jovencitas de su hacienda para así poblarla y repoblarla con sus “ahijaditas”. Al enterarse de la intención de algunos campesinos de organizarse en un sindicato, De la Torre los envenenó y mató so pretexto de invitarles una copa. Al juez le reportó que murieron de infarto colectivo.
Tampoco creo que existan ya personajes fieros y entrañables como el viejo pastor Fortunato, trejo él, que mientras las fuerzas se lo permitieron enfrentó solo, una y cien veces, a la cuadrilla de vigilancia de la Cerro de Pasco Cía. Fortunato intentaba, infructuosamente, pastar su ganado que moría de hambre debido al arbitrario cercado de los pastizales y por ello recibió reiteradas e inhumanas palizas.
Otros personajes, sin embargo, sí nos recuerdan la realidad. Uno de ellos es el mismísimo “Cerco”, inmenso muro de cemento de miles de kilómetros de extensión con el que la empresa minera confinaba sus supuestas posesiones, truncando con ello las posibilidades de subsistencia de cientos de comunidades alto andinas dedicadas al pastoreo.
También guardan alguna semejanza con la realidad las pocas autoridades que se solidarizaron con la justa causa de los campesinos como el padre Chazán y el alcalde de Cerro de Pasco. Ambos, como ahora sus émulos, sufrieron la calumnia y criminalización de los medios de prensa y de algunos representantes del Estado vinculados a los intereses de la gran minera.
Pero la gran diferencia es que la vigente ley de regionalización –tan satanizada por algunos sectores y ciertamente perfectible- ha permitido la conformación de frentes de defensa de los intereses campesinos y, aunque a veces es de lamentar la infiltración de elementos radicales, no cabe duda que es mejor que la población esté organizada antes que nuevos “Fortunatos” enfrenten solos a cuadrillas armadas de vigilantes a sueldo.
Apenas hace unos días se ha anunciado con bombos y platillos la implementación de cuatro megaproyectos mineros que triplicarán la capacidad productiva del Perú en el rubro: enhorabuena. Pero ojalá que, tal y como se anuncia, esta vez se trate del redoble por un Estado que aprendió a respetar y hacer respetar a su propio pueblo y a hacer que la población más desprotegida y afectada sea la primera en beneficiarse y multiplicar varias veces su calidad de vida con las regalías mineras. De lo contrario, el viejo muro que mató a Rancas se mantendrá incólume, acabando, día a día, con los vestigios de nuestra antigua civilización.
Dedicamos esta nota al amigo Eduardo Manuel Scorza Hoyle
8 enero, 2013 at 8:28 am
Me gustó este comentario que no sólo resucita a Scorza con la fuerza del realismo brutal de su excelente novela sino que nos recuerda en perspectiva de varias décadas el conflicto entre la minería y el Perú profundo. Un conflicto que gradualmente se ha ido tornando en una discusión racional sobre el manejo de los impactos sociales y ambientales. Creo que con altibajos en las dos últimas décadas se ha avanzado mucho, pero se tiene que seguir reforzando la acción ciudadana vigilante y sobre todo la fiscalización efectiva.del estado. La regionalización ha ayudado pero el estado regional es aún débil técnicamente y aquí en Lima sigue la tendencia a ver este aspecto sólo con indicadores de gasto.
11 enero, 2013 at 8:11 am
Que bueno volver a la época que leí la novela, me toco San Marcos y el Velascato; las cosas han cambiado pero lamentablemente nos agarro sin preparación, ahora no tienen idea de que hacer con el canon y el abuso cambió de dueño.